INTEGRIDAD

Bart

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24 Enero 2001
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WENCESLAO CALVO

<center>Integridad


'Misericordia y juicio cantaré; a ti cantaré yo, oh Señor.
Entenderé el camino de la perfección cuando vengas a mí.
En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa.
No pondré delante de mis ojos cosa injusta.
Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí.
Corazón perverso se apartará de mí; no conoceré al malvado.
Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré;
no sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso.
Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo;
el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá.
No habitará dentro de mi casa el que hace fraude;
el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos.
De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra,
para exterminar de la ciudad del Señor a todos los que hagan iniquidad.'

(Salmo 101)</center>

Una de las modas dietéticas que nos inundaron hace dos décadas y que se convirtió en una verdadera obsesión para muchos fue la de los alimentos integrales: de pronto todo tenía que ser integral desde el pan al arroz pasando por la pasta y el azúcar. Hasta tal punto el furor por lo integral fue sobredimensionado que proliferaron por todas partes las tiendas especializadas en vender esa clase de productos. El entusiasmo por los alimentos integrales se desbordó, pareciendo que habíamos encontrado la piedra filosofal de la alimentación y casi de la existencia misma.

Admirable descubrimiento éste de lo integral, por el que un alimento debía contener todo lo que debe tener y no retener ningún aditivo extraño o artificial. Si esa misma vehemencia por lo integral se propagara a otros órdenes de la vida ¡Cuánto bien y beneficio recibiríamos a todos los niveles: Personal, familiar y social!. Pero, desgraciadamente, ésa parece ser la peculiaridad de los seres humanos: muy dados a enardecerse con lo accesorio pero torpes y perezosos para sintonizar con lo primordial. Y es que la integridad, que ha sido desde siempre rara avis entre los humanos, parece estar, como muchas especies animales, al borde de la extinción.

Si integridad es sinónimo de coherencia resulta chocante ver a personalidades públicas, cuyos principios son de sobra conocidos, haciendo gestos cuyo significado es el opuesto a las ideas que sostienen. Algunas de esas personalidades están entre los más altos representantes del Estado, pero no parecen tener problemas de conciencia cuando se trata de hacerse una foto o de dar una imagen que sintonice con el sentir de un buen número de ciudadanos, aunque contradiga el suyo propio. Entre ellos hay los que son agnósticos si bien en determinados actos se conducen como si fueran creyentes. ¡Qué coherencia de agnosticismo!.

Parece ser que en la búsqueda de la rentabilidad, en términos de popularidad y de urnas, algunos no tienen inconveniente en tragarse algunos sapos e incluso en convertirse en sapos ellos mismos con tal de ganar simpatías. Y es que los números, la numerolatría, es tan contundente argumento que hasta la conciencia queda narcotizada con ellos. Tal vez se me dirá que ello es parte de la servidumbre del poder; pero si para alcanzar o mantener el poder hay que renunciar a la conciencia, es que nos hallamos frente a un poder espurio. Y si estamos hablando de personalidades públicas a las que la gente mira, como se mira al reloj de referencia general en la plaza pública, entonces su incoherencia, su falta de integridad, es motivo para que entre los de a pie cunda el mismo ejemplo, el mismo mal ejemplo.

Se echan de menos personalidades públicas con coherencia, aun cuando ello les cueste un alto precio en lo personal, en lo político y en lo institucional. El 4 de abril de 1990 Balduino I rey de los belgas renunció durante 36 horas al trono para no tener que firmar la ley, aprobada por el Parlamento, que daba luz verde a la despenalización del aborto. ¿La razón de tan singular acto? Las creencias católicas del Monarca quien, no haciendo distinción entre la esfera privada y la esfera pública en un asunto tan grave, no pudo saltarse sin más a ese juez que todos llevamos dentro y que se llama conciencia. Todavía poseo copia de la carta de respeto y consideración que le envié y la respuesta de agradecimiento que su Jefe de Gabinete me envió en su nombre. Fue un riesgo evidente el que Balduino corrió con su decidido gesto, pero con el mismo dejó sentado que el poder, aunque sea simbólico como era su caso, no está por encima de la conciencia sino más bien sometido a ella, de lo contrario se corre el peligro del que avisó el predicador metodista Matthew Simpson (1811-1884):

‘La primera capa de hielo es apenas perceptible. Mantén el agua en movimiento e impedirás que el hielo se endurezca; pero una vez que esa capa se afianza, se consolida sobre la superficie y se endurece totalmente. Al final es tan sólida que hasta un vagón puede circular por el agua helada. Así es con nuestra conciencia. Una capa fina gradualmente solidificada llega a endurecerse tanto que finalmente puede soportar un gran peso de iniquidad.'

Al pasaje bíblico arriba citado podríamos denominarlo el Salmo de la integridad y en el mismo se nos enseña:

1. La fuente de la integridad: ‘Entenderé el camino de la perfección cuando vengas a mí.' Que no es otra que Dios mismo. Si hemos definido antes lo íntegro como aquello a lo que nada le falta y nada le sobra, entonces en Dios están todas las perfecciones en grado máximo y absoluto sin estar asociadas con nada extraño o ajeno que pueda contaminarlas. Si Dios es la fuente de la verdadera integridad está de más buscarla dentro de uno mismo, o en un consenso humano o en una mayoría numérica, fuentes todas ellas que pueden ser muy engañosas en lo que respecta a esta cuestión.

2. El cultivo de la integridad: ‘En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa.' El asiento de la integridad es el corazón, que es el centro de la personalidad y el lugar de donde manan los pensamientos y los actos. El cultivo de la integridad supone el rechazo de ciertas cosas: ‘No pondré delante de mis ojos cosa injusta' y el afecto por otras: ‘Mis ojos pondré en los fieles de la tierra' . Ese cultivo de la integridad comienza en el entorno más íntimo: el hogar. Si las personas que mejor me conocen no pueden dar testimonio de mi integridad, significa que no vale mucho.

3. La extensión de la integridad: ‘No habitará dentro de mi casa el que hace fraude.' La persona íntegra se siente responsable de difundir y extender la integridad en su entorno: en su casa, en su ciudad, en la tierra entera. Así debe ser especialmente con las personas con algún tipo de autoridad, como los padres, los pastores y los gobernantes. Su falta de integridad solamente puede tener efectos devastadores en aquellos sobre los cuales han sido puestos.

Nótese el orden en el que la vivencia de la integridad se establece en este Salmo: primeramente en lo personal, luego en lo familiar y por último en lo social. Nuestro fatídico fallo es que lo hacemos al revés, queriendo dar la impresión, la imagen, de integridad en otros (hijos, conocidos, sociedad) cuando en nuestra esfera privada no la estamos viviendo. ¡Que empecemos por donde hay que empezar!

Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2004, Madrid, España

Fuente: http://www.icp-e.org/