La Francmasonería en España
La Masonería llegó a España de forma definitiva con la invasión francesa de 1808. Napoleón no perteneció a la Masonería, pero fomentó la Orden en su imperio y casi toda su familia estaba integrada en diversas logias, incluido su hermano José, proclamado rey de España.
Llegada de la francmasonería moderna a España
Contrariamente a lo que ocurre en gran parte de Europa, la francmasonería moderna durante el siglo XVIII tuvo en España muy escasa -por no decir nula- vigencia. Y la razón es muy sencilla, pues tanto la Inquisición desde 1738, como la autoridad real desde 1751, prohibieron y condenaron la masonería, y no permitieron su desarrollo en España. La conclusión a la que se llega después de un estudio crítico es que la masonería no existió de una forma orgánica en la España del siglo XVIII.
Más que de una existencia organizada y continua de la masonería en la España del siglo XVIII hay que hablar de la presencia esporádica de algunas logias; o del paso de algunos masones extranjeros que no escaparon a la vigilancia y control de la Inquisición.
La primera Logia de la que se tiene noticia cierta en España fue la fundada, el 15 de febrero de 1728, por el duque de Wharton [1], que había sido Gran Maestro de la Gran Logia de Inglaterra y un reducido grupo de ingleses que en aquellas fechas se encontraban en Madrid. En algunos documentos figura como Las Tres Flores de Lys, que era el nombre del hotel francés, situado en la calle ancha de San Bernardo donde se constituyó la logia. También es conocida como la Matritense, pues fue deseo de sus fundadores que se registrara con el nombre de logia de Madrid. Fue eliminada del registro de la Gran Logia de Inglaterra en 1768 por haber pasado mucho tiempo sin haber dado señales de vida.
La Inquisición española
La introducción de las Logias en España se producía justo cuando la Inquisición ya había iniciado una decadencia, que le llevaría a la definitiva extinción en el siglo XIX.
La política reformista de los Borbones no sólo desplazó a la Inquisición, en cuanto institución, de los círculos influyentes del poder. Tales grupos se introdujeron como oficiales (por lo general, a título honorífico) en la Inquisición utilizando sus estructuras, que aún estaban vigentes, para oponerse a la política ilustrada.
La invasión de Napoleón y los primeros intentos constitucionales en España sirvieron para definir con más precisión las características y aspiraciones de estos sectores. El Santo Oficio no reducía su campo de acción solamente a lo religioso (perseguir herejes), sino también a lo político. Esta evolución conlleva, asimismo, la distinción de dos períodos en la persecución a la Masonería.
El primer período comprende desde 1738, fecha en la que fue condenada la Masonería por la Santa Sede y en la que se mandó a la Inquisición que la persiguiera, hasta 1789. Durante esta etapa, dominan los aspectos religiosos sobre los políticos en la persecución a la Masonería, según se desprende de los procesos inquisitoriales.
El segundo período se extiende entre 1768 y 1820, fecha de la supresión definitiva de la Inquisición, en el que la Revolución Francesa y sus repercusiones en España hicieron que hubiera una identificación del fenómeno revolucionario y de su ideología con la Masonería, por lo que se comprende fácilmente el predominio de los aspectos políticos sobre los religiosos que guiaron a la Inquisición en su persecución a la Masonería.
Masonería bonapartista
A raíz de la invasión francesa se constata en España la implantación de una masonería llamada bonapartista. Por una parte está integrada por las logias llamadas tradicionalmente de afrancesados, y cuyos principales núcleos fueron las madrileñas logias de Beneficencia de Josefina, Santa Julia, San José, Napoleón el grande, Filadelfos y Estrella de Napoleón, que constituyeron su propia Gran Logia Nacional de España. Por otra, una serie de logias más propiamente bonapartistas por cuanto dependían directamente del Gran Oriente de Francia se encontraban no solamente en Madrid, sino en Barcelona, Figueras, Gerona, San Sebastián, Vitoria, Santoña, Zaragoza, Cádiz, Santander, Santa Cruz de Tenerife, Sevilla y Talavera de la Reina. La composición de ambos grupos es distinta. Pues en el primero la mayoría de los que la integran son españoles, en tanto que en segundo --salvo muy raras excepciones-- sus integrantes son en su casi totalidad franceses.
Esta masonería bonapartista en España tiene gran importancia, pues se trata por primera vez en el país de la implantación de la masonería de una forma sistemática y en condiciones favorables, sin interferencias ni prohibiciones, bien sea del Gobierno o de la Inquisición. El hecho de que el propio rey José Bonaparte la favoreciera y ostentara el cargo de Gran Maestre explica cierta afluencia de españoles más ligados con el gobierno del rey "intruso". Las logias dependientes del Gran Oriente de Francia desaparecieron prácticamente al marchar los franceses.
