http://www.icp-e.org/
WENCESLAO CALVO
<CENTER>Indulgencias y Año Xacobeo</CENTER>
‘‘Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra. Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis. En este año de jubileo volveréis cada uno a vuestra posesión.’ (Levítico 25:8-13)
'El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.' (Lucas 4:18-19)
Como cada 25 de julio el mundo católico celebra la festividad del apóstol Santiago. Pero este año de 2004 tiene la particularidad de caer en domingo, con lo cual se cumple la condición que pusiera el papa Calixto II en 1122 de proclamar Año Santo Jacobeo cada vez que ese día sea domingo. Será la culminación de todo un año que comenzó con la apertura de la Puerta Santa y ha visto pasar a cientos de miles de peregrinos para dar el abrazo al apóstol. El privilegio concedido a la iglesia compostelana desde aquella fecha es que todo católico que visite la tumba de Santiago, rece alguna oración (como mínimo el Padrenuestro, el Credo y pida por el papa) y confiese y comulgue, recibe indulgencia plenaria de sus pecados.
La indulgencia es uno de los medios instituidos en la teología católica para la expiación en esta vida de las penas temporales por los pecados cometidos, siendo los otros medios las penitencias personales (rosarios, abstinencias, limosnas, etc.), la aplicación de la Misa y la satisfacción sacramental impuesta por el confesor. En el caso de morir sin que se haya satisfecho por todo el castigo temporal entonces hay que hacer satisfacción del mismo en el purgatorio. Hay indulgencias parciales, que remiten parte del castigo temporal, y las hay plenarias, que remiten todo ese castigo, como es en el caso de Santiago de Compostela cada 25 de julio que sea domingo y se cumplan los requisitos arriba señalados.
Para entender lo del castigo temporal hay que tener en cuenta que en la teología católica se hace diferencia entre dos clases de castigo que el pecado acarrea: eterno y temporal; el primero se cancela cuando el confesor absuelve al penitente, pero el segundo sólo se cancela por los medios arriba indicados. De manera que podemos decir que en la cuestión de las indulgencias está el meollo del catolicismo, pues entendiendo el significado de las mismas podremos captar los puntos fundamentales de la doctrina católica. En ellas está presente la división de la iglesia en dos segmentos: clero y laicado, siendo el primero el administrador de la gracia de Dios a favor del segundo; también está allí presente la necesidad de las obras para la salvación; igualmente se encuentra en las mismas la eficacia de la Misa como aplicación, por vivos y muertos, del sacrifico de Cristo; a la vez allí aparecen los actos meritorios de los santos que conforman, junto a los méritos de Cristo, el tesoro espiritual que el clero administra a favor de los laicos.
No es casualidad, por tanto, que el documento que encendió la chispa de la Reforma en 1517, las 95 tesis de Martín Lutero, tenga como eje central el asunto de las indulgencias. Hasta tal punto se había degradado lo que comenzó siendo, en los primeros siglos, una simple disciplina congregacional impuesta hacia aquellos miembros de la iglesia que habían pecado, que el asunto se había vuelto un verdadero negocio. Lo que en un principio tenía como doble y saludable propósito la recuperación del infractor y el buen testimonio de la iglesia, acabó degenerando en un sistema de mercadería en el que, bajo la excusa de la cancelación del castigo temporal, con el dinero recaudado se construyeron catedrales, se compraron obispados y las arcas de una iglesia, que afirma tener como primer papa al que dijo ‘No tengo plata ni oro’, se llenaron hasta rebosar.
