(Extraído integramente de “La vida y los tiempos de Jesús el Mesías”- Tomo I- Alfred Erdsheim. Ed Clie. Pgs. 219-223)
VI-La Natividad de Jesús el Mesías
Mateo 1:25; Lucas 2:1-20
Ésta es, pues, «la esperanza de la promesa hecha por Dios a los padres», por la cual las doce tribus, «sirviendo constantemente a Dios de noche y de día», anhelaban con tal viveza y claridad, que la veían en casi cada suceso y promesa; con tal sinceridad, que era siempre la esencia de sus oraciones; con tal intensidad, que muchos siglos de desengaños no la han apagado aún. Su luz, relativamente incierta en los días de sol y de calma, parecía arder más brillante en la oscuridad de la noche de soledad y sufrimiento, como si cada ráfaga que sopla sobre Israel sirviera sólo para encandilada en llama viva.
A la pregunta de si esta esperanza ha sido alguna vez realizada -o, mejor, si ha aparecido Alguno que proclamara su derecho a la mesianidad y cuyas pretensiones hayan resistido la prueba de la investigación y del tiempo-, la historia imparcial sólo tiene una respuesta. Señala a Belén y a Nazaret. Si bien las pretensiones de Jesús fueron rechazadas por la nación judía, El, por lo menos, sin duda, ha cumplido una parte de la misión proféticamente asignada al Mesías. Tanto si es o no el León de la tribu de Judá, a su alrededor, Indudablemente, se han reunido las naciones, y las islas han esperado su ley. Pasando los límites estrechos de la oscura Judea, y allanando los muros de los prejuicios nacionales y el aislamiento, ha hecho de las más sublimes enseñanzas del Antiguo Testamento la posesión común del mundo, y ha fundado la gran hermandad, en la cual el Padre es el Dios de Israel. El solo también ha exhibido una vida en la cual no se ha hallado absolutamente una falta; y promulgado una enseñanza a la cual no puede hacerse objeción alguna.
Se le reconoce como el Hombre perfecto, el ideal de la humanidad; sus doctrinas, la única enseñanza absoluta. El mundo no ha conocido otro igual. Y el mundo ha reconocido, si no el testimonio de sus palabras, por lo menos la evidencia de los hechos. Procediendo de un pueblo así; nacido, viviendo y muriendo en circunstancias y usando medios- que son las menos apropiadas para conseguir tales resultados, el Hombre de Nazaret, por consentimiento universal, ha sido el factor más poderoso en la historia de nuestro mundo: tanto política, social e intelectual como moralmente. Si no es el Mesías, por lo menos ha hecho la obra del Mesías. Si no es el Mesías, por lo menos no ha habido otro alguno antes o después de El. Si no es el Mesías, el mundo no ha tenido ni tendrá nunca ningún Mesías.
No sólo la predicción del Antiguo Testamento (Miqueas 5:2), sino también el testimonio rabínico, sin vacilar, indicaban que Belén era el lugar del nacimiento del Mesías. Sin embargo, no puede imaginarse nada más directamente contrario a los pensamientos y sentimientos judíos que las circunstancias que, según el relato del Evangelio, dieron como resultado el nacimiento del Mesías en Belén, por lo que no hay la menor probabilidad de que se tratara de una patraña judaica.
1 Un censo de la población; y este censo tomado por orden del emperador pagano, y puesto en vigor por alguien
tan odiado por todos como Herodes, representaría el ne plus ultra de todo lo que era repugnante al sentimiento Judío.
2 Si el relato de las circunstancias que trajeron a José y a María a Belén no tiene base en los hechos, sino que es una leyenda inventada para localizar el nacimiento del Nazareno en la ciudad real de David, tiene que decirse que fue un plan muy torpe. No hay absolutamente nada para explicar su origen, sea como sucesos paralelos en el pasado o de lo que podía esperarse en el presente. ¿Por qué, pues, relacionar el nacimiento de su Mesías con lo que era más repugnante a Israel, especialmente si, como los abogados de la hipótesis legendaria sostienen, no ocurrió al tiempo en que se tomó algún censo judío, sino diez años antes?
