Comentario Bíblico Mundo Hispano
Tomo II - Éxodo
Editorial Mundo Hispano
I. EL DIOS DEL PACTO: LA LIBERACION, 1:1–18:27
1. LA ESCLAVITUD Y LA PREPARACIÓN PARA LA SALIDA, 1:1-11:10
(1) La esclavitud de Israel, 1:1–22. El libro de Exodo no inicia la historia del pue-blo de Dios, sino que la continúa. El texto hebraico comienza con una conjunción: “Y éstos son los nombres”. Esta frase une el segundo libro del Pentateuco con el primero. Exodo entonces es el segundo acto en el drama divino de la redención.
El primer capítulo da un resumen del fin de Génesis y, a la vez, ofrece una transi-ción a la segunda etapa de la historia. Así que el capítulo forma un especie de puente literario entre los dos libros y explica la relación del pasado con el presente. La con-junción gramatical “y” representa un período de unos 400 años desde la muerte de José hasta el comienzo del relato (Gén. 50:26; acerca de los años, ver Exo. 12:40 que menciona 430 años, y Hech. 7:6 donde dice 400 años). Mientras tanto los hijos de Is-rael (2:1) se habían multiplicado desde la entrada a Egipto y se habían hecho muy numerosos (1:7; ver Gén. 32:28, 29). (Probablemente la familia de Jacob entró en Egipto cerca del año 1710 a de J.C., mientras gobernaban el país los hiksos, una gen-te que no eran egipcios nativos sino de raza semítica.)
En el primer capítulo, además de indicar [Pag. 46] el crecimiento del pueblo, se presenta la opresión egipcia que brotaba en su contra. Se divide en tres partes distin-tas: el crecimiento y oposición del pueblo (vv. 1–7), la servidumbre dura (vv. 8–14) y la muerte decretada de los varones recién nacidos (vv. 15–22). En cuanto al autor inspi-rado, no le interesaba mucho la historia secular, sino la salvífica. Le preocupaban el propósito divino en elegir a un pueblo especial y la misión de éste.
a. El crecimiento y la oposición, 1:1–7. Los hijos de Israel, o Jacob, son presen-tados en 1:1–3. Lo llamativo es el empleo de los dos nombres “Israel” y “Jacob” en el v. 1, pues es la misma persona. ¿Por qué era necesario nombrarle dos veces? Parece que el autor tenía un propósito especial: El nombre de Jacob, “el suplantador”, fue cam-biado una noche allí en el lugar llamado Peniel, a Israel, “príncipe de Dios” (ver Gén. 32:22–32).
Aunque los dos nombres indican la misma persona, hubo un cambio radical en su vida. Frecuentemente se usa el nombre Jacob en el AT para indicar el hombre carnal, o el engañador; el nombre Israel representa a Jacob como el hombre cambiado o “con-vertido”. En su lucha con Dios fue transformado. (Dios quiere hacer un Israel de cada Jacob en el mundo.)
El pueblo había continuado en el camino de Jacob y no había logrado el propósito divino involucrado en el pacto que Dios hizo con Abram, Isaac y Jacob (ver Gén. 12:1–3; 17:1–8; 26:4; 28:14). Cuando Dios llamó a Abram, le prometió una tierra, bendicio-nes materiales y una descendencia (ver Gén. 12:1–2).
Los autores bíblicos entendieron que la tierra prometida estaba estratégicamente ubicada en medio del mundo conocido y que esto coincidía con el propósito divino de llamar a Abram y prometerle: y en ti serán benditas todas las familias de la tierra (Gén. 12:3b). Isaías dijo: En aquel día Israel será tercero con Egipto y con Asiria, una bendición en medio de la tierra. Porque Jehovah de los Ejércitos los bendecirá diciendo: “¡Benditos sean Egipto mi pueblo, Asiria obra de mis manos e Israel mi heredad!” (Isa. 19:24, 25). Además de mantener el carácter de un Jacob, había otro problema del pueblo en Egipto: No [Pag. 47] estaban en el lugar indicado por Dios para su misión. Habían encontrado en Gosén (Gén. 47:1) una tierra fértil, y pensaban que la fidelidad de Dios le obligaba a cumplir con su promesa de bendecirlos materialmente.
