La enfermedad del mundo, querida Susan Sontag...

toni

Estoy aquí desde agosto de 1999
27 Agosto 1999
10.311
1.067
www.facebook.com
<!-- / icon and title --><!-- message -->
img_tsunami.jpg


Artículos



Los que venimos de esa patria lejana y silenciosa llamada Cataluña, hemos bebido, leído y disfrutado de Susan Sontag gracias a una gran intelectual llamada Marta Pessarrodona, traductora y, por suerte, tradittora, de sus textos más relevantes. Sometida la memoria al bocajarro del momento, me viene al recuerdo su impactante libro “La enfermedad como metáfora”, quizás porqué me impactó su valentía, su fuerza. Mujer de verbo adusto y brillante, y de pensamiento comprometido, no siempre ha sido fácil estar de acuerdo con ella. Sus últimos tiempos como analista me han parecido, personalmente, los más discutibles. Me habla Marta de la larga enfermedad, que la tenía sometida al más duro pesimismo. Quizás… En cualquier caso, y desde la humildad, quede dicho que no comparto con ella sus análisis del 11-M, por mucho que entienda la crítica a Bush. Pero se le fue la mano. Sin embargo, mi discrepancia momentánea o la de cualquiera, son hoy, a día de su muerte, poco relevantes. Susan ha sido uno de los grandes pensadores occidentales del siglo (y no feminizo el término con toda la intención), y para muchas mujeres hechas golpe a golpe, hechas a nosotras mismas, fue un espejo reflector, la luz que iluminaba el camino que queríamos forjar. Personalmente iluminó parte de ese reencuentro con una misma. A esa luz dedico, hoy, mi pequeño homenaje.

Y, con el in memorian a Susan Sontag, también dedico a ella las preguntas que moralmente me parece obligado hacer estos días dramáticos. Justamente porqué estamos ante el dolor de miles de muertos, ante una tragedia que inunda las pantallas de la televisión como si fuera una macabra broma de Navidad, una ficción salvaje y cruel. Me decía un amigo que no se sentía suficientemente capaz de padecer solidariamente como tendría que hacerlo, porqué la televisión le creaba una atmósfera de ficción, una especie de virtualidad que plastificaba el drama. No es mi caso, quizás porqué el hecho de tener dos hijos adoptados, nacidos en las entrañas de los mundos sin entrañas, allí donde los mapas pierden el sentido de la geografía (mi pequeña Ada siberiana, mi pequeño Noé), todo ello me crea una extraña cercanía. ¡Esos cuerpecitos inertes, esos niños lejanos, esas miradas exóticas, tan parecidas a las miradas de los míos! Si la muerte siempre resulta incomprensible, ¿cómo será cuando se presenta a caballo de una tragedia mayúscula? Hora es, pues, de activar los mecanismos de ayuda, de llorar por las víctimas cercanas y sentir por las lejanas, hora de actuar, de exprimir nuestras energías hasta más allá de la propia obligación. Pero, mientras enterramos a los muertos, encontramos a los desaparecidos, rezamos a los dioses, los que tengamos dioses a los que rezar, y maldecimos los hados de la muerte, mientras intentamos reconstruir lo que la tragedia ha destruido, también será hora de hacer un análisis crítico. En este sentido, tengo algunas acotaciones incómodas por hacer. Y las hago desde la convicción moral de considerarlas necesarias. No todo es culpa del poder indómito de la naturaleza…

No todo…, y de ahí mi primera acotación y mi primera pregunta: ¿cuántos miles de muertos se podrían podido evitar, solo si se hubiera actuado con celeridad? La afirmación del experto canadiense de origen indio, Tad Murty, es rotunda: “Una sencilla red de alerta hubiera salvado a miles de víctimas”. Y añade: “He intentado hablar muchas veces con el gobierno de la India para instalar sensores submarinos y siempre me han dicho que no tenían dinero”. Sin embargo, los expertos aseguran que no se trata de una cuestión de dinero, sino más bien de logística, personas que se ocupen del mantenimiento, administraciones eficaces, etcétera. Me dirán que ello reproduce con fidelidad el drama clásico del Tercer Mundo, a menudo sometido a tragedias que serían fácilmente evitables si hubiera las infraestructuras mínimas. Es cierto. Y no seré yo quien niegue la responsabilidad del Primer Mundo respecto a la situación de millones de personas que viven fuera de la tecnología, fuera de la medicina, fuera de las oportunidades que tenemos una minoría del planeta. Pero también resulta necesario poner en evidencia las otras responsabilidades, las que nunca salen en los catálogos de la mala conciencia occidental, ni decoran las buenas intenciones de las ONGs, ni tienen espacio en los informativos de la CNN.

