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<CENTER>La asignatura de religión
César Vidal</CENTER>
Durante las últimas semanas algunos medios de comunicación han desatado una polémica en relación con la asignatura de religión en los colegios e institutos. A juzgar por las informaciones aparecidas en ellos, la religión acaba de convertirse en asignatura y, en el fondo, semejante paso sólo pretende una recatolización nacional. En las siguientes líneas desearía examinar lo que hay de verdad en esas afirmaciones, indicar algunas consideraciones sobre la asignatura de religión y señalar las que me parecen que son posibles alternativas – ciertamente diversas - para los evangélicos".
En primer lugar, aclaremos que la religión siempre ha sido asignatura y que precisamente la consagración de tal en tiempos democráticos vino de la mano del socialista Gustavo Suárez Pertierra. Es cierto que el PSOE realizó estudios para ver la posibilidad de quitar la asignatura pero, finalmente, la realidad social acabó imponiéndose y no sólo mantuvo la asignatura sino que además buscó una alternativa para los que no desearan cursarla que fue la asignatura de ética. No es menos cierto que dentro de la LOGSE socialista – el mayor desastre educativo que ha padecido este país en tiempos modernos, causante entre otras cosas de serias amonestaciones de la UNESCO en la etapa de gobierno de Felipe González – ni el suspenso en religión ni en otras asignaturas impedía que el alumno pasara de curso ya que era “promocionado por imperativo legal”.
Ahora, con la reforma educativa de Pilar del Castillo que, entre otras cosas, se ha planteado que los alumnos no puedan pasar curso con más de dos suspensos, la religión y las otras asignaturas vuelven a ser materias que hay que aprobar si no se desea repetir. Sí se produce un cambio interesante en la concepción del currículum del bachillerato y es que la religión pasa a ser una materia que ya no tiene como alternativa la ética. Debe ser cursada por todos los alumnos pero éstos pueden hacerlo en dos vertientes optativas, o la confesional o la cultural.
En el primer caso, los padres del alumno pueden escoger esa enseñanza desde una perspectiva confesional católica, evangélica o judía (la islámica plantea otros problemas que no es ahora momento de tratar) y en el segundo, desde otra meramente social y cultural. Las razones para esa modificación – que curiosamente en nada se parece a lo repetido hasta la saciedad por algunos medios – se basan en dos pilares que, a mi juicio, tienen difícil discusión. El primero es la demanda social y el segundo, la importancia del hecho religioso. La demanda social puede irritar profundamente a los partidarios de laicificar a martillazos una sociedad y más cuando lo han intentado por todos los medios en la casi década y media que ejercieron un poder semiabsoluto y omnicorrupto pero la verdad es que en la actualidad más del ochenta por cien de los padres solicita la enseñanza religiosa para sus hijos. En otras palabras, podrán compartir electoralmente algunos de los postulados de la izquierda pero, en su mayoría, no su sectarismo laicista.
Por lo que se refiere a la importancia del hecho religioso es todavía más indiscutible si cabe. Es verdad que históricamente las izquierdas lo han aborrecido no tanto por las injusticias que se hayan podido perpetrar a su amparo – de ser esa la cuestión también habrían condenado desde el primer momento a Lenin, a Stalin, a Mao, a Castro, a... – si no porque, con ciertos matices en la izquierda británica, siempre han visto la religión como un poder moral que rivalizaba con ellas en la posesión de las mentes y los corazones. Basta leer a Marx, Rosa Luxemburgo, Pablo Iglesias o Largo Caballero para comprobarlo sobradamente. Esa alergía de las izquierdas frente al hecho religioso las está arrastrando a situaciones tan ridículas como defender el uso del shador en las escuelas, abogar por la defensa del islam o realizar unos análisis de la situación en Oriente Medio que dan grima a cualquiera que conozca la zona meramente como forma de colocar un contrapeso al cristianismo. Pero no nos desviemos del tema. El hecho religioso, mal que le pese a ideologías que llegaron ayer por la tarde a la Historia, es enormemente importante. Sin él no podemos entender nuestro presente, desconocemos nuestro pasado y ni nos imaginamos el porvenir. Su estudio, por lo tanto, es a mi juicio tan importante como el de la Historia del arte o la literatura.
Planteados estos puntos iniciales debemos entrar en las posibles alternativas evangélicas frente a la nueva situación educativa. A mi juicio, existen fundamentalmente dos. La primera es rechazar la posibilidad de dar clase de religión evangélica. Esto implicaría automáticamente denunciar los acuerdos suscritos con las distintas instancias estatales y, a partir de ese momento, plantearnos esa enseñanza fuera de las aulas. Por supuesto, tal paso no afectaría a judíos ni católicos (ni previsiblemente mañana a los musulmanes) pero tendría un claro valor testimonial. Confieso que para aquellos que hemos pensado que los acuerdos en si eran un desastre por su prehistoria, su contenido y sus acompañantes esta salida no deja de tener un poderoso efecto tentador. Cuestión aparte es si a estas alturas resultaría la más práctica una vez que el Estado ha optado por el instrumento de los acuerdos y que de ellos penden cuestiones como la TV, la entrada en las prisiones, etc. En otras palabras, se hizo muy mal, ya lo sabemos, pero ¿realmente se puede desandar el desaguisado?.
La segunda alternativa es aceptar la realidad legal y movernos dentro de ella, es decir, mantener los acuerdos y con ellos la enseñanza de la religión – y otras cuestiones - como todas las confesiones que disfrutan de pactos similares con el Estado. No se me oculta que se plantean algunos problemas como el del nombramiento de profesores pero precisamente esa es una de las cuestiones donde los evangélicos pueden controlar totalmente la situación. Si un profesor de religión evangélica enseña que Cristo no es Dios, que la Biblia está plagada de errores o que la homosexualidad o el aborto son comportamientos correctos moralmente la culpa no será de la administración estatal sino de los que permitieron su nombramiento. Dado que los nombramientos no son vitalicios sino anuales, nada impide desprenderse de tal sujeto el curso siguiente.
Finalmente, debo hacer mención sucinta al peso social de los evangélicos. Me consta que para muchos éste deriva del hinchamiento de cifras – realmente espectacular en algunos casos – o de la ayuda estatal, autonómica o municipal. Debo decir con todo el respeto del mundo que ambos caminos me parecen gravemente equivocados. El peso social sólo se consigue sudando la camiseta en la predicación del Evangelio y en la confesión intrépida del nombre de Jesús. Los demás caminos parece que llevan a algún sitio pero son, al fin y a la postre, callejones sin salida o al menos así lo veo yo.
César Vidal Manzanares es un conocido escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, 2003, España. I+CP (www.ICP-e.org)