Pero si es imposible racionalmente explicar por medio de un origen legendario el relato del viaje de José y María a Belén, la base histórica que ha servido de impugnación a su exactitud es igualmente insuficiente. Razonan de este modo: que (aparte del relato del Evangelio) no tenemos evidencia sólida de que Cirenio estaba en aquel tiempo ocupando el cargo oficial necesario en el Oriente que le permitiera dar orden de que este empadronamiento fuera realizado por Herodes. Pero incluso esta débil objeción no es en modo alguno inexpugnable históricamente.
3 En todo caso, hay dos hechos que hacen muy difícil creer que Lucas incurriera en algún error histórico en este punto. Primero, se daba perfecta cuenta de que hubo un Censo bajo Cirenio, diez años más tarde (comp. Hechos 5:37); segundo, tradúzcase como se quiera Lucas 2:2, por lo menos hay que admitir que la frase intercalada sobre Cirenio no era necesaria para el relato, y que el escritor tiene que haber intentado con ella poner énfasis para precisar un determinado Suceso. Pero un autor no es probable que llame la atención especialmente sobre un hecho del cual sólo tiene un conocimiento impreciso; más bien, si tiene que mencionarlo, lo hará en términos indefinidos. Esta presunción en favor de la afirmación de Lucas es reforzada por la consideración de que un suceso como la tributación de Judea podía ser fácilmente averiguado por él.
Sin embargo, no nos quedamos con el razonamiento presuntivo indicado. El hecho de que el emperador Augusto hizo censos del Imperio Romano, y de los territorios sometidos y tributarios, es algo admitido de modo general. Este registro, para el propósito de una tributación futura, tenía que abarcar a Palestina. Aun cuando no hubiera sido dada una orden real en este sentido durante la vida de Herodes, podemos entender que Herodes consideraría muy conveniente, tanto por el tipo de sus relaciones con el emperador, como por tener en cuenta la probable agitación que un censo pagano podría causar en Palestina, el dar pasos para hacer una registración, y que ésta fuera hecha en conformidad con la costumbre judía en vez de la romana. Este censo, pues, dispuesto por Augusto y tomado por Herodes a su manera, fue, según san Lucas, «primero (realmente) llevado a cabo cuando Cirenio era gobernador de Siria», algunos años después de la muerte de Herodes y cuando Judea había pasado a ser una provincia romana.
1. Los abogados de la teoría mítica no han contestado, ni aun hecho frente o comprendido, lo que nos parece ser, en esta hipótesis, una dificultad insuperable.
Concediendo que la expectación judaica sugiriera el nacimiento de Jesús en Belén, ¿por qué inventar circunstancias tales para llevar a María a Belén? Keim puede tener
razón al decir: {( La creencia en el nacimiento en Belén se originó muy simplemente(Leben Jesu i. 2, p. 393); pero mucho más complicado e inexplicable es el origen de la leyenda que da cuenta del viaje allí de María y José.»
2. Como evidencia de estos sentimientos tenemos el relato de Josefo de las con
secuencias de la taxación de Cirenio (Ant. xviii. 1. 1. Comp. Hechos 5:37).
3. Los argumentos sobre lo que podemos llamar el lado ortodoxo han sido presentados, con frecuencia y bien, últimamente por Wieseler, Huschke, Zumpt y Steinmeyer; y sobre el otro lado, casi ad nauseam, por críticos negativos de toda clase de escuelas, de modo que parece innecesarío repetirlos. El lector hallará todo el tema presentado por el Canon Cook (cuyos puntos de vista adoptamos en lo sustancial), en el «Speaker's Commentary» (N. T. i., pp. 326-329). El razonamiento de Mommsen (Res gestae D. Aug., pp. 175, 176) no me parece afectar el modo de ver adoptado en el texto.