La francmasonería durante el reinado de Fernando VII
La represión de la masonería en el reinado de Fernando VII es en realidad común a la sufrida por los afrancesados y liberales, tildados en muchas ocasiones de forma indiscriminada de masones. Durante la reacción fernandina el masonismo se identifica con el liberalismo. Decir «Francmasón», tal como se advierten en la publicística antimasónica de la época, es sinónimo de maldad, personificada por una sociedad o «especie de cofradía de hombres de todas naciones y lenguas reunidos con el 'santo' fin de destruir todo gobierno y toda religión», y a la que, por consiguiente, había que extirpar (Diccionario razonado manual).
Con la muerte de Fernando VII en 1833 se siguió una política de persecución y prohibición que hizo muy difícil la vida masónica en España. Razón por la que la única tentativa que se conoce de reorganización de la masonería española se hizo desde el extranjero, a partir de 1838, cuando Pedro de Lázaro y Martín, simbólico Padilla, funda en Lisboa un Grande Oriente Nacional de España, del que se conocen al menos tres logias de su dependencia, en Granada, Barcelona y Bilbao, así como un intento de abrir otra en Vitoria.
A partir de este momento empieza un período confuso sobre el que existe muy poca documentación, si bien hay constancia de la existencia de una serie de logias, especialmente en Barcelona, Cádiz y Gijón. La mayor parte de ellas dependían de obediencias masónicas extranjeras, como las logias San Juan de España y La Sagesse, de Barcelona, y Los Amigos de la Naturaleza y la Humanidad de Gijón auspiciadas por el Grande Oriente de Francia; La Verdadera Iniciación, de Barcelona, por el Grande Oriente de Uruguay; El Faro del Progreso de Barcelona, por el Grande Oriente Lusitano; y la Moralidad y Filantropía de Cádiz, por la Gran Logia Unida de Inglaterra.
El resurgir de la masonería española
El año 1868 es una fecha clave en la historia de la masonería española, pues tras la revolución de septiembre y la caída y expulsión de los Borbones, se alcanzan una serie de libertades, como la de reunión y expresión que llevaron a una profunda transformación social. La masonería española cesó de ser perseguida, lo que permitió un florecer y resurgimiento de la misma después de tantos años de represión policial y trabas gubernamentales.
Sin embargo al organizarse la masonería española inmediatamente se manifestó la falta de unidad, constituyéndose muy pronto, al menos, cinco grupos u obediencias distintas; a saber: el formado por las logias que dependían del Grande Oriente Lusitano Unido; el de los masones que se agruparon en torno a Ramón María Calatrava como Gran Maestre del titulado Grande Oriente Nacional de España; el compuesto por aquellos masones que fundaron un Gran Oriente de España, eligiendo para Gran Maestre al acaudalado comerciante Carlos C. Magnan y Clark. En Sevilla, pocos años después, se agruparon algunas logias antes dependientes de Lisboa, constituyendo una Gran Logia Independiente Española. Mientras tanto en Barcelona se intentaba la unión de las logias de Cataluña creando un cuerpo intermedio intitulado Gran Capítulo Catalán.
En otras partes se formaron pequeños grupos disidentes o independientes y se resucitaron algunas logias francesas en Gijón, Barcelona y Cartagena, que tras depender del Grande Oriente de Francia se fueron integrando en las diversas obediencias españolas.
En los albores del siglo XX
Tras la crisis masónica finisecular, con el comienzo del siglo XX, en 1900, puede decirse que las únicas organizaciones masónicas formales que había en España eran el Grande Oriente Español, con su sede en Madrid, y la Gran Logia Regional Catalana Balear, con sede en Barcelona, habiendo desaparecido o dejado de existir todas las demás. Entre ambas masonerías se estableció, en 1903, un pacto de amistad y mutuo reconocimiento por el que la Gran Logia Regional Catalana Balear, que estaba en aquellos tiempos en amistosas relaciones con 42 potencias masónicas del extranjero, consentía en transmitir estas relaciones al Grande Oriente Español. Por su parte el Grande Oriente Español reconocía la absoluta autonomía de la Gran Logia Regional para que actuara en los territorios de Cataluña y las Islas Baleares, sin que el Gran Oriente tuviera la menor injerencia en esos lugares.
Este pacto fue cumplido estrictamente por ambas partes hasta la muerte de Morayta en 1917 cuando el Grande Oriente Español constituyó logias en Barcelona rompiendo las cláusulas del pacto. Como reacción la Gran Logia Regional Catalana Balear, en 1920, extendió su jurisdicción a todo el territorio de España y asumió el título de Gran Logia Española, integrada a partir de 1921 en la Asociación Masónica Internacional de Ginebra.
