ESTE ES BUEN ARTICULO ESPERO QE LO LEAN
srael en el IslamIsrael en el Islam*
*Israel en el Islam esta tomado del libro "Tierras por Paz, Tierras por Guerra"
(Ensayos del Sud: 2002) de Julian Schvindlerman
No es que Israel sea provocativo; el que Israel sea es provocativo.
—George Will, columnista del Washington Post.1
Antes de introducirnos en la temática relativa al lugar que ocupa Israel en el
pensamiento y la teología musulmana es imperioso quebrar una percepción de gran
difusión en Occidente: el mito de que el Islam fue altamente tolerante hacia sus
minorías, incluyendo a los judíos. Puesto que solo mediante una comprensión
cabal de la actitud histórica y teológica del Islam hacia los judíos podrá
entenderse con justicia la actual hostilidad árabe-musulmana hacia el estado
judío, Israel. Líderes árabes han propagado la noción de la hermosa coexistencia
sin pausa y apologistas occidentales la han abrazado con entusiasmo. Dijo en
1937 el Mufti de Jerusalén, Haj Amin al Huseini: “[Los judíos] siempre han
vivido previamente en países árabes en completa libertad, como nativos del país.
De hecho, el gobierno musulmán ha sido siempre conocido por su tolerancia (...)
según la historia, los judíos han tenido una apacible y pacífica residencia
durante el dominio árabe”.2 Análogamente se expresó el titular de la OLP, Yaser
Arafat, en 1968: “No estamos en contra de los judíos (...) hemos estado viviendo
uno con el otro en paz y fraternidad, musulmanes, judíos y cristianos, por
varios siglos”.3 Unos años después, en 1973, el Rey Faisal de Arabia Saudita
dio eco a este espíritu de armonía fraternal con estas palabras: “Antes de que
el estado judío fuera creado, no existió nada que dañara las buenas relaciones
entre árabes y judíos”.4 El representante kuwaití ante la ONU dijo ante la
Asamblea General en 1975 durante el debate de la resolución “Sionismo es
racismo” que “...fue solo cuando los sionistas vinieron que, a pesar de nuestra
hospitalidad hacia el judío, mostramos hostilidad hacia el sionista”.5 El Rey
Husein de Jordania, por su parte, afirmó: “La relación que permitió a árabes y
judíos vivir juntos por siglos como vecinos y amigos ha sido destrozada por
acciones e ideas sionistas”.6 Otros varios líderes árabes han proclamado
similares frases de armoniosa coexistencia entre ambos pueblos a lo largo de la
historia. Esta impresión no se limita al relato árabe solamente sino que
encuentra amplia difusión en círculos occidentales. Que una agenda política
actúe de agente motivador de la posición árabe es comprensible. Su objetivo es
focalizar la creación del Estado de Israel como el catalizador de un conflicto
inter-fraternal, cuyo mismo establecimiento arruinó una idílica, tranquila y
mutuamente beneficiosa relación previa. La conclusión lógica del planteo puede
sintetizarse en las siguientes palabras: remuevan el estado judío y el hermoso
vínculo perdido retornará.
Quienes afirman que antes del advenimiento del Islam en el siglo VII, judíos y
árabes efectivamente gozaron de relaciones armoniosas, están en lo cierto.
Elogiosas palabras en cuanto a las nobles cualidades de los judíos pueden
encontrarse en la literatura árabe antigua. Aquí estamos explorando, sin
embargo, cómo el Islam -desde su aparición en la escena histórica catorce siglos
atrás- trató a “sus” minorías, especialmente a los judíos. Vale acotar que la
presentación pro-islámica en algunos círculos de Occidente en torno a la
relación judeo-musulmana de siglos anteriores toma importante distancia del
clásico y utópico relato árabe arriba mencionado. La postura generalmente
plantea no que hubo relaciones armoniosas per se, sino que en comparación al
trato que los judíos recibieron en manos del Catolicismo (especialmente durante
el medioevo), la actitud islámica fue más benigna. Esta impresión es totalmente
correcta. Durante el yugo eclesiástico católico los judíos sufrieron enésimas
veces más que durante el dominio musulmán. Pero tal como observaron Dennis
Prager y Joseph Telushkin en su formidable estudio sobre el antisemitismo, Why
the Jews?, esto dice mucho más acerca de la condición de los judíos dominados
por los cristianos que sobre el trato musulmán. En tanto que durante el dominio
musulmán los judíos raramente experimentaron las torturas, pogroms y hogueras
públicas que caracterizaron la vida de las comunidades judías durante la Europa
cristiana medieval, sus vidas bajo el Islam fueron, en el mejor de los casos,
signadas por la discriminación, la degradación y la inseguridad.7 Hay, sin
embargo, un aspecto subyacente en esta comparación que merece observación. El
hecho de que el Islam califique como “benigno” respecto al tratamiento al que
sometió a los judíos solamente en comparación al mal absoluto que representó el
catolicismo medieval, es en sí mismo un muy elocuente comentario sobre el
particular. Puesto que indica que solo juzgado por un estándar tan bajo puede
emerger moral e históricamente limpio de su propio pasado. Podrá decirse en la
actualidad del movimiento islámico fundamentalista Hamás que, hasta tanto no
construya un Auschwitz en Gaza, su conducta vis-à-vis los judíos es benigna
respecto a la de los Nazis. Pero solamente juzgado en función a su propio mérito
puede uno genuinamente arribar a una conclusión acerca de la naturaleza de un
grupo terrorista que eligió la auto-inmolación como método y a los judíos como
su objetivo. Hecha esta salvedad entonces, veamos que tan tolerante fue
históricamente el Islam respecto a los judíos.
Desde su advenimiento en el siglo VII y hasta el siglo siguiente, el Islam se
esparció con singular rapidez ganando terreno tanto geográfico como religioso.
El primer encuentro de los guerreros musulmanes con las cultas y ricas
comunidades judías lejos estuvo de haber sido signado por la hostilidad o por el
atropello, a punto tal que los judíos ocuparon en este período roles
administrativos importantes en los nuevos territorios árabes. Si bien el Islam
casi desde su nacimiento creó una teología y una ley religiosa repleta de
elementos anti-judíos (ambas serán analizadas luego), estos -en la era temprana
del Islam- permanecieron en una dimensión teórica y raramente se materializaron
en la práctica. La posición de los judíos durante el dominio musulmán en los
primeros siglos fue de una naturaleza tal que les permitió sobrevivir e incluso
en muchos casos progresar económica y socialmente. Túnez, Iraq, Egipto, entre
otros, vieron el florecimiento de sus comunidades judías, principalmente en el
comercio y la academia, e incluso en muchos casos los judíos también ocupaban
cargos de médicos, astrónomos y funcionarios de la corte. Pero en ningún otro
país como en España alcanzaron los judíos una posición de franca prosperidad. En
su ambiente estimulante pudieron desplegar su erudición filosófica, entre otros,
Abraham Ibn Ezra, Yehuda Halevi, Ibn Gavirol, Shmuel ha-Nagid, y Moshe ben
Maimón, este último también médico de la corte egipcia. Es oportuno destacar,
sin embargo, que no todo el período en el cual los judíos estuvieron bajo
reinado musulmán fue armonioso. Uno tan solo debe recordar que el prestigioso
filósofo Maimónides llega a Egipto huyendo de conversiones forzosas de Marruecos
y antes de allí había debido escapar con su familia de su España natal por la
misma razón. Esto evidencia instancias de persecuciones que lamentablemente
también han caracterizado el yugo islámico. Veamos unos pocos esporádicos
ejemplos:
Iraq: en el siglo XI las mujeres judías debían usar un zapato rojo y uno negro.
En el siglo XIV las sinagogas de Bagdad fueron destruidas. En el siglo XVIII
los judíos de Basra fueron asesinados.
Marruecos: en el siglo XI, seis mil judíos fueron asesinados en Fez. En el siglo
XII, los judíos fueron forzados a convertirse, los ciento cincuenta que se
negaron fueron asesinados. De los conversos, aquellos que no lograban convencer
al gobernante musulmán de la sinceridad del acto de conversión, eran
exterminados, su propiedad confiscada y sus mujeres dadas a musulmanes. En el
siglo XV toda la comunidad judía fue acusada de haber asesinado a un musulmán y
solo unas pocas familias escaparon con vida del pogrom. El siglo XVII presenció
similares persecuciones.
Palestina: en el siglo XVI el Sultán Murad III legisló que mil judíos de Sfad
serían deportados a Chipre. En el siglo XVII, los judíos fueron perseguidos
porque había sequía y fueron acusados de que por tomar vino paró de llover. En
el siglo XVIII libelos de sangre estimularon más persecuciones. Durante el siglo
XIX los judíos debían pasar a un musulmán por el lado izquierdo, que es el
identificado con el diablo. Las sinagogas debían estar ubicadas en lugares
remotos, en tanto que los judíos debían rezar casi en silencio. Además debían
pagar impuestos especiales para salvaguardar la integridad física del cementerio
del Monte de los Olivos, la Tumba de Rajel camino a Belén, y para no ser
atacados en el camino a Jerusalén.
Yemen: en el siglo XVII en casi todo el país, los judíos fueron expulsados de
las ciudades y aldeas. Llamados a retornar un año más tarde, fueron confinados a
ghettos fuera de las ciudades. Durante la expulsión la sinagoga fue transformada
en una mezquita. Niños musulmanes podían arrojar piedras contra los judíos sin
reprimenda alguna. Hasta la expulsión de los judíos en 1948, los niños judíos
que perdían a su padre eran considerados propiedad del estado y convertidos al
Islam.
Egipto: en el siglo once el barrio judío fue destruido, y los judíos fueron
obligados a colgar de sus cuellos bolas de dos kilos. En los siglos XIV, XV y
XIX estallaron “revueltas anti-dhimmis”. Un historiador documentó seis
persecuciones inspiradas en libelos de sangre solamente entre 1870 y 1892.
También ocurrieron masacres contra las comunidades judías en Siria (1840 y
1936), Libia (1945), Argelia (1801) y a lo largo de todo el mundo árabe entre
1948 y 1967.
Vale decir que la situación de los judíos durante la égida musulmana conoció
tanto épocas felices de bienestar y florecimiento, como épocas negras de
brutales persecuciones. Entre los dos polos opuestos extremos (armonía y
persecuciones) -ambas manifestaciones ocasionales en catorce siglos de dominio
musulmán- se encuentra una norma primordialmente caracterizada por la
intolerancia y la discriminación religiosa. Salvo cortos períodos de
florecimiento, por un lado, y violentos pogroms, por el otro, la vida judía bajo
el Islam muestra un continuo de teoría y práctica segregacionista epitomizada
por el concepto de “minoría tolerada” o dhimma.
La emigración de Mahoma a Medina es considerada el punto de partida de la
historia islámica, y el encuentro del Islam con los judíos de Medina fue un
evento central en la formación de actitudes musulmanas hacia el pueblo judío.
Considerándose a sí mismo como el último profeta del monoteísmo mosaico, Mahoma
adoptó varios elementos de la práctica judía e instó a los judíos a abrazar la
nueva fe, y ante sus ojos, la auténtica. Cuando comenzó su reinado en Medina en
el año 622, Mahoma adoptó varias costumbres judías con la finalidad de ganar
adeptos del judaísmo, cuya validación el profeta musulmán necesitaba puesto que
esta nueva religión había emanado del Judaísmo y por consiguiente necesitaba
afirmarse como un movimiento religioso independiente. Los judíos necesariamente
jugarían un papel crucial en este aspecto dado que “ningún grupo podía validar
sus posiciones religiosas tal como podían los judíos, [ni] ningún grupo podía
tan seriamente amenazar con socavarlas tal como podían los judíos”.8 Entre las
costumbres adoptadas por Mahoma cabe mencionar rezos diarios mirando en
dirección a Jerusalén, ayuno en Iom Kipur, y algunas prácticas alimentarias en
el espíritu del Kashrut (dieta alimentaria judía). Cuando los judíos rechazaron
la nueva religión ofrecida por el profeta, Mahoma sustituyó Jerusalén por la
Meca, reemplazó el ayuno del Iom Kipur por el de Ramadán, y dejó de lado otras
prácticas judías. No se limitó a esto, sino que a partir de este rechazo Mahoma
adoptó una actitud muy hostil hacia los judíos y ventiló públicamente su enojo.
Sus furiosas reacciones fueron incluidas en el Corán así como en el Hadith (un
compendio de dichos y hechos del profeta), otorgando de esta forma sustento
divino a su antipatía antijudía, perpetuándola en la historia y esparciéndola
entre millones de seguidores. El hecho de que los judíos no hayan sido acusados
de haber crucificado al profeta musulmán no impidió la conformación de un cuerpo
teológico antisemita. Así, por ejemplo, una famosa frase del Hadith dice: “La
resurrección de los muertos no vendrá hasta que los musulmanes guerreen con los
judíos y los musulmanes los maten (...) los árboles y piedras dirán, ´Oh
musulmán, Oh Abdallah, hay un judío detrás de mí, ven y mátalo´”9 (esta cita
figura también en la Carta de Alá, el documento fundacional del Hamás). En el
Corán uno puede encontrar las siguientes frases referidas a los judíos, las que
fueron introducidas luego de que el pueblo judío rechazara el mensaje de Mahoma,
que eclipsa completamente las positivas referencias previamente existentes:10
— “Han incurrido enojo de su Señor, y desdicha será puesta sobre ellos (...)
porque han descreído de las revelaciones de Alá y mataron equivocadamente a los
profetas...” (Surah III, v. 112).
— “Y encontrarás en ellos los más avaros de la humanidad...” (Surah II, v. 96).
— “Debido a la mala conducta de los judíos (...) y por su usura (...) y por
devorar la riqueza de otros pueblos con falsas pretensiones (...) Hemos
preparado para aquellos que no creen una dolorosa fatalidad...” (Surah IV, v.
160).
— “Alá los ha maldecido por su no creencia...” (Surah IV, v. 46).
— “Ellos no escatimarán dolores para corromperte. Desean no otra cosa que tu
ruina. Su odio es claro...” (Surah III, v. 117-120).
— “Los más vehementes en su odio a la humanidad son los judíos y los
idólatras...” (Surah V, v. 82).
— “Esparcen maldad en la tierra...” (Surah V, v. 62-66).
— “Alá luchó contra ellos. ¡Que perversos son!” (Sura IX, V. 30).
Presentadas como la palabra de Alá, estas y otras citas forman la base de la
teología anti-judía del Islam. De ellas no puede desprenderse ni remotamente un
trazo de actitud tolerante hacia los no creyentes en general y hacia los judíos
en particular. El eminente profesor emérito de la Universidad de Princeton y
mundialmente renombrado orientalista, Bernard Lewis, lo explica de esta manera:
“Similarmente del lado musulmán, aducir tolerancia, ahora tan oída por
apologistas musulmanes y especialmente por apologistas del Islam, es también
nueva y de origen externo. Solo recientemente algunos defensores del Islam han
comenzado a aseverar que su sociedad en el pasado brindó igual status a los no
musulmanes. Esto no es planteado por voceros del Islam re-emergente, e
históricamente no hay duda de que están en lo cierto. Sociedades islámicas
tradicionales nunca brindaron tal igualdad ni pretendieron haberlo hecho. De
hecho, en el viejo orden, esto hubiera sido considerado no un mérito sino un
abandono de la obligación. ¿Cómo podría uno otorgar el mismo trato a aquellos
que siguen la verdadera Fe y a aquellos que voluntariamente la rechazan? Esto
sería un absurdo lógico y teológico.”11
El Corán y el Hadith integran la base de la cual se desprende la Ley Islámica
Religiosa o Sha’ aria. Dentro de ella se encuentra un concepto particular
denominado Dhimma que es aplicable a los “infieles” que residen en territorio
musulmán. Según la ley y la práctica musulmana, la Dhimma es el pacto que regula
la relación entre el estado musulmán y las comunidades no islámicas que son
“toleradas” o “protegidas” por medio de dicho pacto. Estas minorías protegidas
son denominadas ahl al-dhimma (pueblo del pacto) o más usualmente dhimmis. Entre
los infieles hay diferencias. Los idólatras deben optar, en teoría, entre el
Islam o la muerte. El resto, principalmente los judíos y los cristianos, reciben
el status de minoría tolerada y pasan a ser considerados dhimmis. Desde ya, esta
“tolerancia” dista mucho del entendimiento moderno en cuanto al sentido del
término. En el siglo VIII, el Califa Omar, quien sucedió a Mahoma, delineó las
doce leyes bajo las cuales el dhimmi viviría como un no creyente (judío,
cristiano, etc.) entre los creyentes (musulmanes). La codificación e
institucionalización de estas regulaciones fue luego ampliada por juristas
medievales en tanto que otras nuevas reglamentaciones fueron introducidas al
cuerpo jurídico musulmán con el devenir histórico. Junto con las reglas clásicas
otras muchas de ellas nacieron en contextos geográficos y políticos
determinados. Si bien las reglas de la dhimma poseen aplicabilidad para los
cristianos también, haremos hincapié aquí en la condición particular de los
judíos. De esta manera fue definida su vida en el Islam:
Los judíos tenían prohibido tocar el Corán. Estaban obligados a usar ropas
distintivas (el califa al-Rashid fue el primero en introducir un parche amarillo
como emblema distintivo de los judíos. Esto fue en el año 807, una idea que
sería posteriormente tomada por la Iglesia Católica en el siglo XIII y por el
Nazismo en el siglo XX). No podían practicar su fe públicamente. Tenían
prohibido poseer o montar caballos o camellos dado que eran considerados algo
noble. Podían montar burros fuera de las ciudades, sentados de manera que ambas
piernas estuvieran del mismo lado, y debían desmontar solo en presencia de un
musulmán. No podían beber vino en público. Debían enterrar a sus muertos
cuidando que su pena no sea oída por los musulmanes. Para poder vivir bajo la
“protección” musulmana, el judío debía pagar un impuesto especial, la jizya. El
Corán prescribe que el pago debe ser efectuado en una ceremonia que sirva de
expresión del status inferior del dhimmi, algo materializado por golpes en el
cuello o espalda. En otras palabras, según la Sha´aria el derecho a la vida no
es considerado un derecho natural, sino un derecho que debe ser comprado
anualmente al establishment islámico. Las relaciones sexuales entre musulmanes y
dhimmis eran penalizadas con la muerte. Las sinagogas podían ser usadas para
guardar camellos y caballos de los musulmanes. La ley religiosa islámica
determinó que si un dhimmi mataba a un creyente, la pena de muerte era el
castigo. Si ocurría la inversa, el musulmán tan solo debía pagar una multa
monetaria a la familia del asesinado. Dado que el testimonio de los judíos no
era aceptado en las cortes, el derecho a la defensa era inexistente. Los judíos
tenían prohibido poseer o cargar armas o ser propietarios de tierras. No podían
tener esclavos o sirvientes y, teóricamente, no podían escribir en árabe. En
cuanto a la vivienda, los judíos eran relegados a la mellah, ghettos a-la-árabe.
