LA CONFESION DE FE DE MI AMIGO RICARDO

11 Diciembre 2007
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Tomando un café me encuentro a mi querido y viejo amigo Ricardo del que ya he hablado en estos escritos, porque juntos colaborábamos en cáritas diocesana, procurando aliviar las necesidades y problemas de aquellos que acudían en busca de ayuda y consuelo.

Ricardo no fué nunca un católico muy practicante aunque sí un buen cristiano. No llegaba persona que precisara de su ayuda, que no recibiera todo su apoyo. Yo, me enorgullecía de su amistad y envidiaba su forma de servir a los demás.

Hace unos años por motivos familiares se trasladó a vivir a Barcelona, abandonando su querido Madrid. Desde entonces no nos vemos con la frecuencia que nos gustaría pero no perdemos el contacto.

Sin embargo hoy al vernos y darnos como de costumbre un fuerte abrazo, he notado que dentro de la alegría que nos produce vernos, su cara un tanto envejecida reflejaba cierto signo de tristeza y amargura y así se lo hice saber a mi buen amigo.

Mi tristeza, me confesaba Ricardo, quizás se deba a cosas de la edad; uno va cumpliendo años y el cansancio que de pronto se acumula sobre la agitada vida de un ser humano, parece obligarle a dejar aquellas cosas que para él, fueron prioritarias.
Y es su esposa la que a veces le comenta que está desconocido. Que apenas se parece a esa persona que antes amaba a todo el mundo y ahora pone reparos para amar y servir a los demás.

Y le pregunta con insistencia dónde está aquel hombre, aquella persona tan cordial y tan solidaria, cuando ahora rehuye al vecino “pelma” que le produce náuseas porque siempre le ve bien y feliz.
Y rehuye a su mujer cuando le insinúa que tiene que amar al projímo como lo hiciera antes, que tenía un corazón limpio, sin malicia, solo dispuesto a ser refugio de personas que le contaban sus penas.

Y el hombre, aturdido, contesta a su mujer que en esos ratos de “pelea” que todos tenemos con Dios, a veces le ha preguntado porque tolera que en el mundo exista tanto dolor y tanto sufrimiento.
Desea no debilitar su fe, pero no logra entender a Dios y se angustia pensando el por qué Dios conociendo el principìo y el fin de este amargo mundo, lo hizo así, permitiendo que por nuestro egoísmo solo podamos comer un tercio de los humanos.

Y en silencio se rebela y sufre porque cada día mueren más niños en el tercer mundo por no haber tenido la suerte de nacer en paises desarrollados donde cada niño tiene un médico que le atiende y cuida en un buen hospital.
Le atormenta que el mundo sufra cada día más guerras crueles, asesinatos, violaciones, mujeres y niños maltratados y naufragios de pateras con cientos de emigrantes que huyendo de la miseria de sus paises de origen buscan un lugar donde vivir y trabajar.

Por todo esto el le reza a ese Dios Todopoderoso que está allá en las alturas, para que ante todos esos dolores humanos, también sea Misericordioso.

Y reza también por el. Por el susto padecido recientemente a consecuencia de un amago de angina de pecho que apenas le permitía respirar y que parece estar superando con un jarabe y unos comprimidos broncodilatadores.
Le desespera pensar, cuando reza el Padrenuestro “hágase tu voluntad…” que dirá Dios de su fe y quizás de su desconfianza, cuando apenas puede dormir desde que su hijo se ha comprado una moto y está rodando sobre todo por las noches corriendo a toda velocidad y deteniéndose en pubs para tomar copas.
Abatido y cabizbajo Ricardo cae en el más espeso de los silencios al no vislumbrar esa luz que parece habérsele negado.

Efectivamente, le comento, es difícil tener fe creyendo en Dios y no comprenderlo. La fe, a mi entender, no es una ilusión que a veces necesitamos para tener ánimo y entender lo que Dios en un momento concreto nos envía. La fe no es algo real como lo son las cosas materiales; lo que se ve, lo que se palpa o lo que se mide. Para el creyente la fe es algo especial, como especial fue la del ciego del evangelio que fue sanado por Jesús (Jn. 9,1-2). Es el entender, mientras vivimos en esta tierra, que la justicia de Dios es aclarar donde está el bien y el mal, para irlo separando (Lc. 7, 22-23). Es el tener confianza de que somos hijo de la Verdad, porque Él es la verdad y la verdad nos hará libres, sean cual fueren nuestras ideas. Jesús resucitado nos deja en mundo en nuestras manos para que intentemos evangelizarlo y transformarlo haciéndolo más humano y más cristiano.
La tierra, la familia, el trabajo y la relación con los demás son el campo del cristiano que ha comprendido el encargo de Jesús de Nazaret “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (Mc. 16, 15-20)

Yo creo firmemente y así se lo hago saber a mi querido amigo, el mejor camino es siempre aquel que Dios nos ha marcado a cada uno. Pero en cualquier caso el silencio y la oración en soledad… es uno de los mejores.