La Crónica de Caín

Dorian7

Miembro senior
6 Octubre 2025
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Texto sincretizado basado en los relatos de el Libro de Jasher, el Libro de los Jubileos, la Biblia, las visiones de Anna Catalina Emmerich, el Midrash, el Libro de Henoc y el Apocalipsis de Moisés, las cuales son literaturas accesibles en los tiempos de Jesús a excepción del Midrash judío y las visiones de la beata.

Al principio, cuando el Todopoderoso había formado los cielos y la tierra, e insuflado vida en el polvo del suelo, creando al hombre a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27), conoció Adán a su mujer Eva en el huerto del Edén (Génesis 2:23-25). Y Eva concibió, y dio a luz un hijo, y lo llamó Caín, diciendo: «He adquirido un varón de parte de YHVH» (Génesis 4:1), en el año 70 de la creación. Porque en aquella hora, como atestiguan los antiguos rollos, Eva tuvo una visión en sus dolores de parto: un niño de fiero semblante, bebiendo honda la sangre de su hermano aún no nacido, presagiando aflicción para la descendencia del hombre. Algunos sabios susurran que Sama’el, la serpiente caída, había entrado en la cámara de Eva, y así Caín no brotó enteramente de los lomos de Adán, sino que llevaba la sombra del adversario, un labrador de suelo maldito desde el principio. Sin embargo, la Sagrada Escritura lo proclama el primogénito de carne, hermano de Abel, quien vino después en el año 77 de la creación.

Y los hijos crecieron en el valle al oriente del Edén, donde Adán, sacerdote de su casa, les enseñó las ordenanzas del sacrificio, tal como YHVH le había mostrado en visiones de fuego sobre el altar. Caín se convirtió en labrador de la tierra, trabajando con arado y semilla en la terca gleba que gemía bajo la maldición de la puerta del huerto (Génesis 3:17-19). Abel, guardián de ovejas, cuidaba rebaños en los prados, con el corazón manso y recto (Génesis 4:2). Así se dividieron: uno del polvo, el otro del hato; uno de labor inexorable, el otro de errante gentil. En aquellos tiernos años, ninguna riña los separaba abiertamente, salvo la envidia oculta que se agitaba en el pecho de Caín como serpiente enroscada, porque el favor del cielo reposaba sobre las sendas de Abel, aunque ninguno aún conocía la prueba del altar.

Aconteció, pues, al cabo de un tiempo —cuando los primogénitos del rebaño engordaban y los frutos del campo maduraban bajo el sol, en el año 120 de la creación— que Caín y Abel trajeron ofrendas a YHVH (Génesis 4:3). Abel ofreció los primogénitos de sus ovejas y su grosura, un holocausto de aroma agradable, derramado con corazón contrito y puro (Génesis 4:4). Pero Caín trajo el fruto de la tierra, el aumento de su labor, mas no las mejores gavillas, porque su alma albergaba amargura, y la ofrenda carecía del fuego de la devoción (Génesis 4:5). Y YHVH miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero a Caín y a su ofrenda no miró con agrado. La llama del cielo consumió el don de Abel en fuego santo, mientras que el de Caín yacía frío sobre las piedras. Entonces el rostro de Caín se ensombreció, y se llenó de ira; su corazón ardía como horno, y el pecado acechaba a la puerta, deseando poseerle. Y YHVH dijo a Caín: «¿Por qué estás airado? ¿Y por qué se ha entristecido tu rostro? Si obraras bien, ¿no serías aceptado? Y si no obraras bien, el pecado está a la puerta; con todo, a ti será su deseo, y tú lo gobernarás» (Génesis 4:6-7). Mas Caín no atendió, sino que apartó su rostro de la luz.

Y Caín habló a Abel su hermano en el campo, mientras caminaban entre las gavillas y los apriscos (Génesis 4:8). «¿Qué tienes tú, hermano —dijo Caín—, que el cielo te favorece sobre mí? ¿Han de ser despreciados los frutos de mi sudor, mientras tus balantes corderos ascienden como humo?» Y Abel respondió mansamente: «No es el don, sino el dador; busquémoslo juntos al Señor». Pero la envidia cegó a Caín, y el antiguo mal susurró en su oído: surgieron disputas sobre la herencia del campo, sobre una hermana gemela de bella forma que Abel había reclamado por derecho de nacimiento, o sobre la misma creación del hombre —si YHVH había hecho a todos iguales, o a unos para gloria y a otros para polvo—. Entonces Caín se levantó contra Abel su hermano, y lo mató con la reja de hierro de su arado, hiriéndole en la frente con una piedra, de modo que su sangre manó como río sobre la tierra (Génesis 4:8). Y la tierra bebió la sangre inocente, y clamó desde el polvo a YHVH, siete veces en su aflicción, acusando no solo al matador, sino a los cielos que habían permitido tal fratricidio (Génesis 4:10).

