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Juan Pablo II ¿el Grande?
‘ ...el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo,
el gran pastor de las ovejas...'
(Hebreos 13:20)
La muerte de Juan Pablo II ha abierto un debate en torno a su figura y a la huella que ha dejado. Para muchos estaríamos ante uno de los Papas más importantes de toda la Historia, lo que justificaría atribuirle el título de Grande; si así fuera sería el tercero que llevaría tal calificativo, tras León I (León Magno c.400-461) y Gregorio I (Gregorio Magno 540-604). Sería interesante estudiar cuáles son los mecanismos o procedimientos por los que alguien pasa a la Historia con ese calificativo y es reconocido como tal por las generaciones venideras, pues me imagino que aparte de las cualidades personales del candidato ha de haber una especie de consenso, más o menos tácito entre los historiadores, para que tal ‘nombramiento' sea efectivo.
Por otra parte es evidente que un calificativo de esa envergadura necesita el tamiz del tiempo y de la perspectiva para aquilatarse, pudiendo darse el caso de personajes que en su momento fueron denominados Grandes por sus contemporáneos pero que no lograron ese mismo refrendo de la posteridad.
También pudiera suceder que el personaje en cuestión es reconocido como tal no de una manera universal, como Alejandro Magno, sino en una esfera más local, como sucedería con Basilio el Grande (c.329-379) o Dionisio el Grande (+c.264), quienes fueron escritores y teólogos señeros en el lado oriental de la Iglesia antigua pero cuyo peso en el lado occidental no fue de la misma relevancia. Hay que reconocer también que hay algo de caprichoso e injusto en la atribución del título porque ¿cómo entender, sin restarle sus méritos, que el teólogo dominico Alberto de Colonia (1193-1280) haya pasado a la Historia como Alberto Magno y sin embargo su discípulo, Tomás de Aquino (1224-1274), que sobrepasó a su maestro en influencia y es reconocido por la Iglesia Católica Romana como su principal teólogo y filósofo no sea conocido más que por su nombre y el lugar de su nacimiento, sin más? O ¿cómo comprender que alguien de la envergadura de Agustín de Hipona no haya pasado a la Historia como Agustín el Grande o Agustín Magno? Verdaderamente hay algo arbitrario en todo esto.
También el éxito o fracaso histórico de títulos y definiciones depende mucho de la envergadura del poder y de la maquinaria propagandística manejada por los partidarios o adversarios de los mismos , de manera que quien mejor haga uso de ellos será quien se lleve el gato, digo el título, al agua. Por ejemplo, la palabra que ha pasado a la Historia para especificar el movimiento en el seno de la Iglesia Católica Romana durante los siglos XVI y XVII es el de Contrarreforma. Aunque su uso está aquilatado por el paso del tiempo, sin embargo la palabra no gusta a esa Iglesia por las obvias connotaciones negativas que tiene; en ese sentido la aceptación universal del término se puede considerar una derrota del catolicismo y un triunfo del protestantismo. Y aunque dicha Iglesia se empeñe en afirmar que la suya fue la verdadera Reforma frente a la pseudo-Reforma protestante, el caso es que la palabra Contrarreforma, les guste o no, es la que se usa para definir ese movimiento.
Pero volviendo al título de Grande es necesario recordar que el mismo es un arma de doble filo, en el sentido de que si una persona es reconocida como tal no sólo sus aciertos son magnificados sino que sus errores también lo son . Por ejemplo, tomemos el caso de Gregorio Magno, una figura capital para entender el paso de conversión de la Iglesia Católica en Iglesia Católica Romana. Las cualidades de Gregorio como estadista son innegables: sus gestiones salvaron a la ciudad de Roma del ataque inminente de los lombardos; igualmente son notables sus cualidades como administrador al organizar el reparto de comida y la ordenación civil y económica de los territorios bajo su jurisdicción; también es sobresaliente su visión misionera en un tiempo en el que pocos la tenían al enviar a Inglaterra el primer equipo latino para evangelizar aquellas tierras; de la misma manera Gregorio destaca por su producción literaria contenida en sus sermones y cartas. Todo esto son grandes logros.