A su vez, el principio de castigo colectivo era ampliamente aplicado a los
dhimmis. La menor transgresión derivaba en brutales represalias. La “menor
transgresión” debe ser tomada en sentido literal: por ejemplo, si un dhimmi, al
montar un burro, tenía la temeridad de sentarse sobre una montadura en lugar de
sobre un lienzo, toda la comunidad pagaba por eso, económicamente o sufriendo
vandalismo, algo tristemente usual. Un musulmán explicó en Hebrón en 1858 luego
de robar a los judíos que “su derecho derivaba de tiempo inmemorial en su
familia de entrar en casas judías y reclamar contribuciones sin ninguna
rendición de cuentas”.12 Pero donde bien reflejado quedó el espíritu de
(in)tolerancia islámica hacia el judío fue en un reporte del consulado británico
en la Palestina del siglo XIX: “El judío en Jerusalén no es estimado en valor
muy por encima de un perro (...) lo que el judío debe sufrir, por todas las
manos, no puede ser contado. Tal como un perro miserable sin dueño, es golpeado
por alguien porque se le cruzó en el camino y pateado por otro porque lloró”.13
Karl Marx, no gran amante del pueblo judío a pesar de él mismo haber sido judío
y descendiente de una ilustre línea de rabinos, escribió un artículo en 1854 en
el que expresó pena por la paupérrima situación de la comunidad judía en
Jerusalén: “nada iguala la miseria y los sufrimientos de los judíos de
Jerusalén, quienes habitan el más mugriento rincón de la ciudad, llamado hareth
al-yahoud (...) son el constante objeto de opresión e intolerancia musulmana”.14
La aplicación de este “contrato social” unilateral (con perdón de Jean-Jacques
Rousseau) “varió en grados de crueldad o inflexibilidad, dependiendo del
carácter del gobernante musulmán de turno. Cuando el dominio era tiránico, la
vida era esclavitud abyecta, como en Yemen, donde una de las tareas del judío
era limpiar los lavatorios de la ciudad y otro limpiar los excrementos de los
animales de las calles, sin paga y usualmente durante el Shabat (el día del
descanso judío)”.15 Tal como explica la experta en la condición de las minorías
bajo el Islam, la académica Bat Ye’or, la protección es abolida si el dhimmi se
revela contra la ley islámica, se alía a una potencia no musulmana, rehúsa pagar
la jizya, aleja a un musulmán de su fe, ocasiona daño a un musulmán o a su
propiedad o incurre en blasfemia.16 Una vez que el dhimmi pierde la protección
de la comunidad islámica queda a merced de la piedad del guerrero santo. Y si
esta era la vida de un grupo “protegido” no se requiere demasiada imaginación
para adivinar su destino una vez que perdía el “status preferencial” en tierras
musulmanas. Es interesante notar que la primera persecución de judíos en la
España musulmana aconteció en el siglo XI, inspirada precisamente por lo que fue
percibido por varios musulmanes un exceso judío del status de dhimmi que la ley
islámica asigna a los no creyentes. Esto fue en el año 1066 cuando Joseph (hijo
de Shmuel) ha-Nagid fue asesinado y luego los musulmanes atacaron a la judería
de Granada forzándola a huir para salvar sus vidas. Actualmente, por citar dos
casos, en el norte de Egipto los cristianos cópticos son perseguidos por
fundamentalistas islámicos que consideran una violación del “contrato de
protección” la decisión de esta minoría de no pagar la jizya. En Sudán,
cristianos del sur son esclavizados por musulmanes del norte. En el año 2002,
una figura religiosa prominente saudita, el jeque Saad Al-Buraik, instó a los
palestinos a esclavizar a las mujeres judías: “Sus mujeres son legítimamente
suyas, tómenlas. Dios las hizo suyas. ¿Por qué no esclavizan a sus mujeres?”17
En oposición al concepto universalista de los derechos humanos que postula que
todos los seres humanos nacen con derechos naturales, fundamentales e
inalienables, según el Islam los derechos del hombre tienen un comienzo y un
fin: se originan con el otorgamiento del derecho por parte del musulmán y
terminan con la abolición del mismo al momento de la violación del contrato.18
Aquellos derechos que no encuadran con el sistema islámico de tolerancia son
considerados ilegales, una afronta a Alá, y deben consecuentemente ser
suprimidos. Este código legal de tratamiento a las minorías duró por más de doce
siglos en algunas regiones del reinado musulmán.
En resumidas cuentas, una vista panorámica a lo largo de la historia judía en un
Medio Oriente musulmán nos da una noción de la arbitrariedad a la que los judíos
estaban expuestos bajo mandato islámico. La existencia judía en tierras
islámicas estuvo fundamentalmente caracterizada por la discriminación,
manifestada mediante la segregación religiosa, el chantaje impositivo, la
ridiculización pública y, a veces, incluso la esclavitud. Hubo períodos de
singular prosperidad, pero la vida judía en la égida musulmana no estuvo tampoco
exenta de extrema opresión. El judío queda relegado a un status inferior y en
tanto acepte dócilmente la humillación es “tolerado”. La violación del
“contrato” trae aparejadas como principales consecuencias la destrucción de
sinagogas y asesinatos de comunidades enteras, expulsiones forzadas, vandalismo
y violaciones. Prácticamente no hubo un solo país árabe del que los judíos no
hayan tenido que huir en algún momento. El ex embajador israelí ante la ONU,
Yehuda Blum, aptamente resumió la fragilidad del mito de la tolerancia islámica
hacia los judíos con estas palabras:
“Los hechos simples y no adornados hablan más elocuentemente por la larga
historia del sufrimiento judío y persecución en tierras árabes que todos los
romances idílicos e historias ficticias que hemos oído en los discursos de
algunos representantes árabes.”19
Frente a las continuas afirmaciones de voceros árabes en torno a la bondadosa
actitud del Islam hacia las minorías, uno no puede menos que concluir, azorado,
una de dos cosas: o bien los interlocutores árabes mienten, o bien el concepto
que poseen de la tolerancia es, para ponerlo diplomáticamente, curioso.*
Esta seudo-tolerancia islámica tiene sus raíces en la doctrina teológica del
Islam. Con estas palabras sintetizaron Prager y Telushkin la actitud islámica
hacia los judíos:
“Solo mediante un entendimiento de las profundas raíces teológicas del
antisemitismo musulmán y una comprensión de la continua historia del
antisemitismo islámico puede el actual odio musulmán contra Israel ser
entendido. Solamente entonces puede uno reconocer cuán falsas son las
argumentaciones de que previamente al Sionismo, judíos y musulmanes vivieron en
armonía y que ni el Islam ni los musulmanes alguna vez albergaron odio al judío.
La creación del Estado de Israel de ninguna manera creó el anti-judaísmo
musulmán; tan solo lo intensificó y le dio un nuevo foco.”20
Desde la óptica del Islam existen dos regiones confrontadas: la región del Islam
(Dar-al Islam), donde la ley islámica prevalece, y la región de la guerra (Dar
al-Harb), donde la infidelidad predomina. Entre el reinado del Islam y el
reinado de la infidelidad existe un “estado de guerra perpetuo, canónicamente
obligatorio, el que continuará hasta que todo el mundo acepte el mensaje del
Islam”.21 Esta noción está basada en la creencia de que el Islam no es
simplemente una nueva religión revelada, sino la fe prevalente que ha venido a
reemplazar a las otras religiones monoteístas. En consecuencia, es obligatorio
para los seguidores del Islam esparcir su mandato por todos los confines de la
tierra, “pacíficamente de ser posible, por medio de la guerra de ser
necesario”.22 Dado que raramente otros pueblos, naciones y religiones se
avengan a voluntariamente abrazar el Islam, la Jihad (comúnmente traducida como
“guerra santa”) es el instrumento adecuado para expandir esta Pax Islámica. En
tanto la infidelidad exista, es mandato para los devotos musulmanes lanzar una
Jihad tendiente a transformar la región de los infieles en un reinado de
fidelidad a Alá. Así lo explica el académico mesooriental Majid Khadduri:
“La universalidad del Islam proveyó un elemento de unión para todos los
creyentes, dentro del mundo del Islam, y su carácter ofensivo-defensivo produjo
un estado de batalla permanentemente declarado contra el mundo externo, el mundo
de la guerra (...) Ergo, la Jihad puede ser considerada como el instrumento del
Islam para llevar adelante su objetivo primordial al transformar a toda la gente
en creyentes (...) Hasta que ese momento sea alcanzado la Jihad, en una forma u
otra, permanecerá como una obligación permanente sobre toda la comunidad
islámica (...) La Jihad, en consecuencia, puede ser afirmada como una doctrina
de permanente estado de guerra...”23
Por su parte, el oficial religioso de más alto rango en Egipto, el jeque
Muhammad Sayyid Tantawi, de esta manera explica la importancia de la Jihad:
“Jihad en el sendero de Alá es una virtud que une a los musulmanes en todos los
tiempos, y es una obligación sobre todo quien pueda llevarla a cabo, y decenas
de versos coránicos narran las virtudes de la Jihad en el sendero de Alá, así
como decenas de Hadiths proféticos (...) Jihad para confrontar al enemigo y
liberar la tierra saqueada es una obligación para los musulmanes en todo tiempo
y lugar.”24
Es instructivo notar que el emblema de la Hermandad Musulmana (un movimiento
fundado en Egipto a principios del siglo XX, precursor de varias agrupaciones
fundamentalistas islámicas) está precisamente representado por el Corán rodeado
por dos espadas, simbolizando como la Jihad por medio de la fuerza defiende la
justicia encapsulada en el Corán.25 El ethos islámico de la guerra afirma una
actitud exclusivista en la que toda creencia ajena al Islam es teológica y
prácticamente rechazada. Es por esta razón que los derechos de las minorías no
musulmanas en el Medio Oriente han sido oprimidos; brutalmente en no pocas
ocasiones. La mentalidad árabe-islámica no admite entidades no musulmanas en el
Dar al-Islam. En este contexto, el establecimiento de un estado no musulmán
dentro de la región del Islam se constituye en un insulto teológico a la “Nación
de Alá”. En consecuencia, la mera existencia de una entidad independiente judía
en medio del Dar al-Islam, habitada por un pueblo que se desencadenó de las
restrictivas leyes de la Dhimma -peor aún, por un pueblo al que el sagrado Corán
condenó a la desdicha y a la humillación- se convierte en un contrasentido
teológico de proporciones mayúsculas para los seguidores de la “auténtica fe”.
Arieh Stav articuló claramente este punto:
“El Dar al-Islam se extiende sobre un área de alrededor de catorce millones de
kilómetros cuadrados, dos veces el área de Europa, del Océano Atlántico hasta el
Golfo Pérsico, e incluye veintidós países en dos continentes. Todas las
nacionalidades y religiones minoritarias que han demandado autonomía territorial
han sido aniquiladas o reprimidas. Aquellas pocas que han sobrevivido son
reducidas en status al de dhimmi, o personas protegidas, minorías toleradas que
viven por la admisión del Islam. Dentro de la amplia expansión de este Medio
Oriente, que limita con dos océanos y tres mares, hay una entidad soberana no
islámica, el estado judío. Como si esta violación del ethos de la jihad fuera
poco, no solamente no pudieron los árabes extirpar a Israel, sino que cada
intento que probaron para aniquilar a la ‘entidad sionista’ ha sido derrotado en
el campo de la batalla, una ofensa intolerable a una civilización orgullosa
(...) Las fronteras de Israel, entonces, no son la razón de la hostilidad árabe.
Esta es una aseveración absurda en todo caso, dado que el estado judío ocupa tan
solo aproximadamente 1/500 del Dar al-Islam. La hostilidad árabe ha sido
engendrada por la propia existencia de Israel.”26
Hemos visto antes que un dhimmi no tenía derecho a defenderse en caso de ser
atacado por un musulmán, tan solo podía pedir piedad. Al haberse defendido
exitosamente en repetidas guerras de agresión que lanzó el mundo árabe con el
declarado propósito de evaporar la existencia soberana judía en la región,
Israel violó las leyes de la Sha´aria. En otras palabras, la terquedad israelí
de no dejarse exterminar es en sí misma una afrenta al Islam. Y esta humillación
no debe tomarse a la ligera puesto que el mundo árabe en 50 años involucró a
Israel en seis guerras, implementó campañas de terrorismo a escala mundial,
orquestó maniobras políticas aislacionistas e impuso un boicot económico contra
Israel durante su infancia; un boicot de extensión terciaria, donde no solo se
abstenían los estados árabes de comerciar con Israel, ni tampoco se limitaban a
boicotear a empresas que mantenían lazos comerciales con Israel, sino que
llegaron a sancionar a compañías que comerciaban con empresas que lidiaban con
el estado judío. Hasta aquí, ya sería un significativo agravio al orgullo
nacional árabe. Pero además de sobrevivir, el estado judío tuvo la temeridad de
prosperar económicamente superando en todo indicador económico a sus vecinos
árabes; toda una osadía para un pueblo considerado inferior y divinamente
condenado a la desdicha y la humillación. El PBI anual per cápita israelí supera
al de sus vecinos combinados y, separadamente, al de los países árabes
productores de petróleo. Apenas seis millones de israelíes producen más de $100
mil millones; mientras que más de ochenta millones de árabes vecinos del estado
judío (Egipto, Siria, el Líbano y Jordania) producen $82 mil millones.27 Esta
brecha tenderá a ampliarse en tanto que Israel, como un país high-tech, está muy
bien posicionado para afrontar los desafíos y las oportunidades de la economía
del siglo XXI. En otras palabras, Israel es un cruel espejo del subdesarrollo
árabe.
