Iglesia sin rostro
La Iglesia, en cada generación, debe descubrir su propio rostro en el espejo de la sociedad de su tiempo. Puede caer en una ausencia de imagen, lo que la hace invisible, y por lo tanto ausente; o creer que la imagen lo es todo y convertirse en una careta.
Una situación curiosa es la que refleja la Iglesia en Sudáfrica. Su rostro fue la lucha contra el apartheid. No debería cuestionarse su participación en la defensa de los menospreciados, de los perseguidos, de los ultrajados por ser de raza negra. De la misma forma que no deberíamos cuestionarnos la postura contraria al régimen nazi de Bonhoffer; y sí en cambio avergonzarnos y compadecernos de quienes no tomaron posturas firmes en esas y otras situaciones similares.
Pero ahora, pasado el apartheid, la Iglesia en Sudáfrica ha tenido una “crisis de personalidad”. No encuentra su sitio, su papel, y en ello está.
Los españoles evangélicos o protestantes vivimos sin rostro actualmente, desde hace muchos años. Hemos sido aniquilados (leáse Inquisición), luego perseguidos (leáse nacional-catolicismo) y finalmente consentidos en el postfranquismo. Pero la democracia aún no ha llegado para normalizar la pluralidad religiosa en España, de la misma forma que sí lo ha conseguido hace mucho ya en el terreno político.
Parte de la culpa es de nostros mismos, de los hijos de la Reforma. Porque no sabemos ni tenemos una identidad hoy en día. Por una parte, las grandes luchas sociales del pasado han quedado suplidas por el Estado de bienestar, sin que hayamos sabido ofrecer una respuesta clara y reconocida ante los grandes planteamientos sociales, aunque sí hayamos cumplido con dignidad en una ayuda social inmensa para nuestros pocos recursos.
Por otro, aceptamos un Gobierno que nos escucha sin hacernos ningún caso (salvo detalles cara a la galería: ¿cuándo se cunplirán los acuerdos firmados en 1992 en lo relativo a la asistencia religiosa en os campamentos militares?) mientras continuamente favorece a las claras y a las oscuras a la Iglesia del Vaticano, con la que gobierna no ya en cohabitación sino en matrimonio abierto y formal; de tal forma que la capital de España está en Madrid, pero tiene despachos en Roma.
Por otra parte, no hemos podido ni sabido acercarnos a la oposición para que entiendan y defiendan (lo que es su obligación y nuestro derecho) aquellas cuestiones que son de justicia.
Y así nos va. Ya no nos persiguen. Sólo nos marginan, como a otros muchos.Como grupo social, no hay una lucha definida en algún frente que nos defina frente al resto de colectivos. En nuestra relación con las fuerzas políticas estamos en el campo de batalla, entre los cañones de la religión tradicional y los que defienden un laicismo feroz, sin que ninguno de los bandos se aperciba realmente de nuestra existencia, al menos para considerarnos lo suficiente como para tenernos en cuenta.
Sí, es verdad, se cree en Dios, se ayuda al prójimo, se enseña y predica la Palabra. Tenemos sangre, ojos, oidos, huesos, carne. Pero no tenemos rostro ante nuestra sociedad. Necesitamos encontrar una identidad. Esta página (y otras iniciativas) de alguna forma es una foto borrosa de quién somos. Pero el rostro real que necesitamos aún lo estamos buscando entre los claroscuros de la democracia. Llevamos 25 años de retraso, pero aún estamos a tiempo.
Porque si no tenemos rostro, nos pondrán las caretas de las sectas, de los televangelistas, de los mercaderes del templo de nuestros días. Y con esa careta, la credibilidad se limita a la que cada cual consiga en su casa y en su barrio, que no es poco, pero no lo que el Evangelio y el testimonio de Jesús merecen.
© ProtestanteDigital.com, España.
La Iglesia, en cada generación, debe descubrir su propio rostro en el espejo de la sociedad de su tiempo. Puede caer en una ausencia de imagen, lo que la hace invisible, y por lo tanto ausente; o creer que la imagen lo es todo y convertirse en una careta.
Una situación curiosa es la que refleja la Iglesia en Sudáfrica. Su rostro fue la lucha contra el apartheid. No debería cuestionarse su participación en la defensa de los menospreciados, de los perseguidos, de los ultrajados por ser de raza negra. De la misma forma que no deberíamos cuestionarnos la postura contraria al régimen nazi de Bonhoffer; y sí en cambio avergonzarnos y compadecernos de quienes no tomaron posturas firmes en esas y otras situaciones similares.
Pero ahora, pasado el apartheid, la Iglesia en Sudáfrica ha tenido una “crisis de personalidad”. No encuentra su sitio, su papel, y en ello está.
Los españoles evangélicos o protestantes vivimos sin rostro actualmente, desde hace muchos años. Hemos sido aniquilados (leáse Inquisición), luego perseguidos (leáse nacional-catolicismo) y finalmente consentidos en el postfranquismo. Pero la democracia aún no ha llegado para normalizar la pluralidad religiosa en España, de la misma forma que sí lo ha conseguido hace mucho ya en el terreno político.
Parte de la culpa es de nostros mismos, de los hijos de la Reforma. Porque no sabemos ni tenemos una identidad hoy en día. Por una parte, las grandes luchas sociales del pasado han quedado suplidas por el Estado de bienestar, sin que hayamos sabido ofrecer una respuesta clara y reconocida ante los grandes planteamientos sociales, aunque sí hayamos cumplido con dignidad en una ayuda social inmensa para nuestros pocos recursos.
Por otro, aceptamos un Gobierno que nos escucha sin hacernos ningún caso (salvo detalles cara a la galería: ¿cuándo se cunplirán los acuerdos firmados en 1992 en lo relativo a la asistencia religiosa en os campamentos militares?) mientras continuamente favorece a las claras y a las oscuras a la Iglesia del Vaticano, con la que gobierna no ya en cohabitación sino en matrimonio abierto y formal; de tal forma que la capital de España está en Madrid, pero tiene despachos en Roma.
Por otra parte, no hemos podido ni sabido acercarnos a la oposición para que entiendan y defiendan (lo que es su obligación y nuestro derecho) aquellas cuestiones que son de justicia.
Y así nos va. Ya no nos persiguen. Sólo nos marginan, como a otros muchos.Como grupo social, no hay una lucha definida en algún frente que nos defina frente al resto de colectivos. En nuestra relación con las fuerzas políticas estamos en el campo de batalla, entre los cañones de la religión tradicional y los que defienden un laicismo feroz, sin que ninguno de los bandos se aperciba realmente de nuestra existencia, al menos para considerarnos lo suficiente como para tenernos en cuenta.
Sí, es verdad, se cree en Dios, se ayuda al prójimo, se enseña y predica la Palabra. Tenemos sangre, ojos, oidos, huesos, carne. Pero no tenemos rostro ante nuestra sociedad. Necesitamos encontrar una identidad. Esta página (y otras iniciativas) de alguna forma es una foto borrosa de quién somos. Pero el rostro real que necesitamos aún lo estamos buscando entre los claroscuros de la democracia. Llevamos 25 años de retraso, pero aún estamos a tiempo.
Porque si no tenemos rostro, nos pondrán las caretas de las sectas, de los televangelistas, de los mercaderes del templo de nuestros días. Y con esa careta, la credibilidad se limita a la que cada cual consiga en su casa y en su barrio, que no es poco, pero no lo que el Evangelio y el testimonio de Jesús merecen.
© ProtestanteDigital.com, España.