En cuanto a la promesa de descendientes (ver Gén. 12:2), ellos se habían engran-decido numéricamente. Sin embargo, el pueblo no estaba dentro de la voluntad de Dios. Israel había estado de acuerdo con las promesas, pero había olvidado que eran los medios para lograr el propósito de Dios. El Señor quería la redención mundial, no simplemente la salvación de un pueblo solo. La elección (llamamiento) divina era para servir, y todavía el pueblo no había iniciado la tarea.
Se nombran los hijos en tres grupos: cuatro, tres (José ya estaba en Egipto), y cua-tro. En total son doce, el número ideal, y una forma común de indicar la genealogía (comp. las doce tribus de Ismael, Gén. 25:13–16; las doce tribus de Nacor, Gén. 22:23, 24).
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Al nombrarlos, el autor indica que se trata de personas históricas y no de una mi-tología. Además, no se sigue la lista por orden cronológico de nacimiento, sino por el de las madres: Lea, Raquel, Bilha, y Zilpa (ver Gén 29:32–30:24; 35:23–26).
En total el texto hebraico indica que 70 descendientes directos entraron con Jacob (ver Gén. 46:8–27 donde se encuentran los nombres de ellos). La LXX (la versión grie-ga del AT) y Hechos 7:14 incluyen a los descendientes de José, y dan la cifra de 75 personas en su enumeración. Se nota la ausencia de los nombres de las esposas de Jacob, las mujeres de los hijos de Jacob (ver Gen. 46:26) y la descendencia femenina. El texto trata más bien con las personas que se desarrollarían en la estructura tribal más tarde. Se destaca la fecundidad del pueblo que, a pesar del número limitado al entrar en Egipto, providencialmente se había multiplicado de acuerdo con la palabra de Dios (ver Gén. 12:2; 15:4; 26:4; 28:14; Sal. 105:23, 24).
Además, llegaron a ser muy poderosos. Y la tierra estaba llena de ellos (v.7b): Tení-an una influencia creciente en la vida civil y económica, la cual se extendía más allá de los límites de la zona de Gosén, pues tenían contacto con los egipcios en las ciuda-des de ellos. Aunque se entienda la expresión en una forma más bien relativa, es evi-dente en el libro que había un contacto amplio entre los dos pueblos. Por ejemplo, al-gunos israelitas aprendieron artes y oficios (31:1–11) de los [Pag. 48] egipcios, recibie-ron regalos y riquezas de manos de los naturales al salir del pueblo (12:33–36), había
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casamientos entre ellos (Lev. 24:10), los padres de Moisés vivían cerca del palacio (2:1–5) y evidentemente había algunas casas israelitas al lado de gente egipcia (12:13). Es evidente que no todos los israelitas vivían en Gosén aislados de los egipcios.
b. La servidumbre dura, 1:8–14. Una dinastía nueva tomó el poder en Egipto, y los hebreos perdieron su posición de privilegio. Los hiksos, invasores semíticos, fueron expulsados cerca de 1570 a. de J.C., y finalmente un nuevo rey que no conocía a José llegó al trono (v. 8). Posiblemente haya sido el faraón Seti I (1309–1290 a. de J.C.) el que inició una política de opresión que fue seguida por Ramsés II (1290–1224 a. de J.C.; ver en la Introducción la sección sobre la fecha del éxodo).
No es que al faraón le faltara conocimiento histórico de su pueblo, sino que no re-conoció ninguna deuda u obligación con la familia de José. Pero reconoció el poder numérico y económico de una gente extranjera en el país. También reconoció que su ubicación en Gosén, la zona norte cerca de la ruta usada tradicionalmente por los in-vasores de Asia Menor, podía comprometer la seguridad del país en caso de un ata-que. Adicionalmente, la prosperidad del pueblo produjo envidia de parte de la pobla-ción nacional, y la fe israelita no permitía que se identificara con la cultura egipcia. Además, el faraón no quiso perder una fuente valiosa de obreros. Consecuentemente, concibió con astucia un plan que los debilitaría y a la vez engrandecería el reino egip-cio. Con trabajo forzado, tratándolos como esclavos, les hizo edificar las ciudades al-macenes de Pitón y Ramesés (v. 11; las ciudades fueron construídas por Ramsés II). Entonces los egipcios los hicieron trabajar con dureza (v. 13); sin embargo, cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban (v. 12).
