LA CRUZ EN LA VIDA CRISTIANA NORMAL
Watchman Nee
1
LA SANGRE Y LA CRUZ
En el libro “La Vida Cristiana Normal” hemos notado que el Apóstol Pablo nos da su propia definición de la vida cristiana en la carta a los Gálatas, cap. 2, verso 20: “... no ya yo, mas... Cristo...”. El apóstol no declara aquí algo especial o singular, un nivel más elevado del Cristianismo. Creemos que esta presentando la norma de Dios para un cristiano, lo que puede resumirse en las palabras: Ya no vivo yo, mas Cristo vive Su vida en mi.
Dios lo aclara bien en Su Palabra, la que tiene una sola respuesta a toda necesidad humana: Su Hijo Jesucristo. Nos ayudara muchísimo y os librara de gran confusión el mantener constantemente delante de nosotros el hecho de que Dios contestara a todas nuestras preguntas de la misma manera, vale decir, revelándonos cada vez mejor a Su Hijo.
Lo primordial es que tenemos un conocimiento básico del hecho de la muerte del Señor Jesús como nuestro sustituto sobre la Cruz, y una clara comprensión de la eficacia de su Sangre en lo que hace relación a nuestros pecados, porque sin estas premisas no podemos pretender iniciar nuestro camino. Solamente en la medida en que el Espíritu Santo me haga conocer a mi el valor que para Dios tiene la Sangre de Cristo, podré yo entrar en sus beneficios y descubrir cuan preciosa es, de veras, aquella Sangre para mi.
Hay vida en la Sangre, y esa Sangre tiene que ser vertida por mi, por mis pecados. Es Dios quien pide que sea así. Es El quien pide que esa Sangre sea presentada a fin de satisfacer Su propia justicia, y El mismo quien dice: “Cuando vea la sangre pasare de vosotros”. La Sangre de Cristo da plena satisfacción a Dios. El Espíritu Santo me hace conocer ahora el valor que Dios le da a la Sangre de Cristo de la cual soy beneficiario, y así descubro cuan preciosa es la Sangre para mi.
Como es aquí donde a menudo hallamos dificultades, quiero decir al respecto algunas palabras a mis jóvenes hermanos en el Señor. Cuando incrédulos probablemente nunca habíamos ido inquietados por nuestra conciencia hasta el dia en que la Palabra de Dios empezó a despertarnos. Nuestra conciencia hasta entonces había estado muerta. Y los que tienen conciencia muerta no son por cierto de utilidad alguna a Dios. Pero más tarde, cuando creímos, nuestra conciencia al despertar pudo haberse tornado sumamente sensible, lo que también puede por su parte, constituir un grave problema para nosotros. Es cuando el sentido del pecado y de la culpa llega a ser tan terrible que puede hacernos perder de vista la verdadera eficacia de la Sangre. Cuando nos parece que nuestros pecados son tan reales –y quizás algún pecado especial nos llega a molestar en grado tal- que concluimos por ocuparnos mas de nuestros pecados que de la sangre de Cristo.
Ahora bien, la dificultad de todo ello reside en nuestro intento por palparlo: tratamos de conocer en forma subjetiva lo que la Sangre es para nosotros y de sentir su valor. Pero no podemos hacerlo; ella no obra en esa forma. La Sangre es en primera instancia, para ser apreciada de Dios. Después lo que resta a nosotros es aceptar la estima con que Dios la avalora. Al hacerlo así, hallaremos nuestra propia valoración de la Sangre. Si lo intentamos por vía de nuestros sentimientos, no arribaremos a nada, quedaremos a oscuras. De modo que no es así, sino que se trata de fe en la Palabra de Dios. Tenemos que creer que la Sangre es preciosa para Dios, porque El lo dice: (1 P. 1:18, 19). Si Dios puede aceptar la Sangre como pago por nuestros pecados y como el precio de nuestra redención, luego podemos estar seguros de que la deuda ha sido saldada. Si Dios esta satisfecho con la Sangre, entonces la Sangre tiene que ser aceptable. Nuestra valoración depende de la suya – ni más ni menos. No puede ser mayor, ni debe ser menor. Recordemos que El es santo y justo, y que un Dios santo y justo, tiene derecho de decir que la Sangre es aceptable a Sus ojos y que le ha satisfecho plenamente.
Pero ocurre en la practica que nosotros aceptamos muy fácilmente la acusación de Satanás. La razón de ello esta en que aun nos aferramos a la esperanza de tener alguna justicia propia en nosotros mismos. La base de esta esperanza esta errada. Satanás a logrado desviar nuestra vista. Con ello a ganado ventaja, haciéndonos ineficaces. Pero si nosotros hemos aprendido a no poner confianza alguna en la carne, no nos sorprenderemos al pecar porque la naturaleza misma de la carne es hacer pecado. ¿Entiendes lo que quiero decir? Es a causa de no haber llegado a comprender nuestra verdadera naturaleza, y de ver cuan inútiles somos, que aun sustentamos cierta desconfianza en nosotros mismos, lo que da como resultado que cuando Satanás viene y nos acusa sucumbimos.
Dios es harto poderoso para tratar con nuestros pecados; pero no puede hacerlo con un hombre que acepta la acusación de Satanás porque el tal no esta confiando en la Sangre. La Sangre habla en su favor, pero el esta mas bien escuchando a Satanás. Cristo es nuestro abogado, pero nosotros, los acusados, tomamos parte por el acusador. No hemos llegado a admitir que merecemos únicamente la muerte; y que, como veremos enseguida, servimos solo para ser crucificados. No hemos llegado a reconocer que solo Dios puede contestar al acusador y que El lo ha hecho ya en la Sangre preciosa.
La Cruz de Cristo
Así vemos que, en forma objetiva, la Sangre trata con nuestros pecados. El Señor Jesús los ha cargado, llevándolos en la Cruz por nosotros, como Sustituto nuestro, habiendo logrado así, para nosotros, el perdón, la justificación y la reconciliación. Pero debemos avanzar un paso mas en el plan de Dios para entender como procede El con el principio del pecado en nosotros. La Sangre puede lavar mis pecados, pero no puede lavar mi “viejo hombre” Se hace necesaria la Cruz para que yo sea crucificado.
Nosotros estamos siempre dispuestos a creer que efectivamente lo que hemos hecho es muy malo, pero que nosotros mismos no lo somos tanto. Dios, por su parte, se empeña en mostrarnos que nosotros mismos somos malos, radicalmente malos. La raíz del problema es el pecador mismo; por tanto, hay que proceder con el. La sangre procede con nuestros pecados, pero la Cruz debe tratar con el pecador. La sangre procura el perdón por lo que hemos hecho; La Cruz procura nuestra liberación de lo que somos.
En los primeros cuatro capítulos del libro de Romanos apenas ocurre la palabra “pecador”. Ello se debe a que allí no se tiene en vista al pecador mismo sino a los pecados cometidos. La palabra “pecador” recién se destaca en el capitulo 5, y es importante observar como se introduce allí al pecador. Notemos que en ese capitulo, un pecador es llamado así porque nace pecador, no porque haya cometido pecados. La distinción es importante. Aunque bien es cierto que cuando un predicador quiere convencer a un hombre cualesquiera de que es pecador, se sirve a menudo del verso favorito que se halla en romanos 3:23 donde dice que “todos pecaron” ; Es cierto también que tal aplicación de ese versículo no esta estrictamente justificado por las Escrituras. Los que así lo usan caen en el peligro de argumentar al revés, porque la enseñanza del libro de Romanos no es de que somos pecadores porque pecamos, sino de que pecamos porque somos pecadores. Somos pecadores por constitución mas bien que por acción. Como se expresa en Romanos 9:19: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”.
¿Cómo fuimos constituidos pecadores? Por la desobediencia de Adán. No nos convertimos en pecadores por lo que hemos hecho, sino por causa de lo que Adán hizo y llego a ser. Yo hablo ingles, pero no por eso soy ingles. Yo de hecho soy chino.
Cierta vez pregunte a una clase de niños: “¿Qué es un pecador?, y su respuesta inmediata fue: ‘Uno que peca’. Sí, es verdad el que peca es un pecador; pero el hecho de que peque no es la causa sino solo la evidencia de que ya es pecador. Uno que peca es pecador, pero si uno pudiera vivir sin pecar igualmente seria pecador, puesto que tiene en si mismo la naturaleza caída de Adán y necesita la redención. ¿Me entiendes? Hay pecadores malos y pecadores buenos, hay pecadores morales y hay pecadores corruptos, pero todos son igualmente pecadores. A veces pensamos que, con tal de no haber incurrido en ciertas cosas, todo esta bien; pero el problema reside más hondo que en aquello que hacemos; radica en lo que somos. Lo que cuenta es lo que somos por nacimiento. Así, pues, yo soy pecador porque nací en Adán. No es asunto de mi conducta, sino de mi herencia, de mi origen. No soy pecador porque peco sino que peco porque desciendo de una mala estirpe. Peco porque soy pecador. Además, no puedo hacer nada para cambiar esto. Nada por mejorar mi comportamiento; no puedo dejar de ser Adán y, por lo tanto, pecador.
En la china hablé una vez en este tenor y observé: Todos hemos pecado en Adán. Como alguien dijo que no comprendía, trate de explicarlo de este modo: Todos los chinos remontan su ascendencia a Huang-ti. Hace mas de cuatro mil años él sostuvo una guerra con Si-iu. Su enemigo era muy poderoso; no obstante, Huang-ti lo venció y lo mato. Después de esto Huang-ti fundo la nación china. Por tanto, hace cuatro mil años nuestra nación fue fundada por Huang-ti. Y bien, ¿qué habría sucedido si Huang-ti no hubiera matado a su enemigo, sino que él mismo hubiera perecido? ¿Dónde estaría usted ahora?
No habría nada de mi, el hombre contestó. Oh, no, Huang-ti puede morir su muerte y tu puedes vivir tu vida.
Imposible, grito él: Si Huang-ti hubiera muerto, entonces yo nunca podría haber vivido, porque mi vida procedió de él.
