Desde una perspectiva cristiana y ante ese mundo que Jesús de Nazaret se encontró en su vida pública, decidió como medida inicial enseñarnos el camino que conducía a humanizar aquella sociedad que rechazaban con desprecio a los marginados de la sociedad. Y entre éstos, se encontraban las mujeres que estaban absolutamente desvalorizadas públicamente y con las que no se contaba religiosa ni civilmente.
El hombre poseía todos los poderes. Aprendía a leer y escribir mientras la mujer era un objeto destinado casi exclusivamente para crear hijos.
La mujer judía comenzaba a tener protagonismo, aunque fuera extremadamente joven, cuando accedía al matrimonio porque sus padres así lo habían pactado (Gen.29 15-30) teniendo en cuenta que los futuros esposos no podían negarse a recibir a la mujer.
Por otro lado, su dedicación al esposo era de total obediencia toda vez que la necesitaba para tener hijos, y en caso de no darlos, fácilmente podía despedirla para buscarlos en otra mujer.
La posible infidelidad sexual de la mujer no era el problema de los judíos sino la no dedicación total al esposo, por lo que pasaba a ser de su propiedad estándole prohibido mirar a cualquier otro hombre.
Por todo ello Jesús que es Dios y a la vez humano, ante esta situación defiende a la mujer que se encuentra revestida de tabúes. Y para romper ese tabú social entre otras muchas expresiones, se deja ungir por una mujer (Mc.14 3-9) y actúa sobre ellas de manera natural (Lc. 8-3).
Jesús se coloca a la altura de la mujer sin hacer el menor caso de esos prejuicios aceptados por el pueblo judío como entre cosas podría ser, la prohibición a la mujer para poder entrar en las sinagogas
Siempre las protege y nunca las acusa. Se interpone entre los acusadores y la acusada cuando intentan lapidarla por ser adúltera (Jn.8,1.ss).
Las acoge, las ama y las trata con respeto y dignidad para mostrarlas ante aquella desequilibrada sociedad, como seres responsables en ese mundo en la cual la mujer era propiedad del padre o del esposo (Ex.20,17).
Por todo ello Marcos nos describe en su evangelio a las mujeres que el Mesías se va encontrando en su camino y que le siguen con total fidelidad hasta su muerte en cruz y su entierro en el sepulcro.
Finalmente, tal vez sea interesante después de ver la actitud de Jesús ante la mujer, volcar nuestra atención y alegrarnos de que pacíficamente hayamos aceptado en nuestros días, que la mujer esté formando parte de nuestra cultura en un mismo comportamiento masculino o femenino.
Y que ambos, pertenezcan al núcleo más profundo del misterio del amor de Dios, que une a hombres y mujeres en total fraternidad e igualdad, para formar la verdadera iglesia que constituye el principio del mensaje de Jesús.
Ante estos hechos tan relevantes, viene a mi memoria lo que Pablo nos decía en unas de sus excelentes cartas; “No existen hombres ni mujeres sino únicamente… seres humanos”.
El hombre poseía todos los poderes. Aprendía a leer y escribir mientras la mujer era un objeto destinado casi exclusivamente para crear hijos.
La mujer judía comenzaba a tener protagonismo, aunque fuera extremadamente joven, cuando accedía al matrimonio porque sus padres así lo habían pactado (Gen.29 15-30) teniendo en cuenta que los futuros esposos no podían negarse a recibir a la mujer.
Por otro lado, su dedicación al esposo era de total obediencia toda vez que la necesitaba para tener hijos, y en caso de no darlos, fácilmente podía despedirla para buscarlos en otra mujer.
La posible infidelidad sexual de la mujer no era el problema de los judíos sino la no dedicación total al esposo, por lo que pasaba a ser de su propiedad estándole prohibido mirar a cualquier otro hombre.
Por todo ello Jesús que es Dios y a la vez humano, ante esta situación defiende a la mujer que se encuentra revestida de tabúes. Y para romper ese tabú social entre otras muchas expresiones, se deja ungir por una mujer (Mc.14 3-9) y actúa sobre ellas de manera natural (Lc. 8-3).
Jesús se coloca a la altura de la mujer sin hacer el menor caso de esos prejuicios aceptados por el pueblo judío como entre cosas podría ser, la prohibición a la mujer para poder entrar en las sinagogas
Siempre las protege y nunca las acusa. Se interpone entre los acusadores y la acusada cuando intentan lapidarla por ser adúltera (Jn.8,1.ss).
Las acoge, las ama y las trata con respeto y dignidad para mostrarlas ante aquella desequilibrada sociedad, como seres responsables en ese mundo en la cual la mujer era propiedad del padre o del esposo (Ex.20,17).
Por todo ello Marcos nos describe en su evangelio a las mujeres que el Mesías se va encontrando en su camino y que le siguen con total fidelidad hasta su muerte en cruz y su entierro en el sepulcro.
Finalmente, tal vez sea interesante después de ver la actitud de Jesús ante la mujer, volcar nuestra atención y alegrarnos de que pacíficamente hayamos aceptado en nuestros días, que la mujer esté formando parte de nuestra cultura en un mismo comportamiento masculino o femenino.
Y que ambos, pertenezcan al núcleo más profundo del misterio del amor de Dios, que une a hombres y mujeres en total fraternidad e igualdad, para formar la verdadera iglesia que constituye el principio del mensaje de Jesús.
Ante estos hechos tan relevantes, viene a mi memoria lo que Pablo nos decía en unas de sus excelentes cartas; “No existen hombres ni mujeres sino únicamente… seres humanos”.