La medida de usar esclavos en las construcciones egipcias no era una política nue-va. En Egipto el faraón era el dueño de casi toda la tierra (comp. Gén. 47:20, 21), su gobierno era autocráctico, su palabra era la ley absoluta y el pueblo entero era vir-tualmente esclavizado. Se ha estimado que el tributo laboral usado en la edificación
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de la gran pirámide de Giza ocupó el trabajo forzado de 100.000 esclavos [Pag. 49] por un período de 20 años. La explotación de los oprimidos siempre fue una política de los faraones, y aun Salomón cayó en la tentación de usar el tributo laboral como una fuente de labor: la leva israelita para su grandes obras alcanzó la cifra de 30.000 hombres (1 Rey. 5:13, 14). Desgraciadamente, no ha terminado el abuso de las masas como instrumentos de producción para el beneficio de los pocos. El problema todavía está en vigor en muchos lugares del mundo.
Las ciudades almacenes (v. 11) estaban ubicadas en el norte del país junto a la frontera, y eran centros comerciales y lugares de aprovisionamiento militar para las tropas que servían en las campañas militares de Ramsés II.
La ciudad Ramesés era sin duda la capital del delta y fue edificada sobre las ruinas de la antigua capital de los hiksos, Avaris, que había sido destruida y abandonada en la batalla para expulsar a los odiados gobernantes semitas. En las excavaciones de ella, tell de San al-hagar, se han hallado ruinas colosales de templos y edificios cons-truidos por Ramsés II.
Se dan los nombres de las ciudades almacenes, pero no se nombra al faraón. ¿Por qué? Puede ser que el nombre del rey era demasiado largo para incluirlo fácilmente en el escrito. Todos los reyes [Pag. 50] egipcios tenían por lo menos cinco nombres uni-dos de una manera bastante complicada. Entonces era más fácil usar un título. Por eso, se le dio al monarca, durante la última parte de la dinastía décimoctava, el título de faraón, lo que significaba literalmente “La Casa Grande”. Al principio, el título indi-caba específicamente el palacio donde vivía el rey; sin embargo, con el tiempo llegó a ser más fácil usar el título, “La Casa Grande (el faraón) dice”, en vez de utilizar todos los nombres de él (comp. el uso popular de la expresión “la Biblia dice”). Por el uso, al rey se le llamó “el faraón”, lo cual llegó a ser un título personal. Por consiguiente, el texto bíblico refleja con fidelidad la cultura y práctica de la época al no llamar al rey por sus nombres.
Los vv. 13 y 14 son un resumen de los trabajos arduos: Extraían el lodo negro del Nilo y confeccionaban ladrillos, o adobes, aparte de todo trabajo en el campo; y en to-dos los tipos de trabajo les trataban con dureza (v. 14). Sin embargo, Israel seguía mul-tiplicándose de manera que los egipcios se alarmaron a causa de los hijos de Israel (v. 12). Había razones suficientes para no seguir creciendo numéricamente; sin embargo, seguían la marcha física, pero espiritualmente no lograban la meta impuesta por Dios.
c. La muerte decretada para los varones, 1:15-22. Enseguida hubo dos [Pag. 51] esfuerzos más del faraón para limitar el crecimiento de Israel: se intentó controlarlo por traición interna por medio de las parteras, y, finalmente, por decreto imperial, se buscó aniquilar a los niños varones echándolos al río Nilo. Al hacerlo, no se dio cuen-ta de que sellaba la misma pena sobre los primogénitos de su propio pueblo. Al no de-jar salir libre al pueblo, el faraón se puso en conflicto directo con el Señor, que había tomado a Israel como primogénito suyo.
