La cruz de cada día

ricardo perales

Lo importante es la salvación de las almas.
23 Abril 2020
2.951
882

“La cruz de cada día” aceptada y asumida, “con valentía”, sin rebeldía, en la fe nos santifica

De manera especial “la cruz de cada día” aceptada y asumida, “con valentía”, sin rebeldía, en la fe a pesar de las lágrimas – éstas nunca dejan de existir – nos santifica.
Jesús nos mandó tomar nuestra cruz de cada día y seguirlo (Lc 9,23). ¿Qué significa eso? ¿Cuál es la cruz de cada día? Son todos los sufrimientos que nos alcanzan cada día, y que deben ser enfrentados día a día. “No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas (Mt 6,34). Una cruz para cada día. La sabiduría es vivir un día de cada vez.
En primer lugar es necesario entender que si Jesús nos manda tomar nuestra cruz de cada día, es entonces, porque eso es necesario y bueno para nosotros, aunque pueda ser doloroso. No es masoquismo. ¿Por qué? Hay varias razones.
Antes que nada es necesario entender que no comprendemos el plan de Dios: “mis caminos no son los mismos de ustedes, dice Yavé” (Is 55,8); la visión que Dios tiene de las criaturas y la historia, es mucho más completa y perfecta de la que tenemos. Para entender esto es necesario que no queramos ser nosotros mismos el patrón y el criterio para valorar el bien o el mal. Esto es tener fe en Dios.
No es porque alguien no ve el lado positivo de una desgracia, que puede afirmar que este lado bueno no existe. “Dios sabe sacar bien del mal”(cf. Rm 8,28), dice San Agustín, si no, no habría permitido que nos alcance el dolor. Él prefirió eso a impedir al hombre ser libre y hasta poder equivocarse. Sin la libertad, hasta para errar, el hombre no sería a su imagen.
Cristo asumió el dolor y la muerte de cada hombre hasta las últimas consecuencias. “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él (2Co 5,21). Por eso la Iglesia reza: “Con su muerte destruyó la muerte, y con su resurrección nos devolvió la vida” (misa del Tiempo Pascual).

El Señor bebió el cáliz del dolor hasta la última gota, para que todo el sufrimiento de la tierra fuera rescatado, transformado y divinizado. Cualquiera que sea el dolor, éste es “parte del mismo dolor del Señor”, pues Él lo asumió en su santa pasión. Es por eso que San Pablo afirma: “completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (Col 1,24). A partir de la muerte de Jesús, el sufrimiento humano comenzó a tener sentido; ahora éste no es simple consecuencia del pecado o castigo de la justicia divina, sino que fue redimido y pasó a ser “materia prima de salvación”, fue “reciclado”, divinizado, y por medio de él el hombre puede volver a Dios.

Cuántos hombres y mujeres en este mundo sólo encuentran a Dios y una vida equilibrada después de una enfermedad, de una pérdida grande, de un fracaso…
Fueron muchos: San Francisco de Asís, San Pablo, San Ignacio de Loyola, y tal vez tú mismo. El camino que lleva al Reino de los Cielos es estrecho y angosto, en oposición al camino ancho y espacioso que conduce a la perdición (cf. Mt 7,13).

Negar la existencia de Dios en la hora del dolor, es crear para sí mismo un problema más, porque se pierde la fe que da valor y paz para enfrentar el sufrimiento. Dios es el gran sustento para los que sufren. San Pablo hablaba de “necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios” (1Co 1,18). El poder invisible de Dios se manifiesta en el sufrimiento. Cura el alma, salva el espíritu, quiebra el orgullo, elimina la vanidad, derriba la opulencia, iguala a los hombres…

En el sufrimiento los hombres se sienten más hermanos, hijos del mismo Padre. En la hora más amarga de dolor se valora la fraternidad y la solidaridad. Ve, por ejemplo, los momentos de tragedia, terremotos, etc. Es en esta hora sagrada que los corazones se unen, las manos se aprietan y el hijo se acuerda del Padre.

ALETEIA.