Pero al lado de los mismos están los grandes errores de Gregorio, muchos de los cuales son doctrinales y por lo tanto concernientes con la Verdad, de manera que en él encontramos algunos de los disparates más perniciosos que sólo pueden ser calificados de barbaridades teológicas, cuando no de herejía. Por ejemplo, es el gran sistematizador de la doctrina del purgatorio, del cual es posible salir mediante el valor de sufragio que tiene la Misa, en la que Cristo es inmolado de nuevo. La satisfacción por el pecado es preciso que sea completada por el penitente mediante la contrición, confesión y pena ante el sacerdote, quien le da la absolución. A la vez, Gregorio es el difusor de no pocas supersticiones populares, como el culto a las reliquias de los santos, y leyendas milagreras, con apariciones de difuntos, ángeles, demonios, etc. que tanto éxito alcanzaron en la Edad Media. Todo esto son grandes errores.
Grande en logros y grande en errores, así podríamos calificar a Gregorio el Grande. Me temo que sea lo mismo con Juan Pablo II , quien ha sido un firme puntal frente a las modernas pretensiones para denominar a lo malo bueno en importantes cuestiones relacionadas con la bioética y la familia y también ha sido un desencadenante en la desaparición de un régimen tiránico, como era el comunista, en la Europa del Este. Pero al lado de estos logros, ¿cómo no tener presente sus despropósitos resumidos en el lema de su papado Totus Tuus (todo tuyo) aplicado a María? Un lema que, a pesar de los subterfugios teológicos buscados para hacerlo cristocéntrico, no deja de ser una negación de aquel otro ‘y vosotros estáis completos en él. ' (Colosenses 2:10) que ya algunos habían querido contradecir introduciendo otros seres que relativizaban la singularidad de Cristo. Pero entonces, como ahora, sigue vigente el aviso para ‘que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo.' (Colosenses 2:8).
Por todo ello y en lo que se refiere a verdadera grandeza que no queda empañada por errores o desviaciones solamente hay Uno al que legítimamente le corresponde el título de Grande. Y es ese Pastor Grande del que habla el texto bíblico arriba citado.
Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2005, ProtestanteDigital.com, Madrid, España
Juan Pablo II ¿el Grande?
‘ ...el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo,
el gran pastor de las ovejas...'
(Hebreos 13:20)
La muerte de Juan Pablo II ha abierto un debate en torno a su figura y a la huella que ha dejado. Para muchos estaríamos ante uno de los Papas más importantes de toda la Historia, lo que justificaría atribuirle el título de Grande; si así fuera sería el tercero que llevaría tal calificativo, tras León I (León Magno c.400-461) y Gregorio I (Gregorio Magno 540-604). Sería interesante estudiar cuáles son los mecanismos o procedimientos por los que alguien pasa a la Historia con ese calificativo y es reconocido como tal por las generaciones venideras, pues me imagino que aparte de las cualidades personales del candidato ha de haber una especie de consenso, más o menos tácito entre los historiadores, para que tal ‘nombramiento' sea efectivo.
Por otra parte es evidente que un calificativo de esa envergadura necesita el tamiz del tiempo y de la perspectiva para aquilatarse, pudiendo darse el caso de personajes que en su momento fueron denominados Grandes por sus contemporáneos pero que no lograron ese mismo refrendo de la posteridad.
También pudiera suceder que el personaje en cuestión es reconocido como tal no de una manera universal, como Alejandro Magno, sino en una esfera más local, como sucedería con Basilio el Grande (c.329-379) o Dionisio el Grande (+c.264), quienes fueron escritores y teólogos señeros en el lado oriental de la Iglesia antigua pero cuyo peso en el lado occidental no fue de la misma relevancia. Hay que reconocer también que hay algo de caprichoso e injusto en la atribución del título porque ¿cómo entender, sin restarle sus méritos, que el teólogo dominico Alberto de Colonia (1193-1280) haya pasado a la Historia como Alberto Magno y sin embargo su discípulo, Tomás de Aquino (1224-1274), que sobrepasó a su maestro en influencia y es reconocido por la Iglesia Católica Romana como su principal teólogo y filósofo no sea conocido más que por su nombre y el lugar de su nacimiento, sin más? O ¿cómo comprender que alguien de la envergadura de Agustín de Hipona no haya pasado a la Historia como Agustín el Grande o Agustín Magno? Verdaderamente hay algo arbitrario en todo esto.