En Romanos 5:12-21 no solo se nos dice algo al respecto de Adán, sino algo también tocante al Señor Jesús: “Así como por desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos fueron constituidos justos.” En este notable pasaje la gracia contrasta con el pecado y la obediencia de cristo se contrapone a la desobediencia de Adán. En Adán recibimos todo lo que es de Adán; En cristo recibimos todo lo que es de Cristo. Luego se nos ofrece una nueva posibilidad. En Adán todo se perdió. Por la desobediencia de un hombre fuimos todos constituidos pecadores. Por él entro el pecado y por el pecado la muerte; desde ese dia en adelante y a través de toda la raza, el pecado ha reinado para muerte. Pero ahora un rayo de luz se hace sobre la escena. Por medio de la obediencia de Otro, nosotros podemos ahora ser constituidos justos. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, y así como el pecado reino para muerte, así también puede reinar la gracia por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo nuestro Señor (Ro.5:19-21). Nuestra desesperación esta en Adán; nuestra esperanza en Cristo.
2
EN CRISTO
Cuando el Señor Jesús murió en la Cruz, El derramó su Sangre, dando así Su vida impecable para expiar nuestro pecado y para satisfacer la justicia y la santidad de Dios. Hacerlo era prerrogativa exclusiva del Hijo de Dios. Ningún hombre pudo tener parte en ello. Las escrituras nunca dicen algo así como que nosotros derramamos nuestra sangre juntamente con la de Cristo. En la obra expiatoria delante de Dios, El actuó solo; Ningún otro pudo tomar parte. Pero el Señor Jesús murió no solo para derramar Su Sangre; murió para hacer que nosotros pudiéramos morir. Murió como nuestro Representante. En Su muerte, El nos incluyo a ti y a mí.
Nosotros solemos usar los términos ‘sustitución’ e ‘identificación’ para describir estos dos aspectos de la muerte de Cristo. Muchas veces el uso de la palabra ‘identificación’ es adecuado; pero la identificación podría indicar que el proceso se inicia desde nuestro lado, que soy yo quien procuro identificarme con el Señor. Bien. Estoy de acuerdo en que la palabra es cierta, pero debemos dejar su uso para mas adelante. Por ahora es mejor empezar con el hecho de que el Señor Jesús me incluyó a mi en Su muerte. Es la muerte ‘inclusiva’ del Señor lo que me coloca en una posición para identificarme, no es que yo me identifico para luego ser incluido. Lo que cuenta es mi inclusión en Cristo de parte de Dios. Es algo que Dios ha hecho. De allí que aquellas dos palabras del Nuevo Testamento, ‘En Cristo’, me sean siempre tan preciosas.
NUESTRA MUERTE CON CRISTO UN HECHO HISTORICO
¿Crees tú en la muerte de Cristo? Por supuesto que sí. Bien, la misma Escritura que dice que El murió por nosotros, dice que también que nosotros morimos con El. “Cristo murió por nosotros” (Ro.5:8) es la primera declaración y es suficientemente clara. Pero ¿son estas otras, acaso, menos claras?: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” , y “Morimos con Cristo” (Ro.6:6, 8).
¿Cuándo somos crucificados con El? ¿Cuál es la fecha de crucifixión de nuestro viejo hombre? ¿Es mañana, ayer, u hoy? “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”, es decir, al mismo tiempo. Algunos de vosotros vinisteis aquí juntos. Podríais decir: Mi amigo vino aquí conmigo, Si uno hubiera venido hace tres días, y el otro recién hoy, no podríais decir así: pero, bien, como hecho historico, podemos decir con reverencia pero con certeza: Yo fui crucificado cuando Cristo fue crucificado –por cuanto no se trata de dos acontecimientos, sino de uno solo. Mi crucifixión fue “con El” ¿Ha sido crucificado Cristo? Luego ¿Cómo podría no haberlo sido yo? Si El fue crucificado hace dos mil años, y yo con El ¿cómo podría decirse que mi crucifixión tendrá lugar mañana? ¿Puede ser pretérita la crucifixión del Señor, y la mia presente o futura? ¡Alabado sea el Señor! Cuando El murió en la Cruz, yo morí con El. No solamente murió en mi lugar, sino que me llevó a mi consigo a la Cruz y yo también morí. Si creo en la muerte del Señor Jesús entonces puedo creer en mi propia muerte con tanta seguridad como creo en la de El.
En Romanos 6:5, escribiendo a los que “fueron bautizados” (vers. 3), Pablo dice, que somos “unidos con El en la semejanza de Su muerte” porque por el bautismo reconocemos en figura que Dios ha obrado una unión intima entre nosotros y Cristo en este asunto de muerte y resurrección. Cierto día trataba de recalcar esta verdad a un hermano en Cristo. Estábamos tomando el té, así que tome un terrón de azúcar y lo disolví en mi taza. Unos minutos mas tarde, le pregunté: ¿Puede decirme donde esta el azúcar ahora y donde esta el té? No, me dijo: Usted los ha juntado y se perdió el uno con el otro; ya no se pueden separar. Era una ilustración sencilla pero le ayudo a comprender el carácter intimo y decisivo de nuestra unión con Cristo en Su muerte. Es Dios quien nos ha puesto allí y los actos de Dios son irreversibles.
¿Qué implica, en realidad, esta unión? El verdadero significado que yace tras el bautismo es que en la Cruz “fuimos bautizados” en la muerte histórica de Cristo, de modo que Su muerte se hizo la nuestra. Nuestra muerte y la suya quedaron entonces tan estrechamente identificadas que es imposible separarlas. A este bautismo histórico, a esta unión con Cristo que Dios ha obrado consentimos nosotros cuando descendemos a las aguas. Nuestro testimonio publico por medio del bautismo pone en evidencia nuestro reconocimiento de que la muerte de Cristo ocurrida dos mil años ha fue una muerte potente e inclusiva, lo suficientemente poderosa e inclusiva como para quitar y poner fin por medio de ella a todo lo que en nosotros no sea Dios.
Infelizmente algunos han aprendido a considerar el entierro como un medio de muerte: procuran alcanzar muerte enterrándose. Permítaseme decir que ha menos que nuestros ojos hayan sido iluminados por Dios para comprender que hemos muerto en Cristo y hemos sido enterrados con El, no tenemos derecho a bautizarnos. La razón porque descendemos a las aguas es que hemos reconocido esto: Que ha la vista de Dios ya hemos muerto. A esto damos testimonio. La pregunta de Dios es clara y sencilla: ‘Cristo ha muerto y yo te he incluido allí. Ahora bien, ¿qué dices tu? ¿Cuál es mi respuesta? ‘Señor creo que Tu me has crucificado. Reconozco la muerte y el entierro a que me has destinado’. Sí El me ha entregado a la muerte y la tumba; y mediante mi pedido de bautismo yo doy asentimiento en publico a ese hecho.
En Gálatas 6:14, dice el Apóstol Pablo: “...en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo,... el mundo me es crucificado a mi, y yo al mundo”, es la misma figura que el apóstol Pedro desarrolla cuando escribe de las ocho almas que fueron “salvadas por agua” (1 P.3: 20). Al entrar en el arca, Noé y su familia salieron por fe del viejo mundo corrompido para entrar en otro nuevo. No se trata tanto del hecho de que ellos personalmente no perecieron ahogados sino que salieron de aquel sistema corrupto. Esto es salvación.
Luego continua diciendo Pedro: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva” (3:21). En otras palabras, es mediante ese aspecto de la Cruz que el bautismo implica, que somos librados de este presente siglo malo y, por el bautismo en agua, esto se confirma. Es el bautismo, “en Su muerte”, que pone fin a una creación, pero es tambien bautismo “en Cristo Jesús”, que tiene en vista la nueva creación (Ro.6:3). Te sumerges en el agua y, en figura, tu mundo desciende contigo. Tú resurges en Cristo, mas tu mundo perece ahogado.
“Cree en el señor Jesucristo y seras salvo”, dijo Pablo en Filipo, y hablo la palabra del Señor al carcelero y a su familia, “y en seguida se bautizo con todos los suyos” (Hch.16:31-34). Al hacer esto, el carcelero y los que con el estaban, testificaron ante Dios, su pueblo y las potestades espirituales que de veras habian sido salvadas de un mundo bajo juicio. Como consecuencia, leemos que se regocijaron en gran manera por haber creido en Dios.
Antes de ser salvo por Jesucristo, quizás, procuraste salvarte a ti mismo. Leías la Biblia, orabas, ibas a las reuniones de la iglesia, hacías limosnas. Luego un día tus ojos fueron abiertos y viste que una salvación plena había sido ya provista para todos en la Cruz. Aceptaste eso y agradeciste Dios. Entonces la paz y el gozo llenaron tu corazón. Pues bien, la salvación y la santificación tienen exactamente la misma base. Se recibe la liberación del pecado del mismo con que se recibe el perdon de los pecados.
El camino de liberación hecho por Dios, es pues diferente del camino del hombre. El procedimiento humano es el de, tratar de suprimir el pecado, esforzándose por vencerlo, en tanto que el divino es de quitar de en medio el pecador. Muchos cristianos lamentan su debilidad, creyendo que, si tan solo fueran algo mas fuertes, todo andaría bien. La idea de que el fracaso en mantener una vida santa se debe a nuestra impotencia y de que como consecuencia se nos demanda algo mas, conduce inevitablemente a ese falso concepto del camino de liberación. Si estamos preocupados por el poder del pecado y por nuestra incapacidad de enfrentarlo, llegaremos a creer que para ganar la victoria sobre el pecado necesitamos tener más poder. Si tan solo fuera algo mas fuerte, decimos, yo podría vencer mis violentos accesos de mal humor –y de allí que rogamos al Señor nos de fuerzas para ejercer mayor autodominio.
Pero esto es del todo errado; la vida cristiana no es esto. El procedimiento que Dios sigue para librarnos del pecado, no es el de hacernos cada vez mas fuertes, sino por el contrario el de hacernos cada vez más débiles. Tu dirás con razón que este es un camino algo singular hacia la victoria, pero es el camino de Dios. Dios nos libra del dominio del pecado, no fortaleciendo a nuestro viejo hombre, sino crucificándolo; no ayudándole a hacer algo, sino quitándolo del todo del escenario.
Durante años quizás tú has tratado en vano de ejercer control sobre ti mismo, y quizás aun hoy te esfuerzas en ello, pero, el día en que tus ojos sean abiertos te darás cuenta de que eres impotente para hacer cosa alguna y que al dejarte de lado, Dios lo ha hecho todo. Revelación tal pone fin a todo esfuerzo humano.