Irónicamente, no aparece el nombre del faraón de Egipto en el texto; sin embargo, aparecen los nombres de las parteras. A los ojos de Dios, ¿quiénes son las personas más importantes en esta historia? ¡Dios toma a los débiles para confundir a los pode-rosos del mundo!
Sifra (v. 15b; significa “belleza”, o “hermosa”) y Fúa (v. 15c; significa “hacer brillar”, o “esplendor”) son las únicas parteras nombradas. ¿Eran las únicas para toda la gen-te? De ser así, no sería tan numeroso el pueblo como sugiere el texto. ¿Eran ellas las encargadas, o principales, de todas las parteras? ¡Eran las representantes del “sindi-
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cato” ante el faraón? El texto no indica cuál es la interpretación correcta; sin embargo, parece que la segunda es la preferida.
¿Eran las parteras hebreas o egipcias? La frase parteras de las hebreas (v. 15) no es explícita; pero el texto se inclina al lado de una pertenencia israelita, y así lo inter-pretan los rabinos: Las hebreas no hubieran admitido ninguna obstetra extranjera. No obstante, por otra parte, si no hubieran sido egipcias, ¿cómo podía haber tenido el faraón confianza en ellas?[Pag. 52]
Lo cierto es que las parteras temían a Dios, y si fueron egipcias, el Dios de Israel había llegado a ser su Dios. Temían más al Señor que al faraón, y el Señor honró su fidelidad. Así se salvó a los niños de la muerte, y la mano divina protegió y bendijo a las parteras (1:20, 21).
En cuanto a la silla de parto (v. 16), se refiere a la manera egipcia de dar a luz. Li-teralmente el texto dice sobre las piedras, y está de acuerdo con la época. El pertinen-te ideograma en los jeroglíficos es de dos piedras grandes, y se explica el uso de las
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“piedras” y su significado en “dar luz”. Era una especie de “silla” que facilitaba el alumbramiento. Todavía se emplea el sistema en algunos lugares del mundo, espe-cialmente en el oriente. Es otra de las muchas palabras, tales como Fúa, que son de origen egipcio y llegaron a ser términos “prestados” a Israel como herencia de su larga estadía en Egipto.
Hay una observación más acerca del trabajo de las parteras. El trabajo pesado había robustecido a las mujeres hebreas y eran más vigorosas (v. 19) que las egipcias. Parece que no llamaban a las parteras para asistir en todos los partos. Por lo menos, el faraón no tuvo duda acerca del vigor de las hebreas; se usaba la palabra “vigorosa” también para las fieras. Las parteras la usaron como un término despectivo para las mujeres hebreas; las presentaron como personas de poco valor, como las fieras, y ¿quién podía controlar la fecundidad de éstas? Por lo tanto, el faraón aceptó los in-formes de las parteras.
La palabra “hebrea” es más antigua, y tiene un uso más extensivo que el vocablo “Israel” (ver Gén. 14:13). Más precisamente, se emplea la palabra Israel después de la constitución de la nación (Exo. 19), y se refiere al “hebreo” generalmente durante el período antes de la conquista. El término “judío” se usa después del cautiverio babiló-nico. En el texto hebraico se emplea la palabra “partera” siete veces.
Antiguamente el relato fue transmitido oralmente, y el Señor aseguró su preserva-ción fiel por medio de las estructuras literarias. Estas ayudaban a la memoria en el proceso de recitación. Así se evitaba agregar al contenido, o eliminar algo por descui-
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do. Una vez pasado el relato del trabajo pesado (siete referencias) y el de la obra de las parteras (siete referencias), se entra en el paso siguiente de la narración. El Señor preparó al pueblo y lo guió en el arte de relatar vívidamente su palabra revelada. Mu-chísimo antes de la página impresa, el Señor dio al pueblo un estilo literario que lo ayudó a preservar la verdad divina.