Históricamente, Palestina ha estado bajo gobierno islámico desde el siglo XII
hasta el siglo XX, cuando pasó a estar brevemente en manos británicas y desde
1948 controlada por los judíos. La única excepción previa fue durante el período
de los cruzados pero fueron expulsados por Saladino con la conquista de
Jerusalén. Por ende, no es sorprendente que Israel sea actualmente vista como
una nueva excepción efímera condenada a la extinción. Como hemos visto en la
sección anterior, incluso los Acuerdos de Oslo -que en Occidente fueron
entendidos como el preludio de una genuina era de reconciliación judeo-árabe- en
círculos árabes fueron en gran medida vistos como una tregua estratégica en el
contexto de una guerra aún inconclusa. El propio Yaser Arafat -quien por
avenirse a negociar con Israel fue galardonado con la distinción más noble que
la humanidad confiere a sus miembros, el premio Nobel de la Paz- en repetidas
ocasiones hizo referencias públicas al Tratado de Hudayybia, un tratado que el
Profeta musulmán firmó desde una posición de debilidad y que canceló luego de
haberse fortalecido y estar en condiciones de derrotar al enemigo. Esto podrá
sonar extraño a oídos occidentales, sin embargo, es algo que se encuentra en
perfecta armonía con la cosmovisión islámica de la historia y con el ethos de la
Jihad. Hasta que punto la presencia independiente, soberana y libre de los
judíos en la Tierra de Israel (Palestina) es teológica y mentalmente rechazada
por el mundo árabe-musulmán puede apreciarse con alarmante claridad en las
siguientes citas:
· “Alá ha conferido sobre nosotros el raro privilegio de finalizar lo que Hitler
tan solo comenzó. Dejemos que empiece la jihad. Maten a los judíos. Mátenlos a
todos ellos”. Gran Mufti de Jerusalén, Haj Amín el-Huseini, 1946.28
· “Nuestra guerra con los judíos es una lucha vieja que comenzó con Mahoma
(...)Es nuestra obligación luchar contra los judíos por el bien de Alá y la
religión, y es nuestra obligación terminar la guerra que Mahoma comenzó”. Del
periódico Al-Ahram, 26 de noviembre de 1955.29
· “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el Islam lo elimine, tal
como ha eliminado lo que lo precedió” [en referencia a los cruzados]. Hassan
al-Banna, fundador de la Hermandad Musulmana en Egipto.30
· “Seguramente el juicio de Alá está reservado para ellos [los judíos] hasta que
Palestina sea transferida del Dar al-Harb al Dar al-Islam”. Yaser Arafat.31
· “La conquista sionista de Palestina es una afronta a todos los musulmanes. No
puede haber ningún tipo de arreglo hasta que todo judío esté muerto o [haya]
partido”. El Rey Idris de Libia.32
· “Enemigos de Dios, enemigos de la humanidad, perros de la humanidad (...) los
judíos manifiestan en sí mismos una continuidad histórica de cualidades malvadas
(...) son hostiles a todos los valores humanos (...) la envidia, el odio y la
crueldad son inherentes a ellos (...) conspiran (...) mienten (...) adulan a
ídolos (...) son pecadores...” Pronunciamientos sobre los judíos en la Cuarta
Conferencia sobre el Estudio del Islam, Universidad Al-Azhar, El Cairo,
septiembre 1968.33
· “Prometo aplastar a Israel y lo retornaré a la humillación y desdicha
establecidas en el Corán”. Anwar Sadat, ex presidente egipcio, 25 de abril de
1972. 34
· “Nuestra lucha con los judíos es una lucha entre la Verdad y el vacío, entre
el Islam y el Judaísmo”. Del Panfleto No. 70, distribuido por el Hamas, febrero
1991.35
· “La conferencia proclama que el régimen sionista es una entidad ficticia e
ilegal. Su establecimiento en el corazón del dominio islámico es un complot del
sionismo internacional (...) La entidad sionista racista es un crimen contra la
humanidad”. De una resolución adoptada por la Conferencia de Estados Islámicos
en Teherán, 20 de octubre de 1991. Cuarenta y cinco países árabes e islámicos
participaron en la misma.36
· “Todo problema en nuestra región puede ser trazado a este único dilema: la
ocupación de Dar al-Islam por judíos infieles”. Hashemi Rafsanjani, presidente
de Irán, 1991.37
· “Luchar contra los judíos e Israel es una obligación religiosa y un deber
divino”. De un documento firmado por Ibrahim Ghousha, líder del Hamas, 2 de
enero de1993.38
· “La lucha contra el Estado judío, en la que los musulmanes están involucrados,
es una continuación de la vieja lucha de los musulmanes contra la conspiración
judía contra el Islam”. Sayyd Mohammed Hussein Fadlallah, líder espiritual del
Hizbullah, 1994.39
· “Mataremos y seremos matados, mataremos y seremos matados (...) nuestros
hermanos, héroes de la jihad islámica”. Yaser Arafat al dirigirse al pueblo
palestino al día siguiente de un atentado suicida contra un micro israelí en la
localidad de Beit Lid donde veintidós israelíes resultaron muertos. Televisión
palestina, 23 de enero de 1995.40
· “El principal enemigo del pueblo palestino, ahora y siempre, es Israel”. Freih
Abu Meiden, Ministro de Justicia de la Autoridad Palestina, abril de 1995.41
· “No tengan piedad alguna con los judíos, no importa donde se encuentren, en
cualquier país. Luchen contra ellos, donde sea que Uds. estén. Donde sea que los
encuentren, mátenlos. Donde sea que Uds. estén, maten a esos judíos y a esos
norteamericanos que son como ellos -y aquellos que permanecen a su lado- están
todos ellos en una trinchera, contra los árabes y los musulmanes, porque
establecieron a Israel aquí, en el corazón latiente del mundo árabe, en
Palestina (...) Alá lidiará con los judíos, vuestros enemigos y los enemigos del
Islam”. Extractos de un sermón pronunciado en la mezquita Zayed bin Sultán Aal
Nahyan en Gaza por el Dr. Ahmad Abu Halabiya, ex rector de la Universidad
Islámica de Gaza, miembro del “Consejo Fatwa” de la Autoridad Palestina. El
sermón fue difundido en vivo por la televisión oficial palestina, 13 de octubre
de 2000.42
· “Los participantes afirman que la estrategia que debería ser adoptada al
lidiar con este asunto no puede estar basada en la coexistencia con el enemigo
sionista (...) sino en la erradicación del mismo de nuestra tierra”. De un
comunicado emitido al finalizar la Conferencia Pan-Islámica sobre Jerusalén,
Beirut, febrero 2001. Cuatrocientos delegados de cuarenta países árabes e
islámicos participaron en la misma.43
A esta altura uno puede con certeza afirmar que el conflicto árabe-israelí es
indudablemente una verificación empírica del postulado teórico del Dr. Samuel
Huntington, quien en 1993 (irónicamente poco tiempo antes de la firma de la DOP)
elevó la hipótesis de que la nueva modalidad de disputa de fines del siglo XX
estaría regida por un “choque de civilizaciones”.44 En su ensayo, publicado en
Foreign Affairs, este profesor de la Universidad de Harvard argumentó que la
fuente primaria de conflictos en el nuevo mundo no sería ideológica o económica,
sino cultural. En sus palabras: “el choque de las civilizaciones dominará la
política global”. Huntington indicó que la evolución de los conflictos en
Occidente estaba llegando a su fase final. Inicialmente signados por luchas
entre monarquías y principados (procurando expandir sus burocracias, ganar
fuerza económica y capturar territorios), dieron lugar a la creación de
naciones-estados y, a partir de la Revolución Francesa, el nuevo orden
conflictivo pasó a estar regido por la lucha entre naciones en lugar de entre
príncipes. Posteriormente, como resultado de la Revolución Rusa y la consecuente
reacción occidental, los conflictos pasaron a estar caracterizados por
ideologías opuestas, tales como el comunismo, el nazismo y la democracia
liberal. Durante la Guerra Fría la rivalidad entre las superpotencias
epitomizaba una confrontación no entre estados en el sentido europeo y clásico
del término, sino entre dos ideologías diametralmente antagónicas. Con el fin de
la Guerra Fría, explicó Huntington, la política internacional presenció la
introducción del componente oriental como un actor político e ingresó en una
fase representada por la interacción entre civilizaciones occidentales y no
occidentales. Huntington detectó ocho civilizaciones principales: occidental,
confusional, japonesa, islámica, hindú, eslávica-ortodoxa, latinoamericana y
africana. Las mismas se diferencian en función de la historia, la cultura, el
lenguaje, la tradición “y lo más importante, la religión”. Estas civilizaciones
poseen diversas percepciones respecto a Dios y el hombre, el individuo y el
grupo, el estado y el ciudadano, la familia y toda una larga gama de valores
relativos a la libertad, la autoridad, la igualdad, la jerarquía, etc. Hasta
donde estas diferencias son insalvables fue así descrito por Huntington:
“Estas diferencias son el resultado de siglos. No desaparecerán pronto. Son
mucho más fundamentales que diferencias entre ideologías políticas o regímenes
políticos. Las diferencias no necesariamente implican conflicto y los conflictos
no necesariamente implican violencia. Durante siglos, sin embargo, las
diferencias entre civilizaciones han generado los conflictos más prolongados y
más violentos (...)[C]aracterísticas y diferencias culturales son menos mutables
y por ende menos fáciles de ceder y pasibles de resolución que las [diferencias]
políticas o económicas (...) En conflictos de clase e ideológicos, la pregunta
crucial era ‘¿De qué lado está uno?´ y la gente podía y de hecho eligió de que
lado estar. En conflictos entre civilizaciones, la pregunta es ´¿Qué es uno?´
Eso está dado y no puede modificarse. Y como sabemos, desde Bosnia hasta el
Cáucaso hasta Sudán, la respuesta errada a esa pregunta puede dar lugar a un
tiro en la cabeza. Incluso más que lo étnico, la religión discrimina filosa y
exclusivamente entre la gente. Una persona puede ser medio francés y medio árabe
y simultáneamente [ser] incluso ciudadano de dos países. Es más difícil ser
medio católico y medio musulmán.”
De entre los varios ejemplos que el profesor presentó en su ensayo, el Islam era
predominante. En efecto, los musulmanes han estado o están enfrentados con
serbios ortodoxos en los Balcanes, con rusos en Chechenia, con chinos en Asia
Central, con hindúes en India, con judíos en Israel, con budistas en Burma y
Afganistán, y con cristianos en las Filipinas, Egipto, Indonesia, Timor
Oriental, Sudán y Mauritania. Además uno podría agregar las luchas internecinas
en países musulmanes tales como Pakistán, Afganistán y Argelia; la intolerancia
musulmana en el Medio Oriente y Malasia; el descontento entre las comunidades
islámicas en países occidentales; el caso de regímenes musulmanes procurando
re-islamizar sus sociedades, tales como Irán, Afganistán (bajo los talibanes) y
Sudán; la oposición doméstica fundamentalista al poder secular en Egipto,
Jordania, Argelia y otros; y finalmente pero no menos importante, las no pocas
agrupaciones musulmanas terroristas activas a lo largo y ancho del Medio Oriente
y Asia. Es más, en la lista de veintinueve “organizaciones terroristas foráneas”
del Departamento de Estado norteamericano, once son islámicas, en tanto que
catorce de las veintiún agrupaciones declaradas ilegales por el Ministerio de
Interior británico, por sus vínculos con actividades terroristas, también son
islámicas.45 Esta realidad llevó a Huntington a aseverar que el “Islam posee
fronteras sangrientas”. Unos años más tarde, este académico expandió su tesis en
un libro titulado El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden
mundial, en el que afianzaba este punto presentando evidencia compilada por
otros estudiosos del tema. Así, Ted Robert Gurr concluyó que, de cincuenta
conflictos etnopolíticos de 1993-1994, los musulmanes participaron en veintiséis
de ellos. Veinte de dichos conflictos acontecieron entre grupos de diferentes
civilizaciones, de los cuales quince fueron entre musulmanes y no musulmanes. En
otras palabras, hubo el triple de conflictos internacionales con participación
musulmana que conflictos entre civilizaciones no islámicas. Asimismo, dentro del
Islam, el número de conflictos fue más alto que en cualquier otra civilización,
incluidos los conflictos tribales en África. Occidente, por su parte, presenció
solo dos conflictos dentro de su civilización y dos con otras civilizaciones.
Ruth Leger Sivard catalogó veinte guerras en curso en 1992, donde nueve de los
doce conflictos entre civilizaciones eran entre musulmanes y no musulmanes, “y
una vez más los musulmanes estaban librando más guerras que la gente de
cualquier otra civilización”. Por su parte, The New York Times identificó
cincuenta y nueve conflictos étnicos en cuarenta y ocho lugares distintos en
1993. En la mitad de tales lugares, los musulmanes estaban enfrentados a
musulmanes y a no musulmanes. De los conflictos entre civilizaciones (treinta y
uno), dos tercios comprendían a musulmanes.46 James Payne comprobó que las
sociedades islámicas evidencian altos grados de militarización. En los años
ochenta, los países musulmanes poseían tasas de personal militar por cada mil
habitantes e índices de fuerza militar en relación a la riqueza del país
significativamente más elevados que el de los demás países, lo que llevó al
analista a concluir que “resulta absolutamente claro que existe una relación
entre Islam y militarismo”.47 A su vez, la propensión a la violencia como medio
para la resolución de disputas internacionales ha sido usual en el mundo
musulmán, han recurrido a ella en setenta y seis oportunidades sobre un total de
ciento cuarenta y dos crisis en que estuvieron implicados entre 1928 y 1979.
Asimismo, la violencia empleada fue de alta intensidad, “recurriendo a una
guerra en gran escala en el 41% de los casos en que se usó la violencia y
provocando enfrentamientos importantes en otro 38% de los casos”. A modo de
comparación, mientras que los musulmanes recurrieron a la violencia en el 53.5%
de sus crisis, los británicos lo han hecho en un 11.5%, los norteamericanos en
un 17.9%, la Unión Soviética en un 28.5% y China en un 76.9%, convirtiéndose en
la única nación que superó el uso de la violencia por parte del mundo islámico.
“La belicosidad y la violencia musulmana”, escribió Huntingon, “son hechos de
fines del siglo XX que ni musulmanes ni no musulmanes pueden negar”.48 Charles
Krauthammer expresó el punto de forma retórica: “¿Quién más entrena hordas de
suicidas fanáticos quienes van a sus muertes a gusto?”49 En síntesis:
“Dondequiera que miremos a lo largo del perímetro del Islam, los musulmanes
tienen problemas para vivir pacíficamente con sus vecinos (...) los musulmanes
constituyen aproximadamente un quinto de la población mundial, pero en los años
noventa han estado más implicados que la gente de ninguna otra civilización en
la violencia grupal. Las pruebas son aplastantes”.50
A pesar de estar geográficamente ubicado en el Medio Oriente, Israel pertenece
ideológica y culturalmente a Occidente. Como tal, abraza las ideas occidentales
de individualismo, feminismo, liberalismo, constitucionalismo, libertades
civiles, derecho humanos, democracia, libre-mercado y libertad de expresión,
entre otras. Estas ideas ni remotamente son aceptadas -menos aún ejercitadas- en
el mundo musulmán. Como portador de estos valores, Israel además se constituye
en una amenaza cercana a los diversos regímenes autárquicos de la región los
que, para perpetuar su apego al poder, deben precisamente alejar lo más posible
de sus fronteras aquellos valores e ideas tan normales y esparcidos en
Occidente. En este sentido, el odio islámico contra Israel puede ser considerado
en el marco del más generalizado y abarcativo desprecio por la “amenazante”
cultura occidental. Obviamente hay varios matices, diversas actitudes y
diferentes reacciones dentro del Islam respecto a Occidente. Podemos sin embargo
decir que, genéricamente desde la perspectiva musulmana predominante en la
actualidad, la confrontación con Occidente es vista como un choque cósmico entre
las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la luz y la oscuridad, entre
la verdad y la falsedad. Y “i los luchadores en la guerra por el Islam, la
guerra santa ´en el camino de Dios´, están luchando por Dios”, escribió Bernard
Lewis, “se deduce de esto que sus oponentes están luchando contra Dios”.51 Los
enemigos del Islam son nada menos que el diablo encarnado, de ahí las
expresiones derogatorias, tan en boga en el mundo árabe-musulmán, que denominan
a Estados Unidos el “Gran Satán” y a Israel el “Pequeño Satán”. Tal como
correctamente señaló Lewis, el desprecio anti-occidental es tan visceral en el
Dar al-Islam que sus líderes se han aliado el siglo pasado con los dos más
grandes enemigos de Occidente: el comunismo y el nazismo.* Ni el ateísmo
soviético (con la indiscutible negación de Dios, en sí misma un insulto al
monoteísmo musulmán) ni el racismo venerado por el nazismo (con el evidente
rechazo a todo lo no-ario, que incluye a la nación musulmana), impidieron que
naciones árabes y musulmanas se aliaran -sino en todos los casos política al
menos intelectual y emocionalmente- con la URSS y la Alemania Nazi.*
Pero la escalofriante magnitud del odio musulmán contra Occidente quedó
epitomizada mediante la indescriptible atrocidad del 11 de septiembre de 2001,
cuando diecinueve terroristas musulmanes secuestraron cuatro aviones de cabotaje
norteamericanos y los estrellaron contra el Pentágono en Washington y las
Torres Gemelas del World Trade Center en pleno Manhattan, lo que provocó el
derrumbe de ambas y la muerte de alrededor de 3.000 civiles. Este espeluznante
atentado despertó la aletargada conciencia occidental hacia el tamaño de la
amenaza que enfrenta el mundo libre. Norteamérica, como líder de la civilización
occidental, había sido brutalmente atacada. La disquisición de algunos
comentaristas acerca de si este había sido un ataque contra Estados Unidos por
lo que es, o una manifestación de protesta por lo que Estados Unidos hace, quedó
quizás desechada por una simple carta que acompañaba un envío de ántrax a un
congresista norteamericano al mes siguiente de los ataques:
“No nos pueden detener.