Este es mi pequeño catálogo de preguntas incómodas. Respecto a la solidaridad, ¿cuánta solidaridad llegará a la zona desde el Golfo Pérsico, allí donde existen algunas de las fortunas más grandes del planeta? A pesar de que en el Sudeste Asiático vive la comunidad islámica más grande del mundo, ¿contemplaremos una gran ola de solidaridad del petrodólar con sus hermanos de fe? ¿Algunas de las grandes fortunas islámicas implicadas en la financiación de la muerte, vía terrorismo, dejarán caer unos cuántos dólares para financiar la vida?¿Los grandes bancos del centro financiero de Kuala Lumpur, en el corazón de Malasia, y sede de la mayoría de bancos islámicos del planeta, se pondrán en primera línea de ayuda? Estos bancos, que regentan las fortunas del petrodólar y gestionan el dinero de la “caridad musulmana”, que va directamente a alimentar una visión rigorista y fanática del Islam, ¿entenderán por una vez que la caridad no es fanatizar, sino comer, vestir, hacer casas para los vivos y poder enterrar decentemente a los muertos? Lo pregunto, porqué cada día nos comemos toneladas de solidaridad islámica con las causas musulmanas, pero la única solidaridad que conozco en forma de viviendas, de escuelas, de sanidad, parte siempre del mundo occidental. La solidaridad islámica se reparte, entre la inculcación del fanatismo y el mantenimiento de la logística terrorista. Es, por tanto, toda otra lógica…

Respecto a la catástrofe, ¿qué nivel de responsabilidad en la corrupción política, la miseria de su gente, la ignorancia y la falta de todo tipo de infraestructuras, recae en los propios gobiernos de la zona? ¿Hablamos de la feroz dictadura de Myanmar, capaz incluso de mentir sobre sus propias víctimas? ¿Qué tenemos que decir de la guerra abierta en Sri Lanka, donde hasta la Guerrilla de los Tigres de Liberación Tamil reclutan niños, y donde una parte substancial de la riqueza se dedica a comprar armamento para alimentar el conflicto? De Malasia podemos hablar de los estados del norte, donde se ha impuesto un fascismo teocrático de corte islámico rigorista. O podemos hablar del gran presidente malasio Mahathir, considerado como el líder más respetado de Asia. En su último gran discurso ante el mundo, Mahathir no solo no alimentó las ideas liberadoras, conciliadoras y democráticas, sino que llegó a decir que “los judíos han inventado los derechos humanos y la democracia para conseguir el control del mundo”. Y añadió que no creía en la guerra contra el terrorismo, sino que estaba convencido de que era “una excusa de los judíos para dominar a los musulmanes”. Aún son aplaudidas sus palabras.

Podríamos continuar con las preguntas incómodas. Pero me quedo con la pregunta central: ¿la falta de democracia en la zona, la consolidación de jerarquías enormemente ricas y profusamente corruptas, la alimentación de fanatismos religiosos, base de tantas miserias, y la realidad de unas administraciones desastrosas, inoperantes y premodernas, todo ello no ha influido en la magnitud de la tragedia? Es decir, ¿qué parte de responsabilidad en la muerte trágica, gratuita, innecesaria de miles de personas, recae en la voluntad de unos gobiernos por mantenerse fuera de la modernidad? Dicho lo cual, que el mundo occidental actúe, ayude, se implique hasta lo hondo, como es su obligación y su responsabilidad. Pero sin obviar que una parte también substancial de la responsabilidad recae en dirigentes que no invierten en sensores submarinos, pero lo hacen en guerras, en fanatismos y en el mantenimiento de privilegios impensables…

Acabo con una frase de Susan Sontag: “La designación de un infierno nada nos dice de cómo sacar a la gente del infierno”. Mi querida, admirada y ya añorada Susan: no estoy muy segura de que no sepamos como hacerlo. Pero, ¿queremos?...


Pilar Rahola : Diari Avui. Barcelona.

www.pilarrahola.com


Replay...

¿cuánta solidaridad llegará a la zona desde el Golfo Pérsico, allí donde existen algunas de las fortunas más grandes del planeta? A pesar de que en el Sudeste Asiático vive la comunidad islámica más grande del mundo, ¿contemplaremos una gran ola de solidaridad del petrodólar con sus hermanos de fe? ¿Algunas de las grandes fortunas islámicas implicadas en la financiación de la muerte, vía terrorismo, dejarán caer unos cuántos dólares para financiar la vida?



Duro con ellos mi estimada Pilar.