“Sabiendo esto…”
¿Cómo sabes que tus pecados son perdonados? ¿Porque tu pastor te lo dijo? No, pero lo sabes. Si te pregunto como lo sabes, tu única respuesta seria: `Yo lo se’, Este conocimiento viene por revelación divina. Viene del Señor mismo. Por supuesto el hecho del perdón de los pecados esta en la Biblia, pero para que la palabra escrita de Dios llegue a ser una Palabra viva de Dios para ti, El tuvo que darte “un espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de El” (Ef.1:17). Lo que necesitabas era conocer a Cristo en esa forma y siempre será asi. De modo que llega el momento en que cualquier nuevo conocimiento de Cristo, cuando lo aprehendes en tu propio corazón, lo `ves´ en tu espíritu. Una luz a brillado en tu ser interior y estas plenamente persuadido del hecho. Lo que es verdad en lo tocante al perdón de tus pecados, lo es igualmente en cuanto a tu liberación de él. La luz de Dios se hace en tu corazón, te ves a ti mismo en Cristo. Ahora ya no porque alguien te lo haya dicho, ni simplemente porque el pasaje de romanos 6 lo dice. Se trata de algo más. Lo sabes porque Dios mismo te lo ha revelado por su Espíritu. Quizás no lo entiendas ni lo sientas, pero lo sabes porque lo has visto. Una ves que te hayas visto en Cristo ya nada puede sacudir tu seguridad de ese bendito hecho: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos mas al pecado” (Ro.6:6).
Asi que nuestro primer paso es el de buscar de Dios un conocimiento que viene por revelación – una revelación, lo que equivale a decir que no es de nosotros mismos, sino que emana de la obra consumada del Señor Jesucristo en la Cruz. Cuando Hudson Taylor, fundador de la Misión al interior de la China, entro en la vida cristiana normal fue asi como lo hizo. Cuenta el de su viejo problema, de cómo podía vivir en “Cristo”, y de cómo podía sacar la sabia de la Vid, para si mismo. Hudson Taylor sabia que el necesitaba que la vida de Cristo fluyera por él y sentía que no la tenia. Vio claramente que su necesidad tenia que abrevarse en Cristo. Escribiendo a su hermana, decía: Sabía que si tan solo fuera capaz de permanecer en Cristo, todo estaría bien, pero no pude. Cuando mas se esforzaba, tanto más se descaminaba, hasta que un día la luz amaneció. Llegó la revelación y Hudson Taylor vio.
“En esto, creo, está el secreto; no en preguntar cómo sacar sabia de la Vid para mi mismo, sino recordar que Jesús es la Vid, raíz, tallo, pámpanos, ramas, flores y fruto, cabe decir, todo.”
En otra ocasión en las palabras de un amigo que le había ayudado:
“No tengo que ir convirtiéndome a mi mismo en pámpano. El señor Jesús me dice que soy un pámpano. Que soy parte de El y simplemente tengo que creerlo y actuar conforme a ello. Durante mucho tiempo he visto esta verdad en la Biblia, pero ahora lo creo como una viva realidad.”
Era como si algo, a pesar de haber sido siempre verdad, recién entonces, de repente, hubiera cobrado una nueva realidad para él; Y escribe otra ves a su hermana:
“No se hasta que punto podré expresarme en forma inteligible acerca de ello, porque no hay nada nuevo, extraño y maravilloso y, sin embargo, ¡todo es nuevo! En una palabra “habiendo sido ciego ahora veo”… Estoy muerto y sepultado con Cristo, sí, y resucitado y ascendido también. Dios me considera así y dice que yo también me considere mí mismo en esa forma. El conoce mejor… ¡Oh, el gozo de comprender esta verdad! Ruego que los ojos de tu entendimiento sean iluminados y que puedas conocer y disfrutar de las riquezas que nos son dadas libremente en Cristo.”
¿Oh cuán grande es ver que estamos en Cristo! ¡Imaginad la confusión de tratar de entrar en una pieza donde ya se está! ¡Imaginad lo absurdo de pedir que se nos haga entrar! Si nos damos cuenta de que estamos adentro, no haremos ningún esfuerzo para entrar. Si tuviéramos más revelación, tendríamos menos oraciones y más alabanzas. Muchas de nuestras oraciones a favor de nosotros mismos se deben a que estamos ciegos a lo que Dios ha hecho.
Recuerdo un día en Shangai cuando, conversando con un hermano muy inquietado respecto de su estado espiritual, éste me dijo: Tantos viven una vida hermosa y santa. Me avergüenzo de mi mismo; yo me llamo cristiano, y sin embargo comparado con otros siento que no lo soy. ¡Quiero conocer esta vida crucificada, esta vida resucitada, pero no la conozco y no veo como alcanzarla!
Otro hermano estaba conmigo y los dos, estuvimos conversando por más de dos horas, procurando sin éxito explicar al hombre que él no podía recibir nada fuera de Cristo. Dijo nuestro hombre: Lo mejor que uno puede hacer es orar.
Pero si dios ya te ha dado todo, ¿qué tienes que pedir? Preguntamos. No me ha dado todo, contesto él, porque aun cedo al malhumor, porque constantemente caigo; así que debo orar más.
Bien, le dijimos, ¿consigues lo que pides? Lamento decir que no recibo nada, contestó.
Procuramos hacerle notar que, así como él no había hecho nada por su justificación, tampoco necesitaba hacer cosa alguna por su santificación. Fue en ese momento que un tercer hermano, muy utilizado por el Señor, entró en el grupo. Había sobre la meza un termo, y este hermano lo tomó, preguntando, ¿Qué es esto? Un termo, contestó el otro.
Bien, imagina por un momento que este termo sabe orar y que empieza a orar así: Señor tengo muchos deseos de ser un termo. ¿Quieres convertirme en un termo? Señor, dame gracia para llegar a ser un termo. Dispón que así sea. – Y bien, ¿que dirías tú a esto?
No creo que ni aun un termo fuera tan tonto, replico nuestro amigo. Seria absurdo orar así; el ya es un termo.
Luego le explicamos: Tú estas haciendo lo mismo. Dios en tiempos pasados ya te incluyo en Cristo. Cuando El murió tu también moriste; cuando El vivió, tu también viviste. Hoy no puedes decir: yo quiero morir; yo quiero ser crucificado; yo quiero tener la vida de resurrección. El Señor simplemente te mira y dice: Estas muerto. Tienes nueva vida. Esas tus oraciones son tan absurdas como las del termo. No necesitas pedir al Señor; solo necesitas abrir tus ojos para ver que El lo ha hecho todo.
En esto reside el secreto. No necesitamos esforzarnos para morir, ni esperar para morir. Estamos ya muertos. Solo necesitamos reconocer lo que el Señor ya ha hecho, y alabarle por ello. La luz se hizo en ese hombre. Con lágrimas en sus ojos dijo: Señor, te alabo que ya me has incluido en Cristo. ¡Todo lo tuyo es mío! ¡La revelación había llegado y la fe ya tenia en que aferrarse; y si hubieras encontrado a ese hermano tiempo mas tarde, que cambio habrías visto!
La obra consumada de Cristo a llegado realmente a la raíz de nuestro problema y lo ha tratado. No hay términos medios para con Dios. “Sabiendo esto”, dice Pablo, “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro.6:6). “Sabiendo esto…” Si, pero ¿lo sabéis? “O no sabéis…” (Ro.6:3). Quiera el Señor en su gracia abrir nuestros ojos.
Firmes en la fe
La revelación conduce espontáneamente al reconocimiento. No debemos perder de vista el hecho de que se nos presenta un mandato: “Consideraos muertos…” (Ro.6:11). Hay que adoptar una actitud definida. ¿Por qué? Porque estamos ante un hecho. Cuando el Señor Jesús pendía sobre la cruz, yo estaba allí en El. Por tanto lo considero verídico: reconozco que morí el El. Pablo dijo: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios” ¿Cómo es posible esto? “En Cristo Jesús.” Nunca olvides que será siempre, y solamente así: en Cristo. Si te miras a ti mismo, creerás que la muerte no esta allí; pero se trata de fe, no en ti mismo, sino en El. Mira al Señor y conoce lo que El ha hecho.
Los primeros cuatro capítulos y medio de Romanos hablan de la fe, e insistentemente de la fe. Somos justificados en El por la fe (Ro.3:28, 5:1). La justicia, el perdón de nuestros pecados y la paz con Dios, todo ello es nuestro por la fe y, sin fe en la obra consumada de Cristo Jesús, nadie puede poseerlos. Pero en la segunda sección de Romanos no encintramos la misma insistencia en la fe, y al principio podría parecer que el énfasis allí es distinto. No tal, sino que en ves de las palabras `fe` y ´creer´ tenemos aqui la palabra ´considerarse´ . En esta porción las palabras considerarse y creer son casi equivalentes. ¿Qué es la fe? La fe es mi aceptación del hecho de Dios. Siempre tiene sus fundamentos en el pasado. Lo que se relaciona con el futuro es esperanza mas bien que fe, aunque la fe a menudo puede tener su objetivo o meta en el futuro, como dice en Hebreos 11. Quizás por esta razón la palabra elegida aquí es “consideraos”. Esta es la especie descriptiva en Marcos 11:24. aclarada en la Versión Moderna: “Todo cuando pidieres en la oración, creed que la recibisteis ya, y lo tendréis”. La declaración aquí es esta: que si crees que ya has recibido tus peticiones (esto es, por supuesto, en Cristo) entonces lo tendrás. Creer que puedes recibir algo, o que recibirás algo, no es la fe en el sentido en que aquí se menciona. La fe es esto: creer que ya lo recibiste. En este sentido, solo lo que se relaciona con el pasado es fe. Los que dicen Dios puede, Dios debe, o Dios lo hará, no necesariamente creen. La fe siempre dice: Dios lo ha hecho.
¿Cuándo, pues, tengo fe en cuanto a mi crucifixión? No cuando digo que Dios puede, o tiene que crucificarme, sino cuando con gozo digo: Alabado sea Dios, en Cristo estoy crucificado.
En Romanos 3 vemos al Señor llevando nuestros pecados y muriendo como nuestro sustituto a fin de que nosotros fuéramos perdonados. En Romanos 6 nos vemos a nosotros mismos encerrados en la muerte por la cual El logro nuestra liberación. Cuando se nos revelo el primer hecho, creímos en El para nuestra justificación. Dios nos manda aceptar el segundo hecho para nuestra liberación. De modo que, para propósitos prácticos, la palabra ´consideraos´ en la segunda sección de Romanos toma el lugar de la palabra ´fe´ de la primera sección. No hay mayor diferencia. La vida cristiana normal se vive progresivamente, tal como se iniciara: por fe en el hecho divino, en Cristo y su Cruz.