Con su siguiente intento, el infanticidio [Pag. 53] (1:22), el faraón llegó a la cumbre de la crueldad contra los hebreos. Para él, el echar a los niños al Nilo era dejar que un “dios” egipcio los matase. Por cierto, se guardaba a las niñas para mantener una fuen-te de mano de obra barata disponible. Aun así, parece que el decreto no gozó del pleno apoyo de toda la población egipcia. Según los informes posteriores de las cifras de los que salieron de Egipto, el ritmo de crecimiento de los israelitas siguió. A pesar de esto, al dar el faraón el mandato cruel de aniquilar a los niños en el Nilo, Dios dispuso que sería del mismo palacio faraónico de donde vendría el instrumento de la liberación. ¿Quién era soberano? ¿Jehovah o el faraón? ¡No únicamente la salvación, sino tam-bién la historia estaba en manos del Señor!
Verdades prácticas
1. (V. 1): Estos son los nombres; esta declaración es una evidencia más de que el Señor nos conoce a todos personal-mente, y así nos trata. Es un Dios personal porque es persona y porque trata a los hombres personal e individualmente. Aun-que esté trabajando para la formación de una nación, los indi-viduos no son tratados como una masa anónima. Podemos te-ner una relación personal y directa con él.
2. (V. 6): Cada generación muere; cada generación debe co-municar su fe a sus hijos, la siguiente generación. La fe cris-tiana no duraría más de una generación si los cristianos no cumplieran con su labor de evangelización.
3. (V. 7): La mayor riqueza de una nación está en su propia gente. ¡Cuánto bien se hace la nación que se esfuerza porque sus hijos se desarrollen integralmente: física, intelectual y es-piritualmente!
4. (V. 7): Buenos hogares producen generalmente buenos ciudadanos de la patria y del mundo. Así se enriquece la na-ción con su gente. Los buenos hogares, trabajando en equipo con buenas escuelas y buenos maestros, elevan la calidad de la ciudadanía.
Semillero homilético
Los sufrimientos de ayer,medios de bendiciones para hoy
1:5b
Introducción: El plan de Dios para la redención del mundo ha estado en marcha desde antes de la fundación del mundo (1 Ped. 1:20). La redención no es un plan de emergencia ante lo imprevisto. Todo lo que ocurre, hasta las cosas que nos produ-cen sufrimiento, son parte del plan del Señor para nuestra re-dención. ¿Qué significado tuvo el que José ya estuviera en Egipto cuando llegaron los hijos de Israel?
Para José significó salir de las condiciones en que había caído por la maldad de sus hermanos y la oportunidad de ser usado por Dios para preparar lugar para su familia.
Para los hijos de Israel significó la condición preparada por Dios para consolidarlos como pueblo suyo, al que él revelaría su Palabra y del que saldría el Salvador.
. Para el mundo significó el avance de los planes de Dios para la redención.
Conclusión: Debemos sentirnos seguros en las manos de un Dios todopoderoso que lleva adelante sus planes de redención y al que nada detiene en su propósito de hacernos bien.
El pueblo de Dios vive mejor
Algunos estudios sociológicos que se han hecho en América Latina revelan que los hogares evangélicos viven en mejores condiciones materiales que los hogares no evangélicos con in-gresos monetarios semejantes. ¡El Señor cuida de los suyos y les da sabiduría para administrar los bienes materiales!
Verdadero poder
Una nación es verdaderamente poderosa cuando sus ciuda-danos viven de acuerdo con principios morales y espirituales elevados. Roma llegó a ser el imperio más poderoso que el mundo había visto, pero su decadencia empezó en su moral. Al perder su fibra moral, perdió también su poder material.
En nuestro tiempo es igual. Algunos estudios dados a la luz en 1990 revelan que los embarazos entre adolescentes solteras aumenta en proporción directa al número de horas que éstas ven la televisión diariamente. Cuando la mente juvenil se llena de basura, no puede esperarse que los resultados en conducta sean buenos.
La fe invencible
A la caída de la cortina de hierro se ha revelado que la igle-sia subterránea detrás de ella nunca fue acabada. A pesar de todo, los cristianos oprimidos y perseguidos se fortalecieron y se enfrentaron con heroísmo a la opresión. Muchos murieron físicamente degradados, pero espiritualmente íntegros, como viendo al invisible (Heb. 11:27), con una fe que queda como testimonio para los que, sin sufrir la persecución, tienen una fe vacilante.
