La asignatura de religión

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24 Enero 2001
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<CENTER>La asignatura de religión

César Vidal</CENTER>

Durante las últimas semanas algunos medios de comunicación han desatado una polémica en relación con la asignatura de religión en los colegios e institutos. A juzgar por las informaciones aparecidas en ellos, la religión acaba de convertirse en asignatura y, en el fondo, semejante paso sólo pretende una recatolización nacional. En las siguientes líneas desearía examinar lo que hay de verdad en esas afirmaciones, indicar algunas consideraciones sobre la asignatura de religión y señalar las que me parecen que son posibles alternativas – ciertamente diversas - para los evangélicos".

En primer lugar, aclaremos que la religión siempre ha sido asignatura y que precisamente la consagración de tal en tiempos democráticos vino de la mano del socialista Gustavo Suárez Pertierra. Es cierto que el PSOE realizó estudios para ver la posibilidad de quitar la asignatura pero, finalmente, la realidad social acabó imponiéndose y no sólo mantuvo la asignatura sino que además buscó una alternativa para los que no desearan cursarla que fue la asignatura de ética. No es menos cierto que dentro de la LOGSE socialista – el mayor desastre educativo que ha padecido este país en tiempos modernos, causante entre otras cosas de serias amonestaciones de la UNESCO en la etapa de gobierno de Felipe González – ni el suspenso en religión ni en otras asignaturas impedía que el alumno pasara de curso ya que era “promocionado por imperativo legal”.

Ahora, con la reforma educativa de Pilar del Castillo que, entre otras cosas, se ha planteado que los alumnos no puedan pasar curso con más de dos suspensos, la religión y las otras asignaturas vuelven a ser materias que hay que aprobar si no se desea repetir. Sí se produce un cambio interesante en la concepción del currículum del bachillerato y es que la religión pasa a ser una materia que ya no tiene como alternativa la ética. Debe ser cursada por todos los alumnos pero éstos pueden hacerlo en dos vertientes optativas, o la confesional o la cultural.

En el primer caso, los padres del alumno pueden escoger esa enseñanza desde una perspectiva confesional católica, evangélica o judía (la islámica plantea otros problemas que no es ahora momento de tratar) y en el segundo, desde otra meramente social y cultural. Las razones para esa modificación – que curiosamente en nada se parece a lo repetido hasta la saciedad por algunos medios – se basan en dos pilares que, a mi juicio, tienen difícil discusión. El primero es la demanda social y el segundo, la importancia del hecho religioso. La demanda social puede irritar profundamente a los partidarios de laicificar a martillazos una sociedad y más cuando lo han intentado por todos los medios en la casi década y media que ejercieron un poder semiabsoluto y omnicorrupto pero la verdad es que en la actualidad más del ochenta por cien de los padres solicita la enseñanza religiosa para sus hijos. En otras palabras, podrán compartir electoralmente algunos de los postulados de la izquierda pero, en su mayoría, no su sectarismo laicista.

Por lo que se refiere a la importancia del hecho religioso es todavía más indiscutible si cabe. Es verdad que históricamente las izquierdas lo han aborrecido no tanto por las injusticias que se hayan podido perpetrar a su amparo – de ser esa la cuestión también habrían condenado desde el primer momento a Lenin, a Stalin, a Mao, a Castro, a... – si no porque, con ciertos matices en la izquierda británica, siempre han visto la religión como un poder moral que rivalizaba con ellas en la posesión de las mentes y los corazones. Basta leer a Marx, Rosa Luxemburgo, Pablo Iglesias o Largo Caballero para comprobarlo sobradamente. Esa alergía de las izquierdas frente al hecho religioso las está arrastrando a situaciones tan ridículas como defender el uso del shador en las escuelas, abogar por la defensa del islam o realizar unos análisis de la situación en Oriente Medio que dan grima a cualquiera que conozca la zona meramente como forma de colocar un contrapeso al cristianismo. Pero no nos desviemos del tema. El hecho religioso, mal que le pese a ideologías que llegaron ayer por la tarde a la Historia, es enormemente importante. Sin él no podemos entender nuestro presente, desconocemos nuestro pasado y ni nos imaginamos el porvenir. Su estudio, por lo tanto, es a mi juicio tan importante como el de la Historia del arte o la literatura.