Permaneciendo en El
Aunque nos hemos ocupado ya largamente sobre este tema, queda aun algo que podría hacerlo más claro. Las Escrituras declaran que somos, de veras, muertos; pero en ninguna parte dicen que somos muertos en nosotros.
En vano buscaremos la muerte adentro; allí es justamente donde no se lo encuentra. Si somos muertos pues, no es en nosotros mismos, sino en Cristo. Fuimos crucificados con El, porque estábamos en El.
Conocemos bien las palabras del Señor Jesús: “Permaneced en Mí, y yo en vosotros” (Jn.15:4). Consideremos éstas por un momento. Primero nos recuerdan una ves mas que no tenemos que luchar para entrar en Cristo. No nos dicen de entrar, por cuanto ya estamos adentro; nos exhortan a permanecer donde hemos sido colocados. Fue Dios mismo quien nos colocó en Cristo, y nosotros tenemos que permanecer en El.
Aún más. Este versículo declara un principio divino: que Dios ha hecho la obra en Cristo y no en nosotros como individuos. La muerte inclusiva y la resurrección inclusiva del Hijo de Dios fueron consumadas, en primer lugar, cabal y enteramente aparte de nosotros. Es la historia de Cristo la que llega a ser la experiencia del cristiano, y no tenemos experiencia espiritual aparte de El. Las Escrituras nos dicen que fuimos crucificados “juntamente con El”, que fuimos vivificados, resucitados y sentados por Dios en los lugares celestiales “en El”, y que somos completos “en El” (Ro.6:6; Ef.2.5:6; Col.2:10). No es simplemente algo que todavía tiene que efectuarse en nosotros (si bien implica eso), sino algo que ha sido efectuado ya, en asociación con El.
En las Escrituras encontramos que no existe ninguna experiencia cristiana como tal. Lo que Dios ha hecho en su propósito benigno, es incluirnos en Cristo. Al tratar con Cristo, Dios a tratado con el cristiano; al tratar con la cabeza, ha tratado con todos los miembros. Es completamente erróneo pensar que podemos experimentar algo de la vida espiritual meramente en nosotros mismos, aparte de Cristo. Dios no quiere que obtengamos algo exclusivamente personal en nuestra experiencia, y no está dispuesto a hacer nada de eso por nosotros. Toda la experiencia espiritual del cristiano ya esta cumplida en Cristo; todo ha sido experimentado ya por Cristo. Lo que solemos llamar ´nuestra´ experiencia, es tan solo nuestra participación en su historia y en su experiencia.
Sería extraño si un sarmiento de la vid intentara producir uvas rojizas, y otro intentara producir uvas verdosas, y un tercero uvas de color púrpura oscuro; que cada sarmiento tratara de producir algo propio sin referencia a la vid. Es imposible, e inconcebible. Los sarmientos están determinados por la vid. Sin embargo, algunos cristianos buscan experiencias para sí. Piensan de la crucifixión como una cosa, de la resurrección como otra, de la ascensión como más distinta, sin detenerse a pensar que todo es relativo a una persona. Luego sólo en la medida en que el Señor abre nuestros ojos para ver aquella Persona, tendremos una verdadera experiencia. Toda verdadera experiencia espiritual significa que hemos descubierto algún hecho en Cristo y nos lo hemos apropiado; todo lo que no sea recibido de El en esta forma será una experiencia que muy pronto se evaporará. ´He descubierto esto en Cristo; entonces, alabado sea el Señor, es mío. Lo poseo, Señor, porque está en Ti´. ¡Cuán maravilloso es conocer los hechos de Cristo con el fundamento de nuestra experiencia!
Así, pues, el propósito de Dios al conducirnos por nuevas experiencias no es el de darnos algo que podremos llamar ´nuestra experiencia´. Tampoco significa que El efectuara algo dentro de nosotros de modo que estaremos capacitados para decir: Morí con Cristo en marzo pasado, o; fui levantado de los muerto en enero, o aún; El miércoles pasado pedí esta experiencia, y ahora la tengo
Algunos preguntaran ahora: ¿Y qué de las experiencias cumbre que tantos hemos vivido? Admitido, algunos en verdad han pasado crisis muy reales en sus vidas. Por ejemplo, Jorge Müller pudo decir, postrándose en tierra: Hubo un día en que Jorge Müller murió. ¿Qué decir a esto? Bien, no dudo un momento de la realidad de las experiencias espirituales por las cuales pasamos, ni de la importancia de las crisis a las cuales Dios nos lleva en nuestro andar con El; a decir verdad, he recalcado ya la necesidad de ser bien definidos en cuanto a tales crisis en nuestra propia vida. Pero un hecho queda asentado: que Dios no da experiencias individuales a las personas – lo que éstas hacen es simplemente entrar en lo que Dios ha cumplido; es decir, reconocer dentro del tiempo, cosas intemporales, eternas. La historia de Cristo se convierte así en nuestra experiencia y en nuestra historia espiritual; no tenemos historia separada de la suya. Toda la obra realizada a favor nuestro, no esta hecha en nosotros aquí, sino en Cristo. Aún la vida eterna no se nos da como a individuos: la vida está en el Hijo, y “el que tiene al Hijo tiene la vida”. Dios lo ha hecho todo en su Hijo, y nos ha incluido en El, nosotros somos incorporados a Cristo.
Ahora bien, la importancia de todo esto estriba en que hay un valor práctico muy real en la posición de fe que declara: Dios me ha puesto en Cristo y por tanto todo lo que es verdad en El lo es en mi. Permaneceré en El. Satanás siempre trata de alejarnos, de mantenernos alejados, de convencernos de que estamos alejados y, mediante tentaciones, fracasos, sufrimientos y pruebas, hacernos sentir intensamente que no estamos en Cristo. Nuestro primer pensamiento es que, si en efecto estuviéramos en Cristo, no estaríamos reducidos a ese estado y, por tanto, al juzgar por nuestros sentimientos del momento, creemos que estamos alejados de El; entonces empezamos a rogar: Señor, colócame en Cristo. ¡No! No es así. La amonestación de Dios es que permanezcamos en Cristo, y ésta es la vía de liberación. ¿Por qué es así? Pues porque esto abre el camino para que Dios obre en nuestras vidas, y para que cumpla lo que El está deseando hacer. Da lugar a la operación de su potencia superior – la potencia de la resurrección (Ro.6:4,9,10) – de modo que los hechos de Cristo se van convirtiendo progresivamente en los hechos de nuestra experiencia cotidiana y, allí donde antes reinaba el pecado (Ro.5:21). Hacemos el feliz descubrimiento de que verdaderamente ya no servimos más al pecado (Ro.6:6).
Al plantarnos con firmeza en lo que Cristo es, hallamos que todo lo que es verdad tocante a El llega a ser, en nuestra experiencia, cumplido en nosotros. Si por el contrario, nos basamos en lo que nosotros mismos somos, descubrimos que todo lo que es propio de la vieja naturaleza, permanece en toda su verdad en nosotros. Si en fe nos llegamos allí a Cristo, lo tenemos todo; si volvemos atrás aquí, a nosotros mismos, no encontramos nada.
Muy a menudo, queriendo hallar la muerte del `yo´, la buscamos donde no está. Porque la muerte del `yo´ está en Cristo. Nos vasta mirar dentro de nosotros para constatar que estamos muy vivos al pecado: pero, cuando miramos más allá al Señor, Dios logra que no solo la muerte obre aquí en nosotros, sino que la “novedad de vida” sea nuestra también. Somos entonces “vivos para Dios” (Ro.6:4,11).
“Permaneced en Mi y Yo en vosotros”. Es una frase doble: un mandato unido a una promesa. Es decir en cuanto al proceder de Dios, hay un lado objetivo y otro subjetivo, y este segundo depende del primero; el “Yo en vosotros” es el resultado de nuestra permanencia en El. Tenemos que cuidarnos de la excesiva ansiedad con respecto del lado subjetivo de las cosa, porque entraña el peligro de que nos quedemos mirándonos a nosotros mismos. Necesitamos plantarnos firmemente en el lado objetivo – “Permaneced en Mi” – y permitir que Dios se encargue del lado subjetivo. Y El se ha comprometido hacerlo.
La luz eléctrica puede servirnos de ilustración. Tú estás por ejemplo, en una habitación y está oscureciendo. Desearías encender la luz para poder leer. Sobre la mesa a tu lado, hay una lámpara. ¿Qué haces entonces? ¿La contemplas atentamente para ver si enciende la luz? ¿Intentas con un paño, limpiar la lamparilla? Por supuesto que no, sino que te levantas y vas al otro lado de la habitación donde esta el interruptor y enciendes. Diriges tu atención a la fuente de energía y, cuando hayas realizado la acción necesaria allí, la luz se hace aquí.
Así es nuestro andar con el Señor. Nuestra atención tiene que concentrarse en Cristo. “Permaneced en Mi y Yo en vosotros” es la orden divina. La fe en las verdades de Cristo, las hace verdaderas en nuestra experiencia. Como se expresa el apóstol Pablo: “Nosotros todos, mirando… la gloria del señor, somos transformados… en la misma imagen” (2 Co.3:18). El mismo principio se aplica en cuanto al producir fruto: “El que permanece en Mi”, y Yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn.15:5). No nos esforzamos en producir el fruto, ni concentremos nuestra atención en el fruto producido. Nuestra tares en mirar a Cristo y, cuando lo hacemos, El se compromete a cumplir su Palabra en nosotros.
¿Cómo permanecemos en Cristo? “De Dios sois vosotros en Cristo Jesús.” Era obra que tocaba a Dios el colocarnos allí, y lo ha hecho. Ahora, quédate pues allí. No vuelvas a apoyarte en lo que eres en ti mismo. Jamás te contemples como si no estuvieras en Cristo. Mira a Cristo, y mírate a ti mismo en El. Permanece en El. Descansa en el hecho de que Dios te ha colocado en su Hijo, y vive en la expectativa de que El completará su obra en ti. A El corresponde el hacer efectiva la promesa gloriosa de que “el pecado no se enseñoreara de vosotros” (Ro.6:14)
continua cap. 3. El Espíritu Santo
Watchman Nee
1
LA SANGRE Y LA CRUZ
En el libro “La Vida Cristiana Normal” hemos notado que el Apóstol Pablo nos da su propia definición de la vida cristiana en la carta a los Gálatas, cap. 2, verso 20: “... no ya yo, mas... Cristo...”. El apóstol no declara aquí algo especial o singular, un nivel más elevado del Cristianismo. Creemos que esta presentando la norma de Dios para un cristiano, lo que puede resumirse en las palabras: Ya no vivo yo, mas Cristo vive Su vida en mi.