A partir de este momento y hasta la guerra civil de 1936 las dos únicas obediencias de importancia en España serán el Grande Oriente Español, y la Gran Logia Española, de la que posteriormente se separarían algunas logias disidentes constituyendo la Gran Logia Unida, que apenas tuvo importancia, y que, en 1931, estaba integrada por tan sólo once logias.
También hubo, desde Barcelona un breve y fallido intento de resucitar el Grande Oriente de España, y en Canarias, en la línea de la reforma autonómica iniciada por el GOE se constituyó, en 1922, una Gran Logia de Canarias, que acabaría, en 1926, auspiciándose a la Gran Logia Española.
La reforma autonómica de 1923 coincidió con la implantación de la Dictadura de Primo de Rivera y un difícil período de persecuciones gubernativas que pusieron al GOE ante una compleja situación legal, siendo encarcelados numerosos masones en diversas ocasiones, incluido el Gran Maestre y demás altas jerarquías de la Orden. Debido a esta situación decidieron suprimir el Boletín Oficial del GOE que dejó de publicarse durante cuatro años. Hasta 1928 no se reanudó su publicación.
A partir de 1930, con la caída de la dictadura, se inicia un nuevo período de euforia masónica que culminará en 1933 para luego iniciar cierta recesión, más apreciable en el número de miembros que en el de logias, debida en gran medida a las campañas de la CEDA y de Falange Española en contra de la masonería.
Con la sublevación militar de Franco, la masonería fue aniquilada en la llamada zona nacional, refugiándose los masones supervivientes en el territorio republicano o en el extranjero. Como la masonería se adhirió desde el primer momento de la guerra a la II República Española, se vio obligada a seguir la suerte de ésta. Una de las últimas noticias, fechada el 1 de marzo de 1939 cierra con su elocuencia dramática, el ciclo de la guerra. Se trata del salvoconducto dirigido a todos los Talleres y masones regulares esparcidos por la superficie de la tierra, en el que se decía lo siguiente:
«SABED: Que en el día de la fecha y en atención a las causas que justifican el estado presente de la España liberal, perseguida por el triunfo de las fuerzas enemigas, la Francmasonería Española se ve obligada a abandonar su país, y espera que todos prestéis la ayuda moral y material a vuestros Hermanos que, en el exilio forzoso, no dudan recibir de vosotros.»
Esta "plancha de viaje", como se lee en el documento en cuestión, está firmada por las dos obediencias existentes entonces en España: el Gran Oriente Español, y la Gran Logia Española. Un año después, el 1° de marzo de 1940, con la promulgación de la Ley de Represión de masonería y comunismo se iniciaba otra etapa: la del total exterminio de la masonería por parte de los vencedores.
El retorno de la democracia
Tras la muerte de Franco se sucedieron los intentos por reconstruir la masonería, prohibida desde 1937. Los contactos realizados con los antiguos francmasones republicanos dieron un resultado negativo. El 90%, desengañados, se desentendieron de la organización en la que habían sido iniciados en su lejana juventud.
A finales de 1976, se dieron los primeros pasos para legalizar el Gran Oriente de España, a pesar de las reticencias del entonces Ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, quien denegó en varias ocasiones la constitución de Grandes Logias. El gran maestre del Gran Oriente Español era Antonio de Villar Massó.
El panorama masónico español actual ofrece la presencia de Logias y Obediencias muy diversas. Junto a las Obediencias exclusivamente españolas, como la Gran Logia de España y el Gran Logia Simbólica, coexisten con la presencia de Obediencias de carácter internacional como la Federación Española del Derecho Humano (DH) y el Gran Oriente de Francia (GODF).
Fuente: Wikipedia
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NOTAS
[1] El Duque de Warthon
El ídolo de todos estos clubes [se refiere a los Clubes del Fuego del Infierno] no era otro que el joven Duque Philip de Warthon. Se trató de un personaje oportunista, provocador, alcohólico, libertino y, globalmente, depravado. Sus vaivenes políticos le llevaron de jurar fidelidad a Jacobo III en Avignon, cuando apenas tenía 18 años, aprovechando la ocasión para sacarle 2000 libras a la viuda de Jacobo II, en Saint Germain, que hicieron de él el mejor conocedor de los burdeles de París. Pero nada le impidió, de regreso a Inglaterra, tomar partido por la causa contraria. Su comportamiento fue progresivamente más escandaloso, sin duda, trastornado por su progresivo alcoholismo. Tan escandaloso comportamiento, conocido de todos, no fue óbice para que fuera admitido en la masonería. No tardaría en crear problemas a la recién creada institución. Se ignora la fecha en la que Wharton ingresó en la masonería, se sabe, eso sí, que logró escalar, muy pronto, hasta la cúpula.