Planteados estos puntos iniciales debemos entrar en las posibles alternativas evangélicas frente a la nueva situación educativa. A mi juicio, existen fundamentalmente dos. La primera es rechazar la posibilidad de dar clase de religión evangélica. Esto implicaría automáticamente denunciar los acuerdos suscritos con las distintas instancias estatales y, a partir de ese momento, plantearnos esa enseñanza fuera de las aulas. Por supuesto, tal paso no afectaría a judíos ni católicos (ni previsiblemente mañana a los musulmanes) pero tendría un claro valor testimonial. Confieso que para aquellos que hemos pensado que los acuerdos en si eran un desastre por su prehistoria, su contenido y sus acompañantes esta salida no deja de tener un poderoso efecto tentador. Cuestión aparte es si a estas alturas resultaría la más práctica una vez que el Estado ha optado por el instrumento de los acuerdos y que de ellos penden cuestiones como la TV, la entrada en las prisiones, etc. En otras palabras, se hizo muy mal, ya lo sabemos, pero ¿realmente se puede desandar el desaguisado?.

La segunda alternativa es aceptar la realidad legal y movernos dentro de ella, es decir, mantener los acuerdos y con ellos la enseñanza de la religión – y otras cuestiones - como todas las confesiones que disfrutan de pactos similares con el Estado. No se me oculta que se plantean algunos problemas como el del nombramiento de profesores pero precisamente esa es una de las cuestiones donde los evangélicos pueden controlar totalmente la situación. Si un profesor de religión evangélica enseña que Cristo no es Dios, que la Biblia está plagada de errores o que la homosexualidad o el aborto son comportamientos correctos moralmente la culpa no será de la administración estatal sino de los que permitieron su nombramiento. Dado que los nombramientos no son vitalicios sino anuales, nada impide desprenderse de tal sujeto el curso siguiente.

Finalmente, debo hacer mención sucinta al peso social de los evangélicos. Me consta que para muchos éste deriva del hinchamiento de cifras – realmente espectacular en algunos casos – o de la ayuda estatal, autonómica o municipal. Debo decir con todo el respeto del mundo que ambos caminos me parecen gravemente equivocados. El peso social sólo se consigue sudando la camiseta en la predicación del Evangelio y en la confesión intrépida del nombre de Jesús. Los demás caminos parece que llevan a algún sitio pero son, al fin y a la postre, callejones sin salida o al menos así lo veo yo.


César Vidal Manzanares es un conocido escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, 2003, España. I+CP (www.ICP-e.org)
 
http://www.protestantedigital.com/hemeroteca/e2003/030627am.htm

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Enseñanza Religiosa... ¿y ahora, qué?
Una reflexión necesaria

Amable Morales Díaz

La ministra de Educación, Pilar del Castillo, acaba de concretar su propuesta de reforma del sistema educativo, levantando con ello una extensa proliferación de noticias y artículos periodísticos en nuestra “muy católica” España. Con la entrada en vigor de tan segura propuesta (el PP tiene la mayoría absoluta para su aprobación) la enseñanza religiosa pasará a formar parte del curriculum educativo, convirtiéndose así en una materia evaluable, y equiparándose al resto de las materias que recibirán los niños, adolescentes y jóvenes españoles.

Federaciones de padres, editoriales y articulistas, han venido señalando el profundo contrasentido de impulsar tal reforma en un estado que se declara constitucionalmente aconfesional, agravado por el hecho de que la ministra quiere promover un peso específico de la educación religiosa, que supera en horas lectivas a la lengua extranjera durante el primer ciclo de enseñanza, que toma más relevancia que la música durante todo el plan de estudios obligatorio, o que iguala en horas de intensidad a la filosofía, las matemáticas o la tecnología en los ciclos de secundaria.

Para terminar de redondear la satisfacción de la Iglesia Católica, la reforma que se nos avecina elimina la materia de “Ética” como alternativa para aquellos alumnos que no deseen recibir la enseñanza religiosa, quienes se verán obligados a cursar una nueva materia denominada “Historia del hecho religioso”, asignatura que igualmente será evaluable, formando parte del expediente académico del alumno.

En todos los medios informativos, la polémica reforma se ha venido recogiendo –como no podía esperarse de otro modo- como si en este país únicamente existiesen católicos, con alguna esporádica, excepcional y minúscula referencia a las comunidades judía e islámica. Tristemente ni siquiera tan nimias e intrascendentes referencias se han podido encontrar a las iglesias evangélicas. Pero si nos centrásemos –como tantas veces- en la injusta discriminación acerca de la realidad de los evangélicos en nuestro país, nos estaríamos desviando de una necesaria y urgente reflexión sobre nuestra posición como pueblo de Dios: ¿Qué hacemos con la enseñanza religiosa evangélica?.