Tenemos este ántrax.
Ustedes mueren ahora.
¿Tienen miedo?
Muerte a América.
Muerte a Israel.
Alá es grande”.52
¿Qué política se está cuestionando aquí? ¿Y qué política en particular
cuestionó Mualana Inyadullah, un integrante de Al-Qaida, al declarar luego del
11 de septiembre: “Los norteamericanos aman Pepsi-Cola, nosotros amamos la
muerte”? (Compárese esto con las palabras de Ismail Haniya, uno de los líderes
del Hamas en Gaza, quien dijo que los judíos “aman la vida más que ningún otro
pueblo, y prefieren no morir”).53 La plegaria por la muerte de Estados Unidos e
Israel y el retorno de España al gobierno musulmán que Zacarías Moussaoui, un
cómplice de los ataques del 11 de septiembre, pronunció en voz alta nada menos
que en la corte que lo estaba juzgando en Norteamérica, ilustra el hecho de que
estos jihadistas representan un choque de civilizaciones del que Estados Unidos
e Israel son los objetivos principales, pero no los únicos.54 Según informes de
la prensa, un plan para hacer estrellar un avión contra el Big Ben en Londres el
11 de septiembre fue evitado cuando todos los vuelos desde Londres fueron
detenidos luego de conocerse las noticias del ataque en Norteamérica.
Algunos esclarecidos analistas encontraron las causas de semejante odio en la
frustración musulmana en haber perdido el lugar de prominencia histórica gozado
centurias atrás. “Su animosidad está basada en una envidia contra el país que
define la cultura global en el nuevo milenio de la manera en que la marcha del
Islam definió ´el nuevo orden mundial´ catorce siglos antes” comentó Robert
Satloff, director ejecutivo del Washington Institute for Near East Policy.55
Amotz Asa-El, columnista del Jerusalem Post, coincidió:
“Unos siglos atrás el cristianismo era inferior a la civilización de los
astrónomos, matemáticos, doctores, ingenieros, banqueros y soldados musulmanes
que conquistaron Bisanzio, Grecia, Hungría y España. Luego, cuando los
cristianos recorrieron el mundo, colonizaron nuevos continentes y lanzaron la
revolución industrial, el mundo árabe quedó rezagado. Los infieles inventaron la
imprenta, la propulsión a vapor, el automóvil, la locomotora, el avión, el
fast-food, las telecomunicaciones y la computadora, y finalmente aterrizaron una
nave aeroespacial en el propio cuarto de luna creciente.”56
Huntington señaló que la naturaleza violenta de las relaciones entre el Islam y
Occidente quedó evidenciada en el hecho de que el 50% de las guerras en las que
estuvieron enredados dos estados de religión diferente entre 1820 y 1929 fueron
confrontaciones entre musulmanes y cristianos. “El Islam es la única
civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente, y lo ha hecho
al menos dos veces”, dijo el catedrático de Harvard.57 Con el evento del 11 de
septiembre de 2001, podemos agregar una tercer instancia. Mas no fueron
solamente occidentales quienes vieron en la evolución de las relaciones
musulmano-occidentales un choque de civilizaciones. Incluso con anterioridad al
ataque en suelo norteamericano, varios islámicos habían observado lo mismo.
Tómese a Mohammed Sid-Ahmed, importante periodista egipcio, quien dijo en 1994:
“Hay signos inequívocos de un choque cada vez mayor entre la ética occidental
judeo-cristiana y el movimiento de renacimiento islámico, que actualmente se
extiende del Atlántico, al oeste, hasta China, al este”. Un destacado musulmán
de la India anticipó en 1992 que “está claro que la siguiente confrontación [de
Occidente] va a producirse con el mundo musulmán. Es en la extensión de las
naciones islámicas, desde el Magreb a Pakistán, donde comenzará la lucha por un
nuevo orden mundial”. Un renombrado abogado tunecino indicó que ya estaba en
curso “un conflicto entre civilizaciones”.58 “Algunos occidentales, entre ellos
el presidente Bill Clinton”, escribe Huntington, “han afirmado que Occidente no
tiene problemas con el Islam, sino solo con los extremistas islámicos violentos.
Mil cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario”.59 No pocos
líderes, prosigue Huntington “afirman que los musulmanes implicados en esta
cuasi-guerra son una pequeña minoría, cuya violencia rechaza la gran mayoría de
los musulmanes moderados. Esto puede ser verdad, pero no hay pruebas que lo
apoyen. Las protestas contra la violencia anti-occidental han brillado casi
totalmente por su ausencia en los países musulmanes”.60 Ciertamente, salvo unas
pocas figuras musulmanas, nadie ha denunciado a Osama Bin-Laden, líder de la
organización Al-Qaida, responsable de los atentados en Estados Unidos. Charles
Krauthammer escribió al respecto:
“Imagine si 19 fundamentalistas cristianos asesinos hubieran secuestrado cuatro
aviones sobre Arabia Saudita y, en nombre de Dios, los hubieran estrellado
contra las ciudades santas de Meca y Medina, destruido la santa Kaaba y matado a
miles de peregrinos musulmanes inocentes. ¿Podría alguien dudar que el mundo
cristiano en su totalidad -clérigos y teólogos, líderes y gente común- hubieran
denunciado unánimente el acto? El Yankee Stadium no podría dar lugar a los
montones de curas, reverendos y rectores -por supuesto, incluso rabinos
demandarían derecho a ingresar- que hubieran llevado a cabo un servicio de rezos
de penitencia, verguenza, ostracismo y excomunicación. El mismísmo Papa hubiera
presentado su repudio a esta traición blasfema de Cristo. Y sin embargo luego
del 11 de septiembre, ¿dónde estaban los teólogos y clérigos musulmanes, los
imans y mullahs, levantándose para declarar que el 11 de septiembre fue un
crimen contra el Islam? ¿Dónde estuvieron las fatwas contra Osama Bin-Laden? Las
voces de las altas autoridades religiosas han permanecido escandalosamente
calmas”.61
No todas las voces permanecieron calmas; algunas se hicieron oír para defender a
Bin-Laden. Abdallah Bin Matruk al-Haddal, un clérigo del Ministerio de Asuntos
Islámicos de Arabia Saudita, declaró que “Osama Bin-Laden es un guerrero de la
jihad que implementa los principios del Islam y la fe” y que “el no presentó una
imagen distorcionada del Islam ante Occidente”.62 Además, decenas de miles de
musulmanes salieron a festejar los ataques o a manifestarse a favor del
super-terrorista en Pakistán, Bangladesh, Indonesia, Arabia Saudita, Egipto y
los territorios autónomos palestinos, entre otros lugares. Incluso en Francia
jóvenes musulmanes cantaron loas a Bin-Laden mientras apedreaban “infieles”. En
las Filipinas, 5.000 manifestantes gritaron “que viva mucho Bin-Laden”. En
Pakistán, salió a la venta mercancía con el rostro de Bin-Laden. En Nigeria,
Bin-laden ha “adquirido status de ícono” informó Reuters. Tales niveles
alcanzaron las celebraciones de los atentados contra Norteamérica en los medios
árabes, que un crítico de cine egipcio admitió haberse sentido “avergonzado al
leer casi todo, sino todo, el comentario, principalmente en la prensa egipcia”.
Hussam Khadir, miembro de Fatah, dijo que “Bin-Laden es hoy la figura más
popular en el Margen Occidental y Gaza, segundo solamente a Arafat”. Un policía
palestino lo llamó “el más grande hombre en el mundo (...) nuestro mesías”.63
En Kuwait, país liberado de las garras de Iraq por tropas norteamericanas en
1991, el 36% de la población justificó los atentados.64 Según datos presentados
por el experto en Islam Daniel Pipes, el 26% de los palestinos y el 24% de los
pakistaníes consideran a los atentados contra Norteamérica consistentes con la
ley islámica, en tanto que el 50% de la población de Indonesia definió a
Bin-Laden como un “guerrero justiciero”.65 Estas cifras no son marginales;
abarcan a varios millones de personas. “Tal como estos hechos demuestran”
escribió un editorial del Washington Post, “el enemigo terrorista que los
Estados Unidos y sus aliados enfrentan incluye no solamente networks de
luchadores y sus líderes sino una ideología extremista que se ha ganado muchos
seguidores”.66 Finalmente, aseveró Huntington:
“Mientras el Islam siga siendo Islam (cosa que así será) y Occidente siga siendo
Occidente (cosa que es más dudosa), este conflicto fundamental entre dos grandes
civilizaciones y formas de vida continuará definiendo sus relaciones en el
futuro lo mismo que lo ha definido durante los últimos catorce siglos (...) El
problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el
Islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad
de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder.”67
A esta altura ya debiera resultar evidente que el conflicto árabe-israelí
trasciende la dimensión territorial a la que usualmente se lo reduce. Más bien,
epitomiza una gran confrontación religiosa, ideológica y cultural. En choque
están dos sistemas de creencias, valores, percepciones y actitudes completamente
divergentes. Jalal al-Ahmad, uno de los primeros ideólogos del Islam
fundamentalista, lo graficó como dos mundos separados, cada uno girando sobre su
propio eje de valores y alejándose cada vez más en direcciones opuestas.68 La
apta descripción de al-Ahmad debe ser corregida en un solo punto para
caracterizar justamente la realidad islámico-israelí: más que dos mundos
orientados en distintas sendas, Israel y el Islam representan dos mundos en
colisión. Es decir, se trata de un choque de civilizaciones. Específicamente,
entonces, debiera resultar claro que por más tierras que entregue Israel las
disparidades teológicas y culturales no desaparecerán. Por cuanto que, tal como
ya ha sido mencionado y vale reiterar ahora, es la presencia independiente judía
en el Dar al-Islam, y no el tamaño geográfico de dicha presencia, lo que resulta
conceptualmente inadmisible para el mundo musulmán. En otras palabras, desde el
punto de vista del Islam, el conflicto árabe-israelí podrá ser definitivamente
resuelto solamente cuando se materialice una -y solo una- condición: la
desaparición, lisa y llana, del Estado de Israel.
A la luz de lo anteriormente expuesto, ¿cómo explicar que Turquía, un país
musulmán, mantenga activas y públicas relaciones militares con Israel? ¿Cómo
interpretar las declaraciones públicas del ex presidente de Indonesia, otro país
musulmán, a favor de mejorar los lazos entre su nación e Israel? Es
especialmente sorprendente cuando uno considera que Abdurrahman Wahid, el ex
presidente de Indonesia, es una autoridad islámica nacional. Es más, ¿cómo
conciliar la retórica islámica anti-israelí de Anwar Sadat (“Prometo aplastar a
Israel y lo retornaré a la humillación y desdicha establecidas en el Corán”) de
1972 con su visita a Jerusalén- “el fin de la tierra”, como él dijo- pocos años
después y el ulterior acuerdo de paz firmado con Israel? En su histórica visita,
Sadat arribó a Israel acompañado por el jeque Sha´rawi, el entonces Mufti
egipcio y una eminencia reconocida universalmente por su erudición teológica.
Tal impacto generó su gesto -no solo visitó Jerusalén sino que también rezó en
la mezquita Al-Aqsa- que el Mufti de Arabia Saudita declaró que la paz con
Israel era posible en tanto sirviera a los intereses islámicos. Otro jeque
musulmán, Abdul Hadi Palazzi, es un asiduo visitante de Israel quien sin
titubear justifica la presencia judía en la Tierra de Israel nada menos que
citando al Corán: “Y desde entonces hemos dicho a los Hijos de Israel: residan
seguros en la Tierra Prometida. Y cuando la última advertencia haya pasado, los
reuniremos en una multitud juntada” (sura 17, V. 104). Palazzi no es un clérigo
menor. Estudió en la Universidad Al-Azhar de El Cairo, posee un doctorado en
Ciencias Islámicas conferido por el Gran Mufti de Arabia Saudita, y actualmente
es el imán de la comunidad islámica italiana. ¿Cómo conciliar estos y otros
casos con la evidencia antes presentada? En primer lugar, uno debe comenzar por
reconocer que estas ocurrencias son valientes excepciones. Son profundamente
significativas, y alarmantemente atípicas. Al mismo tiempo, es importante tener
presente que el jeque Sha´rawi, luego de la firma del Acuerdo de Camp David,
emitió una fatwa (declaración religiosa) que comparaba al acuerdo de paz con
Israel con el legendario Tratado de Hudaybiyya. La misma fue notablemente
publicada en un diario egipcio, el mensaje era claro: la paz con Israel no es
más que una tregua. En cuanto a Turquía, vale acotar que es el poder militar
secular, no la masa musulmana, quien determina la orientación pro-israelí del
país. Tal como un ex presidente turco, Turgut Ozal, lo expresó: “Turquía es un
estado secular, yo no; yo soy musulmán”.69 La adhesión turca al laicismo, de
hecho, está expresada en su Constitución. En otras palabras, al margen de la
presencia musulmana, es la naturaleza secular la que dicta los parámetros de la
política exterior turca. Otra explicación plausible podría encontrarse en el
hecho de que el Islam ha sido politizado. Por ejemplo, luego de la muerte de
Sha´rawi y el asesinato de Sadat, movimientos y países islámicos que se oponen
a la paz con Israel sostienen que relaciones pacíficas con el estado judío ya no
sirven a los intereses musulmanes. La manipulación política de una religión no
es un hecho novedoso en la historia de la humanidad. Podríamos hacer una
distinción entre el Islam, como un movimiento religioso que contribuyó
inmensamente al bienestar personal y desarrollo espiritual de millones de
personas a lo largo y ancho del mundo, por un lado, y el “islamismo”, una
interpretación fundamentalista de los postulados teológicos sumado a una
aplicación radical de los mismos, por el otro. Así, países como Jordania, Egipto
y Turquía, serían los expositores fieles del Islam “genuino”. Naciones como
Afganistán, Irán, Libia y agrupaciones como el Hizbullah, Hamas y Al-Qaida,
podrían ser vistas como desviaciones radicalizadas de la senda real. Sin
embargo, no puede ser ignorado el hecho de que el Islam es inherentemente
exclusivista y ha engendrado un fundamentalismo que goza de considerable
simpatía a lo largo y ancho del mundo musulmán. En realidad, la breve
introducción a la teología musulmana que hemos realizado atestigua una
hostilidad religiosa y una antipatía histórica que no admite ser desechada
galantemente. La aversión antijudía presente en el Islam no es un hecho moderno,
y el rechazo moderno a la existencia de Israel cruza fronteras geográficas y
afiliaciones políticas. Hay un nexo vinculante entre las palabras del jeque
Tamimi (uno de los fundadores de la agrupación Jihad Islámica), quien, en su
libro conspícuamente titulado La obliteración de Israel: un imperativo coránico,
escribe en 1982: “no accederemos a [la existencia de] un estado judío en nuestra
tierra, incluso si es solamente una aldea”, hasta las palabras del “Mufti de
Jerusalén y Palestina”, el jeque Ikrima Sabri, pronunciadas en una entrevista
con un periódico egipcio en el año 2000: “La tierra de Palestina no es solamente
Jerusalén, esta tierra se extiende desde el río [Jordán] hasta el mar
[Mediterráneo] (...) Todo palestino está, de hecho, en un estado de Jihad”.70
De estos jeques, el primero fundó un grupo opositor a la paz con Israel, el
segundo fue nombrado mufti por la Autoridad Palestina, una entidad que negoció
la paz con Israel. ¿No hay aquí una incongruencia? ¿No debieran acaso detectarse
diferencias en los discursos de clérigos anti y pro paz con Israel? Basta
observar como la deportación de un solo palestino por parte de autoridades
israelíes genera manifestaciones de protesta desde Gaza hasta Bangladesh para
comprender hasta que punto es predominante el anti-israelísmo (léase
anti-judaísmo) en el mundo árabe-musulmán. Una lectura honesta de la realidad lo
obliga a uno a admitir que Israel enfrenta un movimiento que va más allá de
temas y problemas cotidianos, hay algo más profundo que toca con lo más hondo de
las creencias religiosas, valores culturales y estados mentales de toda una
civilización enojada con el Occidente e insultada con la presencia judía en “su”
región. Y si bien han existido y aún existen felices y admirables excepciones,
las que mantienen viva la esperanza de una futura convivencia pacífica, el ánimo
prevaleciente en el Dar al-Islam contemporáneo no parece estar signado por la
coexistencia y la reconciliación. Es con esta manifestación prevaleciente del
Islam -y no con las loables y esporádicas excepciones- que el estado judío debe
lidiar.
