La Confesion

Desde el punto de vista biblico, la confesion de los pecados a la que se refiere la biblia nada tiene que ver con el andamiaje catolico-romano.

El arrepentimiento está relacionado con la confesión. Mientras que la confesión implica admitir que lo que hicimos estuvo mal, el arrepentimiento implica un deseo de cambiar de rumbo. No solo reconocemos nuestro pecado, sino que tomamos medidas para superarlo y abandonarlo. La confesión sin arrepentimiento es solo palabras. La mayoría de las personas confesarán un pecado cuando se las descubra con las manos en la masa, pero es posible que no tengan intención de cambiar. Su demostración de remordimiento se debe a las consecuencias de sus acciones, no al pecado de las acciones. Juan el Bautista predicó el arrepentimiento para preparar el camino para el Mesías: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). En otras palabras, Juan aconsejó a sus oyentes que no solo confesaran sus pecados, sino que demostraran con sus acciones que realmente se habían arrepentido de ellos.

La Biblia presenta dos vías para la confesión de los pecados. Primero, debemos confesar nuestros pecados a Dios. 1 Juan 1:9 dice que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. En segundo lugar, debemos confesar nuestros pecados a otros creyentes. Santiago 5:16 dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados”. Cuando hemos hecho daño a alguien, es apropiado confesarle nuestro mal a esa persona y buscar perdón.

Hay varios factores que pueden obstaculizar o impedir nuestra confesión de pecados. Uno de ellos es el orgullo. No nos gusta admitir que nos equivocamos. El orgullo se apresura a justificar, explicar o echar la culpa a otros en lugar de confesar y ser perdonados (Proverbios 16:18). Dios resiste a una persona orgullosa (Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5). La confesión de pecados sirve de poco cuando es forzada o insincera porque no es un verdadero acuerdo con Dios, sino un esfuerzo temporal para apaciguar una conciencia culpable o tranquilizar a otra persona.

Otro factor que obstaculiza la confesión de pecados es la ignorancia. En nuestra era moderna, la gente se está volviendo más analfabeta en cuanto a la Biblia y los corazones se están enfriando hacia las cosas de Dios. El descuido de las Escrituras significa que muchos, incluidos los que profesan ser cristianos, son lamentablemente ignorantes de las normas morales de Dios. Algunos satisfacen sus deseos pecaminosos sin apenas remordimientos, prefiriendo permanecer en la oscuridad en lugar de tener que confesar y abandonar su pecado. Su actitud es que “la ignorancia es una bendición”, e incluso pueden resistirse a aprender más sobre la Palabra de Dios por temor a que los haga sentir culpables por su estilo de vida. Dios nos hace responsables de todo lo que nos ha confiado, por lo que la ignorancia no es excusa para no confesar nuestro pecado a Dios y ser perdonados.

Cuando confesamos nuestros pecados a alguien a quien hemos hecho daño, esa confesión debe ir acompañada de una petición de perdón. Si bien no podemos obligar a alguien a perdonarnos, siempre debemos ofrecerle esa opción para que pueda vivir libre de amargura hacia nosotros. La Biblia está llena de mandamientos para perdonarnos unos a otros (Efesios 4:32; Colosenses 3:13; Mateo 6:14). Jesús incluso nos dio un tutorial paso a paso sobre la confesión y la restauración dentro de la iglesia (Mateo 18:15-17). Hay otras ocasiones en las que nuestro pecado no fue contra una persona específica, pero podemos confesarlo de todos modos a nuestros hermanos y hermanas cristianos como una forma de hacernos responsables del cambio (Santiago 5:16).

Un viejo adagio dice: “La confesión es buena para el alma”. Esto es cierto. Dios quiere que vivamos con una conciencia tranquila y un corazón puro (Mateo 5:8; Salmo 24:4). Esto solo es posible cuando confesamos y abandonamos nuestros pecados regularmente, manteniendo siempre presente el modelo de Jesús (1 Corintios 4:16; 11:1). Él nunca tuvo que confesar sus pecados porque nunca cometió ninguno (Hebreos 4:15). Pero nadie más puede decir eso con sinceridad, por eso necesitamos aprender a confesar nuestros pecados regularmente tanto a Dios como a otras personas para que podamos vivir libres de culpa y vergüenza (Colosenses 2:14).

Saludos