Dios lo aclara bien en Su Palabra, la que tiene una sola respuesta a toda necesidad humana: Su Hijo Jesucristo. Nos ayudara muchísimo y os librara de gran confusión el mantener constantemente delante de nosotros el hecho de que Dios contestara a todas nuestras preguntas de la misma manera, vale decir, revelándonos cada vez mejor a Su Hijo.
Lo primordial es que tenemos un conocimiento básico del hecho de la muerte del Señor Jesús como nuestro sustituto sobre la Cruz, y una clara comprensión de la eficacia de su Sangre en lo que hace relación a nuestros pecados, porque sin estas premisas no podemos pretender iniciar nuestro camino. Solamente en la medida en que el Espíritu Santo me haga conocer a mi el valor que para Dios tiene la Sangre de Cristo, podré yo entrar en sus beneficios y descubrir cuan preciosa es, de veras, aquella Sangre para mi.
Hay vida en la Sangre, y esa Sangre tiene que ser vertida por mi, por mis pecados. Es Dios quien pide que sea así. Es El quien pide que esa Sangre sea presentada a fin de satisfacer Su propia justicia, y El mismo quien dice: “Cuando vea la sangre pasare de vosotros”. La Sangre de Cristo da plena satisfacción a Dios. El Espíritu Santo me hace conocer ahora el valor que Dios le da a la Sangre de Cristo de la cual soy beneficiario, y así descubro cuan preciosa es la Sangre para mi.
Como es aquí donde a menudo hallamos dificultades, quiero decir al respecto algunas palabras a mis jóvenes hermanos en el Señor. Cuando incrédulos probablemente nunca habíamos ido inquietados por nuestra conciencia hasta el dia en que la Palabra de Dios empezó a despertarnos. Nuestra conciencia hasta entonces había estado muerta. Y los que tienen conciencia muerta no son por cierto de utilidad alguna a Dios. Pero más tarde, cuando creímos, nuestra conciencia al despertar pudo haberse tornado sumamente sensible, lo que también puede por su parte, constituir un grave problema para nosotros. Es cuando el sentido del pecado y de la culpa llega a ser tan terrible que puede hacernos perder de vista la verdadera eficacia de la Sangre. Cuando nos parece que nuestros pecados son tan reales –y quizás algún pecado especial nos llega a molestar en grado tal- que concluimos por ocuparnos mas de nuestros pecados que de la sangre de Cristo.
Ahora bien, la dificultad de todo ello reside en nuestro intento por palparlo: tratamos de conocer en forma subjetiva lo que la Sangre es para nosotros y de sentir su valor. Pero no podemos hacerlo; ella no obra en esa forma. La Sangre es en primera instancia, para ser apreciada de Dios. Después lo que resta a nosotros es aceptar la estima con que Dios la avalora. Al hacerlo así, hallaremos nuestra propia valoración de la Sangre. Si lo intentamos por vía de nuestros sentimientos, no arribaremos a nada, quedaremos a oscuras. De modo que no es así, sino que se trata de fe en la Palabra de Dios. Tenemos que creer que la Sangre es preciosa para Dios, porque El lo dice: (1 P. 1:18, 19). Si Dios puede aceptar la Sangre como pago por nuestros pecados y como el precio de nuestra redención, luego podemos estar seguros de que la deuda ha sido saldada. Si Dios esta satisfecho con la Sangre, entonces la Sangre tiene que ser aceptable. Nuestra valoración depende de la suya – ni más ni menos. No puede ser mayor, ni debe ser menor. Recordemos que El es santo y justo, y que un Dios santo y justo, tiene derecho de decir que la Sangre es aceptable a Sus ojos y que le ha satisfecho plenamente.
Pero ocurre en la practica que nosotros aceptamos muy fácilmente la acusación de Satanás. La razón de ello esta en que aun nos aferramos a la esperanza de tener alguna justicia propia en nosotros mismos. La base de esta esperanza esta errada. Satanás a logrado desviar nuestra vista. Con ello a ganado ventaja, haciéndonos ineficaces. Pero si nosotros hemos aprendido a no poner confianza alguna en la carne, no nos sorprenderemos al pecar porque la naturaleza misma de la carne es hacer pecado. ¿Entiendes lo que quiero decir? Es a causa de no haber llegado a comprender nuestra verdadera naturaleza, y de ver cuan inútiles somos, que aun sustentamos cierta desconfianza en nosotros mismos, lo que da como resultado que cuando Satanás viene y nos acusa sucumbimos.
Dios es harto poderoso para tratar con nuestros pecados; pero no puede hacerlo con un hombre que acepta la acusación de Satanás porque el tal no esta confiando en la Sangre. La Sangre habla en su favor, pero el esta mas bien escuchando a Satanás. Cristo es nuestro abogado, pero nosotros, los acusados, tomamos parte por el acusador. No hemos llegado a admitir que merecemos únicamente la muerte; y que, como veremos enseguida, servimos solo para ser crucificados. No hemos llegado a reconocer que solo Dios puede contestar al acusador y que El lo ha hecho ya en la Sangre preciosa.
La Cruz de Cristo
Así vemos que, en forma objetiva, la Sangre trata con nuestros pecados. El Señor Jesús los ha cargado, llevándolos en la Cruz por nosotros, como Sustituto nuestro, habiendo logrado así, para nosotros, el perdón, la justificación y la reconciliación. Pero debemos avanzar un paso mas en el plan de Dios para entender como procede El con el principio del pecado en nosotros. La Sangre puede lavar mis pecados, pero no puede lavar mi “viejo hombre” Se hace necesaria la Cruz para que yo sea crucificado.
Nosotros estamos siempre dispuestos a creer que efectivamente lo que hemos hecho es muy malo, pero que nosotros mismos no lo somos tanto. Dios, por su parte, se empeña en mostrarnos que nosotros mismos somos malos, radicalmente malos. La raíz del problema es el pecador mismo; por tanto, hay que proceder con el. La sangre procede con nuestros pecados, pero la Cruz debe tratar con el pecador. La sangre procura el perdón por lo que hemos hecho; La Cruz procura nuestra liberación de lo que somos.
En los primeros cuatro capítulos del libro de Romanos apenas ocurre la palabra “pecador”. Ello se debe a que allí no se tiene en vista al pecador mismo sino a los pecados cometidos. La palabra “pecador” recién se destaca en el capitulo 5, y es importante observar como se introduce allí al pecador. Notemos que en ese capitulo, un pecador es llamado así porque nace pecador, no porque haya cometido pecados. La distinción es importante. Aunque bien es cierto que cuando un predicador quiere convencer a un hombre cualesquiera de que es pecador, se sirve a menudo del verso favorito que se halla en romanos 3:23 donde dice que “todos pecaron” ; Es cierto también que tal aplicación de ese versículo no esta estrictamente justificado por las Escrituras. Los que así lo usan caen en el peligro de argumentar al revés, porque la enseñanza del libro de Romanos no es de que somos pecadores porque pecamos, sino de que pecamos porque somos pecadores. Somos pecadores por constitución mas bien que por acción. Como se expresa en Romanos 9:19: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores”.
¿Cómo fuimos constituidos pecadores? Por la desobediencia de Adán. No nos convertimos en pecadores por lo que hemos hecho, sino por causa de lo que Adán hizo y llego a ser. Yo hablo ingles, pero no por eso soy ingles. Yo de hecho soy chino.
Cierta vez pregunte a una clase de niños: “¿Qué es un pecador?, y su respuesta inmediata fue: ‘Uno que peca’. Sí, es verdad el que peca es un pecador; pero el hecho de que peque no es la causa sino solo la evidencia de que ya es pecador. Uno que peca es pecador, pero si uno pudiera vivir sin pecar igualmente seria pecador, puesto que tiene en si mismo la naturaleza caída de Adán y necesita la redención. ¿Me entiendes? Hay pecadores malos y pecadores buenos, hay pecadores morales y hay pecadores corruptos, pero todos son igualmente pecadores. A veces pensamos que, con tal de no haber incurrido en ciertas cosas, todo esta bien; pero el problema reside más hondo que en aquello que hacemos; radica en lo que somos. Lo que cuenta es lo que somos por nacimiento. Así, pues, yo soy pecador porque nací en Adán. No es asunto de mi conducta, sino de mi herencia, de mi origen. No soy pecador porque peco sino que peco porque desciendo de una mala estirpe. Peco porque soy pecador. Además, no puedo hacer nada para cambiar esto. Nada por mejorar mi comportamiento; no puedo dejar de ser Adán y, por lo tanto, pecador.
En la china hablé una vez en este tenor y observé: Todos hemos pecado en Adán. Como alguien dijo que no comprendía, trate de explicarlo de este modo: Todos los chinos remontan su ascendencia a Huang-ti. Hace mas de cuatro mil años él sostuvo una guerra con Si-iu. Su enemigo era muy poderoso; no obstante, Huang-ti lo venció y lo mato. Después de esto Huang-ti fundo la nación china. Por tanto, hace cuatro mil años nuestra nación fue fundada por Huang-ti. Y bien, ¿qué habría sucedido si Huang-ti no hubiera matado a su enemigo, sino que él mismo hubiera perecido? ¿Dónde estaría usted ahora?
No habría nada de mi, el hombre contestó. Oh, no, Huang-ti puede morir su muerte y tu puedes vivir tu vida.
Imposible, grito él: Si Huang-ti hubiera muerto, entonces yo nunca podría haber vivido, porque mi vida procedió de él.