SHALOM

srael en el IslamIsrael en el Islam*
*Israel en el Islam esta tomado del libro "Tierras por Paz, Tierras por Guerra"
(Ensayos del Sud: 2002) de Julian Schvindlerman
No es que Israel sea provocativo; el que Israel sea es provocativo.
—George Will, columnista del Washington Post.1
Antes de introducirnos en la temática relativa al lugar que ocupa Israel en el
pensamiento y la teología musulmana es imperioso quebrar una percepción de gran
difusión en Occidente: el mito de que el Islam fue altamente tolerante hacia sus
minorías, incluyendo a los judíos. Puesto que solo mediante una comprensión
cabal de la actitud histórica y teológica del Islam hacia los judíos podrá
entenderse con justicia la actual hostilidad árabe-musulmana hacia el estado
judío, Israel. Líderes árabes han propagado la noción de la hermosa coexistencia
sin pausa y apologistas occidentales la han abrazado con entusiasmo. Dijo en
1937 el Mufti de Jerusalén, Haj Amin al Huseini: “[Los judíos] siempre han
vivido previamente en países árabes en completa libertad, como nativos del país.
De hecho, el gobierno musulmán ha sido siempre conocido por su tolerancia (...)
según la historia, los judíos han tenido una apacible y pacífica residencia
durante el dominio árabe”.2 Análogamente se expresó el titular de la OLP, Yaser
Arafat, en 1968: “No estamos en contra de los judíos (...) hemos estado viviendo
uno con el otro en paz y fraternidad, musulmanes, judíos y cristianos, por
varios siglos”.3 Unos años después, en 1973, el Rey Faisal de Arabia Saudita
dio eco a este espíritu de armonía fraternal con estas palabras: “Antes de que
el estado judío fuera creado, no existió nada que dañara las buenas relaciones
entre árabes y judíos”.4 El representante kuwaití ante la ONU dijo ante la
Asamblea General en 1975 durante el debate de la resolución “Sionismo es
racismo” que “...fue solo cuando los sionistas vinieron que, a pesar de nuestra
hospitalidad hacia el judío, mostramos hostilidad hacia el sionista”.5 El Rey
Husein de Jordania, por su parte, afirmó: “La relación que permitió a árabes y
judíos vivir juntos por siglos como vecinos y amigos ha sido destrozada por
acciones e ideas sionistas”.6 Otros varios líderes árabes han proclamado
similares frases de armoniosa coexistencia entre ambos pueblos a lo largo de la
historia. Esta impresión no se limita al relato árabe solamente sino que
encuentra amplia difusión en círculos occidentales. Que una agenda política
actúe de agente motivador de la posición árabe es comprensible. Su objetivo es
focalizar la creación del Estado de Israel como el catalizador de un conflicto
inter-fraternal, cuyo mismo establecimiento arruinó una idílica, tranquila y
mutuamente beneficiosa relación previa. La conclusión lógica del planteo puede
sintetizarse en las siguientes palabras: remuevan el estado judío y el hermoso
vínculo perdido retornará.
Quienes afirman que antes del advenimiento del Islam en el siglo VII, judíos y
árabes efectivamente gozaron de relaciones armoniosas, están en lo cierto.
Elogiosas palabras en cuanto a las nobles cualidades de los judíos pueden
encontrarse en la literatura árabe antigua. Aquí estamos explorando, sin
embargo, cómo el Islam -desde su aparición en la escena histórica catorce siglos
atrás- trató a “sus” minorías, especialmente a los judíos. Vale acotar que la
presentación pro-islámica en algunos círculos de Occidente en torno a la
relación judeo-musulmana de siglos anteriores toma importante distancia del
clásico y utópico relato árabe arriba mencionado. La postura generalmente
plantea no que hubo relaciones armoniosas per se, sino que en comparación al
trato que los judíos recibieron en manos del Catolicismo (especialmente durante
el medioevo), la actitud islámica fue más benigna. Esta impresión es totalmente
correcta. Durante el yugo eclesiástico católico los judíos sufrieron enésimas
veces más que durante el dominio musulmán. Pero tal como observaron Dennis
Prager y Joseph Telushkin en su formidable estudio sobre el antisemitismo, Why
the Jews?, esto dice mucho más acerca de la condición de los judíos dominados
por los cristianos que sobre el trato musulmán. En tanto que durante el dominio
musulmán los judíos raramente experimentaron las torturas, pogroms y hogueras
públicas que caracterizaron la vida de las comunidades judías durante la Europa
cristiana medieval, sus vidas bajo el Islam fueron, en el mejor de los casos,
signadas por la discriminación, la degradación y la inseguridad.7 Hay, sin
embargo, un aspecto subyacente en esta comparación que merece observación. El
hecho de que el Islam califique como “benigno” respecto al tratamiento al que
sometió a los judíos solamente en comparación al mal absoluto que representó el
catolicismo medieval, es en sí mismo un muy elocuente comentario sobre el
particular. Puesto que indica que solo juzgado por un estándar tan bajo puede
emerger moral e históricamente limpio de su propio pasado. Podrá decirse en la
actualidad del movimiento islámico fundamentalista Hamás que, hasta tanto no
construya un Auschwitz en Gaza, su conducta vis-à-vis los judíos es benigna
respecto a la de los Nazis. Pero solamente juzgado en función a su propio mérito
puede uno genuinamente arribar a una conclusión acerca de la naturaleza de un
grupo terrorista que eligió la auto-inmolación como método y a los judíos como
su objetivo. Hecha esta salvedad entonces, veamos que tan tolerante fue
históricamente el Islam respecto a los judíos.
Desde su advenimiento en el siglo VII y hasta el siglo siguiente, el Islam se
esparció con singular rapidez ganando terreno tanto geográfico como religioso.
El primer encuentro de los guerreros musulmanes con las cultas y ricas
comunidades judías lejos estuvo de haber sido signado por la hostilidad o por el
atropello, a punto tal que los judíos ocuparon en este período roles
administrativos importantes en los nuevos territorios árabes. Si bien el Islam
casi desde su nacimiento creó una teología y una ley religiosa repleta de
elementos anti-judíos (ambas serán analizadas luego), estos -en la era temprana
del Islam- permanecieron en una dimensión teórica y raramente se materializaron
en la práctica. La posición de los judíos durante el dominio musulmán en los
primeros siglos fue de una naturaleza tal que les permitió sobrevivir e incluso
en muchos casos progresar económica y socialmente. Túnez, Iraq, Egipto, entre
otros, vieron el florecimiento de sus comunidades judías, principalmente en el
comercio y la academia, e incluso en muchos casos los judíos también ocupaban
cargos de médicos, astrónomos y funcionarios de la corte. Pero en ningún otro
país como en España alcanzaron los judíos una posición de franca prosperidad. En
su ambiente estimulante pudieron desplegar su erudición filosófica, entre otros,
Abraham Ibn Ezra, Yehuda Halevi, Ibn Gavirol, Shmuel ha-Nagid, y Moshe ben
Maimón, este último también médico de la corte egipcia. Es oportuno destacar,
sin embargo, que no todo el período en el cual los judíos estuvieron bajo
reinado musulmán fue armonioso. Uno tan solo debe recordar que el prestigioso
filósofo Maimónides llega a Egipto huyendo de conversiones forzosas de Marruecos
y antes de allí había debido escapar con su familia de su España natal por la
misma razón. Esto evidencia instancias de persecuciones que lamentablemente
también han caracterizado el yugo islámico. Veamos unos pocos esporádicos
ejemplos:
Iraq: en el siglo XI las mujeres judías debían usar un zapato rojo y uno negro.
En el siglo XIV las sinagogas de Bagdad fueron destruidas. En el siglo XVIII
los judíos de Basra fueron asesinados.
Marruecos: en el siglo XI, seis mil judíos fueron asesinados en Fez. En el siglo
XII, los judíos fueron forzados a convertirse, los ciento cincuenta que se
negaron fueron asesinados. De los conversos, aquellos que no lograban convencer
al gobernante musulmán de la sinceridad del acto de conversión, eran
exterminados, su propiedad confiscada y sus mujeres dadas a musulmanes. En el
siglo XV toda la comunidad judía fue acusada de haber asesinado a un musulmán y
solo unas pocas familias escaparon con vida del pogrom. El siglo XVII presenció
similares persecuciones.
Palestina: en el siglo XVI el Sultán Murad III legisló que mil judíos de Sfad
serían deportados a Chipre. En el siglo XVII, los judíos fueron perseguidos
porque había sequía y fueron acusados de que por tomar vino paró de llover. En
el siglo XVIII libelos de sangre estimularon más persecuciones. Durante el siglo
XIX los judíos debían pasar a un musulmán por el lado izquierdo, que es el
identificado con el diablo. Las sinagogas debían estar ubicadas en lugares
remotos, en tanto que los judíos debían rezar casi en silencio. Además debían
pagar impuestos especiales para salvaguardar la integridad física del cementerio
del Monte de los Olivos, la Tumba de Rajel camino a Belén, y para no ser
atacados en el camino a Jerusalén.
Yemen: en el siglo XVII en casi todo el país, los judíos fueron expulsados de
las ciudades y aldeas. Llamados a retornar un año más tarde, fueron confinados a
ghettos fuera de las ciudades. Durante la expulsión la sinagoga fue transformada
en una mezquita. Niños musulmanes podían arrojar piedras contra los judíos sin
reprimenda alguna. Hasta la expulsión de los judíos en 1948, los niños judíos
que perdían a su padre eran considerados propiedad del estado y convertidos al
Islam.
Egipto: en el siglo once el barrio judío fue destruido, y los judíos fueron
obligados a colgar de sus cuellos bolas de dos kilos. En los siglos XIV, XV y
XIX estallaron “revueltas anti-dhimmis”. Un historiador documentó seis
persecuciones inspiradas en libelos de sangre solamente entre 1870 y 1892.
También ocurrieron masacres contra las comunidades judías en Siria (1840 y
1936), Libia (1945), Argelia (1801) y a lo largo de todo el mundo árabe entre
1948 y 1967.
Vale decir que la situación de los judíos durante la égida musulmana conoció
tanto épocas felices de bienestar y florecimiento, como épocas negras de
brutales persecuciones. Entre los dos polos opuestos extremos (armonía y
persecuciones) -ambas manifestaciones ocasionales en catorce siglos de dominio
musulmán- se encuentra una norma primordialmente caracterizada por la
intolerancia y la discriminación religiosa. Salvo cortos períodos de
florecimiento, por un lado, y violentos pogroms, por el otro, la vida judía bajo
el Islam muestra un continuo de teoría y práctica segregacionista epitomizada
por el concepto de “minoría tolerada” o dhimma.
La emigración de Mahoma a Medina es considerada el punto de partida de la
historia islámica, y el encuentro del Islam con los judíos de Medina fue un
evento central en la formación de actitudes musulmanas hacia el pueblo judío.
Considerándose a sí mismo como el último profeta del monoteísmo mosaico, Mahoma
adoptó varios elementos de la práctica judía e instó a los judíos a abrazar la
nueva fe, y ante sus ojos, la auténtica. Cuando comenzó su reinado en Medina en
el año 622, Mahoma adoptó varias costumbres judías con la finalidad de ganar
adeptos del judaísmo, cuya validación el profeta musulmán necesitaba puesto que
esta nueva religión había emanado del Judaísmo y por consiguiente necesitaba
afirmarse como un movimiento religioso independiente. Los judíos necesariamente
jugarían un papel crucial en este aspecto dado que “ningún grupo podía validar
sus posiciones religiosas tal como podían los judíos, [ni] ningún grupo podía
tan seriamente amenazar con socavarlas tal como podían los judíos”.8 Entre las
costumbres adoptadas por Mahoma cabe mencionar rezos diarios mirando en
dirección a Jerusalén, ayuno en Iom Kipur, y algunas prácticas alimentarias en
el espíritu del Kashrut (dieta alimentaria judía). Cuando los judíos rechazaron
la nueva religión ofrecida por el profeta, Mahoma sustituyó Jerusalén por la
Meca, reemplazó el ayuno del Iom Kipur por el de Ramadán, y dejó de lado otras
prácticas judías. No se limitó a esto, sino que a partir de este rechazo Mahoma
adoptó una actitud muy hostil hacia los judíos y ventiló públicamente su enojo.
Sus furiosas reacciones fueron incluidas en el Corán así como en el Hadith (un
compendio de dichos y hechos del profeta), otorgando de esta forma sustento
divino a su antipatía antijudía, perpetuándola en la historia y esparciéndola
entre millones de seguidores. El hecho de que los judíos no hayan sido acusados
de haber crucificado al profeta musulmán no impidió la conformación de un cuerpo
teológico antisemita. Así, por ejemplo, una famosa frase del Hadith dice: “La
resurrección de los muertos no vendrá hasta que los musulmanes guerreen con los
judíos y los musulmanes los maten (...) los árboles y piedras dirán, ´Oh
musulmán, Oh Abdallah, hay un judío detrás de mí, ven y mátalo´”9 (esta cita
figura también en la Carta de Alá, el documento fundacional del Hamás). En el
Corán uno puede encontrar las siguientes frases referidas a los judíos, las que
fueron introducidas luego de que el pueblo judío rechazara el mensaje de Mahoma,
que eclipsa completamente las positivas referencias previamente existentes:10
— “Han incurrido enojo de su Señor, y desdicha será puesta sobre ellos (...)
porque han descreído de las revelaciones de Alá y mataron equivocadamente a los
profetas...” (Surah III, v. 112).
— “Y encontrarás en ellos los más avaros de la humanidad...” (Surah II, v. 96).
— “Debido a la mala conducta de los judíos (...) y por su usura (...) y por
devorar la riqueza de otros pueblos con falsas pretensiones (...) Hemos
preparado para aquellos que no creen una dolorosa fatalidad...” (Surah IV, v.
160).
— “Alá los ha maldecido por su no creencia...” (Surah IV, v. 46).
— “Ellos no escatimarán dolores para corromperte. Desean no otra cosa que tu
ruina. Su odio es claro...” (Surah III, v. 117-120).
— “Los más vehementes en su odio a la humanidad son los judíos y los
idólatras...” (Surah V, v. 82).
— “Esparcen maldad en la tierra...” (Surah V, v. 62-66).
— “Alá luchó contra ellos. ¡Que perversos son!” (Sura IX, V. 30).
Presentadas como la palabra de Alá, estas y otras citas forman la base de la
teología anti-judía del Islam. De ellas no puede desprenderse ni remotamente un
trazo de actitud tolerante hacia los no creyentes en general y hacia los judíos
en particular. El eminente profesor emérito de la Universidad de Princeton y
mundialmente renombrado orientalista, Bernard Lewis, lo explica de esta manera:
“Similarmente del lado musulmán, aducir tolerancia, ahora tan oída por
apologistas musulmanes y especialmente por apologistas del Islam, es también
nueva y de origen externo. Solo recientemente algunos defensores del Islam han
comenzado a aseverar que su sociedad en el pasado brindó igual status a los no
musulmanes. Esto no es planteado por voceros del Islam re-emergente, e
históricamente no hay duda de que están en lo cierto. Sociedades islámicas
tradicionales nunca brindaron tal igualdad ni pretendieron haberlo hecho. De
hecho, en el viejo orden, esto hubiera sido considerado no un mérito sino un
abandono de la obligación. ¿Cómo podría uno otorgar el mismo trato a aquellos
que siguen la verdadera Fe y a aquellos que voluntariamente la rechazan? Esto
sería un absurdo lógico y teológico.”11
El Corán y el Hadith integran la base de la cual se desprende la Ley Islámica
Religiosa o Sha’ aria. Dentro de ella se encuentra un concepto particular
denominado Dhimma que es aplicable a los “infieles” que residen en territorio
musulmán. Según la ley y la práctica musulmana, la Dhimma es el pacto que regula
la relación entre el estado musulmán y las comunidades no islámicas que son
“toleradas” o “protegidas” por medio de dicho pacto. Estas minorías protegidas
son denominadas ahl al-dhimma (pueblo del pacto) o más usualmente dhimmis. Entre
los infieles hay diferencias. Los idólatras deben optar, en teoría, entre el
Islam o la muerte. El resto, principalmente los judíos y los cristianos, reciben
el status de minoría tolerada y pasan a ser considerados dhimmis. Desde ya, esta
“tolerancia” dista mucho del entendimiento moderno en cuanto al sentido del
término. En el siglo VIII, el Califa Omar, quien sucedió a Mahoma, delineó las
doce leyes bajo las cuales el dhimmi viviría como un no creyente (judío,
cristiano, etc.) entre los creyentes (musulmanes). La codificación e
institucionalización de estas regulaciones fue luego ampliada por juristas
medievales en tanto que otras nuevas reglamentaciones fueron introducidas al
cuerpo jurídico musulmán con el devenir histórico. Junto con las reglas clásicas
otras muchas de ellas nacieron en contextos geográficos y políticos
determinados. Si bien las reglas de la dhimma poseen aplicabilidad para los
cristianos también, haremos hincapié aquí en la condición particular de los
judíos. De esta manera fue definida su vida en el Islam:
Los judíos tenían prohibido tocar el Corán. Estaban obligados a usar ropas
distintivas (el califa al-Rashid fue el primero en introducir un parche amarillo
como emblema distintivo de los judíos. Esto fue en el año 807, una idea que
sería posteriormente tomada por la Iglesia Católica en el siglo XIII y por el
Nazismo en el siglo XX). No podían practicar su fe públicamente. Tenían
prohibido poseer o montar caballos o camellos dado que eran considerados algo
noble. Podían montar burros fuera de las ciudades, sentados de manera que ambas
piernas estuvieran del mismo lado, y debían desmontar solo en presencia de un
musulmán. No podían beber vino en público. Debían enterrar a sus muertos
cuidando que su pena no sea oída por los musulmanes. Para poder vivir bajo la
“protección” musulmana, el judío debía pagar un impuesto especial, la jizya. El
Corán prescribe que el pago debe ser efectuado en una ceremonia que sirva de
expresión del status inferior del dhimmi, algo materializado por golpes en el
cuello o espalda. En otras palabras, según la Sha´aria el derecho a la vida no
es considerado un derecho natural, sino un derecho que debe ser comprado
anualmente al establishment islámico. Las relaciones sexuales entre musulmanes y
dhimmis eran penalizadas con la muerte. Las sinagogas podían ser usadas para
guardar camellos y caballos de los musulmanes. La ley religiosa islámica
determinó que si un dhimmi mataba a un creyente, la pena de muerte era el
castigo. Si ocurría la inversa, el musulmán tan solo debía pagar una multa
monetaria a la familia del asesinado. Dado que el testimonio de los judíos no
era aceptado en las cortes, el derecho a la defensa era inexistente. Los judíos
tenían prohibido poseer o cargar armas o ser propietarios de tierras. No podían
tener esclavos o sirvientes y, teóricamente, no podían escribir en árabe. En
cuanto a la vivienda, los judíos eran relegados a la mellah, ghettos a-la-árabe.