Pero el problema de las indulgencias no son los abusos a los que dio origen; su problema ya está en la base, en su mera existencia. En otras palabras, no es el mal uso de las mismas lo que las descalifica sino su erróneo contenido teológico, de manera que todo lo que se hace en Santiago no vale para nada (espiritualmente hablando, pues obviamente en lo turístico, cultural y económico sirve para mucho y para muchos). Si la ineficacia de los sacrificios del Antiguo Testamento se demostraba por la necesidad de repetirlos una y otra vez, la ineficacia de las indulgencias se demuestra por esa misma razón: Antes de que el peregrino abandone Santiago de Compostela ya tendrá necesidad de obtener otra indulgencia plenaria pues en el recorrido de regreso a su casa seguramente algún mal pensamiento o deseo, aunque sea venial, le habrá venido a la mente, generando automáticamente castigo temporal. Es el cuento de nunca acabar. Pero hay una diferencia abismal entre los sacrificios del Antiguo Testamento y la peregrinación a Santiago: mientras que los primeros estaban ordenados por Dios como método transitorio y pedagógico hasta la venida de Cristo, la segunda ha sido instituida por hombres, sobre la base de unas supuestas visiones acerca de la supuesta tumba de Santiago. Demasiadas suposiciones. Santiago de Compostela es una ficción histórica sobre la que se ha construido un falso edificio teológico. Pero no es el único caso, desgraciadamente. Guadalupe, en México, es otro parecido y tantos y tantos por toda la faz de la tierra.
El verdadero jubileo, el Jubileo con mayúscula, en primer lugar no se gana; no se puede ganar y por eso es un regalo. El verdadero Jubileo, en segundo lugar, no se pierde a la mínima de cambio, pues tiene la solidez indestructible de las cosas que Dios hace. El verdadero Jubileo, en tercer lugar, no se recibe yendo a Santiago, ni a Roma, ni a Jerusalén, ni a la Cochinchina, sino yendo a Cristo. Los pasajes arriba citados, uno del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, son el anuncio y el cumplimiento de ese magno acontecimiento que Dios anuncia a los necesitados, a los despojados, a los esclavizados, a los endeudados... Un acontecimiento que se abre inmediatamente tras el Día de la Expiación, es decir tras la muerte propiciatoria del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y si lo quita, lo quita del todo: culpa, castigo eterno y castigo temporal. ¡Amén!
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2004, Madrid, España
Fuente: http://www.icp-e.org/
WENCESLAO CALVO
<CENTER>Indulgencias y Año Xacobeo</CENTER>
‘‘Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra. Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis. En este año de jubileo volveréis cada uno a vuestra posesión.’ (Levítico 25:8-13)
'El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.' (Lucas 4:18-19)
Como cada 25 de julio el mundo católico celebra la festividad del apóstol Santiago. Pero este año de 2004 tiene la particularidad de caer en domingo, con lo cual se cumple la condición que pusiera el papa Calixto II en 1122 de proclamar Año Santo Jacobeo cada vez que ese día sea domingo. Será la culminación de todo un año que comenzó con la apertura de la Puerta Santa y ha visto pasar a cientos de miles de peregrinos para dar el abrazo al apóstol. El privilegio concedido a la iglesia compostelana desde aquella fecha es que todo católico que visite la tumba de Santiago, rece alguna oración (como mínimo el Padrenuestro, el Credo y pida por el papa) y confiese y comulgue, recibe indulgencia plenaria de sus pecados.
La indulgencia es uno de los medios instituidos en la teología católica para la expiación en esta vida de las penas temporales por los pecados cometidos, siendo los otros medios las penitencias personales (rosarios, abstinencias, limosnas, etc.), la aplicación de la Misa y la satisfacción sacramental impuesta por el confesor. En el caso de morir sin que se haya satisfecho por todo el castigo temporal entonces hay que hacer satisfacción del mismo en el purgatorio. Hay indulgencias parciales, que remiten parte del castigo temporal, y las hay plenarias, que remiten todo ese castigo, como es en el caso de Santiago de Compostela cada 25 de julio que sea domingo y se cumplan los requisitos arriba señalados.