En Romanos 5:12-21 no solo se nos dice algo al respecto de Adán, sino algo también tocante al Señor Jesús: “Así como por desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos fueron constituidos justos.” En este notable pasaje la gracia contrasta con el pecado y la obediencia de cristo se contrapone a la desobediencia de Adán. En Adán recibimos todo lo que es de Adán; En cristo recibimos todo lo que es de Cristo. Luego se nos ofrece una nueva posibilidad. En Adán todo se perdió. Por la desobediencia de un hombre fuimos todos constituidos pecadores. Por él entro el pecado y por el pecado la muerte; desde ese dia en adelante y a través de toda la raza, el pecado ha reinado para muerte. Pero ahora un rayo de luz se hace sobre la escena. Por medio de la obediencia de Otro, nosotros podemos ahora ser constituidos justos. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, y así como el pecado reino para muerte, así también puede reinar la gracia por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo nuestro Señor (Ro.5:19-21). Nuestra desesperación esta en Adán; nuestra esperanza en Cristo.
2
EN CRISTO
Cuando el Señor Jesús murió en la Cruz, El derramó su Sangre, dando así Su vida impecable para expiar nuestro pecado y para satisfacer la justicia y la santidad de Dios. Hacerlo era prerrogativa exclusiva del Hijo de Dios. Ningún hombre pudo tener parte en ello. Las escrituras nunca dicen algo así como que nosotros derramamos nuestra sangre juntamente con la de Cristo. En la obra expiatoria delante de Dios, El actuó solo; Ningún otro pudo tomar parte. Pero el Señor Jesús murió no solo para derramar Su Sangre; murió para hacer que nosotros pudiéramos morir. Murió como nuestro Representante. En Su muerte, El nos incluyo a ti y a mí.
Nosotros solemos usar los términos ‘sustitución’ e ‘identificación’ para describir estos dos aspectos de la muerte de Cristo. Muchas veces el uso de la palabra ‘identificación’ es adecuado; pero la identificación podría indicar que el proceso se inicia desde nuestro lado, que soy yo quien procuro identificarme con el Señor. Bien. Estoy de acuerdo en que la palabra es cierta, pero debemos dejar su uso para mas adelante. Por ahora es mejor empezar con el hecho de que el Señor Jesús me incluyó a mi en Su muerte. Es la muerte ‘inclusiva’ del Señor lo que me coloca en una posición para identificarme, no es que yo me identifico para luego ser incluido. Lo que cuenta es mi inclusión en Cristo de parte de Dios. Es algo que Dios ha hecho. De allí que aquellas dos palabras del Nuevo Testamento, ‘En Cristo’, me sean siempre tan preciosas.
NUESTRA MUERTE CON CRISTO UN HECHO HISTORICO
¿Crees tú en la muerte de Cristo? Por supuesto que sí. Bien, la misma Escritura que dice que El murió por nosotros, dice que también que nosotros morimos con El. “Cristo murió por nosotros” (Ro.5:8) es la primera declaración y es suficientemente clara. Pero ¿son estas otras, acaso, menos claras?: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El” , y “Morimos con Cristo” (Ro.6:6, 8).
¿Cuándo somos crucificados con El? ¿Cuál es la fecha de crucifixión de nuestro viejo hombre? ¿Es mañana, ayer, u hoy? “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”, es decir, al mismo tiempo. Algunos de vosotros vinisteis aquí juntos. Podríais decir: Mi amigo vino aquí conmigo, Si uno hubiera venido hace tres días, y el otro recién hoy, no podríais decir así: pero, bien, como hecho historico, podemos decir con reverencia pero con certeza: Yo fui crucificado cuando Cristo fue crucificado –por cuanto no se trata de dos acontecimientos, sino de uno solo. Mi crucifixión fue “con El” ¿Ha sido crucificado Cristo? Luego ¿Cómo podría no haberlo sido yo? Si El fue crucificado hace dos mil años, y yo con El ¿cómo podría decirse que mi crucifixión tendrá lugar mañana? ¿Puede ser pretérita la crucifixión del Señor, y la mia presente o futura? ¡Alabado sea el Señor! Cuando El murió en la Cruz, yo morí con El. No solamente murió en mi lugar, sino que me llevó a mi consigo a la Cruz y yo también morí. Si creo en la muerte del Señor Jesús entonces puedo creer en mi propia muerte con tanta seguridad como creo en la de El.
En Romanos 6:5, escribiendo a los que “fueron bautizados” (vers. 3), Pablo dice, que somos “unidos con El en la semejanza de Su muerte” porque por el bautismo reconocemos en figura que Dios ha obrado una unión intima entre nosotros y Cristo en este asunto de muerte y resurrección. Cierto día trataba de recalcar esta verdad a un hermano en Cristo. Estábamos tomando el té, así que tome un terrón de azúcar y lo disolví en mi taza. Unos minutos mas tarde, le pregunté: ¿Puede decirme donde esta el azúcar ahora y donde esta el té? No, me dijo: Usted los ha juntado y se perdió el uno con el otro; ya no se pueden separar. Era una ilustración sencilla pero le ayudo a comprender el carácter intimo y decisivo de nuestra unión con Cristo en Su muerte. Es Dios quien nos ha puesto allí y los actos de Dios son irreversibles.
¿Qué implica, en realidad, esta unión? El verdadero significado que yace tras el bautismo es que en la Cruz “fuimos bautizados” en la muerte histórica de Cristo, de modo que Su muerte se hizo la nuestra. Nuestra muerte y la suya quedaron entonces tan estrechamente identificadas que es imposible separarlas. A este bautismo histórico, a esta unión con Cristo que Dios ha obrado consentimos nosotros cuando descendemos a las aguas. Nuestro testimonio publico por medio del bautismo pone en evidencia nuestro reconocimiento de que la muerte de Cristo ocurrida dos mil años ha fue una muerte potente e inclusiva, lo suficientemente poderosa e inclusiva como para quitar y poner fin por medio de ella a todo lo que en nosotros no sea Dios.
Infelizmente algunos han aprendido a considerar el entierro como un medio de muerte: procuran alcanzar muerte enterrándose. Permítaseme decir que ha menos que nuestros ojos hayan sido iluminados por Dios para comprender que hemos muerto en Cristo y hemos sido enterrados con El, no tenemos derecho a bautizarnos. La razón porque descendemos a las aguas es que hemos reconocido esto: Que ha la vista de Dios ya hemos muerto. A esto damos testimonio. La pregunta de Dios es clara y sencilla: ‘Cristo ha muerto y yo te he incluido allí. Ahora bien, ¿qué dices tu? ¿Cuál es mi respuesta? ‘Señor creo que Tu me has crucificado. Reconozco la muerte y el entierro a que me has destinado’. Sí El me ha entregado a la muerte y la tumba; y mediante mi pedido de bautismo yo doy asentimiento en publico a ese hecho.
En Gálatas 6:14, dice el Apóstol Pablo: “...en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo,... el mundo me es crucificado a mi, y yo al mundo”, es la misma figura que el apóstol Pedro desarrolla cuando escribe de las ocho almas que fueron “salvadas por agua” (1 P.3: 20). Al entrar en el arca, Noé y su familia salieron por fe del viejo mundo corrompido para entrar en otro nuevo. No se trata tanto del hecho de que ellos personalmente no perecieron ahogados sino que salieron de aquel sistema corrupto. Esto es salvación.
Luego continua diciendo Pedro: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva” (3:21). En otras palabras, es mediante ese aspecto de la Cruz que el bautismo implica, que somos librados de este presente siglo malo y, por el bautismo en agua, esto se confirma. Es el bautismo, “en Su muerte”, que pone fin a una creación, pero es tambien bautismo “en Cristo Jesús”, que tiene en vista la nueva creación (Ro.6:3). Te sumerges en el agua y, en figura, tu mundo desciende contigo. Tú resurges en Cristo, mas tu mundo perece ahogado.
“Cree en el señor Jesucristo y seras salvo”, dijo Pablo en Filipo, y hablo la palabra del Señor al carcelero y a su familia, “y en seguida se bautizo con todos los suyos” (Hch.16:31-34). Al hacer esto, el carcelero y los que con el estaban, testificaron ante Dios, su pueblo y las potestades espirituales que de veras habian sido salvadas de un mundo bajo juicio. Como consecuencia, leemos que se regocijaron en gran manera por haber creido en Dios.
Antes de ser salvo por Jesucristo, quizás, procuraste salvarte a ti mismo. Leías la Biblia, orabas, ibas a las reuniones de la iglesia, hacías limosnas. Luego un día tus ojos fueron abiertos y viste que una salvación plena había sido ya provista para todos en la Cruz. Aceptaste eso y agradeciste Dios. Entonces la paz y el gozo llenaron tu corazón. Pues bien, la salvación y la santificación tienen exactamente la misma base. Se recibe la liberación del pecado del mismo con que se recibe el perdon de los pecados.
El camino de liberación hecho por Dios, es pues diferente del camino del hombre. El procedimiento humano es el de, tratar de suprimir el pecado, esforzándose por vencerlo, en tanto que el divino es de quitar de en medio el pecador. Muchos cristianos lamentan su debilidad, creyendo que, si tan solo fueran algo mas fuertes, todo andaría bien. La idea de que el fracaso en mantener una vida santa se debe a nuestra impotencia y de que como consecuencia se nos demanda algo mas, conduce inevitablemente a ese falso concepto del camino de liberación. Si estamos preocupados por el poder del pecado y por nuestra incapacidad de enfrentarlo, llegaremos a creer que para ganar la victoria sobre el pecado necesitamos tener más poder. Si tan solo fuera algo mas fuerte, decimos, yo podría vencer mis violentos accesos de mal humor –y de allí que rogamos al Señor nos de fuerzas para ejercer mayor autodominio.
Pero esto es del todo errado; la vida cristiana no es esto. El procedimiento que Dios sigue para librarnos del pecado, no es el de hacernos cada vez mas fuertes, sino por el contrario el de hacernos cada vez más débiles. Tu dirás con razón que este es un camino algo singular hacia la victoria, pero es el camino de Dios. Dios nos libra del dominio del pecado, no fortaleciendo a nuestro viejo hombre, sino crucificándolo; no ayudándole a hacer algo, sino quitándolo del todo del escenario.
Durante años quizás tú has tratado en vano de ejercer control sobre ti mismo, y quizás aun hoy te esfuerzas en ello, pero, el día en que tus ojos sean abiertos te darás cuenta de que eres impotente para hacer cosa alguna y que al dejarte de lado, Dios lo ha hecho todo. Revelación tal pone fin a todo esfuerzo humano.
