

La vida cristiana es como una maratón espiritual. Antes de una gran competencia, los corredores se reúnen con su entrenador para repasar la estrategia y recordar la meta. Así también, cada vez que participamos de la Cena del Señor, Jesús —nuestro Entrenador y Salvador— nos reúne para recordarnos la victoria que ya obtuvo en la cruz y la meta gloriosa que nos espera.


LA CENA: UNA PROCLAMACIÓN VIVA DEL EVANGELIO
“Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga.”
— 1 Corintios 11:26
La Cena no es solo un rito, es una predicación silenciosa que atraviesa generaciones

Allí recordamos:


UNIDAD Y HUMILDAD
“Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo…” — 1 Corintios 11:28
En la mesa del Señor nadie llega por méritos, sino por gracia.
El pan nos recuerda que “somos muchos, pero un solo cuerpo” (1 Cor. 10:17),
y la copa nos une en el mismo pacto eterno.


CORRE MIRANDO A CRISTO
La Cena del Señor es como ese momento en la carrera donde el corredor se detiene, respira y recuerda por qué empezó a correr.
No corras solo


el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2).




ORACIÓN FINAL:
Señor Jesús, gracias por invitarme a tu mesa.
Renueva mi fe, limpia mi corazón y enséñame a correr esta carrera con tus fuerzas.
Que cada vez que tome el pan y la copa, recuerde tu amor y viva para tu gloria.
Amén.


¿Qué te recordó el Espíritu Santo mientras leías este mensaje?

Y si te bendijo, ¡compártelo para inspirar a otros corredores de la fe!


¿Es un deseo vivo o una costumbre dominical?