El 25 de marzo de 1722, la Gran Logia de Londres sostuvo la candidatura del Duque de Montagu para ocupar el cargo de Gran Maestre. Montagu no era santo de la devoción del Duque de Wharton, así que éste tomó la iniciativa para impedir la elección. Clavel, historiador masónico por excelencia, cuenta la significativa anécdota: "El 21 de junio [Wharton] convocó una gran asamblea, para la cual había hecho preparar un suntuoso banquete. Estando ya en los postres, y por consiguiente, cuando ya las cabezas estaban algo acaloradas con los vapores del vino, que se había servido con profusión, los partidarios de Wharton, tomando a un tiempo la palabra, atacaron vivamente la reelección del Duque de Montagu, que reputaron como un acto impolítico y suficiente para desalentar a los hermanos, cuyo acto e influencia social podían ser empleados en beneficio de la masonería [...] Los partidarios de Wharton obtuvieron un triunfo completo, resultando aquél elegido "por unanimidad". Todo volvió a la normalidad cuando la Gran Logia declaró nulo e irregular un procedimiento tan expeditivo de nombrar Grandes Maestres que había fraccionado en dos a la masonería. Montagu se comportó moderadamente y, en la asamblea convocada para resolver el contencioso, renunció a su cargo en beneficio de Wharton". Clavel explica que "su administración fue sumamente favorable para la sociedad. El número de logias se aumentó considerablemente en Londres y en los demás condados y la Gran Logia se vio obligada a crear el oficio de Gran Secretario, a fin de poder despachar la correspondencia".
En junio de 1725, Wharton, viajó al continente y tomó contacto con los medios jacobitas romanos y españoles. En 1728, llegó a España y junto con otros ingleses residentes en Madrid fundaría la logia "Las Tres Flores de Lis", situada en la fonda del mismo nombre, en la calle San Bernardo, esquina con la calle de la Garduña. La logia es conocida como "Logia Matritense" e, históricamente, a pesar de que algunos hayan puesto en duda su existencia en los últimos tiempos, puede ser considerada como la primera logia establecida en España. A fines de 1728 volvió a Francia y permaneció en París entre septiembre de 1728 y abril de 1729, federando varias logias existentes en la capital del Sena.
Wharton es tenido por algunos, como el primer Gran Maestre de la Masonería francesa. En 1729 regresó a España muriendo en el monasterio de Poblet. Por motivos que se desconocen, su nombre fue borrado de las Actas de la Gran Logia de Inglaterra en 1768. Wharton murió al poco tiempo con el cuerpo desgastado por todo tipo de excesos. Su recuerdo se mantiene aun en la masonería española cuya Logia de Investigación lleva su nombre.
A pesar de esta tarea misional en España, el Duque de Wharton pasará a la historia por ser el representante mejor conocido y más representativo de los "Clubes del Fuego del Infierno". Puede entenderse entonces el interés que puso el pastor Anderson y Teófilo Desaguliers en denunciar a los "estúpidos ateos" en sus "Constituciones". Efectivamente, el Artículo I del reglamento establecido por en 1723 obligaba al masón "a obedecer a la ley moral; y si comprende bien el Arte, nunca será un estúpido ateo ni un religioso libertino". Estas frases han hecho verter ríos de tinta, pero, conociendo el dato de los Clubes del Fuego del Infierno, más parecen dardos dirigidos contra el Duque de Wharton que principios dictados por la tradición ancestral de los maestros masones, como hubiera sido de esperar.
El 20 de abril de 1721, el deán de Windsor, editó un proyecto de ley contra los clubes blasfemos. El proyecto era excesivamente radical y permitía perseguir a cualquier indiferentista religioso o disidente de la iglesia anglicana. Wharton fue el principal opositor con que contó dicho proyecto. En esa ocasión actuó como un cínico redomado. Extrajo una Biblia del bolsillo y leyó distintos fragmentos de los Hechos de los Apóstoles, adoptando las poses de un predicador. El proyecto fue rechazado y el propio duque blasfemó a gusto esa misma noche en su Club. Un año después de estos episodios Wharton ingresaba en la masonería y se hacía elegir Gran Maestre, bajo la tutela, bien es cierto, de Teófilo Desaguliers quien le impidió que condujera la masonería, como conducía cualquier otro asunto propio, desordenadamente. Al cabo de pocos años, desposeído de su cargo, terminó siendo expulsado de la masonería, su mandil, guantes y joyas quemados ritualmente. Fundó una asociación, la de los "Gorgomones", en la que caricaturizó a la masonería. Abandonadas las Islas Británicas, volvió a contactar con el pretendiente jacobita. Más tarde hay que ubicar su peripecia española. Murió a los 33 años con el hígado deshecho. Anderson y Desaguliers quisieron asegurarse estatutariamente de que nadie de las mismas características volviera a ostentar un alto cargo en la Orden.