A su vez, el principio de castigo colectivo era ampliamente aplicado a los
dhimmis. La menor transgresión derivaba en brutales represalias. La “menor
transgresión” debe ser tomada en sentido literal: por ejemplo, si un dhimmi, al
montar un burro, tenía la temeridad de sentarse sobre una montadura en lugar de
sobre un lienzo, toda la comunidad pagaba por eso, económicamente o sufriendo
vandalismo, algo tristemente usual. Un musulmán explicó en Hebrón en 1858 luego
de robar a los judíos que “su derecho derivaba de tiempo inmemorial en su
familia de entrar en casas judías y reclamar contribuciones sin ninguna
rendición de cuentas”.12 Pero donde bien reflejado quedó el espíritu de
(in)tolerancia islámica hacia el judío fue en un reporte del consulado británico
en la Palestina del siglo XIX: “El judío en Jerusalén no es estimado en valor
muy por encima de un perro (...) lo que el judío debe sufrir, por todas las
manos, no puede ser contado. Tal como un perro miserable sin dueño, es golpeado
por alguien porque se le cruzó en el camino y pateado por otro porque lloró”.13
Karl Marx, no gran amante del pueblo judío a pesar de él mismo haber sido judío
y descendiente de una ilustre línea de rabinos, escribió un artículo en 1854 en
el que expresó pena por la paupérrima situación de la comunidad judía en
Jerusalén: “nada iguala la miseria y los sufrimientos de los judíos de
Jerusalén, quienes habitan el más mugriento rincón de la ciudad, llamado hareth
al-yahoud (...) son el constante objeto de opresión e intolerancia musulmana”.14
La aplicación de este “contrato social” unilateral (con perdón de Jean-Jacques
Rousseau) “varió en grados de crueldad o inflexibilidad, dependiendo del
carácter del gobernante musulmán de turno. Cuando el dominio era tiránico, la
vida era esclavitud abyecta, como en Yemen, donde una de las tareas del judío
era limpiar los lavatorios de la ciudad y otro limpiar los excrementos de los
animales de las calles, sin paga y usualmente durante el Shabat (el día del
descanso judío)”.15 Tal como explica la experta en la condición de las minorías
bajo el Islam, la académica Bat Ye’or, la protección es abolida si el dhimmi se
revela contra la ley islámica, se alía a una potencia no musulmana, rehúsa pagar
la jizya, aleja a un musulmán de su fe, ocasiona daño a un musulmán o a su
propiedad o incurre en blasfemia.16 Una vez que el dhimmi pierde la protección
de la comunidad islámica queda a merced de la piedad del guerrero santo. Y si
esta era la vida de un grupo “protegido” no se requiere demasiada imaginación
para adivinar su destino una vez que perdía el “status preferencial” en tierras
musulmanas. Es interesante notar que la primera persecución de judíos en la
España musulmana aconteció en el siglo XI, inspirada precisamente por lo que fue
percibido por varios musulmanes un exceso judío del status de dhimmi que la ley
islámica asigna a los no creyentes. Esto fue en el año 1066 cuando Joseph (hijo
de Shmuel) ha-Nagid fue asesinado y luego los musulmanes atacaron a la judería
de Granada forzándola a huir para salvar sus vidas. Actualmente, por citar dos
casos, en el norte de Egipto los cristianos cópticos son perseguidos por
fundamentalistas islámicos que consideran una violación del “contrato de
protección” la decisión de esta minoría de no pagar la jizya. En Sudán,
cristianos del sur son esclavizados por musulmanes del norte. En el año 2002,
una figura religiosa prominente saudita, el jeque Saad Al-Buraik, instó a los
palestinos a esclavizar a las mujeres judías: “Sus mujeres son legítimamente
suyas, tómenlas. Dios las hizo suyas. ¿Por qué no esclavizan a sus mujeres?”17
En oposición al concepto universalista de los derechos humanos que postula que
todos los seres humanos nacen con derechos naturales, fundamentales e
inalienables, según el Islam los derechos del hombre tienen un comienzo y un
fin: se originan con el otorgamiento del derecho por parte del musulmán y
terminan con la abolición del mismo al momento de la violación del contrato.18
Aquellos derechos que no encuadran con el sistema islámico de tolerancia son
considerados ilegales, una afronta a Alá, y deben consecuentemente ser
suprimidos. Este código legal de tratamiento a las minorías duró por más de doce
siglos en algunas regiones del reinado musulmán.
En resumidas cuentas, una vista panorámica a lo largo de la historia judía en un
Medio Oriente musulmán nos da una noción de la arbitrariedad a la que los judíos
estaban expuestos bajo mandato islámico. La existencia judía en tierras
islámicas estuvo fundamentalmente caracterizada por la discriminación,
manifestada mediante la segregación religiosa, el chantaje impositivo, la
ridiculización pública y, a veces, incluso la esclavitud. Hubo períodos de
singular prosperidad, pero la vida judía en la égida musulmana no estuvo tampoco
exenta de extrema opresión. El judío queda relegado a un status inferior y en
tanto acepte dócilmente la humillación es “tolerado”. La violación del
“contrato” trae aparejadas como principales consecuencias la destrucción de
sinagogas y asesinatos de comunidades enteras, expulsiones forzadas, vandalismo
y violaciones. Prácticamente no hubo un solo país árabe del que los judíos no
hayan tenido que huir en algún momento. El ex embajador israelí ante la ONU,
Yehuda Blum, aptamente resumió la fragilidad del mito de la tolerancia islámica
hacia los judíos con estas palabras:
“Los hechos simples y no adornados hablan más elocuentemente por la larga
historia del sufrimiento judío y persecución en tierras árabes que todos los
romances idílicos e historias ficticias que hemos oído en los discursos de
algunos representantes árabes.”19
Frente a las continuas afirmaciones de voceros árabes en torno a la bondadosa
actitud del Islam hacia las minorías, uno no puede menos que concluir, azorado,
una de dos cosas: o bien los interlocutores árabes mienten, o bien el concepto
que poseen de la tolerancia es, para ponerlo diplomáticamente, curioso.*
Esta seudo-tolerancia islámica tiene sus raíces en la doctrina teológica del
Islam. Con estas palabras sintetizaron Prager y Telushkin la actitud islámica
hacia los judíos:
“Solo mediante un entendimiento de las profundas raíces teológicas del
antisemitismo musulmán y una comprensión de la continua historia del
antisemitismo islámico puede el actual odio musulmán contra Israel ser
entendido. Solamente entonces puede uno reconocer cuán falsas son las
argumentaciones de que previamente al Sionismo, judíos y musulmanes vivieron en
armonía y que ni el Islam ni los musulmanes alguna vez albergaron odio al judío.
La creación del Estado de Israel de ninguna manera creó el anti-judaísmo
musulmán; tan solo lo intensificó y le dio un nuevo foco.”20
Desde la óptica del Islam existen dos regiones confrontadas: la región del Islam
(Dar-al Islam), donde la ley islámica prevalece, y la región de la guerra (Dar
al-Harb), donde la infidelidad predomina. Entre el reinado del Islam y el
reinado de la infidelidad existe un “estado de guerra perpetuo, canónicamente
obligatorio, el que continuará hasta que todo el mundo acepte el mensaje del
Islam”.21 Esta noción está basada en la creencia de que el Islam no es
simplemente una nueva religión revelada, sino la fe prevalente que ha venido a
reemplazar a las otras religiones monoteístas. En consecuencia, es obligatorio
para los seguidores del Islam esparcir su mandato por todos los confines de la
tierra, “pacíficamente de ser posible, por medio de la guerra de ser
necesario”.22 Dado que raramente otros pueblos, naciones y religiones se
avengan a voluntariamente abrazar el Islam, la Jihad (comúnmente traducida como
“guerra santa”) es el instrumento adecuado para expandir esta Pax Islámica. En
tanto la infidelidad exista, es mandato para los devotos musulmanes lanzar una
Jihad tendiente a transformar la región de los infieles en un reinado de
fidelidad a Alá. Así lo explica el académico mesooriental Majid Khadduri:
“La universalidad del Islam proveyó un elemento de unión para todos los
creyentes, dentro del mundo del Islam, y su carácter ofensivo-defensivo produjo
un estado de batalla permanentemente declarado contra el mundo externo, el mundo
de la guerra (...) Ergo, la Jihad puede ser considerada como el instrumento del
Islam para llevar adelante su objetivo primordial al transformar a toda la gente
en creyentes (...) Hasta que ese momento sea alcanzado la Jihad, en una forma u
otra, permanecerá como una obligación permanente sobre toda la comunidad
islámica (...) La Jihad, en consecuencia, puede ser afirmada como una doctrina
de permanente estado de guerra...”23
Por su parte, el oficial religioso de más alto rango en Egipto, el jeque
Muhammad Sayyid Tantawi, de esta manera explica la importancia de la Jihad:
“Jihad en el sendero de Alá es una virtud que une a los musulmanes en todos los
tiempos, y es una obligación sobre todo quien pueda llevarla a cabo, y decenas
de versos coránicos narran las virtudes de la Jihad en el sendero de Alá, así
como decenas de Hadiths proféticos (...) Jihad para confrontar al enemigo y
liberar la tierra saqueada es una obligación para los musulmanes en todo tiempo
y lugar.”24
Es instructivo notar que el emblema de la Hermandad Musulmana (un movimiento
fundado en Egipto a principios del siglo XX, precursor de varias agrupaciones
fundamentalistas islámicas) está precisamente representado por el Corán rodeado
por dos espadas, simbolizando como la Jihad por medio de la fuerza defiende la
justicia encapsulada en el Corán.25 El ethos islámico de la guerra afirma una
actitud exclusivista en la que toda creencia ajena al Islam es teológica y
prácticamente rechazada. Es por esta razón que los derechos de las minorías no
musulmanas en el Medio Oriente han sido oprimidos; brutalmente en no pocas
ocasiones. La mentalidad árabe-islámica no admite entidades no musulmanas en el
Dar al-Islam. En este contexto, el establecimiento de un estado no musulmán
dentro de la región del Islam se constituye en un insulto teológico a la “Nación
de Alá”. En consecuencia, la mera existencia de una entidad independiente judía
en medio del Dar al-Islam, habitada por un pueblo que se desencadenó de las
restrictivas leyes de la Dhimma -peor aún, por un pueblo al que el sagrado Corán
condenó a la desdicha y a la humillación- se convierte en un contrasentido
teológico de proporciones mayúsculas para los seguidores de la “auténtica fe”.
Arieh Stav articuló claramente este punto:
“El Dar al-Islam se extiende sobre un área de alrededor de catorce millones de
kilómetros cuadrados, dos veces el área de Europa, del Océano Atlántico hasta el
Golfo Pérsico, e incluye veintidós países en dos continentes. Todas las
nacionalidades y religiones minoritarias que han demandado autonomía territorial
han sido aniquiladas o reprimidas. Aquellas pocas que han sobrevivido son
reducidas en status al de dhimmi, o personas protegidas, minorías toleradas que
viven por la admisión del Islam. Dentro de la amplia expansión de este Medio
Oriente, que limita con dos océanos y tres mares, hay una entidad soberana no
islámica, el estado judío. Como si esta violación del ethos de la jihad fuera
poco, no solamente no pudieron los árabes extirpar a Israel, sino que cada
intento que probaron para aniquilar a la ‘entidad sionista’ ha sido derrotado en
el campo de la batalla, una ofensa intolerable a una civilización orgullosa
(...) Las fronteras de Israel, entonces, no son la razón de la hostilidad árabe.
Esta es una aseveración absurda en todo caso, dado que el estado judío ocupa tan
solo aproximadamente 1/500 del Dar al-Islam. La hostilidad árabe ha sido
engendrada por la propia existencia de Israel.”26
Hemos visto antes que un dhimmi no tenía derecho a defenderse en caso de ser
atacado por un musulmán, tan solo podía pedir piedad. Al haberse defendido
exitosamente en repetidas guerras de agresión que lanzó el mundo árabe con el
declarado propósito de evaporar la existencia soberana judía en la región,
Israel violó las leyes de la Sha´aria. En otras palabras, la terquedad israelí
de no dejarse exterminar es en sí misma una afrenta al Islam. Y esta humillación
no debe tomarse a la ligera puesto que el mundo árabe en 50 años involucró a
Israel en seis guerras, implementó campañas de terrorismo a escala mundial,
orquestó maniobras políticas aislacionistas e impuso un boicot económico contra
Israel durante su infancia; un boicot de extensión terciaria, donde no solo se
abstenían los estados árabes de comerciar con Israel, ni tampoco se limitaban a
boicotear a empresas que mantenían lazos comerciales con Israel, sino que
llegaron a sancionar a compañías que comerciaban con empresas que lidiaban con
el estado judío. Hasta aquí, ya sería un significativo agravio al orgullo
nacional árabe. Pero además de sobrevivir, el estado judío tuvo la temeridad de
prosperar económicamente superando en todo indicador económico a sus vecinos
árabes; toda una osadía para un pueblo considerado inferior y divinamente
condenado a la desdicha y la humillación. El PBI anual per cápita israelí supera
al de sus vecinos combinados y, separadamente, al de los países árabes
productores de petróleo. Apenas seis millones de israelíes producen más de $100
mil millones; mientras que más de ochenta millones de árabes vecinos del estado
judío (Egipto, Siria, el Líbano y Jordania) producen $82 mil millones.27 Esta
brecha tenderá a ampliarse en tanto que Israel, como un país high-tech, está muy
bien posicionado para afrontar los desafíos y las oportunidades de la economía
del siglo XXI. En otras palabras, Israel es un cruel espejo del subdesarrollo
árabe.
