Juan Manuel, la historia de las misiones católicas están manchadas de sangre inocente

25 Enero 2000
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Juan Manuel 'el copista' ha puesto lo siguiente:

"Sí, lo digo y lo diré mil veces: la virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor. Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos. Si no tiene este amor, todas su bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo."

Las bajas pasiones de este misionero de la maldad le hacen usar bellas palabras para engatusar a los pueblos oprimidos por el garrote romanista. Ahora el garrote aparece muy cariñoso y que huele a "amor".

Pero si revisamos la historia de las misiones católicas, ellas no se libran de haber traído el abuso y la explotación de muchos pueblos. En la Amazonía, durante siglos los curas robaron a los niños de las comunidades nativas, los desculturarizaron, hicieron que se olvidaran de sus idiomas, les inculcaron el "amor" a la cultura ibérica.

Muchos frailes hicieron magnífica labor educativa, pero ella siempre se vio teñida de perversas acciones contra los pueblos humildes a quienes se les negó la lectura de la PALABRA DE DIOS, se les instruyó en tan mal paganismo como del que provenían. En la época del caucho, en el Putumayo, los curas fueron consecuentes con los caucheron que quemaban nativos como si fueran palos de fósforo. En las minas de Potosí nunca se lee un documento que cuente si los curas defendieron a los aymaras y quechuas de morir como ratas. Un fraile español ayudó a que Francisco Pizarro destruyera el maravilloso IMPERIO DE LOS INCAS.

Juan Manuel tiene la conciencia sucia porque muchos de sus misioneros trajeron miseria y desolación a nuestras tierras americanas. En la historia de nuestros pueblos, el cura de siempre estuvo en combinación con el hacendado para explotar a las masas indígenas.

Juan Manuel, antes de hablar lo que no sabes, tienes que estudiar tu historia misionera; también tienes que publicar todo lo malo que hicieron las huestes 'católicas' que con el crucifijo en una mano cortaron la cabeza de los hombres originarios de nuestras tierras americanas.