Hace meses, cuando saltó a las primeras páginas la polémica desatada por una profesora de religión católica (que recurrió ante los tribunales la suspensión de su contrato por el ministerio de Educación, tras haberla descalificado el obispado por su situación como divorciada que convivía de hecho con otra pareja), las iglesias evangélicas dejamos pasar una excelente oportunidad de reflexionar sobre el “agujero moral” en el que podríamos vernos inmersos. Así, aunque fuimos testigos de cómo pelaban las barbas del vecino, decidimos mirar para otro lado, quizá considerando que nuestra peculiar idiosincrasia no hacía necesario poner nuestras propias barbas a remojar. Pero aunque al cerrar los ojos dejemos de ver el problema, eso no significa que lo hayamos resuelto:

Los profesores/as de enseñanza religiosa evangélica (ERE) son designados por las iglesias y refrendados por el Consejo de la ERE, pero finalmente contratados por el ministerio de Educación o el organismo autonómico equivalente. ¿Qué pasaría si cualquiera de esos profesores/as guiase su vida por derroteros (espirituales, doctrinales, morales o sociales) que se opusiesen frontalmente a los principios que inspiraron su designación por una iglesia?. Formalmente, esa misma iglesia podría revocar su designación, pero nada nos asegura que la persona afectada por tal suspensión no plantease también un recurso judicial que terminase en la misma situación “absurda” de la citada profesora de religión católica: Alguien que ejerce un “ministerio” sin el refrendo o identificación espiritual de ninguna iglesia, pero afirmada por el vínculo laboral con las autoridades educativas.

Tal hipótesis –con el claro peligro que encierra para la integridad de nuestro testimonio evangélico- no puede ser menospreciado, y menos aún cuando un creciente número de profesores/as de ERE obtienen su sustento económico familiar a través de los ingresos procedentes del ministerio de Educación por su actividad docente. Nadie puede cuestionar la vocación y honestidad de todos y cada uno de aquellos que ejercen dicha actividad en comunión con las iglesias locales, pero parece irrisorio, ingenuo y un poco temerario pensar que llegados a un teórico “conflicto de intereses”, la situación que hemos propiciado no termine por volverse en nuestra contra. Pero si lo señalado anteriormente –dirán algunos- no es más que anticipar un posible pero no seguro problema, la inminente reforma educativa nos sitúa en una posición aún más delicada, pues afectará de un modo inmediato e inevitable a nuestro testimonio colectivo como evangélicos.

Cuando el Gobierno propugna la inclusión de la enseñanza religiosa en el currículum académico, significa que también las confesiones con Acuerdos con el Estado quedarán incluidas. Es decir, que una vez se apruebe la reforma, la ERE pasará también a ser una materia evaluable para aquellos alumnos que escojan la opción evangélica. ¿Es esa la visión que las iglesias evangélicas tenemos y queremos transmitir a nuestra descreída sociedad española?. ¿Entendemos que el ámbito de la fe debe ser examinado y evaluado bajo criterios académicos?. ¿Estamos dispuestos a mantener una relación de estricta igualdad con la Iglesia Católica en todo lo que nos sea posible, aunque ello implique confundir nuestro mensaje?.

Pedir a las autoridades el libre uso de recursos públicos (colegios e institutos) para la divulgación del Evangelio, es una cosa. Haber aceptado en su día que tal divulgación se hiciese dentro de las horas lectivas, quizá fue un “error estratégico” en el que caímos por la precipitación y sana ansia de extender nuestra presencia y testimonio. Pero el envenenado “caramelo” que se nos plantea ahora, exige una urgente reflexión de las iglesias evangélicas sobre nuestra participación en la “enseñanza religiosa”.

Las actuales clases de ERE cubren dos objetivos diferentes. De un lado -abrumadoramente mayoritario- son instrumento de “formación” para hijos de creyentes evangélicos, Y de otro lado –minoritario- instrumento evangelístico para alumnos sin ninguna relación familiar con la fe evangélica.

