Jesús convalida a las personas cada vez que hacen algo redentor, sea que tengan todas las creencias correctas o no. Pensemos acerca de la escandalosa parábola del buen samaritano.
Jesús dice algo como: «Tengo una historia para contarles. Este tipo es golpeado en el camino a Jericó. Luego llega un sacerdote y pasa junto a él yendo de camino a dar culto. Después también pasa un levita, un individuo realmente religioso, y tampoco hace nada porque se le hace tarde para una reunión de la junta. Y luego llega un samaritano. (Casi podemos escuchar a la multitud reírse disimuladamente ya que los judíos ni siquiera pasaban caminando a través de Samaria, y mucho menos hablaban o tocaban a un samaritano). Pero el samaritano se ocupa de cuidar de aquel hombre abandonado».
La historia tiene que ver con un desafío sobre quién está adentro y quién afuera. La religión de los dos primeros no hace nada por moverlos a la compasión; pero el samaritano, que no cree todas las cosas correctas según los judíos, muestra compasión y es considerado el héroe de la historia.
Estoy seguro de que algunos de los que escuchan se quedan tildados. Según la elite religiosa, los samaritanos no guardan las normas correctas y no tienen una doctrina sólida. Pero Jesús muestra que la verdadera fe tiene que ejercerse de modo que resulte una buena noticia para esa persona magullada y quebrantada que yace en la zanja.
El punto resulta claro: Dios puede mostrarse de una manera evidente en un sacerdote, pero es igualmente posible que obre a través de un samaritano. Es precisamente ese el desafío que vemos que Jesús plantea una y otra vez. Les dice a los religiosos: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mateo 21.31).
Jesús dice algo como: «Tengo una historia para contarles. Este tipo es golpeado en el camino a Jericó. Luego llega un sacerdote y pasa junto a él yendo de camino a dar culto. Después también pasa un levita, un individuo realmente religioso, y tampoco hace nada porque se le hace tarde para una reunión de la junta. Y luego llega un samaritano. (Casi podemos escuchar a la multitud reírse disimuladamente ya que los judíos ni siquiera pasaban caminando a través de Samaria, y mucho menos hablaban o tocaban a un samaritano). Pero el samaritano se ocupa de cuidar de aquel hombre abandonado».
La historia tiene que ver con un desafío sobre quién está adentro y quién afuera. La religión de los dos primeros no hace nada por moverlos a la compasión; pero el samaritano, que no cree todas las cosas correctas según los judíos, muestra compasión y es considerado el héroe de la historia.
Estoy seguro de que algunos de los que escuchan se quedan tildados. Según la elite religiosa, los samaritanos no guardan las normas correctas y no tienen una doctrina sólida. Pero Jesús muestra que la verdadera fe tiene que ejercerse de modo que resulte una buena noticia para esa persona magullada y quebrantada que yace en la zanja.
El punto resulta claro: Dios puede mostrarse de una manera evidente en un sacerdote, pero es igualmente posible que obre a través de un samaritano. Es precisamente ese el desafío que vemos que Jesús plantea una y otra vez. Les dice a los religiosos: «Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de Dios» (Mateo 21.31).