. 4. Para la explicación textual nos referimos de nuevo al Canon Cook, y sólo quisieramos indicar, con Steinmeyer, que el significado de la expresión xxxxxxx, en Lucas 2:2 es determinado por el uso similar del mismo en Hechos 11:28, donde lo que Se predice se dice como si ya hubiera tenido lugar (lyiJ'ETO) en el tiempo de Claudio César.
Ahora estamos preparados para seguir el curso del relato del Evangelio. Como consecuencia del «decreto de César Augusto», Herodes ordenó la registración general que había de ser hecha a modo judaico, en vez de romano. Prácticamente, en este caso, las dos habrían sido realmente muy similares. Según la ley romana, todo el
pueblo tenía que ser registrado en su «propia ciudad», significando con ello la ciudad a la cual estaba adherido el pueblo o lugar en que .el individuo había nacido. Al hacerla así, se registraba la «casa y linaje» (nomen y cognomen) de cada uno.5 Según el modo judío de registración, el pueblo tenía que ser empadronado según las tribus, familias o clanes y la casa de sus padres .Pero como las diez tribus no habían regresado a Palestina, esto sólo podía tener lugar en forma limitada,6 en tanto que sería fácil para cada uno registrarse en «su propia ciudad». En el caso de José y María, cuyo linaje de David no sólo era conocido sino que, además, por amor del Mesías no nacido, era muy importante que el hecho quedara anotado de modo muy claro, es natural que, en conformidad con la ley judaica, fueran a Belén. Quizá también, por muchas razones que se sugieren por sí mismas, José y María podían estar contentos de dejar Nazaret y buscar, si fuera posible, un hogar en Belén. En realidad, tan fuerte era este sentimiento, que después se requirió una instrucción especial divina para inducir a José a que saliera de este lugar escogido como residencia y regresara a Galilea (Mateo 2:22). En estas circunstancias, María, ahora la «esposa» de José, aunque manteniendo sólo para él, en los hechos, la relación de «desposada» (Lucas 2:5), acompañaría, naturalmente, a su marido a Belén. Al margen de esto, todo sentimiento y esperanza tiene que haberla inducido a seguir este curso, y no hay necesidad de discutir si un censo romano o judío hacía necesaria su presencia; una pregunta que, si se pone, tiene que contestarse de forma negativa.
5. Comp. Huschke, Ueber d. z. Zeit d. Geb. J.c. gehalt. Census, pp. 119, 120. Muchos críticos han escrito de modo confuso sobre este punto.
6. El lector podrá apreciar ahora el valor de las objeciones de Keim contra un Censo así, como implicando un «wahre Volkswanderung» (!) y que era «eine Sache der Unmoglichkeit».
7. El lector se dará cuenta, naturalmente, que esto sólo es una conjetura; pero digo «probablemente», en parte porque uno dispondría un viaje de varios días, de modo que las etapas fueran lentas y fáciles, y en parte por la circunstancia de que al llegar hallaron el mesón lleno, cosa que no habría sucedido si hubieran llegado a Belén más temprano durante el día.