Históricamente, Palestina ha estado bajo gobierno islámico desde el siglo XII
hasta el siglo XX, cuando pasó a estar brevemente en manos británicas y desde
1948 controlada por los judíos. La única excepción previa fue durante el período
de los cruzados pero fueron expulsados por Saladino con la conquista de
Jerusalén. Por ende, no es sorprendente que Israel sea actualmente vista como
una nueva excepción efímera condenada a la extinción. Como hemos visto en la
sección anterior, incluso los Acuerdos de Oslo -que en Occidente fueron
entendidos como el preludio de una genuina era de reconciliación judeo-árabe- en
círculos árabes fueron en gran medida vistos como una tregua estratégica en el
contexto de una guerra aún inconclusa. El propio Yaser Arafat -quien por
avenirse a negociar con Israel fue galardonado con la distinción más noble que
la humanidad confiere a sus miembros, el premio Nobel de la Paz- en repetidas
ocasiones hizo referencias públicas al Tratado de Hudayybia, un tratado que el
Profeta musulmán firmó desde una posición de debilidad y que canceló luego de
haberse fortalecido y estar en condiciones de derrotar al enemigo. Esto podrá
sonar extraño a oídos occidentales, sin embargo, es algo que se encuentra en
perfecta armonía con la cosmovisión islámica de la historia y con el ethos de la
Jihad. Hasta que punto la presencia independiente, soberana y libre de los
judíos en la Tierra de Israel (Palestina) es teológica y mentalmente rechazada
por el mundo árabe-musulmán puede apreciarse con alarmante claridad en las
siguientes citas:
· “Alá ha conferido sobre nosotros el raro privilegio de finalizar lo que Hitler
tan solo comenzó. Dejemos que empiece la jihad. Maten a los judíos. Mátenlos a
todos ellos”. Gran Mufti de Jerusalén, Haj Amín el-Huseini, 1946.28
· “Nuestra guerra con los judíos es una lucha vieja que comenzó con Mahoma
(...)Es nuestra obligación luchar contra los judíos por el bien de Alá y la
religión, y es nuestra obligación terminar la guerra que Mahoma comenzó”. Del
periódico Al-Ahram, 26 de noviembre de 1955.29
· “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el Islam lo elimine, tal
como ha eliminado lo que lo precedió” [en referencia a los cruzados]. Hassan
al-Banna, fundador de la Hermandad Musulmana en Egipto.30
· “Seguramente el juicio de Alá está reservado para ellos [los judíos] hasta que
Palestina sea transferida del Dar al-Harb al Dar al-Islam”. Yaser Arafat.31
· “La conquista sionista de Palestina es una afronta a todos los musulmanes. No
puede haber ningún tipo de arreglo hasta que todo judío esté muerto o [haya]
partido”. El Rey Idris de Libia.32
· “Enemigos de Dios, enemigos de la humanidad, perros de la humanidad (...) los
judíos manifiestan en sí mismos una continuidad histórica de cualidades malvadas
(...) son hostiles a todos los valores humanos (...) la envidia, el odio y la
crueldad son inherentes a ellos (...) conspiran (...) mienten (...) adulan a
ídolos (...) son pecadores...” Pronunciamientos sobre los judíos en la Cuarta
Conferencia sobre el Estudio del Islam, Universidad Al-Azhar, El Cairo,
septiembre 1968.33
· “Prometo aplastar a Israel y lo retornaré a la humillación y desdicha
establecidas en el Corán”. Anwar Sadat, ex presidente egipcio, 25 de abril de
1972. 34
· “Nuestra lucha con los judíos es una lucha entre la Verdad y el vacío, entre
el Islam y el Judaísmo”. Del Panfleto No. 70, distribuido por el Hamas, febrero
1991.35
· “La conferencia proclama que el régimen sionista es una entidad ficticia e
ilegal. Su establecimiento en el corazón del dominio islámico es un complot del
sionismo internacional (...) La entidad sionista racista es un crimen contra la
humanidad”. De una resolución adoptada por la Conferencia de Estados Islámicos
en Teherán, 20 de octubre de 1991. Cuarenta y cinco países árabes e islámicos
participaron en la misma.36
· “Todo problema en nuestra región puede ser trazado a este único dilema: la
ocupación de Dar al-Islam por judíos infieles”. Hashemi Rafsanjani, presidente
de Irán, 1991.37
· “Luchar contra los judíos e Israel es una obligación religiosa y un deber
divino”. De un documento firmado por Ibrahim Ghousha, líder del Hamas, 2 de
enero de1993.38
· “La lucha contra el Estado judío, en la que los musulmanes están involucrados,
es una continuación de la vieja lucha de los musulmanes contra la conspiración
judía contra el Islam”. Sayyd Mohammed Hussein Fadlallah, líder espiritual del
Hizbullah, 1994.39
· “Mataremos y seremos matados, mataremos y seremos matados (...) nuestros
hermanos, héroes de la jihad islámica”. Yaser Arafat al dirigirse al pueblo
palestino al día siguiente de un atentado suicida contra un micro israelí en la
localidad de Beit Lid donde veintidós israelíes resultaron muertos. Televisión
palestina, 23 de enero de 1995.40
· “El principal enemigo del pueblo palestino, ahora y siempre, es Israel”. Freih
Abu Meiden, Ministro de Justicia de la Autoridad Palestina, abril de 1995.41
· “No tengan piedad alguna con los judíos, no importa donde se encuentren, en
cualquier país. Luchen contra ellos, donde sea que Uds. estén. Donde sea que los
encuentren, mátenlos. Donde sea que Uds. estén, maten a esos judíos y a esos
norteamericanos que son como ellos -y aquellos que permanecen a su lado- están
todos ellos en una trinchera, contra los árabes y los musulmanes, porque
establecieron a Israel aquí, en el corazón latiente del mundo árabe, en
Palestina (...) Alá lidiará con los judíos, vuestros enemigos y los enemigos del
Islam”. Extractos de un sermón pronunciado en la mezquita Zayed bin Sultán Aal
Nahyan en Gaza por el Dr. Ahmad Abu Halabiya, ex rector de la Universidad
Islámica de Gaza, miembro del “Consejo Fatwa” de la Autoridad Palestina. El
sermón fue difundido en vivo por la televisión oficial palestina, 13 de octubre
de 2000.42
· “Los participantes afirman que la estrategia que debería ser adoptada al
lidiar con este asunto no puede estar basada en la coexistencia con el enemigo
sionista (...) sino en la erradicación del mismo de nuestra tierra”. De un
comunicado emitido al finalizar la Conferencia Pan-Islámica sobre Jerusalén,
Beirut, febrero 2001. Cuatrocientos delegados de cuarenta países árabes e
islámicos participaron en la misma.43
A esta altura uno puede con certeza afirmar que el conflicto árabe-israelí es
indudablemente una verificación empírica del postulado teórico del Dr. Samuel
Huntington, quien en 1993 (irónicamente poco tiempo antes de la firma de la DOP)
elevó la hipótesis de que la nueva modalidad de disputa de fines del siglo XX
estaría regida por un “choque de civilizaciones”.44 En su ensayo, publicado en
Foreign Affairs, este profesor de la Universidad de Harvard argumentó que la
fuente primaria de conflictos en el nuevo mundo no sería ideológica o económica,
sino cultural. En sus palabras: “el choque de las civilizaciones dominará la
política global”. Huntington indicó que la evolución de los conflictos en
Occidente estaba llegando a su fase final. Inicialmente signados por luchas
entre monarquías y principados (procurando expandir sus burocracias, ganar
fuerza económica y capturar territorios), dieron lugar a la creación de
naciones-estados y, a partir de la Revolución Francesa, el nuevo orden
conflictivo pasó a estar regido por la lucha entre naciones en lugar de entre
príncipes. Posteriormente, como resultado de la Revolución Rusa y la consecuente
reacción occidental, los conflictos pasaron a estar caracterizados por
ideologías opuestas, tales como el comunismo, el nazismo y la democracia
liberal. Durante la Guerra Fría la rivalidad entre las superpotencias
epitomizaba una confrontación no entre estados en el sentido europeo y clásico
del término, sino entre dos ideologías diametralmente antagónicas. Con el fin de
la Guerra Fría, explicó Huntington, la política internacional presenció la
introducción del componente oriental como un actor político e ingresó en una
fase representada por la interacción entre civilizaciones occidentales y no
occidentales. Huntington detectó ocho civilizaciones principales: occidental,
confusional, japonesa, islámica, hindú, eslávica-ortodoxa, latinoamericana y
africana. Las mismas se diferencian en función de la historia, la cultura, el
lenguaje, la tradición “y lo más importante, la religión”. Estas civilizaciones
poseen diversas percepciones respecto a Dios y el hombre, el individuo y el
grupo, el estado y el ciudadano, la familia y toda una larga gama de valores
relativos a la libertad, la autoridad, la igualdad, la jerarquía, etc. Hasta
donde estas diferencias son insalvables fue así descrito por Huntington:
“Estas diferencias son el resultado de siglos. No desaparecerán pronto. Son
mucho más fundamentales que diferencias entre ideologías políticas o regímenes
políticos. Las diferencias no necesariamente implican conflicto y los conflictos
no necesariamente implican violencia. Durante siglos, sin embargo, las
diferencias entre civilizaciones han generado los conflictos más prolongados y
más violentos (...)[C]aracterísticas y diferencias culturales son menos mutables
y por ende menos fáciles de ceder y pasibles de resolución que las [diferencias]
políticas o económicas (...) En conflictos de clase e ideológicos, la pregunta
crucial era ‘¿De qué lado está uno?´ y la gente podía y de hecho eligió de que
lado estar. En conflictos entre civilizaciones, la pregunta es ´¿Qué es uno?´
Eso está dado y no puede modificarse. Y como sabemos, desde Bosnia hasta el
Cáucaso hasta Sudán, la respuesta errada a esa pregunta puede dar lugar a un
tiro en la cabeza. Incluso más que lo étnico, la religión discrimina filosa y
exclusivamente entre la gente. Una persona puede ser medio francés y medio árabe
y simultáneamente [ser] incluso ciudadano de dos países. Es más difícil ser
medio católico y medio musulmán.”
De entre los varios ejemplos que el profesor presentó en su ensayo, el Islam era
predominante. En efecto, los musulmanes han estado o están enfrentados con
serbios ortodoxos en los Balcanes, con rusos en Chechenia, con chinos en Asia
Central, con hindúes en India, con judíos en Israel, con budistas en Burma y
Afganistán, y con cristianos en las Filipinas, Egipto, Indonesia, Timor
Oriental, Sudán y Mauritania. Además uno podría agregar las luchas internecinas
en países musulmanes tales como Pakistán, Afganistán y Argelia; la intolerancia
musulmana en el Medio Oriente y Malasia; el descontento entre las comunidades
islámicas en países occidentales; el caso de regímenes musulmanes procurando
re-islamizar sus sociedades, tales como Irán, Afganistán (bajo los talibanes) y
Sudán; la oposición doméstica fundamentalista al poder secular en Egipto,
Jordania, Argelia y otros; y finalmente pero no menos importante, las no pocas
agrupaciones musulmanas terroristas activas a lo largo y ancho del Medio Oriente
y Asia. Es más, en la lista de veintinueve “organizaciones terroristas foráneas”
del Departamento de Estado norteamericano, once son islámicas, en tanto que
catorce de las veintiún agrupaciones declaradas ilegales por el Ministerio de
Interior británico, por sus vínculos con actividades terroristas, también son
islámicas.45 Esta realidad llevó a Huntington a aseverar que el “Islam posee
fronteras sangrientas”. Unos años más tarde, este académico expandió su tesis en
un libro titulado El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden
mundial, en el que afianzaba este punto presentando evidencia compilada por
otros estudiosos del tema. Así, Ted Robert Gurr concluyó que, de cincuenta
conflictos etnopolíticos de 1993-1994, los musulmanes participaron en veintiséis
de ellos. Veinte de dichos conflictos acontecieron entre grupos de diferentes
civilizaciones, de los cuales quince fueron entre musulmanes y no musulmanes. En
otras palabras, hubo el triple de conflictos internacionales con participación
musulmana que conflictos entre civilizaciones no islámicas. Asimismo, dentro del
Islam, el número de conflictos fue más alto que en cualquier otra civilización,
incluidos los conflictos tribales en África. Occidente, por su parte, presenció
solo dos conflictos dentro de su civilización y dos con otras civilizaciones.
Ruth Leger Sivard catalogó veinte guerras en curso en 1992, donde nueve de los
doce conflictos entre civilizaciones eran entre musulmanes y no musulmanes, “y
una vez más los musulmanes estaban librando más guerras que la gente de
cualquier otra civilización”. Por su parte, The New York Times identificó
cincuenta y nueve conflictos étnicos en cuarenta y ocho lugares distintos en
1993. En la mitad de tales lugares, los musulmanes estaban enfrentados a
musulmanes y a no musulmanes. De los conflictos entre civilizaciones (treinta y
uno), dos tercios comprendían a musulmanes.46 James Payne comprobó que las
sociedades islámicas evidencian altos grados de militarización. En los años
ochenta, los países musulmanes poseían tasas de personal militar por cada mil
habitantes e índices de fuerza militar en relación a la riqueza del país
significativamente más elevados que el de los demás países, lo que llevó al
analista a concluir que “resulta absolutamente claro que existe una relación
entre Islam y militarismo”.47 A su vez, la propensión a la violencia como medio
para la resolución de disputas internacionales ha sido usual en el mundo
musulmán, han recurrido a ella en setenta y seis oportunidades sobre un total de
ciento cuarenta y dos crisis en que estuvieron implicados entre 1928 y 1979.
Asimismo, la violencia empleada fue de alta intensidad, “recurriendo a una
guerra en gran escala en el 41% de los casos en que se usó la violencia y
provocando enfrentamientos importantes en otro 38% de los casos”. A modo de
comparación, mientras que los musulmanes recurrieron a la violencia en el 53.5%
de sus crisis, los británicos lo han hecho en un 11.5%, los norteamericanos en
un 17.9%, la Unión Soviética en un 28.5% y China en un 76.9%, convirtiéndose en
la única nación que superó el uso de la violencia por parte del mundo islámico.
“La belicosidad y la violencia musulmana”, escribió Huntingon, “son hechos de
fines del siglo XX que ni musulmanes ni no musulmanes pueden negar”.48 Charles
Krauthammer expresó el punto de forma retórica: “¿Quién más entrena hordas de
suicidas fanáticos quienes van a sus muertes a gusto?”49 En síntesis:
“Dondequiera que miremos a lo largo del perímetro del Islam, los musulmanes
tienen problemas para vivir pacíficamente con sus vecinos (...) los musulmanes
constituyen aproximadamente un quinto de la población mundial, pero en los años
noventa han estado más implicados que la gente de ninguna otra civilización en
la violencia grupal. Las pruebas son aplastantes”.50
A pesar de estar geográficamente ubicado en el Medio Oriente, Israel pertenece
ideológica y culturalmente a Occidente. Como tal, abraza las ideas occidentales
de individualismo, feminismo, liberalismo, constitucionalismo, libertades
civiles, derecho humanos, democracia, libre-mercado y libertad de expresión,
entre otras. Estas ideas ni remotamente son aceptadas -menos aún ejercitadas- en
el mundo musulmán. Como portador de estos valores, Israel además se constituye
en una amenaza cercana a los diversos regímenes autárquicos de la región los
que, para perpetuar su apego al poder, deben precisamente alejar lo más posible
de sus fronteras aquellos valores e ideas tan normales y esparcidos en
Occidente. En este sentido, el odio islámico contra Israel puede ser considerado
en el marco del más generalizado y abarcativo desprecio por la “amenazante”
cultura occidental. Obviamente hay varios matices, diversas actitudes y
diferentes reacciones dentro del Islam respecto a Occidente. Podemos sin embargo
decir que, genéricamente desde la perspectiva musulmana predominante en la
actualidad, la confrontación con Occidente es vista como un choque cósmico entre
las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, entre la luz y la oscuridad, entre
la verdad y la falsedad. Y “
guerra santa ´en el camino de Dios´, están luchando por Dios”, escribió Bernard
Lewis, “se deduce de esto que sus oponentes están luchando contra Dios”.51 Los
enemigos del Islam son nada menos que el diablo encarnado, de ahí las
expresiones derogatorias, tan en boga en el mundo árabe-musulmán, que denominan
a Estados Unidos el “Gran Satán” y a Israel el “Pequeño Satán”. Tal como
correctamente señaló Lewis, el desprecio anti-occidental es tan visceral en el
Dar al-Islam que sus líderes se han aliado el siglo pasado con los dos más
grandes enemigos de Occidente: el comunismo y el nazismo.* Ni el ateísmo
soviético (con la indiscutible negación de Dios, en sí misma un insulto al
monoteísmo musulmán) ni el racismo venerado por el nazismo (con el evidente
rechazo a todo lo no-ario, que incluye a la nación musulmana), impidieron que
naciones árabes y musulmanas se aliaran -sino en todos los casos política al
menos intelectual y emocionalmente- con la URSS y la Alemania Nazi.*
Pero la escalofriante magnitud del odio musulmán contra Occidente quedó
epitomizada mediante la indescriptible atrocidad del 11 de septiembre de 2001,
cuando diecinueve terroristas musulmanes secuestraron cuatro aviones de cabotaje
norteamericanos y los estrellaron contra el Pentágono en Washington y las
Torres Gemelas del World Trade Center en pleno Manhattan, lo que provocó el
derrumbe de ambas y la muerte de alrededor de 3.000 civiles. Este espeluznante
atentado despertó la aletargada conciencia occidental hacia el tamaño de la
amenaza que enfrenta el mundo libre. Norteamérica, como líder de la civilización
occidental, había sido brutalmente atacada. La disquisición de algunos
comentaristas acerca de si este había sido un ataque contra Estados Unidos por
lo que es, o una manifestación de protesta por lo que Estados Unidos hace, quedó
quizás desechada por una simple carta que acompañaba un envío de ántrax a un
congresista norteamericano al mes siguiente de los ataques:
“No nos pueden detener.