En el primer caso (hijos de creyentes), la permanencia futura de la ERE bajo la nueva reforma educativa, podría ser percibida por la sociedad española como la “catequesis” de los protestantes, cada vez más parecida a las prácticas católicas. Para la mayoría, la enseñanza religiosa confesional (evangélica) dejaría de ser percibida como una responsabilidad familiar y eclesial, para trasladarse al ámbito de la escuela, y sufragada por recursos públicos de un estado aconfesional. En el segundo caso (hijos de no creyentes) la ERE podría ser identificada como una mera herramienta de proselitismo, aunque con la agravante de utilizar los fondos públicos de un estado aconfesional.
Y en cualquiera de los casos, nos encontraríamos con el profundo contrasentido de participar en un modelo de enseñanza que condicionará el expediente y desarrollo académico de los alumnos, a una evaluación subjetiva del ámbito de la fe.

Quizá sea el momento –ese es mi convencimiento personal- de replantearnos totalmente el ministerio de la ERE y nuestra forma de identificarnos frente a la sociedad española:

• ¿Qué hacemos los evangélicos españoles aceptando que los fondos públicos de un estado aconfesional sufraguen -directa y personalmente- lo que debería ser únicamente un ministerio de las iglesias?.
• ¿Por qué hemos aceptado que la divulgación de nuestra fe y del Evangelio forme parte de la jornada lectiva de los alumnos en un sistema público de educación?.


La reforma anunciada por el gobierno del PP ha disparado las críticas de una amplio sector de la sociedad española, sin regatear contundentes calificativos: “retroceso histórico de 25 años”, “desprecio a la aconfesionalidad del Estado que consagra nuestra Constitución”, “pervivencia de los injustificados privilegios de la Iglesia Católica”... Si los evangélicos nos limitamos a caminar en absoluto paralelo a los católicos, nuestro testimonio se verá salpicado de las mismas descalificaciones.

La reforma educativa nos brinda la oportunidad de dar un claro testimonio a nuestros gobernantes y conciudadanos, mostrando claramente nuestro compromiso con el Señor y su Evangelio, alejándonos de cualquier equívoca mezcla de las funciones del Estado con la misión y vocación de la Iglesia. El presente artículo pretende abrir un reflexivo “debate” sobre el asunto, para el que propongo los siguientes puntos:

• No aceptar que la enseñanza religiosa evangélica sea una materia evaluable en el expediente académico de la enseñanza pública -> Negándonos a impartir la ERE en tales condiciones.
• Reconducir la enseñanza religiosa evangélica como una herramienta de exclusivo testimonio de nuestra fe -> Impartiéndola fuera del horario lectivo de los colegios e institutos.
• Redirigir la enseñanza religiosa evangélica como un auténtico ministerio de las iglesias locales a la sociedad -> No admitiendo el pago directo a los profesores por parte de las autoridades educativas.

Solo desde similares posiciones podremos denunciar las anómalas prácticas en materia religiosa del Gobierno y de la Iglesia Católica, en su insaciable sed de ocupar áreas de poder e influencia.
Por el contrario, volver a cerrar los ojos dejando que todo siga como está, nos colocará a todas las iglesias evangélicas en una muy difícil situación para nuestro testimonio: tendremos que agachar la cabeza, intentar pasar desapercibidos, y esperar que no se nos formulen preguntas a las que nos sería muy difícil responder (al menos de un modo congruente y comprometido con el mensaje del Evangelio que decimos predicar)

Amable Morales Díaz es anciano de una iglesia de AA.H. en Madrid y miembro de la Redacción de la revista Edificación Cristiana


© 2003 Imagen y Comunicación protestante, España
 
“Exento” de la asignatura de religión
... recuerdos de ayer para hoy

José Luis Andavert


Uno de los recuerdos imborrables de mi etapa escolar tiene que ver con la clase de religión. Para todos los estudiantes de mi época era necesario cursar “las tres marías”: Religión, Formación del Espíritu Nacional (FEN) y Gimnasia. Detrás de cada una de ellas se escondía un motivo propio. A través de la religión, el nacional catolicismo procuraba cultivar los valores de la España católica como elemento de unidad a la vez que promovía la religión católica como única verdadera y, así, vacunar al pueblo contra los herejes. La asignatura de FEN por su parte era propaganda del régimen franquista con sus valores patrios y los grandes logros del Movimiento a la vez que afianzaba a Franco como “caudillo por la gracia de Dios”. La pureza del individuo era el objetivo de la Gimnasia: “mente sana en cuerpo sano”, se nos repetía una y otra vez, y, de paso, la gimnasia distraía del sexo. Parece que fue ayer pero ya han pasado muchos años.