También el éxito o fracaso histórico de títulos y definiciones depende mucho de la envergadura del poder y de la maquinaria propagandística manejada por los partidarios o adversarios de los mismos , de manera que quien mejor haga uso de ellos será quien se lleve el gato, digo el título, al agua. Por ejemplo, la palabra que ha pasado a la Historia para especificar el movimiento en el seno de la Iglesia Católica Romana durante los siglos XVI y XVII es el de Contrarreforma. Aunque su uso está aquilatado por el paso del tiempo, sin embargo la palabra no gusta a esa Iglesia por las obvias connotaciones negativas que tiene; en ese sentido la aceptación universal del término se puede considerar una derrota del catolicismo y un triunfo del protestantismo. Y aunque dicha Iglesia se empeñe en afirmar que la suya fue la verdadera Reforma frente a la pseudo-Reforma protestante, el caso es que la palabra Contrarreforma, les guste o no, es la que se usa para definir ese movimiento.
Pero volviendo al título de Grande es necesario recordar que el mismo es un arma de doble filo, en el sentido de que si una persona es reconocida como tal no sólo sus aciertos son magnificados sino que sus errores también lo son . Por ejemplo, tomemos el caso de Gregorio Magno, una figura capital para entender el paso de conversión de la Iglesia Católica en Iglesia Católica Romana. Las cualidades de Gregorio como estadista son innegables: sus gestiones salvaron a la ciudad de Roma del ataque inminente de los lombardos; igualmente son notables sus cualidades como administrador al organizar el reparto de comida y la ordenación civil y económica de los territorios bajo su jurisdicción; también es sobresaliente su visión misionera en un tiempo en el que pocos la tenían al enviar a Inglaterra el primer equipo latino para evangelizar aquellas tierras; de la misma manera Gregorio destaca por su producción literaria contenida en sus sermones y cartas. Todo esto son grandes logros.
Pero al lado de los mismos están los grandes errores de Gregorio, muchos de los cuales son doctrinales y por lo tanto concernientes con la Verdad, de manera que en él encontramos algunos de los disparates más perniciosos que sólo pueden ser calificados de barbaridades teológicas, cuando no de herejía. Por ejemplo, es el gran sistematizador de la doctrina del purgatorio, del cual es posible salir mediante el valor de sufragio que tiene la Misa, en la que Cristo es inmolado de nuevo. La satisfacción por el pecado es preciso que sea completada por el penitente mediante la contrición, confesión y pena ante el sacerdote, quien le da la absolución. A la vez, Gregorio es el difusor de no pocas supersticiones populares, como el culto a las reliquias de los santos, y leyendas milagreras, con apariciones de difuntos, ángeles, demonios, etc. que tanto éxito alcanzaron en la Edad Media. Todo esto son grandes errores.
Grande en logros y grande en errores, así podríamos calificar a Gregorio el Grande. Me temo que sea lo mismo con Juan Pablo II , quien ha sido un firme puntal frente a las modernas pretensiones para denominar a lo malo bueno en importantes cuestiones relacionadas con la bioética y la familia y también ha sido un desencadenante en la desaparición de un régimen tiránico, como era el comunista, en la Europa del Este. Pero al lado de estos logros, ¿cómo no tener presente sus despropósitos resumidos en el lema de su papado Totus Tuus (todo tuyo) aplicado a María? Un lema que, a pesar de los subterfugios teológicos buscados para hacerlo cristocéntrico, no deja de ser una negación de aquel otro ‘y vosotros estáis completos en él. ' (Colosenses 2:10) que ya algunos habían querido contradecir introduciendo otros seres que relativizaban la singularidad de Cristo. Pero entonces, como ahora, sigue vigente el aviso para ‘que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo.' (Colosenses 2:8).
Por todo ello y en lo que se refiere a verdadera grandeza que no queda empañada por errores o desviaciones solamente hay Uno al que legítimamente le corresponde el título de Grande. Y es ese Pastor Grande del que habla el texto bíblico arriba citado.
Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2005, ProtestanteDigital.com, Madrid, España