Tenemos este ántrax.
Ustedes mueren ahora.
¿Tienen miedo?
Muerte a América.
Muerte a Israel.
Alá es grande”.52
¿Qué política se está cuestionando aquí? ¿Y qué política en particular
cuestionó Mualana Inyadullah, un integrante de Al-Qaida, al declarar luego del
11 de septiembre: “Los norteamericanos aman Pepsi-Cola, nosotros amamos la
muerte”? (Compárese esto con las palabras de Ismail Haniya, uno de los líderes
del Hamas en Gaza, quien dijo que los judíos “aman la vida más que ningún otro
pueblo, y prefieren no morir”).53 La plegaria por la muerte de Estados Unidos e
Israel y el retorno de España al gobierno musulmán que Zacarías Moussaoui, un
cómplice de los ataques del 11 de septiembre, pronunció en voz alta nada menos
que en la corte que lo estaba juzgando en Norteamérica, ilustra el hecho de que
estos jihadistas representan un choque de civilizaciones del que Estados Unidos
e Israel son los objetivos principales, pero no los únicos.54 Según informes de
la prensa, un plan para hacer estrellar un avión contra el Big Ben en Londres el
11 de septiembre fue evitado cuando todos los vuelos desde Londres fueron
detenidos luego de conocerse las noticias del ataque en Norteamérica.
Algunos esclarecidos analistas encontraron las causas de semejante odio en la
frustración musulmana en haber perdido el lugar de prominencia histórica gozado
centurias atrás. “Su animosidad está basada en una envidia contra el país que
define la cultura global en el nuevo milenio de la manera en que la marcha del
Islam definió ´el nuevo orden mundial´ catorce siglos antes” comentó Robert
Satloff, director ejecutivo del Washington Institute for Near East Policy.55
Amotz Asa-El, columnista del Jerusalem Post, coincidió:
“Unos siglos atrás el cristianismo era inferior a la civilización de los
astrónomos, matemáticos, doctores, ingenieros, banqueros y soldados musulmanes
que conquistaron Bisanzio, Grecia, Hungría y España. Luego, cuando los
cristianos recorrieron el mundo, colonizaron nuevos continentes y lanzaron la
revolución industrial, el mundo árabe quedó rezagado. Los infieles inventaron la
imprenta, la propulsión a vapor, el automóvil, la locomotora, el avión, el
fast-food, las telecomunicaciones y la computadora, y finalmente aterrizaron una
nave aeroespacial en el propio cuarto de luna creciente.”56
Huntington señaló que la naturaleza violenta de las relaciones entre el Islam y
Occidente quedó evidenciada en el hecho de que el 50% de las guerras en las que
estuvieron enredados dos estados de religión diferente entre 1820 y 1929 fueron
confrontaciones entre musulmanes y cristianos. “El Islam es la única
civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente, y lo ha hecho
al menos dos veces”, dijo el catedrático de Harvard.57 Con el evento del 11 de
septiembre de 2001, podemos agregar una tercer instancia. Mas no fueron
solamente occidentales quienes vieron en la evolución de las relaciones
musulmano-occidentales un choque de civilizaciones. Incluso con anterioridad al
ataque en suelo norteamericano, varios islámicos habían observado lo mismo.
Tómese a Mohammed Sid-Ahmed, importante periodista egipcio, quien dijo en 1994:
“Hay signos inequívocos de un choque cada vez mayor entre la ética occidental
judeo-cristiana y el movimiento de renacimiento islámico, que actualmente se
extiende del Atlántico, al oeste, hasta China, al este”. Un destacado musulmán
de la India anticipó en 1992 que “está claro que la siguiente confrontación [de
Occidente] va a producirse con el mundo musulmán. Es en la extensión de las
naciones islámicas, desde el Magreb a Pakistán, donde comenzará la lucha por un
nuevo orden mundial”. Un renombrado abogado tunecino indicó que ya estaba en
curso “un conflicto entre civilizaciones”.58 “Algunos occidentales, entre ellos
el presidente Bill Clinton”, escribe Huntington, “han afirmado que Occidente no
tiene problemas con el Islam, sino solo con los extremistas islámicos violentos.
Mil cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario”.59 No pocos
líderes, prosigue Huntington “afirman que los musulmanes implicados en esta
cuasi-guerra son una pequeña minoría, cuya violencia rechaza la gran mayoría de
los musulmanes moderados. Esto puede ser verdad, pero no hay pruebas que lo
apoyen. Las protestas contra la violencia anti-occidental han brillado casi
totalmente por su ausencia en los países musulmanes”.60 Ciertamente, salvo unas
pocas figuras musulmanas, nadie ha denunciado a Osama Bin-Laden, líder de la
organización Al-Qaida, responsable de los atentados en Estados Unidos. Charles
Krauthammer escribió al respecto:
“Imagine si 19 fundamentalistas cristianos asesinos hubieran secuestrado cuatro
aviones sobre Arabia Saudita y, en nombre de Dios, los hubieran estrellado
contra las ciudades santas de Meca y Medina, destruido la santa Kaaba y matado a
miles de peregrinos musulmanes inocentes. ¿Podría alguien dudar que el mundo
cristiano en su totalidad -clérigos y teólogos, líderes y gente común- hubieran
denunciado unánimente el acto? El Yankee Stadium no podría dar lugar a los
montones de curas, reverendos y rectores -por supuesto, incluso rabinos
demandarían derecho a ingresar- que hubieran llevado a cabo un servicio de rezos
de penitencia, verguenza, ostracismo y excomunicación. El mismísmo Papa hubiera
presentado su repudio a esta traición blasfema de Cristo. Y sin embargo luego
del 11 de septiembre, ¿dónde estaban los teólogos y clérigos musulmanes, los
imans y mullahs, levantándose para declarar que el 11 de septiembre fue un
crimen contra el Islam? ¿Dónde estuvieron las fatwas contra Osama Bin-Laden? Las
voces de las altas autoridades religiosas han permanecido escandalosamente
calmas”.61
No todas las voces permanecieron calmas; algunas se hicieron oír para defender a
Bin-Laden. Abdallah Bin Matruk al-Haddal, un clérigo del Ministerio de Asuntos
Islámicos de Arabia Saudita, declaró que “Osama Bin-Laden es un guerrero de la
jihad que implementa los principios del Islam y la fe” y que “el no presentó una
imagen distorcionada del Islam ante Occidente”.62 Además, decenas de miles de
musulmanes salieron a festejar los ataques o a manifestarse a favor del
super-terrorista en Pakistán, Bangladesh, Indonesia, Arabia Saudita, Egipto y
los territorios autónomos palestinos, entre otros lugares. Incluso en Francia
jóvenes musulmanes cantaron loas a Bin-Laden mientras apedreaban “infieles”. En
las Filipinas, 5.000 manifestantes gritaron “que viva mucho Bin-Laden”. En
Pakistán, salió a la venta mercancía con el rostro de Bin-Laden. En Nigeria,
Bin-laden ha “adquirido status de ícono” informó Reuters. Tales niveles
alcanzaron las celebraciones de los atentados contra Norteamérica en los medios
árabes, que un crítico de cine egipcio admitió haberse sentido “avergonzado al
leer casi todo, sino todo, el comentario, principalmente en la prensa egipcia”.
Hussam Khadir, miembro de Fatah, dijo que “Bin-Laden es hoy la figura más
popular en el Margen Occidental y Gaza, segundo solamente a Arafat”. Un policía
palestino lo llamó “el más grande hombre en el mundo (...) nuestro mesías”.63
En Kuwait, país liberado de las garras de Iraq por tropas norteamericanas en
1991, el 36% de la población justificó los atentados.64 Según datos presentados
por el experto en Islam Daniel Pipes, el 26% de los palestinos y el 24% de los
pakistaníes consideran a los atentados contra Norteamérica consistentes con la
ley islámica, en tanto que el 50% de la población de Indonesia definió a
Bin-Laden como un “guerrero justiciero”.65 Estas cifras no son marginales;
abarcan a varios millones de personas. “Tal como estos hechos demuestran”
escribió un editorial del Washington Post, “el enemigo terrorista que los
Estados Unidos y sus aliados enfrentan incluye no solamente networks de
luchadores y sus líderes sino una ideología extremista que se ha ganado muchos
seguidores”.66 Finalmente, aseveró Huntington:
“Mientras el Islam siga siendo Islam (cosa que así será) y Occidente siga siendo
Occidente (cosa que es más dudosa), este conflicto fundamental entre dos grandes
civilizaciones y formas de vida continuará definiendo sus relaciones en el
futuro lo mismo que lo ha definido durante los últimos catorce siglos (...) El
problema subyacente para Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el
Islam, una civilización diferente cuya gente está convencida de la superioridad
de su cultura y está obsesionada con la inferioridad de su poder.”67
A esta altura ya debiera resultar evidente que el conflicto árabe-israelí
trasciende la dimensión territorial a la que usualmente se lo reduce. Más bien,
epitomiza una gran confrontación religiosa, ideológica y cultural. En choque
están dos sistemas de creencias, valores, percepciones y actitudes completamente
divergentes. Jalal al-Ahmad, uno de los primeros ideólogos del Islam
fundamentalista, lo graficó como dos mundos separados, cada uno girando sobre su
propio eje de valores y alejándose cada vez más en direcciones opuestas.68 La
apta descripción de al-Ahmad debe ser corregida en un solo punto para
caracterizar justamente la realidad islámico-israelí: más que dos mundos
orientados en distintas sendas, Israel y el Islam representan dos mundos en
colisión. Es decir, se trata de un choque de civilizaciones. Específicamente,
entonces, debiera resultar claro que por más tierras que entregue Israel las
disparidades teológicas y culturales no desaparecerán. Por cuanto que, tal como
ya ha sido mencionado y vale reiterar ahora, es la presencia independiente judía
en el Dar al-Islam, y no el tamaño geográfico de dicha presencia, lo que resulta
conceptualmente inadmisible para el mundo musulmán. En otras palabras, desde el
punto de vista del Islam, el conflicto árabe-israelí podrá ser definitivamente
resuelto solamente cuando se materialice una -y solo una- condición: la
desaparición, lisa y llana, del Estado de Israel.
A la luz de lo anteriormente expuesto, ¿cómo explicar que Turquía, un país
musulmán, mantenga activas y públicas relaciones militares con Israel? ¿Cómo
interpretar las declaraciones públicas del ex presidente de Indonesia, otro país
musulmán, a favor de mejorar los lazos entre su nación e Israel? Es
especialmente sorprendente cuando uno considera que Abdurrahman Wahid, el ex
presidente de Indonesia, es una autoridad islámica nacional. Es más, ¿cómo
conciliar la retórica islámica anti-israelí de Anwar Sadat (“Prometo aplastar a
Israel y lo retornaré a la humillación y desdicha establecidas en el Corán”) de
1972 con su visita a Jerusalén- “el fin de la tierra”, como él dijo- pocos años
después y el ulterior acuerdo de paz firmado con Israel? En su histórica visita,
Sadat arribó a Israel acompañado por el jeque Sha´rawi, el entonces Mufti
egipcio y una eminencia reconocida universalmente por su erudición teológica.
Tal impacto generó su gesto -no solo visitó Jerusalén sino que también rezó en
la mezquita Al-Aqsa- que el Mufti de Arabia Saudita declaró que la paz con
Israel era posible en tanto sirviera a los intereses islámicos. Otro jeque
musulmán, Abdul Hadi Palazzi, es un asiduo visitante de Israel quien sin
titubear justifica la presencia judía en la Tierra de Israel nada menos que
citando al Corán: “Y desde entonces hemos dicho a los Hijos de Israel: residan
seguros en la Tierra Prometida. Y cuando la última advertencia haya pasado, los
reuniremos en una multitud juntada” (sura 17, V. 104). Palazzi no es un clérigo
menor. Estudió en la Universidad Al-Azhar de El Cairo, posee un doctorado en
Ciencias Islámicas conferido por el Gran Mufti de Arabia Saudita, y actualmente
es el imán de la comunidad islámica italiana. ¿Cómo conciliar estos y otros
casos con la evidencia antes presentada? En primer lugar, uno debe comenzar por
reconocer que estas ocurrencias son valientes excepciones. Son profundamente
significativas, y alarmantemente atípicas. Al mismo tiempo, es importante tener
presente que el jeque Sha´rawi, luego de la firma del Acuerdo de Camp David,
emitió una fatwa (declaración religiosa) que comparaba al acuerdo de paz con
Israel con el legendario Tratado de Hudaybiyya. La misma fue notablemente
publicada en un diario egipcio, el mensaje era claro: la paz con Israel no es
más que una tregua. En cuanto a Turquía, vale acotar que es el poder militar
secular, no la masa musulmana, quien determina la orientación pro-israelí del
país. Tal como un ex presidente turco, Turgut Ozal, lo expresó: “Turquía es un
estado secular, yo no; yo soy musulmán”.69 La adhesión turca al laicismo, de
hecho, está expresada en su Constitución. En otras palabras, al margen de la
presencia musulmana, es la naturaleza secular la que dicta los parámetros de la
política exterior turca. Otra explicación plausible podría encontrarse en el
hecho de que el Islam ha sido politizado. Por ejemplo, luego de la muerte de
Sha´rawi y el asesinato de Sadat, movimientos y países islámicos que se oponen
a la paz con Israel sostienen que relaciones pacíficas con el estado judío ya no
sirven a los intereses musulmanes. La manipulación política de una religión no
es un hecho novedoso en la historia de la humanidad. Podríamos hacer una
distinción entre el Islam, como un movimiento religioso que contribuyó
inmensamente al bienestar personal y desarrollo espiritual de millones de
personas a lo largo y ancho del mundo, por un lado, y el “islamismo”, una
interpretación fundamentalista de los postulados teológicos sumado a una
aplicación radical de los mismos, por el otro. Así, países como Jordania, Egipto
y Turquía, serían los expositores fieles del Islam “genuino”. Naciones como
Afganistán, Irán, Libia y agrupaciones como el Hizbullah, Hamas y Al-Qaida,
podrían ser vistas como desviaciones radicalizadas de la senda real. Sin
embargo, no puede ser ignorado el hecho de que el Islam es inherentemente
exclusivista y ha engendrado un fundamentalismo que goza de considerable
simpatía a lo largo y ancho del mundo musulmán. En realidad, la breve
introducción a la teología musulmana que hemos realizado atestigua una
hostilidad religiosa y una antipatía histórica que no admite ser desechada
galantemente. La aversión antijudía presente en el Islam no es un hecho moderno,
y el rechazo moderno a la existencia de Israel cruza fronteras geográficas y
afiliaciones políticas. Hay un nexo vinculante entre las palabras del jeque
Tamimi (uno de los fundadores de la agrupación Jihad Islámica), quien, en su
libro conspícuamente titulado La obliteración de Israel: un imperativo coránico,
escribe en 1982: “no accederemos a [la existencia de] un estado judío en nuestra
tierra, incluso si es solamente una aldea”, hasta las palabras del “Mufti de
Jerusalén y Palestina”, el jeque Ikrima Sabri, pronunciadas en una entrevista
con un periódico egipcio en el año 2000: “La tierra de Palestina no es solamente
Jerusalén, esta tierra se extiende desde el río [Jordán] hasta el mar
[Mediterráneo] (...) Todo palestino está, de hecho, en un estado de Jihad”.70
De estos jeques, el primero fundó un grupo opositor a la paz con Israel, el
segundo fue nombrado mufti por la Autoridad Palestina, una entidad que negoció
la paz con Israel. ¿No hay aquí una incongruencia? ¿No debieran acaso detectarse
diferencias en los discursos de clérigos anti y pro paz con Israel? Basta
observar como la deportación de un solo palestino por parte de autoridades
israelíes genera manifestaciones de protesta desde Gaza hasta Bangladesh para
comprender hasta que punto es predominante el anti-israelísmo (léase
anti-judaísmo) en el mundo árabe-musulmán. Una lectura honesta de la realidad lo
obliga a uno a admitir que Israel enfrenta un movimiento que va más allá de
temas y problemas cotidianos, hay algo más profundo que toca con lo más hondo de
las creencias religiosas, valores culturales y estados mentales de toda una
civilización enojada con el Occidente e insultada con la presencia judía en “su”
región. Y si bien han existido y aún existen felices y admirables excepciones,
las que mantienen viva la esperanza de una futura convivencia pacífica, el ánimo
prevaleciente en el Dar al-Islam contemporáneo no parece estar signado por la
coexistencia y la reconciliación. Es con esta manifestación prevaleciente del
Islam -y no con las loables y esporádicas excepciones- que el estado judío debe
lidiar.
SHALOM