Fuente: Los Clubes del Fuego del Infierno
por Tezcat
La Masonería llegó a España de forma definitiva con la invasión francesa de 1808. Napoleón no perteneció a la Masonería, pero fomentó la Orden en su imperio y casi toda su familia estaba integrada en diversas logias, incluido su hermano José, proclamado rey de España.
Llegada de la francmasonería moderna a España
Contrariamente a lo que ocurre en gran parte de Europa, la francmasonería moderna durante el siglo XVIII tuvo en España muy escasa -por no decir nula- vigencia. Y la razón es muy sencilla, pues tanto la Inquisición desde 1738, como la autoridad real desde 1751, prohibieron y condenaron la masonería, y no permitieron su desarrollo en España. La conclusión a la que se llega después de un estudio crítico es que la masonería no existió de una forma orgánica en la España del siglo XVIII.
Más que de una existencia organizada y continua de la masonería en la España del siglo XVIII hay que hablar de la presencia esporádica de algunas logias; o del paso de algunos masones extranjeros que no escaparon a la vigilancia y control de la Inquisición.
La primera Logia de la que se tiene noticia cierta en España fue la fundada, el 15 de febrero de 1728, por el duque de Wharton [1], que había sido Gran Maestro de la Gran Logia de Inglaterra y un reducido grupo de ingleses que en aquellas fechas se encontraban en Madrid. En algunos documentos figura como Las Tres Flores de Lys, que era el nombre del hotel francés, situado en la calle ancha de San Bernardo donde se constituyó la logia. También es conocida como la Matritense, pues fue deseo de sus fundadores que se registrara con el nombre de logia de Madrid. Fue eliminada del registro de la Gran Logia de Inglaterra en 1768 por haber pasado mucho tiempo sin haber dado señales de vida.
La Inquisición española
La introducción de las Logias en España se producía justo cuando la Inquisición ya había iniciado una decadencia, que le llevaría a la definitiva extinción en el siglo XIX.
La política reformista de los Borbones no sólo desplazó a la Inquisición, en cuanto institución, de los círculos influyentes del poder. Tales grupos se introdujeron como oficiales (por lo general, a título honorífico) en la Inquisición utilizando sus estructuras, que aún estaban vigentes, para oponerse a la política ilustrada.
La invasión de Napoleón y los primeros intentos constitucionales en España sirvieron para definir con más precisión las características y aspiraciones de estos sectores. El Santo Oficio no reducía su campo de acción solamente a lo religioso (perseguir herejes), sino también a lo político. Esta evolución conlleva, asimismo, la distinción de dos períodos en la persecución a la Masonería.
El primer período comprende desde 1738, fecha en la que fue condenada la Masonería por la Santa Sede y en la que se mandó a la Inquisición que la persiguiera, hasta 1789. Durante esta etapa, dominan los aspectos religiosos sobre los políticos en la persecución a la Masonería, según se desprende de los procesos inquisitoriales.
El segundo período se extiende entre 1768 y 1820, fecha de la supresión definitiva de la Inquisición, en el que la Revolución Francesa y sus repercusiones en España hicieron que hubiera una identificación del fenómeno revolucionario y de su ideología con la Masonería, por lo que se comprende fácilmente el predominio de los aspectos políticos sobre los religiosos que guiaron a la Inquisición en su persecución a la Masonería.
Masonería bonapartista
A raíz de la invasión francesa se constata en España la implantación de una masonería llamada bonapartista. Por una parte está integrada por las logias llamadas tradicionalmente de afrancesados, y cuyos principales núcleos fueron las madrileñas logias de Beneficencia de Josefina, Santa Julia, San José, Napoleón el grande, Filadelfos y Estrella de Napoleón, que constituyeron su propia Gran Logia Nacional de España. Por otra, una serie de logias más propiamente bonapartistas por cuanto dependían directamente del Gran Oriente de Francia se encontraban no solamente en Madrid, sino en Barcelona, Figueras, Gerona, San Sebastián, Vitoria, Santoña, Zaragoza, Cádiz, Santander, Santa Cruz de Tenerife, Sevilla y Talavera de la Reina. La composición de ambos grupos es distinta. Pues en el primero la mayoría de los que la integran son españoles, en tanto que en segundo --salvo muy raras excepciones-- sus integrantes son en su casi totalidad franceses.
Esta masonería bonapartista en España tiene gran importancia, pues se trata por primera vez en el país de la implantación de la masonería de una forma sistemática y en condiciones favorables, sin interferencias ni prohibiciones, bien sea del Gobierno o de la Inquisición. El hecho de que el propio rey José Bonaparte la favoreciera y ostentara el cargo de Gran Maestre explica cierta afluencia de españoles más ligados con el gobierno del rey "intruso". Las logias dependientes del Gran Oriente de Francia desaparecieron prácticamente al marchar los franceses.