Recuerdo que en un momento dado se comenzó a eximir de cursar la asignatura de religión a los que así lo solicitaban. Esto, si no me falla la memoria, fue anterior a la Ley de Libertad Religiosa del 67. Para tal fin debía de aportarse un certificado de la iglesia. Mi padre, protestante, republicano y catalanista –y evidentemente fichado por la policía- de inmediato pidió al pastor de nuestra iglesia la carta para demostrar que éramos miembros de la iglesia y que se me eximiera de religión. Y así fue.

Cuando llegaba la hora de religión, que en mi “cole” la daba un cura, me tocaba salir de la clase y en el áula de al lado me dedicaba a hacer los deberes del día siguiente. Yo era el único protestante en la clase, y creo que también el único de todo el colegio. Los demás niños me preguntaban por qué salía de la clase de religión, con una expresión en el rostro que iba desde la sorpresa a la envidia y en algunos casos, al desprecio, y yo todo orgulloso decía “es que yo soy protestante”.

Recuerdo que en ocasiones, de motu proprio, me quedaba en la clase. El cura preguntaba cosas de la Biblia y yo era el único que lo sabia –iba a la Escuela Dominical- y respondía. Entonces con rabia y asombro el profesor espetaba a todos los de la clase “¿Y no os da vergüenza que éste, que es protestante, lo sepa y vosotros no?”. Al terminar la clase, el cura en cuestión me tomaba a parte y me preguntaba todo lo que se le ocurría acerca de mi fe y mi iglesia y su práctica. ¡Cuánta ignorancia revestida de religión! ¡Cuánto oscurantismo!

Yo no tuve ERE en el colegio, mis profesores eran los de la Escuela Dominical. No los pagaba el gobierno, eran abnegados maestros de la Palabra ejerciendo en mi iglesia local de manera gratuita, como miles lo hacen hoy también. Yo crecí en los valores del Evangelio que eran los de mi hogar y mi iglesia. Allí los aprendí.

El sistema no era justo, como iba a serlo, pero era el que había y todos teníamos el deseo de cambiarlo. Y el cambio vino, no hay mal que dure cien años...

Y años después las cosas cambiaron con la democracia. En una primera etapa democrática ciertamente el gobierno no sabía qué hacer con la Iglesia Católica, o sí sabía pero no quería o podía. Tenía mucho poder y el equilibrio de fuerzas era delicado. El caso es que la presión de la Iglesia Católica consiguió que la asignatura de religión católica continuara en el currículo, lo que suponía una clara afrenta inconstitucional y de falta de respeto a todos los españoles, ya no éramos tan iguales ante la ley. A la asignatura de religión católica se le dio la alternativa de la ética y los alumnos podían optar por una u otra.

En los años de la dictadura no asistir a religión era un testimonio de presencia y resistencia. En los primeros años de la democracia optar por ética ya no tenía el mismo valor y además era un riesgo tremendo pues no había temario, los profesores de ética aplicaban sus propios principios y, en muchos casos lo que se enseñaba era tan distinto a una ética cristiana que uno prefería que sus hijos fueran a religión católica. Muchos colegios no atendían adecuadamente la clase de ética y el alumno terminaba en la biblioteca a su aire, en fin un desastre.

Y llegó una segunda etapa en la democracia para los protestantes: el reconocimiento de la FEREDE y los Acuerdos con el Estado. El reconocimiento del protestantismo por parte del gobierno español fue un paso histórico necesario hacia una minoría como la nuestra hasta entonces perseguida y maltratada. Ahora bien, los Acuerdos dejan mucho que desear pues fueron diseñados según un patrón religioso, el católico, que nos es ajeno, y además fueron hechos, fundamentalmente, para proteger y poder seguir justificando el trato de favor a la Iglesia Católica.

Parte de los acuerdos con el Estado es el capítulo de la Enseñanza Religiosa Evangélica. Nos dieron la posibilidad de equiparar la asignatura de religión evangélica a la de religión católica con, básicamente, los mismos criterios de aplicación. La nueva reforma educativa sigue ofreciéndonos esta misma fórmula.

La cuestión que, a mi juicio debemos plantearnos seriamente, es si el modelo existente es el que queremos los protestantes españoles. Cuestión esta que dejaremos para un próximo “A vuela pluma”.



José Luis Andavert es teólogo, biblista y pastor evangélico.
© J.L. Andavert, I+CP (www.icp-e.org) 2003, España




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