“Sabiendo esto…”
¿Cómo sabes que tus pecados son perdonados? ¿Porque tu pastor te lo dijo? No, pero lo sabes. Si te pregunto como lo sabes, tu única respuesta seria: `Yo lo se’, Este conocimiento viene por revelación divina. Viene del Señor mismo. Por supuesto el hecho del perdón de los pecados esta en la Biblia, pero para que la palabra escrita de Dios llegue a ser una Palabra viva de Dios para ti, El tuvo que darte “un espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de El” (Ef.1:17). Lo que necesitabas era conocer a Cristo en esa forma y siempre será asi. De modo que llega el momento en que cualquier nuevo conocimiento de Cristo, cuando lo aprehendes en tu propio corazón, lo `ves´ en tu espíritu. Una luz a brillado en tu ser interior y estas plenamente persuadido del hecho. Lo que es verdad en lo tocante al perdón de tus pecados, lo es igualmente en cuanto a tu liberación de él. La luz de Dios se hace en tu corazón, te ves a ti mismo en Cristo. Ahora ya no porque alguien te lo haya dicho, ni simplemente porque el pasaje de romanos 6 lo dice. Se trata de algo más. Lo sabes porque Dios mismo te lo ha revelado por su Espíritu. Quizás no lo entiendas ni lo sientas, pero lo sabes porque lo has visto. Una ves que te hayas visto en Cristo ya nada puede sacudir tu seguridad de ese bendito hecho: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos mas al pecado” (Ro.6:6).
Asi que nuestro primer paso es el de buscar de Dios un conocimiento que viene por revelación – una revelación, lo que equivale a decir que no es de nosotros mismos, sino que emana de la obra consumada del Señor Jesucristo en la Cruz. Cuando Hudson Taylor, fundador de la Misión al interior de la China, entro en la vida cristiana normal fue asi como lo hizo. Cuenta el de su viejo problema, de cómo podía vivir en “Cristo”, y de cómo podía sacar la sabia de la Vid, para si mismo. Hudson Taylor sabia que el necesitaba que la vida de Cristo fluyera por él y sentía que no la tenia. Vio claramente que su necesidad tenia que abrevarse en Cristo. Escribiendo a su hermana, decía: Sabía que si tan solo fuera capaz de permanecer en Cristo, todo estaría bien, pero no pude. Cuando mas se esforzaba, tanto más se descaminaba, hasta que un día la luz amaneció. Llegó la revelación y Hudson Taylor vio.
“En esto, creo, está el secreto; no en preguntar cómo sacar sabia de la Vid para mi mismo, sino recordar que Jesús es la Vid, raíz, tallo, pámpanos, ramas, flores y fruto, cabe decir, todo.”
En otra ocasión en las palabras de un amigo que le había ayudado:
“No tengo que ir convirtiéndome a mi mismo en pámpano. El señor Jesús me dice que soy un pámpano. Que soy parte de El y simplemente tengo que creerlo y actuar conforme a ello. Durante mucho tiempo he visto esta verdad en la Biblia, pero ahora lo creo como una viva realidad.”
Era como si algo, a pesar de haber sido siempre verdad, recién entonces, de repente, hubiera cobrado una nueva realidad para él; Y escribe otra ves a su hermana:
“No se hasta que punto podré expresarme en forma inteligible acerca de ello, porque no hay nada nuevo, extraño y maravilloso y, sin embargo, ¡todo es nuevo! En una palabra “habiendo sido ciego ahora veo”… Estoy muerto y sepultado con Cristo, sí, y resucitado y ascendido también. Dios me considera así y dice que yo también me considere mí mismo en esa forma. El conoce mejor… ¡Oh, el gozo de comprender esta verdad! Ruego que los ojos de tu entendimiento sean iluminados y que puedas conocer y disfrutar de las riquezas que nos son dadas libremente en Cristo.”
¿Oh cuán grande es ver que estamos en Cristo! ¡Imaginad la confusión de tratar de entrar en una pieza donde ya se está! ¡Imaginad lo absurdo de pedir que se nos haga entrar! Si nos damos cuenta de que estamos adentro, no haremos ningún esfuerzo para entrar. Si tuviéramos más revelación, tendríamos menos oraciones y más alabanzas. Muchas de nuestras oraciones a favor de nosotros mismos se deben a que estamos ciegos a lo que Dios ha hecho.
Recuerdo un día en Shangai cuando, conversando con un hermano muy inquietado respecto de su estado espiritual, éste me dijo: Tantos viven una vida hermosa y santa. Me avergüenzo de mi mismo; yo me llamo cristiano, y sin embargo comparado con otros siento que no lo soy. ¡Quiero conocer esta vida crucificada, esta vida resucitada, pero no la conozco y no veo como alcanzarla!
Otro hermano estaba conmigo y los dos, estuvimos conversando por más de dos horas, procurando sin éxito explicar al hombre que él no podía recibir nada fuera de Cristo. Dijo nuestro hombre: Lo mejor que uno puede hacer es orar.
Pero si dios ya te ha dado todo, ¿qué tienes que pedir? Preguntamos. No me ha dado todo, contesto él, porque aun cedo al malhumor, porque constantemente caigo; así que debo orar más.
Bien, le dijimos, ¿consigues lo que pides? Lamento decir que no recibo nada, contestó.
Procuramos hacerle notar que, así como él no había hecho nada por su justificación, tampoco necesitaba hacer cosa alguna por su santificación. Fue en ese momento que un tercer hermano, muy utilizado por el Señor, entró en el grupo. Había sobre la meza un termo, y este hermano lo tomó, preguntando, ¿Qué es esto? Un termo, contestó el otro.
Bien, imagina por un momento que este termo sabe orar y que empieza a orar así: Señor tengo muchos deseos de ser un termo. ¿Quieres convertirme en un termo? Señor, dame gracia para llegar a ser un termo. Dispón que así sea. – Y bien, ¿que dirías tú a esto?
No creo que ni aun un termo fuera tan tonto, replico nuestro amigo. Seria absurdo orar así; el ya es un termo.
Luego le explicamos: Tú estas haciendo lo mismo. Dios en tiempos pasados ya te incluyo en Cristo. Cuando El murió tu también moriste; cuando El vivió, tu también viviste. Hoy no puedes decir: yo quiero morir; yo quiero ser crucificado; yo quiero tener la vida de resurrección. El Señor simplemente te mira y dice: Estas muerto. Tienes nueva vida. Esas tus oraciones son tan absurdas como las del termo. No necesitas pedir al Señor; solo necesitas abrir tus ojos para ver que El lo ha hecho todo.
En esto reside el secreto. No necesitamos esforzarnos para morir, ni esperar para morir. Estamos ya muertos. Solo necesitamos reconocer lo que el Señor ya ha hecho, y alabarle por ello. La luz se hizo en ese hombre. Con lágrimas en sus ojos dijo: Señor, te alabo que ya me has incluido en Cristo. ¡Todo lo tuyo es mío! ¡La revelación había llegado y la fe ya tenia en que aferrarse; y si hubieras encontrado a ese hermano tiempo mas tarde, que cambio habrías visto!
La obra consumada de Cristo a llegado realmente a la raíz de nuestro problema y lo ha tratado. No hay términos medios para con Dios. “Sabiendo esto”, dice Pablo, “que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El, para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que no sirvamos más al pecado” (Ro.6:6). “Sabiendo esto…” Si, pero ¿lo sabéis? “O no sabéis…” (Ro.6:3). Quiera el Señor en su gracia abrir nuestros ojos.
Firmes en la fe
La revelación conduce espontáneamente al reconocimiento. No debemos perder de vista el hecho de que se nos presenta un mandato: “Consideraos muertos…” (Ro.6:11). Hay que adoptar una actitud definida. ¿Por qué? Porque estamos ante un hecho. Cuando el Señor Jesús pendía sobre la cruz, yo estaba allí en El. Por tanto lo considero verídico: reconozco que morí el El. Pablo dijo: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios” ¿Cómo es posible esto? “En Cristo Jesús.” Nunca olvides que será siempre, y solamente así: en Cristo. Si te miras a ti mismo, creerás que la muerte no esta allí; pero se trata de fe, no en ti mismo, sino en El. Mira al Señor y conoce lo que El ha hecho.
Los primeros cuatro capítulos y medio de Romanos hablan de la fe, e insistentemente de la fe. Somos justificados en El por la fe (Ro.3:28, 5:1). La justicia, el perdón de nuestros pecados y la paz con Dios, todo ello es nuestro por la fe y, sin fe en la obra consumada de Cristo Jesús, nadie puede poseerlos. Pero en la segunda sección de Romanos no encintramos la misma insistencia en la fe, y al principio podría parecer que el énfasis allí es distinto. No tal, sino que en ves de las palabras `fe` y ´creer´ tenemos aqui la palabra ´considerarse´ . En esta porción las palabras considerarse y creer son casi equivalentes. ¿Qué es la fe? La fe es mi aceptación del hecho de Dios. Siempre tiene sus fundamentos en el pasado. Lo que se relaciona con el futuro es esperanza mas bien que fe, aunque la fe a menudo puede tener su objetivo o meta en el futuro, como dice en Hebreos 11. Quizás por esta razón la palabra elegida aquí es “consideraos”. Esta es la especie descriptiva en Marcos 11:24. aclarada en la Versión Moderna: “Todo cuando pidieres en la oración, creed que la recibisteis ya, y lo tendréis”. La declaración aquí es esta: que si crees que ya has recibido tus peticiones (esto es, por supuesto, en Cristo) entonces lo tendrás. Creer que puedes recibir algo, o que recibirás algo, no es la fe en el sentido en que aquí se menciona. La fe es esto: creer que ya lo recibiste. En este sentido, solo lo que se relaciona con el pasado es fe. Los que dicen Dios puede, Dios debe, o Dios lo hará, no necesariamente creen. La fe siempre dice: Dios lo ha hecho.
¿Cuándo, pues, tengo fe en cuanto a mi crucifixión? No cuando digo que Dios puede, o tiene que crucificarme, sino cuando con gozo digo: Alabado sea Dios, en Cristo estoy crucificado.
En Romanos 3 vemos al Señor llevando nuestros pecados y muriendo como nuestro sustituto a fin de que nosotros fuéramos perdonados. En Romanos 6 nos vemos a nosotros mismos encerrados en la muerte por la cual El logro nuestra liberación. Cuando se nos revelo el primer hecho, creímos en El para nuestra justificación. Dios nos manda aceptar el segundo hecho para nuestra liberación. De modo que, para propósitos prácticos, la palabra ´consideraos´ en la segunda sección de Romanos toma el lugar de la palabra ´fe´ de la primera sección. No hay mayor diferencia. La vida cristiana normal se vive progresivamente, tal como se iniciara: por fe en el hecho divino, en Cristo y su Cruz.
