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<CENTER>Imposturas y el Papa
Wenceslao Calvo
‘Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.’ (Hechos 17:11)

En la memoria colectiva de todo el mundo se han quedado grabadas ciertas ideas que responden sólo a medias a la verdad pero que sin embargo pasan por ser la pura verdad. De alguna manera y en algún momento, alguien, tal vez un anónimo, las introdujo y a partir de ahí otros las repitieron y vulgarizaron hasta hacerse populares. Finalmente, la fuerza de la costumbre hizo el resto. Posiblemente sea en el campo de la religión donde con más frecuencia ocurra este fenómeno.
Una de esas ideas es la de ‘la manzana de Eva’, es decir, la creencia de que el fruto prohibido y codiciado en el Edén era la manzana. El dónde, quién y cuándo de esta idea lo ignoro, pero lo cierto es que a estas alturas ya parece imposible desterrarla, tales son las raíces que ha echado. Es posible que un pintor o un escultor, en su intento de plasmar el relato bíblico de la tentación, imaginara a la manzana como el fruto en cuestión, o que un narrador al describir dicho suceso supusiera tal cosa; lo cierto es que sea como sea ‘la manzana de Eva’ pasó a ser vox populi hasta el día de hoy. Está de más decir que la Biblia no dice nada sobre manzanas ni especifica ningún fruto en el relato mencionado.
Otra noción errónea, pero ésta consistente en la mezcla de dos distintas, es la que afirma que Caín mató a Abel con una quijada de asno. En este caso a alguien se le ‘juntaron los cables’ de dos textos bíblicos distintos y distantes haciendo uno solo de ellos. Nada en el registro sagrado indica el medio que empleó Caín para cometer su crimen; entonces ¿de dónde surgió la idea de que fue ese objeto el arma homicida? Supongo que superponiendo esta historia con la narración de la victoria de Sansón sobre los filisteos en Lehi, en la que mató a mil hombres con una quijada de asno (Jueces 15:15). Por alguna especie de lapsus mental o de neurona fuera de sitio se fusionaron en la mente de algún autor los dos textos, y así lo afirmó por escrito. Otros que lo leyeron y no se tomaron el trabajo de contrastar en las fuentes originales la veracidad del aserto asumieron y difundieron lo que erróneamente el primero había dicho, hasta llegar al día de hoy en el que la afirmación se ha colado hasta en los artículos y textos literarios de escritores y periodistas.
El problema de afirmar algo sin molestarse en ir al origen puede dar como resultado párrafos tan estrambóticos como el que cito a continuación: ‘Los israelitas, dirigidos por Josué en su largo camino hacia la libertad, reconstruían la ciudad de Jericó con una mano en el pico y la otra en la espada.’ El texto corresponde al inicio de un documento que el Partido Nacionalista Vasco (PNV) emitió el 17 de abril pasado para analizar la situación política actual en España y en el País Vasco. Si la intención de los autores era darle una carga trascendental al documento o que fuera una gran obertura digna de lo que a continuación se decía era mejor que no hubieran echado mano de la Biblia de la forma que lo hicieron. Tal vez a la memoria del autor o autores vinieron algunos difusos recuerdos bíblicos que materializaron, con poca fortuna, en la frase anterior. También es posible que la frase esté hecha exprofeso y no sea consecuencia del error inconsciente sino de un intento de hacer decir a la Biblia lo que la Biblia no dice con el fin de que diga lo que yo quiero que diga. Lo cierto es que el periódico que recogía la difusión del documento asumía que el párrafo estaba sacado de la Biblia y como tal lo exponía a los lectores, quienes a su vez asumirían que Josué reconstruyó la ciudad de Jericó con el pico en una mano y la espada en la otra.
Estos ejemplos citados son casos de imposturas (falsificaciones) que nos muestran cómo lo falso puede pasar por verdadero, relegando lo verdadero a la esfera de lo falso. Algunos de los detalles de estas imposturas tienen una trascendencia relativa, aunque lo de Josué está a medio camino de provocar risa y estupor, pero lo grave de las mismas está en otra parte: En lo fácil que resulta desvirtuar la verdad por adición, mezcla o manipulación; en lo fácil que es difundir el producto y que la mayoría lo acepte; y en lo difícil que resulta ir a las fuentes originales y aceptar tal cual lo que dicen. Es mucho más cómodo simplemente dar por sentado lo que ciertas ‘autoridades’ dicen y no tomarse el trabajo de investigar por uno mismo si ello es verdadero. Desgraciadamente las consecuencias de algunas imposturas no se limitan al nivel de lo anecdótico sino que tienen repercusiones notables. Por ejemplo, una de las mayores imposturas de la Historia es la Donación de Constantino cuyo texto dice así:
‘Y en nuestra reverencia por el bendito Pedro, nosotros mismos tomamos las riendas de su caballo, como sosteniendo su oficio; y ordenamos que todos sus sucesores vistan la misma mitra en sus procesiones, en imitación del Imperio; y que la corona papal no sea jamás rebajada, sino que sea exaltada sobre la corona del Imperio terrestre; damos y concedemos no solamente nuestro palacio, sino también la ciudad de Roma, y todas las provincias y palacios y ciudades de Italia y de las regiones occidentales, a nuestro mencionado y muy bendito Pontífice y Papa universal.’
Este documento fue esgrimido durante siglos por los Pontífices Romanos para apoyar sus pretensiones de supremacía espiritual y terrenal basándose en la concesión territorial que el Emperador Constantino hizo a los obispos de Roma y en el sometimiento político hacia sus personas. El problema es que el documento era falso y no fue redactado por Constantino ni en la época de Constantino sino mucho después (siglo VIII). No obstante, la gente lo asumió por verdadero y actuó en consonancia con el mismo. Cuando la impostura se descubrió (siglo XV) fue porque alguien (Lorenzo Valla) se preocupó de estudiar filológicamente el texto detectando que el latín usado no se correspondía con el de la época de Constantino (siglo IV). Pero a esa altura ya casi daba igual la veracidad o falsedad del mismo, pues el texto había servido para lo que fue creado: El encumbramiento del obispo de Roma.
El texto bíblico arriba citado hace referencia al examen cuidadoso que hicieron los judíos de Berea cuando se les predicó el evangelio, contrastándolo con la fuente original de autoridad: La Sagrada Escritura. Esa es la actitud que hemos de tener nosotros también para que nadie nos venda una impostura en materia religiosa que ponga en peligro el bienestar de nuestra alma.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, I+CP, 2003. I+CP (www.ICP-e.org)