De cual fumaste, Sor Juana
José Ángel Azcárate
La combativa periodista regiomontana, Sanjuana Martínez, anda enojada por un desplegado que le publicaron en La Jornada. Se trata de un desmentido de varios puntos en respuesta a un artículo que causó malestar en la Iglesia Cristiana Restaurada. Y el enojo, mal consejero, ha empujado a la periodista a un terreno resbaladizo que pone en entredicho su seriedad como periodista.
El artículo aludido imputa, sin citar sentencia judicial alguna, tres delitos del orden federal a una comunidad cristiana entera: entre ellos, secuestro y tráfico de órganos. Mal comienzo. Dada la seriedad de la acusación pública, parece comprensible el malestar de los titulares de la asociación religiosa (ICR), máxime que Sanjuana Martínez tiene en su haber un premio Ortega y Gasset, lo cual le exige un nivel alto de responsabilidad social en el ejercicio de su profesión.
El caso tiene varios ángulos interesantes, empezando por lo inusual que resulta en México la interpelación publica por una minoría religiosa a un periodista famosa y a un medio impreso. Lo segundo es la generalización reiterada que achaca delitos a la iglesia que Sanjuana cataloga como de gran expansión en el país. Algo así como decir que los presuntos ilícitos del cardenal Norberto Rivera en el caso de encubrimiento en perjuicio de Joaquín Aguilar, son o fueron culpa de todos los católicos, o de la Arquidiócesis Primada de la Ciudad de México, AR. Sin embargo, la autora del acertado libro Manto Púrpura, no incurrió en tales equívocos en aquel trabajo; en cambio sus vitriólicos textos contra la ICR criminalizan parejo a la comunidad avecindada en el Norte del Estado de México. Luego entonces, la autora es capaz, cuando conviene a sus intereses, de matizar objetivamente o de optar por el amarillismo irresponsable. Esto último es precisamente lo que le reclaman en el desplegado referido los apoderados legales de dicha iglesia, sin que hasta la fecha Sanjuana Martínez haya respondido a los cuestionamientos específicos que le hicieron públicamente.
Problemático para la periodista es entrar con ligereza a imputar delitos como el secuestro a los cientos o miles de personas (según la versión que se lea) de la ICR sin acotar responsabilidades. Nunca cita números de expedientes con sentencias. Sanjuana no prueba, sólo afirma. No documenta, pontifica. Y por el tenor y cadencia de su estilo, es notorio que espera ser creída. Creída sobre otras aseveraciones bizarras. Que existe toda una iglesia, de cientos o miles de miembros, cuyo único fin es dedicarse a la destrucción de la infancia; una institución con fines más oscuros que el cártel más desalmado o que el “pozolero” de los Arellano. Dísenos Sanjuana que el enorme colectivo de creyentes secuestra, aunque no dice cuánto piden de rescate; que desaparece de la faz de la tierra a 25 infantes en un santiamén para despojarlos de sus órganos y lucrar con su venta. Riñones, corneas, hígados son, pues, extraídos con el conocimiento y complicidad de cientos de familias cristianas. Familias conformadas también por niños, mujeres, profesionistas, ancianos. Todos, al unísono como personajes de una película de Quentin Tarantino, participan en la mutilación, presumiblemente en centros quirúrgicos clandestinos, almacenando los preciados órganos en frigoríficos de alta tecnología para transportarlos subrepticiamente por la faz del planeta a clientelas invisibles, a cambio de sumas millonarias. Sanjuana, investigadora acuciosa, no aporta una sola pista, dato, documento que acredite eso. Pero eso no es todo, los feligreses, zombies sin conciencia o voluntad propia, hacen eso porque han sido programados a distancia por personajes con poderes telepáticos de persuasión. Personajes que se nos asegura que son de por sí ya millonarios empresarios legítimos, lo cual hace al lector pensar en qué diablos podría motivar a millonarios acomodados a tan riesgosos y complicados ilícitos. Los perfectos, por su parte, son tan tontos, que simplemente regresan a las víctimas cicatrizadas a seguir con su vida cotidiana (en vez de eliminar el cuerpo del delito como indicarían los cánones del crimen), según nos cuenta en una anécdota inverosímil que esgrime a manera de sustento periodístico único para formular una trama digna de un thriller de Stephen King.
Tráfico de órganos. Una iglesia entera responsable. La autora asume de principio a fin que sus lectores suspenderán su raciocinio al leerla. Simplemente, en vez del ejercicio de las facultades críticas propia de lectores analíticos, Sanjuana solicita a su audiencia un acto de fe en una especulación novelesca. Se necesita tener más que un premio de periodismo para exigir tanta devoción.