Permaneciendo en El
Aunque nos hemos ocupado ya largamente sobre este tema, queda aun algo que podría hacerlo más claro. Las Escrituras declaran que somos, de veras, muertos; pero en ninguna parte dicen que somos muertos en nosotros.
En vano buscaremos la muerte adentro; allí es justamente donde no se lo encuentra. Si somos muertos pues, no es en nosotros mismos, sino en Cristo. Fuimos crucificados con El, porque estábamos en El.
Conocemos bien las palabras del Señor Jesús: “Permaneced en Mí, y yo en vosotros” (Jn.15:4). Consideremos éstas por un momento. Primero nos recuerdan una ves mas que no tenemos que luchar para entrar en Cristo. No nos dicen de entrar, por cuanto ya estamos adentro; nos exhortan a permanecer donde hemos sido colocados. Fue Dios mismo quien nos colocó en Cristo, y nosotros tenemos que permanecer en El.
Aún más. Este versículo declara un principio divino: que Dios ha hecho la obra en Cristo y no en nosotros como individuos. La muerte inclusiva y la resurrección inclusiva del Hijo de Dios fueron consumadas, en primer lugar, cabal y enteramente aparte de nosotros. Es la historia de Cristo la que llega a ser la experiencia del cristiano, y no tenemos experiencia espiritual aparte de El. Las Escrituras nos dicen que fuimos crucificados “juntamente con El”, que fuimos vivificados, resucitados y sentados por Dios en los lugares celestiales “en El”, y que somos completos “en El” (Ro.6:6; Ef.2.5:6; Col.2:10). No es simplemente algo que todavía tiene que efectuarse en nosotros (si bien implica eso), sino algo que ha sido efectuado ya, en asociación con El.
En las Escrituras encontramos que no existe ninguna experiencia cristiana como tal. Lo que Dios ha hecho en su propósito benigno, es incluirnos en Cristo. Al tratar con Cristo, Dios a tratado con el cristiano; al tratar con la cabeza, ha tratado con todos los miembros. Es completamente erróneo pensar que podemos experimentar algo de la vida espiritual meramente en nosotros mismos, aparte de Cristo. Dios no quiere que obtengamos algo exclusivamente personal en nuestra experiencia, y no está dispuesto a hacer nada de eso por nosotros. Toda la experiencia espiritual del cristiano ya esta cumplida en Cristo; todo ha sido experimentado ya por Cristo. Lo que solemos llamar ´nuestra´ experiencia, es tan solo nuestra participación en su historia y en su experiencia.
Sería extraño si un sarmiento de la vid intentara producir uvas rojizas, y otro intentara producir uvas verdosas, y un tercero uvas de color púrpura oscuro; que cada sarmiento tratara de producir algo propio sin referencia a la vid. Es imposible, e inconcebible. Los sarmientos están determinados por la vid. Sin embargo, algunos cristianos buscan experiencias para sí. Piensan de la crucifixión como una cosa, de la resurrección como otra, de la ascensión como más distinta, sin detenerse a pensar que todo es relativo a una persona. Luego sólo en la medida en que el Señor abre nuestros ojos para ver aquella Persona, tendremos una verdadera experiencia. Toda verdadera experiencia espiritual significa que hemos descubierto algún hecho en Cristo y nos lo hemos apropiado; todo lo que no sea recibido de El en esta forma será una experiencia que muy pronto se evaporará. ´He descubierto esto en Cristo; entonces, alabado sea el Señor, es mío. Lo poseo, Señor, porque está en Ti´. ¡Cuán maravilloso es conocer los hechos de Cristo con el fundamento de nuestra experiencia!
Así, pues, el propósito de Dios al conducirnos por nuevas experiencias no es el de darnos algo que podremos llamar ´nuestra experiencia´. Tampoco significa que El efectuara algo dentro de nosotros de modo que estaremos capacitados para decir: Morí con Cristo en marzo pasado, o; fui levantado de los muerto en enero, o aún; El miércoles pasado pedí esta experiencia, y ahora la tengo
Algunos preguntaran ahora: ¿Y qué de las experiencias cumbre que tantos hemos vivido? Admitido, algunos en verdad han pasado crisis muy reales en sus vidas. Por ejemplo, Jorge Müller pudo decir, postrándose en tierra: Hubo un día en que Jorge Müller murió. ¿Qué decir a esto? Bien, no dudo un momento de la realidad de las experiencias espirituales por las cuales pasamos, ni de la importancia de las crisis a las cuales Dios nos lleva en nuestro andar con El; a decir verdad, he recalcado ya la necesidad de ser bien definidos en cuanto a tales crisis en nuestra propia vida. Pero un hecho queda asentado: que Dios no da experiencias individuales a las personas – lo que éstas hacen es simplemente entrar en lo que Dios ha cumplido; es decir, reconocer dentro del tiempo, cosas intemporales, eternas. La historia de Cristo se convierte así en nuestra experiencia y en nuestra historia espiritual; no tenemos historia separada de la suya. Toda la obra realizada a favor nuestro, no esta hecha en nosotros aquí, sino en Cristo. Aún la vida eterna no se nos da como a individuos: la vida está en el Hijo, y “el que tiene al Hijo tiene la vida”. Dios lo ha hecho todo en su Hijo, y nos ha incluido en El, nosotros somos incorporados a Cristo.
Ahora bien, la importancia de todo esto estriba en que hay un valor práctico muy real en la posición de fe que declara: Dios me ha puesto en Cristo y por tanto todo lo que es verdad en El lo es en mi. Permaneceré en El. Satanás siempre trata de alejarnos, de mantenernos alejados, de convencernos de que estamos alejados y, mediante tentaciones, fracasos, sufrimientos y pruebas, hacernos sentir intensamente que no estamos en Cristo. Nuestro primer pensamiento es que, si en efecto estuviéramos en Cristo, no estaríamos reducidos a ese estado y, por tanto, al juzgar por nuestros sentimientos del momento, creemos que estamos alejados de El; entonces empezamos a rogar: Señor, colócame en Cristo. ¡No! No es así. La amonestación de Dios es que permanezcamos en Cristo, y ésta es la vía de liberación. ¿Por qué es así? Pues porque esto abre el camino para que Dios obre en nuestras vidas, y para que cumpla lo que El está deseando hacer. Da lugar a la operación de su potencia superior – la potencia de la resurrección (Ro.6:4,9,10) – de modo que los hechos de Cristo se van convirtiendo progresivamente en los hechos de nuestra experiencia cotidiana y, allí donde antes reinaba el pecado (Ro.5:21). Hacemos el feliz descubrimiento de que verdaderamente ya no servimos más al pecado (Ro.6:6).
Al plantarnos con firmeza en lo que Cristo es, hallamos que todo lo que es verdad tocante a El llega a ser, en nuestra experiencia, cumplido en nosotros. Si por el contrario, nos basamos en lo que nosotros mismos somos, descubrimos que todo lo que es propio de la vieja naturaleza, permanece en toda su verdad en nosotros. Si en fe nos llegamos allí a Cristo, lo tenemos todo; si volvemos atrás aquí, a nosotros mismos, no encontramos nada.
Muy a menudo, queriendo hallar la muerte del `yo´, la buscamos donde no está. Porque la muerte del `yo´ está en Cristo. Nos vasta mirar dentro de nosotros para constatar que estamos muy vivos al pecado: pero, cuando miramos más allá al Señor, Dios logra que no solo la muerte obre aquí en nosotros, sino que la “novedad de vida” sea nuestra también. Somos entonces “vivos para Dios” (Ro.6:4,11).
“Permaneced en Mi y Yo en vosotros”. Es una frase doble: un mandato unido a una promesa. Es decir en cuanto al proceder de Dios, hay un lado objetivo y otro subjetivo, y este segundo depende del primero; el “Yo en vosotros” es el resultado de nuestra permanencia en El. Tenemos que cuidarnos de la excesiva ansiedad con respecto del lado subjetivo de las cosa, porque entraña el peligro de que nos quedemos mirándonos a nosotros mismos. Necesitamos plantarnos firmemente en el lado objetivo – “Permaneced en Mi” – y permitir que Dios se encargue del lado subjetivo. Y El se ha comprometido hacerlo.
La luz eléctrica puede servirnos de ilustración. Tú estás por ejemplo, en una habitación y está oscureciendo. Desearías encender la luz para poder leer. Sobre la mesa a tu lado, hay una lámpara. ¿Qué haces entonces? ¿La contemplas atentamente para ver si enciende la luz? ¿Intentas con un paño, limpiar la lamparilla? Por supuesto que no, sino que te levantas y vas al otro lado de la habitación donde esta el interruptor y enciendes. Diriges tu atención a la fuente de energía y, cuando hayas realizado la acción necesaria allí, la luz se hace aquí.
Así es nuestro andar con el Señor. Nuestra atención tiene que concentrarse en Cristo. “Permaneced en Mi y Yo en vosotros” es la orden divina. La fe en las verdades de Cristo, las hace verdaderas en nuestra experiencia. Como se expresa el apóstol Pablo: “Nosotros todos, mirando… la gloria del señor, somos transformados… en la misma imagen” (2 Co.3:18). El mismo principio se aplica en cuanto al producir fruto: “El que permanece en Mi”, y Yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn.15:5). No nos esforzamos en producir el fruto, ni concentremos nuestra atención en el fruto producido. Nuestra tares en mirar a Cristo y, cuando lo hacemos, El se compromete a cumplir su Palabra en nosotros.
¿Cómo permanecemos en Cristo? “De Dios sois vosotros en Cristo Jesús.” Era obra que tocaba a Dios el colocarnos allí, y lo ha hecho. Ahora, quédate pues allí. No vuelvas a apoyarte en lo que eres en ti mismo. Jamás te contemples como si no estuvieras en Cristo. Mira a Cristo, y mírate a ti mismo en El. Permanece en El. Descansa en el hecho de que Dios te ha colocado en su Hijo, y vive en la expectativa de que El completará su obra en ti. A El corresponde el hacer efectiva la promesa gloriosa de que “el pecado no se enseñoreara de vosotros” (Ro.6:14)
continua cap. 3. El Espíritu Santo