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<CENTER>Imposición y proposición
Wenceslao Calvo
‘En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen.’ (Mateo 23:2-3) </CENTER>
Podría ser un antiguo aforismo digno de ser registrado con letras de oro o una frase lapidaria merecedora de ser conservada para la posteridad; podría ser la cita de cualquiera de los padres de las Constituciones democráticas; podría ser la síntesis del pensamiento tolerante de la Ilustración; podría ser un adagio propio del Renacimiento; podría ser... Pero no es nada de eso; son las palabras de Juan Pablo II en su discurso a los jóvenes españoles en su reciente visita a España:
‘Las ideas no se imponen, sino que se proponen.’
¡Magnífica proclamación rebosante de altos ideales! ¡Máxima admirable en el que los medios viajan en el mismo vagón que los fines! ¿Quién sería capaz de negarla? ¿Quién podría superarla? Y para coronarlo todo fue pronunciada ante una concurrencia especial: Miles y miles de jóvenes que abarrotaban el aeródromo de Cuatro Vientos en Madrid; jóvenes ilusionados, esperanzados; potenciales constructores de un mundo mejor; recipientes capaces de recibir tan espléndido mensaje y hacerlo carne en sus propias vidas. De manera que todo convergía para alumbrar algo nuevo: Un mensajero (el más significativo), un mensaje (el más sublime) y un auditorio (el más idóneo). Era un día de los que hacen historia.
Historia: ¡Qué palabra! Historia: ¡Qué dolor! Historia: ¡Qué vergüenza! Historia: ¡Qué indignación! Historia: ¡Qué horror!. El estudio de la Historia es uno de los ejercicios más punzantes y desgarradores que un evangélico español pueda acometer, pues en ella se remueven llagas, se abren heridas, se hurga en cuestiones pestilentes y se acaba por querer ser amnésico o que le practiquen a uno una lobotomía, tal es el espanto que emana de las cámaras de nuestra Historia. Recientemente paseé por las calles de Segovia, que albergó a una de las aljamas (comunidades judías) más importantes de Castilla en el siglo XV; allí vivió Don Abraham Senior, Ministro de Hacienda de los Reyes Católicos y rabino mayor de los judíos del reino. Cuando me acerqué a visitar la que fuera su casa encontré que la habían convertido en convento; cuando quise entrar en la antigua sinagoga descubrí que la habían transformado en iglesia y sólo una pequeña ventana de estilo mudéjar recordaba la existencia de la misma. Todavía se conmemora en la ciudad el infamante asunto del ‘Santo Niño de la Guardia’ que precipitó la firma del decreto de expulsión de los judíos de España. El año pasado fui a visitar Toledo y entré en la sinagoga de Santa María la Blanca: Es todo un compendio de ideas impuestas, un ultraje, no ya a las ideas ajenas, sino a la misma decencia y al sentido común, con un retablo en el frente repleto de imágenes pintadas y artesanía estilo barroco y con una cruz de traza inquisitorial en lo alto presidiendo la estancia. Pocos lugares pueden ser más ofensivos para un judío. En realidad la arquitectura en España es un claro exponente del absoluto desprecio hacia las ideas ajenas: La fortaleza de la Alhambra en Granada contiene un mamotreto, justo en el centro de la misma, que Carlos V mandó construir para significar que aquello había cambiado de manos; la Mezquita de Córdoba entre su maravilloso laberinto de columnas alberga ¡una Catedral!.
Claro que todas estas cosas, me dirá alguien, son remotas en el tiempo y producto de la época. Bueno, no tan remotas: La Inquisición, esa eficaz máquina de imponer ideas y aplastar personas, no fue abolida en España hasta 1843 y el Estado confesional católico duró, salvo dos breves intervalos, hasta 1978. Es decir, desde los tiempos de Don Abraham Senior hasta bien avanzado el siglo XX, las ideas (tal vez sería mejor decir la idea) en España se han impuesto por la fuerza. Ya fuera uno judío, protestante, musulmán, masón o liberal no quedaba más remedio que pasar por el aro o jugarse la vida o salir por pies del país o quedar relegado al ostracismo. Es decir, que hasta hace 24 horas, como quien dice, aquí las ideas se imponían.
Y ahora llega este buen hombre, máximo representante de la Institución que por siglos en España machacó, fulminó, masacró y destruyó ideas, vidas y haciendas a enseñar a los jóvenes españoles que las ideas no se imponen sino que se proponen. Hay algunos refranes españoles que se podrían aplicar al caso: ‘Una cosa es predicar y otra dar trigo’ u ‘Obras son amores y no buenas razones’; también hay otro que dice ‘¡A buenas horas mangas verdes!.’ si bien hay otro que dice: ‘Nunca es tarde si la dicha es buena.’ No obstante, es una lástima que ese discurso no se propusiera antes, tal vez el arzobispo Carranza y otros como él lo hubieran agradecido. Pero en fin, para que no digan que somos resentidos trataremos de creerle, aunque haya que hacer esfuerzos sobrehumanos, parecidos a los que tiene que hacer la mujer de un marido compulsivamente violento que, harta de escuchar promesas y propuestas bonitas, desmentidas una y otra vez por los hechos, ya no cree nada de lo que se le pueda decir, pues como dijo Lenin, ‘No hay nada más obstinado que los hechos.’
El pasaje bíblico arriba citado habla de los dirigentes religiosos de la nación que, desde su posición de magisterio y sucesión (la cátedra de Moisés), instruían al pueblo en la verdad. Solamente había un problema: Sus hechos no concordaban con sus palabras. Eran maestros de la retórica, de la oratoria y de los entresijos casuísticos... pero poco más. El discurso de sus obras iba por un lado y el discurso de sus bocas por otro. Y es que cuando la vida no respalda a la boca, vida y boca quedan en menoscabo, pues la autoridad descansa en la ejemplaridad. ¡Ojalá la Iglesia Católica Romana en España tome nota de las palabras de su jefe! No solamente ahora, en el contexto actual, sino ante posibles contingencias que puedan sobrevenir. Pues es una asignatura, proponer y no imponer, que ha suspendido siempre en el pasado.
Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en una iglesia de Madrid.
© W. Calvo, I+CP, 2003. I+CP (www.ICP-e.org)