¿Justificar y nulificar el pecado?

17 Agosto 2001
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www.sermones-biblicos.org
Mobile21 has dicho:

Eso otro de los principios mal estructurados del Protestantismo.

Confunde básicamente la realidad ontológica con la moral para justificar y nulificar el pecado.

En éste sentido deriva en la misma máxima del calvinismo: "el pecado está muerto".

Busque la refutación bíblica o protestante a esto que menciona Mobile21 en Juan Calvino máximo teólogo de la reforma y encontré tanto material pero con lo siguiente es mas que suficiente.

Es cierto que esta herejía era creída por algunos en los tiempos de la reforma y aun es creída hoy en día. Pero no es una enseñanza de la teología reformada.

Juan Calvino dice en su obra La Institución de la Religión Cristiana, libro tercero y capitulo III sobre el titulo “Somos regenerados por la fe sobre el arrepentimiento” en el punto 14.

14. La loca "libertad" de los anabaptistas

Algunos anabaptistas se imaginan no sé qué fantástico despropósito en lugar de la
regeneración espiritual; a saber, que los hijos de Dios son ya ahora restituidos al estado de inocencia, que ya no es necesario preocuparse de refrenar los apetitos de la carne, sino que deben seguir únicamente al Espíritu como guía, bajo cuya dirección nadie puede jamás errar. Parecería cosa increíble que el hombre pudiera caer en semejante desvarío, si ellos públicamente y con todo descaro no hubiesen pregonado su doctrina, en verdad monstruosa. Mas es justo que el atrevimiento de los que de esta manera osen convertir en mentira la verdad de Dios, se vea de esta manera castigado.
Yo les pregunto: ¿Hay que suprimir, por tanto, toda diferencia entre lo honesto y lo
deshonesto, entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo, y entre la virtud y el vicio? Responden ellos que esta diferencia viene de la maldición del viejo hombre, de la cual nosotros quedamos libres por Cristo. Por ello ya no habrá diferencia alguna entre la verdad y la mentira, entre la impureza y la castidad, entre la sencillez y la astucia, entre la justicia y el robo. Dejad a un lado, dicen, todo vano temor; el Espíritu ninguna cosa mala os mandará hacer, con tal que sin temor alguno os dejéis guiar por Él.
El creyente recibe un espíritu de santificación y de pureza. ¿Quién no se asombrará al oír
tan monstruosos despropósitos? Sin embargo, es una filosofía corriente entre los que, ciegos por el desenfreno de sus apetitos, han perdido todo juicio y sano entendimiento. Mas yo pregunto, ¿qué clase de Cristo se forja esta gente? ¿Y qué espíritu es el que nos proponen? Nosotros no conocemos más que a un Cristo y a su Espíritu, tal cual fue prometido por los profetas, y como el Evangelio nos asegura que se manifestó; y en él no vemos nada semejante a lo que éstos dicen.
El Espíritu de la Escritura no es defensor del homicidio, de la fornicación, de la embriaguez, de la soberbia, de la indisciplina, de la avaricia, ni de engaños de ninguna clase; en cambio es autor del amor, la honestidad, la sobriedad, la modestia, la paz, la moderación y la verdad. No es un espíritu fantástico y frenético, inconsiderado, que a la ligera vaya de un lado a otro sin pensar si es bueno o malo; no incita al hombre a permitirse nada disoluto o desenfrenado; sino que, como hace diferencia entre lo lícito y lo ¡lícito, enseña al hombre discreción para seguir lo uno y evitar lo otro.
Mas, ¿para qué me tomo la molestia de refutar esta disparatada sinrazón? El Espíritu del
Señor no es para los cristianos una loca fantasía, que, forjada por ellos en sueños, o inventada por otros, la acepten; sino que con gran reverencia la reciben cual la describe la Escritura, en la cual se dicen de Él dos cosas: primero, que nos es dado para la santificación, a fin de que, purificados de nuestras inmundicias, nos guíe en la obediencia de la Ley divina; obediencia imposible de lograr, si no se domina y somete la concupiscencia, a la que éstos quieren dar rienda suelta. Lo segundo, que con su santificación quedamos limpios, de tal forma sin embargo, que quedan en nosotros muchos vicios y miserias mientras estamos encarcelados en este cuerpo mortal. De ahí
viene que, estando nosotros tan lejos de la perfección, tenemos necesidad de aprovechar cada día algo, y también, como estamos enredados en los vicios, nos es necesario luchar con ellos de continuo.
De ahí se sigue también que, desechando la pereza, hemos de velar ,con gran cuidado y
diligencia para que no nos asalten las traiciones y astucias de la carne; a no ser que pensemos que hemos adelantado en santidad más que el Apóstol, que se sentía molestado por el ángel de Satanás (2Cor. 12,7-9), para que su poder fuese perfeccionado en la flaqueza’, y que no hablase como de memoria al referir la lucha entre el espíritu y la carne, que sentía en su propia persona (Rom. 7,7 y ss.).



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