La francmasonería durante el reinado de Fernando VII
La represión de la masonería en el reinado de Fernando VII es en realidad común a la sufrida por los afrancesados y liberales, tildados en muchas ocasiones de forma indiscriminada de masones. Durante la reacción fernandina el masonismo se identifica con el liberalismo. Decir «Francmasón», tal como se advierten en la publicística antimasónica de la época, es sinónimo de maldad, personificada por una sociedad o «especie de cofradía de hombres de todas naciones y lenguas reunidos con el 'santo' fin de destruir todo gobierno y toda religión», y a la que, por consiguiente, había que extirpar (Diccionario razonado manual).
Con la muerte de Fernando VII en 1833 se siguió una política de persecución y prohibición que hizo muy difícil la vida masónica en España. Razón por la que la única tentativa que se conoce de reorganización de la masonería española se hizo desde el extranjero, a partir de 1838, cuando Pedro de Lázaro y Martín, simbólico Padilla, funda en Lisboa un Grande Oriente Nacional de España, del que se conocen al menos tres logias de su dependencia, en Granada, Barcelona y Bilbao, así como un intento de abrir otra en Vitoria.
A partir de este momento empieza un período confuso sobre el que existe muy poca documentación, si bien hay constancia de la existencia de una serie de logias, especialmente en Barcelona, Cádiz y Gijón. La mayor parte de ellas dependían de obediencias masónicas extranjeras, como las logias San Juan de España y La Sagesse, de Barcelona, y Los Amigos de la Naturaleza y la Humanidad de Gijón auspiciadas por el Grande Oriente de Francia; La Verdadera Iniciación, de Barcelona, por el Grande Oriente de Uruguay; El Faro del Progreso de Barcelona, por el Grande Oriente Lusitano; y la Moralidad y Filantropía de Cádiz, por la Gran Logia Unida de Inglaterra.
El resurgir de la masonería española
El año 1868 es una fecha clave en la historia de la masonería española, pues tras la revolución de septiembre y la caída y expulsión de los Borbones, se alcanzan una serie de libertades, como la de reunión y expresión que llevaron a una profunda transformación social. La masonería española cesó de ser perseguida, lo que permitió un florecer y resurgimiento de la misma después de tantos años de represión policial y trabas gubernamentales.
Sin embargo al organizarse la masonería española inmediatamente se manifestó la falta de unidad, constituyéndose muy pronto, al menos, cinco grupos u obediencias distintas; a saber: el formado por las logias que dependían del Grande Oriente Lusitano Unido; el de los masones que se agruparon en torno a Ramón María Calatrava como Gran Maestre del titulado Grande Oriente Nacional de España; el compuesto por aquellos masones que fundaron un Gran Oriente de España, eligiendo para Gran Maestre al acaudalado comerciante Carlos C. Magnan y Clark. En Sevilla, pocos años después, se agruparon algunas logias antes dependientes de Lisboa, constituyendo una Gran Logia Independiente Española. Mientras tanto en Barcelona se intentaba la unión de las logias de Cataluña creando un cuerpo intermedio intitulado Gran Capítulo Catalán.
En otras partes se formaron pequeños grupos disidentes o independientes y se resucitaron algunas logias francesas en Gijón, Barcelona y Cartagena, que tras depender del Grande Oriente de Francia se fueron integrando en las diversas obediencias españolas.
En los albores del siglo XX
Tras la crisis masónica finisecular, con el comienzo del siglo XX, en 1900, puede decirse que las únicas organizaciones masónicas formales que había en España eran el Grande Oriente Español, con su sede en Madrid, y la Gran Logia Regional Catalana Balear, con sede en Barcelona, habiendo desaparecido o dejado de existir todas las demás. Entre ambas masonerías se estableció, en 1903, un pacto de amistad y mutuo reconocimiento por el que la Gran Logia Regional Catalana Balear, que estaba en aquellos tiempos en amistosas relaciones con 42 potencias masónicas del extranjero, consentía en transmitir estas relaciones al Grande Oriente Español. Por su parte el Grande Oriente Español reconocía la absoluta autonomía de la Gran Logia Regional para que actuara en los territorios de Cataluña y las Islas Baleares, sin que el Gran Oriente tuviera la menor injerencia en esos lugares.
Este pacto fue cumplido estrictamente por ambas partes hasta la muerte de Morayta en 1917 cuando el Grande Oriente Español constituyó logias en Barcelona rompiendo las cláusulas del pacto. Como reacción la Gran Logia Regional Catalana Balear, en 1920, extendió su jurisdicción a todo el territorio de España y asumió el título de Gran Logia Española, integrada a partir de 1921 en la Asociación Masónica Internacional de Ginebra.