Y YHVH dijo a Caín: «¿Dónde está Abel tu hermano?» Y él respondió: «No sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Génesis 4:9). Entonces la voz del Señor tronó: «¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te dará más su vigor; fugitivo y errante serás en la tierra» (Génesis 4:10-12). Y Caín clamó en angustia: «Mi castigo es mayor de lo que puedo soportar. He aquí que me has arrojado hoy de la faz de la tierra, y de Tu faz me esconderé; seré fugitivo y errante en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará» (Génesis 4:13-14). Porque en su destierro, Caín previó la ira de parientes y bestias por igual. Pero YHVH, en misericordia mezclada con justicia, puso una señal sobre Caín, para que nadie que lo hallara lo matara: una marca en su frente, como un cuerno o una letra de llama, para que todos supieran que estaba protegido por la mano de Dios (Génesis 4:15). Así fue librado Caín, aunque su alma vagaba en tormento.

Entonces Caín salió de la presencia de YHVH, y habitó en la tierra de Nod, al oriente del Edén, un vagabundo en yermos indómitos (Génesis 4:16), en el año 121 de la creación. Allí, en su soledad, tomó por mujer a una de las hijas de los hombres —algunos dicen una prima de su linaje, llamada Jasar— y ella le dio un hijo, y lo llamó Enoc (Génesis 4:17), en el año 126 de la creación. Y Caín edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad como el nombre de su hijo, Enoc, una fortaleza contra lo salvaje y refugio para la línea maldita, en el año 130 de la creación. En aquellos años de destierro, que abarcaron 70, Caín no conoció reposo sino en el día de reposo, cuando YHVH le concedió alivio del trabajo, mostrándole visiones de ciudades doradas y torres que la descendencia de Abel podría haber levantado, de no haber teñido la sangre el altar. Estas visiones le traspasaron el corazón como espinos, una penitencia perpetua por su hecho. Sin embargo, en la plenitud del tiempo, Caín regresó a las tiendas de Adán, su padre, llevando la marca desvaída pero la culpa insaciable, en el año 191 de la creación. Desposó a Jasar en la casa de su parentela, y profetizó falsamente de glorias terrenas, contrastando con los oráculos verdaderos de Adán, quien hablaba de cielos venideros. Así Caín anduvo entre los hombres como sombra, ni del todo arrojado ni plenamente redimido, sus palabras huecas como el viento sobre Nod.

Y las generaciones de Caín se multiplicaron en la tierra, aunque ensombrecidas por corrupción (Génesis 4:17-22). Enoc engendró a Irad; e Irad engendró a Mehujael; y Mehujael engendró a Metusael; y Metusael engendró a Lamec, a lo largo de los siglos siguientes. Y Lamec tomó para sí dos mujeres: Ada y Sela. De Ada vino Jabal, padre de los que habitan en tiendas y tienen ganado; y Jubal, padre de todos los que tocan arpa y flauta. Y Sela dio a luz a Tubal-caín, instructor de todo artífice en bronce y hierro; y la hermana de Tubal-caín fue Naama. Como el hierro aguza al hierro, así la descendencia de Caín forjó herramientas de guerra y arte, pero sus corazones se volvieron a la violencia, engendrando gigantes y vigilantes en los días antes del diluvio, cuando los hijos de Dios vieron a las hijas de los hombres que eran hermosas (Génesis 4:19-22; 6:1-4). Porque de la línea de Caín brotaron los poderosos de la antigüedad, hombres de renombre, cuyas obras oscurecieron la tierra hasta que las aguas se alzaron para limpiarla.

Al fin, cuando Adán había vivido 930 años y volvió al polvo (Génesis 5:5), en el año 930 de la creación, Caín perduró un año más a la sombra de sus mayores, habiendo alcanzado los 861 años de edad. Y he aquí, en la consumación del jubileo, la casa que Caín había edificado en Nod cayó sobre él en la noche, y pereció bajo sus maderos, aplastado como había aplastado la frente de Abel, en el año 931 de la creación (Génesis 8:11). Así terminaron los días de Caín, el primer derramador de sangre fraterna, un fugitivo redimido en marca pero atado en maldición, cuya descendencia hizo eco del clamor de la tierra hasta que la paloma del arca trajo hoja de olivo de promesa. Y la tierra reposó de sus vagabundeos, atestiguando que el Señor es juez sobre los vivos y los muertos, y que de la envidia viene la muerte, pero de la misericordia, una señal perdurable.


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