José Ángel Azcárate
La combativa periodista regiomontana, Sanjuana Martínez, anda enojada por un desplegado que le publicaron en La Jornada. Se trata de un desmentido de varios puntos en respuesta a un artículo que causó malestar en la Iglesia Cristiana Restaurada. Y el enojo, mal consejero, ha empujado a la periodista a un terreno resbaladizo que pone en entredicho su seriedad como periodista.
El artículo aludido imputa, sin citar sentencia judicial alguna, tres delitos del orden federal a una comunidad cristiana entera: entre ellos, secuestro y tráfico de órganos. Mal comienzo. Dada la seriedad de la acusación pública, parece comprensible el malestar de los titulares de la asociación religiosa (ICR), máxime que Sanjuana Martínez tiene en su haber un premio Ortega y Gasset, lo cual le exige un nivel alto de responsabilidad social en el ejercicio de su profesión.
El caso tiene varios ángulos interesantes, empezando por lo inusual que resulta en México la interpelación publica por una minoría religiosa a un periodista famosa y a un medio impreso. Lo segundo es la generalización reiterada que achaca delitos a la iglesia que Sanjuana cataloga como de gran expansión en el país. Algo así como decir que los presuntos ilícitos del cardenal Norberto Rivera en el caso de encubrimiento en perjuicio de Joaquín Aguilar, son o fueron culpa de todos los católicos, o de la Arquidiócesis Primada de la Ciudad de México, AR. Sin embargo, la autora del acertado libro Manto Púrpura, no incurrió en tales equívocos en aquel trabajo; en cambio sus vitriólicos textos contra la ICR criminalizan parejo a la comunidad avecindada en el Norte del Estado de México. Luego entonces, la autora es capaz, cuando conviene a sus intereses, de matizar objetivamente o de optar por el amarillismo irresponsable. Esto último es precisamente lo que le reclaman en el desplegado referido los apoderados legales de dicha iglesia, sin que hasta la fecha Sanjuana Martínez haya respondido a los cuestionamientos específicos que le hicieron públicamente.
Problemático para la periodista es entrar con ligereza a imputar delitos como el secuestro a los cientos o miles de personas (según la versión que se lea) de la ICR sin acotar responsabilidades. Nunca cita números de expedientes con sentencias. Sanjuana no prueba, sólo afirma. No documenta, pontifica. Y por el tenor y cadencia de su estilo, es notorio que espera ser creída. Creída sobre otras aseveraciones bizarras. Que existe toda una iglesia, de cientos o miles de miembros, cuyo único fin es dedicarse a la destrucción de la infancia; una institución con fines más oscuros que el cártel más desalmado o que el “pozolero” de los Arellano. Dísenos Sanjuana que el enorme colectivo de creyentes secuestra, aunque no dice cuánto piden de rescate; que desaparece de la faz de la tierra a 25 infantes en un santiamén para despojarlos de sus órganos y lucrar con su venta. Riñones, corneas, hígados son, pues, extraídos con el conocimiento y complicidad de cientos de familias cristianas. Familias conformadas también por niños, mujeres, profesionistas, ancianos. Todos, al unísono como personajes de una película de Quentin Tarantino, participan en la mutilación, presumiblemente en centros quirúrgicos clandestinos, almacenando los preciados órganos en frigoríficos de alta tecnología para transportarlos subrepticiamente por la faz del planeta a clientelas invisibles, a cambio de sumas millonarias. Sanjuana, investigadora acuciosa, no aporta una sola pista, dato, documento que acredite eso. Pero eso no es todo, los feligreses, zombies sin conciencia o voluntad propia, hacen eso porque han sido programados a distancia por personajes con poderes telepáticos de persuasión. Personajes que se nos asegura que son de por sí ya millonarios empresarios legítimos, lo cual hace al lector pensar en qué diablos podría motivar a millonarios acomodados a tan riesgosos y complicados ilícitos. Los perfectos, por su parte, son tan tontos, que simplemente regresan a las víctimas cicatrizadas a seguir con su vida cotidiana (en vez de eliminar el cuerpo del delito como indicarían los cánones del crimen), según nos cuenta en una anécdota inverosímil que esgrime a manera de sustento periodístico único para formular una trama digna de un thriller de Stephen King.
Tráfico de órganos. Una iglesia entera responsable. La autora asume de principio a fin que sus lectores suspenderán su raciocinio al leerla. Simplemente, en vez del ejercicio de las facultades críticas propia de lectores analíticos, Sanjuana solicita a su audiencia un acto de fe en una especulación novelesca. Se necesita tener más que un premio de periodismo para exigir tanta devoción.