A partir de este momento y hasta la guerra civil de 1936 las dos únicas obediencias de importancia en España serán el Grande Oriente Español, y la Gran Logia Española, de la que posteriormente se separarían algunas logias disidentes constituyendo la Gran Logia Unida, que apenas tuvo importancia, y que, en 1931, estaba integrada por tan sólo once logias.
También hubo, desde Barcelona un breve y fallido intento de resucitar el Grande Oriente de España, y en Canarias, en la línea de la reforma autonómica iniciada por el GOE se constituyó, en 1922, una Gran Logia de Canarias, que acabaría, en 1926, auspiciándose a la Gran Logia Española.
La reforma autonómica de 1923 coincidió con la implantación de la Dictadura de Primo de Rivera y un difícil período de persecuciones gubernativas que pusieron al GOE ante una compleja situación legal, siendo encarcelados numerosos masones en diversas ocasiones, incluido el Gran Maestre y demás altas jerarquías de la Orden. Debido a esta situación decidieron suprimir el Boletín Oficial del GOE que dejó de publicarse durante cuatro años. Hasta 1928 no se reanudó su publicación.
A partir de 1930, con la caída de la dictadura, se inicia un nuevo período de euforia masónica que culminará en 1933 para luego iniciar cierta recesión, más apreciable en el número de miembros que en el de logias, debida en gran medida a las campañas de la CEDA y de Falange Española en contra de la masonería.
Con la sublevación militar de Franco, la masonería fue aniquilada en la llamada zona nacional, refugiándose los masones supervivientes en el territorio republicano o en el extranjero. Como la masonería se adhirió desde el primer momento de la guerra a la II República Española, se vio obligada a seguir la suerte de ésta. Una de las últimas noticias, fechada el 1 de marzo de 1939 cierra con su elocuencia dramática, el ciclo de la guerra. Se trata del salvoconducto dirigido a todos los Talleres y masones regulares esparcidos por la superficie de la tierra, en el que se decía lo siguiente:
«SABED: Que en el día de la fecha y en atención a las causas que justifican el estado presente de la España liberal, perseguida por el triunfo de las fuerzas enemigas, la Francmasonería Española se ve obligada a abandonar su país, y espera que todos prestéis la ayuda moral y material a vuestros Hermanos que, en el exilio forzoso, no dudan recibir de vosotros.»
Esta "plancha de viaje", como se lee en el documento en cuestión, está firmada por las dos obediencias existentes entonces en España: el Gran Oriente Español, y la Gran Logia Española. Un año después, el 1° de marzo de 1940, con la promulgación de la Ley de Represión de masonería y comunismo se iniciaba otra etapa: la del total exterminio de la masonería por parte de los vencedores.
El retorno de la democracia
Tras la muerte de Franco se sucedieron los intentos por reconstruir la masonería, prohibida desde 1937. Los contactos realizados con los antiguos francmasones republicanos dieron un resultado negativo. El 90%, desengañados, se desentendieron de la organización en la que habían sido iniciados en su lejana juventud.
A finales de 1976, se dieron los primeros pasos para legalizar el Gran Oriente de España, a pesar de las reticencias del entonces Ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa, quien denegó en varias ocasiones la constitución de Grandes Logias. El gran maestre del Gran Oriente Español era Antonio de Villar Massó.
El panorama masónico español actual ofrece la presencia de Logias y Obediencias muy diversas. Junto a las Obediencias exclusivamente españolas, como la Gran Logia de España y el Gran Logia Simbólica, coexisten con la presencia de Obediencias de carácter internacional como la Federación Española del Derecho Humano (DH) y el Gran Oriente de Francia (GODF).
Fuente: Wikipedia
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NOTAS
[1] El Duque de Warthon
El ídolo de todos estos clubes [se refiere a los Clubes del Fuego del Infierno] no era otro que el joven Duque Philip de Warthon. Se trató de un personaje oportunista, provocador, alcohólico, libertino y, globalmente, depravado. Sus vaivenes políticos le llevaron de jurar fidelidad a Jacobo III en Avignon, cuando apenas tenía 18 años, aprovechando la ocasión para sacarle 2000 libras a la viuda de Jacobo II, en Saint Germain, que hicieron de él el mejor conocedor de los burdeles de París. Pero nada le impidió, de regreso a Inglaterra, tomar partido por la causa contraria. Su comportamiento fue progresivamente más escandaloso, sin duda, trastornado por su progresivo alcoholismo. Tan escandaloso comportamiento, conocido de todos, no fue óbice para que fuera admitido en la masonería. No tardaría en crear problemas a la recién creada institución. Se ignora la fecha en la que Wharton ingresó en la masonería, se sabe, eso sí, que logró escalar, muy pronto, hasta la cúpula.