Para entender lo del castigo temporal hay que tener en cuenta que en la teología católica se hace diferencia entre dos clases de castigo que el pecado acarrea: eterno y temporal; el primero se cancela cuando el confesor absuelve al penitente, pero el segundo sólo se cancela por los medios arriba indicados. De manera que podemos decir que en la cuestión de las indulgencias está el meollo del catolicismo, pues entendiendo el significado de las mismas podremos captar los puntos fundamentales de la doctrina católica. En ellas está presente la división de la iglesia en dos segmentos: clero y laicado, siendo el primero el administrador de la gracia de Dios a favor del segundo; también está allí presente la necesidad de las obras para la salvación; igualmente se encuentra en las mismas la eficacia de la Misa como aplicación, por vivos y muertos, del sacrifico de Cristo; a la vez allí aparecen los actos meritorios de los santos que conforman, junto a los méritos de Cristo, el tesoro espiritual que el clero administra a favor de los laicos.
No es casualidad, por tanto, que el documento que encendió la chispa de la Reforma en 1517, las 95 tesis de Martín Lutero, tenga como eje central el asunto de las indulgencias. Hasta tal punto se había degradado lo que comenzó siendo, en los primeros siglos, una simple disciplina congregacional impuesta hacia aquellos miembros de la iglesia que habían pecado, que el asunto se había vuelto un verdadero negocio. Lo que en un principio tenía como doble y saludable propósito la recuperación del infractor y el buen testimonio de la iglesia, acabó degenerando en un sistema de mercadería en el que, bajo la excusa de la cancelación del castigo temporal, con el dinero recaudado se construyeron catedrales, se compraron obispados y las arcas de una iglesia, que afirma tener como primer papa al que dijo ‘No tengo plata ni oro’, se llenaron hasta rebosar.
Pero el problema de las indulgencias no son los abusos a los que dio origen; su problema ya está en la base, en su mera existencia. En otras palabras, no es el mal uso de las mismas lo que las descalifica sino su erróneo contenido teológico, de manera que todo lo que se hace en Santiago no vale para nada (espiritualmente hablando, pues obviamente en lo turístico, cultural y económico sirve para mucho y para muchos). Si la ineficacia de los sacrificios del Antiguo Testamento se demostraba por la necesidad de repetirlos una y otra vez, la ineficacia de las indulgencias se demuestra por esa misma razón: Antes de que el peregrino abandone Santiago de Compostela ya tendrá necesidad de obtener otra indulgencia plenaria pues en el recorrido de regreso a su casa seguramente algún mal pensamiento o deseo, aunque sea venial, le habrá venido a la mente, generando automáticamente castigo temporal. Es el cuento de nunca acabar. Pero hay una diferencia abismal entre los sacrificios del Antiguo Testamento y la peregrinación a Santiago: mientras que los primeros estaban ordenados por Dios como método transitorio y pedagógico hasta la venida de Cristo, la segunda ha sido instituida por hombres, sobre la base de unas supuestas visiones acerca de la supuesta tumba de Santiago. Demasiadas suposiciones. Santiago de Compostela es una ficción histórica sobre la que se ha construido un falso edificio teológico. Pero no es el único caso, desgraciadamente. Guadalupe, en México, es otro parecido y tantos y tantos por toda la faz de la tierra.
El verdadero jubileo, el Jubileo con mayúscula, en primer lugar no se gana; no se puede ganar y por eso es un regalo. El verdadero Jubileo, en segundo lugar, no se pierde a la mínima de cambio, pues tiene la solidez indestructible de las cosas que Dios hace. El verdadero Jubileo, en tercer lugar, no se recibe yendo a Santiago, ni a Roma, ni a Jerusalén, ni a la Cochinchina, sino yendo a Cristo. Los pasajes arriba citados, uno del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, son el anuncio y el cumplimiento de ese magno acontecimiento que Dios anuncia a los necesitados, a los despojados, a los esclavizados, a los endeudados... Un acontecimiento que se abre inmediatamente tras el Día de la Expiación, es decir tras la muerte propiciatoria del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y si lo quita, lo quita del todo: culpa, castigo eterno y castigo temporal. ¡Amén!
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, 2004, Madrid, España
Fuente: http://www.icp-e.org/