Verdades prácticas
1. (V. 8): Las circunstancias cambiantes del mundo ponen a los hombres en pedestales, o los derrumban. Cuando murió el faraón que conocía a José, se acabó el favor para el pueblo. Dios puede usar a los hombres para llevar adelante sus planes, pero nuestra confianza ha de estar puesta en el Señor, no en los hombres.
2. (V. 9): Entre los pueblos, como entre las personas, hay
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desconfianza. La potencia de uno despierta inseguridad y celos en el otro. Solamente el Señor puede romper las barreras que nos separan de los que debían ser nuestros hermanos.
3. ¿Por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? La pregun-ta se hace como un reproche velado a Dios: él podría terminar con el sufrimiento. Pero la verdad es que, generalmente, es el mismo hombre el que produce sufrimiento a la humanidad. Para acabar de inmediato con el sufrimiento el hombre tendría que ser eliminado de la faz de la tierra. Dios no solamente no ha hecho esto, sino que envió a su hijo unigénito para sufrir la muerte por nosotros.
4. El hombre protesta por la explotación de que es objeto, pero, ¿remedia la explotación de la que puede hacer objeto a su esposa y a sus hijos, cuando los engaña adúlteramente, cuan-do gasta el jornal en vicios y placeres, y cuando los priva de sus derechos y de su protección? Indudablemente, las condi-ciones sociales deben cambiar, pero el corazón del hombre de-be cambiar primero, para que verdaderamente se acabe la ex-plotación en todos los niveles.
Joya bíblica
Pero las parteras temían a Dios y no hicieron como el rey de Egipto les mandó, sino que dejaban con vida a los niños varones (1:17).
Verdades prácticas
1. El respeto por la vida humana es una característica que distingue a todo buen gobierno. Se manifiesta en el esfuerzo por el bienestar del ser humano en todos los aspectos de la vi-da. Preservar la vida no es solamente conservar su existencia, sino enriquecerla en la sociedad y establecer las condiciones para que cada individuo pueda vivir dignamente con el fruto de su trabajo.
2. El reconocimiento del valor de la vida humana se mani-fiesta, tanto en los gobiernos como en los hogares y en los indi-viduos, en la manera en que el dinero se gasta.
3. Un gobierno que no respeta la vida humana es un go-bierno corrupto que, en su afán por llevar adelante sus planes, tiende a extender la corrupción entre los ciudadanos. La orden de faraón a las parteras, de matar a todos los recién nacidos varones, es un ejemplo de esto. Debemos obedecer a los gober-nantes, pero cuando sus acciones están en oposición a la vo-luntad expresa de Dios y las consecuencias van en contra de la vida humana, nuestra alternativa es clara: Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres, aunque en ello nuestra propia vida corra riesgos.
4. El temor a Dios, como el que tenían las parteras, es el pa-liativo para los males de la sociedad. ¡No cabe duda de la nece-sidad de que el evangelio sea predicado!
5. En nuestros tiempos se está extendiendo una forma de homicidio parecida a la planeada por el faraón: el aborto. La diferencia está en la edad de la víctima. El que los gobiernos legalicen el aborto no lo hace menos homicidio. Dios lo conde-na. ¡El juicio de Dios es inminente!
Semillero homilético
El temor a Dios
1:17
Introducción: El temor a Dios viene del reconocimiento de su poder y su autoridad absolutos.
El que teme a Dios no sigue el consejo de los malos.
El que teme a Dios lo obedece.
. El que teme a Dios está dispuesto a correr riesgos por ser fiel.
. El que teme a Dios es usado por él para cumplir sus planes.
El que teme a Dios es honrado y bendecido por él.
Conclusión: El que teme a Dios no busca meramente evitar el castigo, sino agradarlo con un servicio sincero.
Joya bíblica
Dios favoreció a las parteras, y el pueblo se multiplicó y se fortaleció muchísimo (1:20).