El 25 de marzo de 1722, la Gran Logia de Londres sostuvo la candidatura del Duque de Montagu para ocupar el cargo de Gran Maestre. Montagu no era santo de la devoción del Duque de Wharton, así que éste tomó la iniciativa para impedir la elección. Clavel, historiador masónico por excelencia, cuenta la significativa anécdota: "El 21 de junio [Wharton] convocó una gran asamblea, para la cual había hecho preparar un suntuoso banquete. Estando ya en los postres, y por consiguiente, cuando ya las cabezas estaban algo acaloradas con los vapores del vino, que se había servido con profusión, los partidarios de Wharton, tomando a un tiempo la palabra, atacaron vivamente la reelección del Duque de Montagu, que reputaron como un acto impolítico y suficiente para desalentar a los hermanos, cuyo acto e influencia social podían ser empleados en beneficio de la masonería [...] Los partidarios de Wharton obtuvieron un triunfo completo, resultando aquél elegido "por unanimidad". Todo volvió a la normalidad cuando la Gran Logia declaró nulo e irregular un procedimiento tan expeditivo de nombrar Grandes Maestres que había fraccionado en dos a la masonería. Montagu se comportó moderadamente y, en la asamblea convocada para resolver el contencioso, renunció a su cargo en beneficio de Wharton". Clavel explica que "su administración fue sumamente favorable para la sociedad. El número de logias se aumentó considerablemente en Londres y en los demás condados y la Gran Logia se vio obligada a crear el oficio de Gran Secretario, a fin de poder despachar la correspondencia".
En junio de 1725, Wharton, viajó al continente y tomó contacto con los medios jacobitas romanos y españoles. En 1728, llegó a España y junto con otros ingleses residentes en Madrid fundaría la logia "Las Tres Flores de Lis", situada en la fonda del mismo nombre, en la calle San Bernardo, esquina con la calle de la Garduña. La logia es conocida como "Logia Matritense" e, históricamente, a pesar de que algunos hayan puesto en duda su existencia en los últimos tiempos, puede ser considerada como la primera logia establecida en España. A fines de 1728 volvió a Francia y permaneció en París entre septiembre de 1728 y abril de 1729, federando varias logias existentes en la capital del Sena.
Wharton es tenido por algunos, como el primer Gran Maestre de la Masonería francesa. En 1729 regresó a España muriendo en el monasterio de Poblet. Por motivos que se desconocen, su nombre fue borrado de las Actas de la Gran Logia de Inglaterra en 1768. Wharton murió al poco tiempo con el cuerpo desgastado por todo tipo de excesos. Su recuerdo se mantiene aun en la masonería española cuya Logia de Investigación lleva su nombre.
A pesar de esta tarea misional en España, el Duque de Wharton pasará a la historia por ser el representante mejor conocido y más representativo de los "Clubes del Fuego del Infierno". Puede entenderse entonces el interés que puso el pastor Anderson y Teófilo Desaguliers en denunciar a los "estúpidos ateos" en sus "Constituciones". Efectivamente, el Artículo I del reglamento establecido por en 1723 obligaba al masón "a obedecer a la ley moral; y si comprende bien el Arte, nunca será un estúpido ateo ni un religioso libertino". Estas frases han hecho verter ríos de tinta, pero, conociendo el dato de los Clubes del Fuego del Infierno, más parecen dardos dirigidos contra el Duque de Wharton que principios dictados por la tradición ancestral de los maestros masones, como hubiera sido de esperar.
El 20 de abril de 1721, el deán de Windsor, editó un proyecto de ley contra los clubes blasfemos. El proyecto era excesivamente radical y permitía perseguir a cualquier indiferentista religioso o disidente de la iglesia anglicana. Wharton fue el principal opositor con que contó dicho proyecto. En esa ocasión actuó como un cínico redomado. Extrajo una Biblia del bolsillo y leyó distintos fragmentos de los Hechos de los Apóstoles, adoptando las poses de un predicador. El proyecto fue rechazado y el propio duque blasfemó a gusto esa misma noche en su Club. Un año después de estos episodios Wharton ingresaba en la masonería y se hacía elegir Gran Maestre, bajo la tutela, bien es cierto, de Teófilo Desaguliers quien le impidió que condujera la masonería, como conducía cualquier otro asunto propio, desordenadamente. Al cabo de pocos años, desposeído de su cargo, terminó siendo expulsado de la masonería, su mandil, guantes y joyas quemados ritualmente. Fundó una asociación, la de los "Gorgomones", en la que caricaturizó a la masonería. Abandonadas las Islas Británicas, volvió a contactar con el pretendiente jacobita. Más tarde hay que ubicar su peripecia española. Murió a los 33 años con el hígado deshecho. Anderson y Desaguliers quisieron asegurarse estatutariamente de que nadie de las mismas características volviera a ostentar un alto cargo en la Orden.
Fuente: Los Clubes del Fuego del Infierno
por Tezcat