El corto día invernal probablemente estaría al terminar 7 cuando los dos viajeros de Nazaret, llevando consigo los pocos útiles necesarios en una casa pobre oriental, se acercaron al fin de su jornada. Si pensamos en Jesús como el Mesías del cielo, el ambiente de extrema pobreza, lejos de detraer de su carácter divino, parece muy congruente con él. El esplendor terreno aquí habría parecido oropel deleznable, y la simplicidad completa, como el vestido de los lirios, que sobrepasa con mucho la gloria de la corte de Salomón. Pero sólo en el Oriente habría sido posible la más absoluta simplicidad, y con todo, ni ella, ni la pobreza de la que procedía, implicaban por necesidad el más mínimo desdoro en lo social. El viaje había sido largo y cansado -tres días de camino, por lo menos, no importa la ruta que hubieran seguido desde Galilea-. Lo más probable es que siguieron la más común, por el desierto para evitar Samaria, a lo largo de las riberas orientales del Jordán, y por los vados de Jericó.8 Aunque, al pasar por una de las regiones más calurosas del país, la temporada del año, aun aceptando las condiciones más favorables presentes, tenía que haber aumentado las dificultades de un viaje así. Al alcanzar los ricos campos que rodeaban la antigua «Casa del Pan», y pasar por el valle que, como un anfiteatro, se alarga entre las dos colinas por las que se extiende Belén (2.704 pies sobre el mar), subiendo por viñas y huertos dispuestos en bancales, ya al final del día, tiene que haberles inundado un sentimiento de descanso y paz a los viajeros. Aunque era invierno, el follaje verde plateado del olivo, incluso en esta temporada se mezclaría con el pálido rosado o blanco del almendro -el despertador temprano de la naturaleza-9 y con los brotes oscuros de los melocotoneros. La casta belleza y dulce quietud del lugar les recordarían a Booz, a Isaí y a David. Mucho más les serían sugeridos estos pensamientos por el contraste entre el pasado y el presente. Porque cuando los viaje ros hubieron alcanzado las alturas de Belén -y, ciertamente, mucho antes-, el objeto más prominente a la vista tiene que haber sido el gran castillo que Herodes había construido, y que se llamaba por su propio nombre. Encaramado en la colina más alta al su deste de Belén, era, al mismo tiempo que un magnífico palacio, una fortaleza ingente y una ciudad para cortesanos (Jos. Ant. xiv. 13.9; xv. 9. 4; Guerra, i. 13. 8; 21. 10). ¡Con qué sentimiento de alivio los viajeros pasarían adelante para notar los perfiles ondulantes de la región montuosa de Judea, hasta que el horizonte era ceñido por las cordilleras de Tecoa! Por un corte entre las colinas hacia el Este, la superficie pesada y plomiza del mar del Juicio aparecería a su vista; hacia el Oeste culebreaba la carretera hacia el Hebrón; detrás de ellos había los valles y colinas que separaban Belén de Jerusalén, y escondían de la vista la Ciudad Santa.
Pero de momento estos pensamientos cederían el paso a la necesidad inmediata de hallar cobijo y descanso. La pequeña ciudad de Belén estaba llena por los que habían venido de los distritos cercanos para registrar sus nombres. Incluso si los forasteros de la lejana alilea conocieran a alguno en Belén que pudiera haberles ofrecido hospitalidad, habrían encontrado su casa ocupada. La misma posada o mesón estaba llena, y el único lugar disponible era el establo, en el cual se resguardaba el ganado.1O Si recordamos los hábitossimples del Oriente, esto apenas implica lo que significaría en el Occidente; y quizás este retiro y quietud de la multitud parlanchina y ruidosa, que llenaba el mesón, serían aún más bienvenidos. Aunque los detalles son escasos, esto sólo ya se puede colegir por inferencia, aunque no lo diga el relato. Ya al principio, en esta historia, la ausencia de detalles, que aumenta penosamente al ir avanzando, nos recuerda que los Evangelios no fueron escritos para proporcionar una biografía de Jesús, ni aun como materiales para ella; sino con sólo este doble objeto: que aquellos que los leyeran «pudieran creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios», y que, creyendo, «puedan tener vida por medio de su Nombre» (Juan 20:31; comp. Lucas 1). El corazón y la imaginación del cristiano, como es natural, anhelan poder localizar la escena de tan gran importancia, y se detienen con reverencia afectuosa sobre esta cueva que ahora está cubierta por «la Iglesia de la Natividad». Puede ser -es más, parece probable- que este punto, al cual señala la tradición más venerable, fuera el lugar sagrado del mayor suceso de la historia del mundo.1I Pero con certeza no lo sabemos. Es mejor que sea así. En cuanto a lo que pasó en la quietud de aquel «establo», las circunstancias de la «Natividad», incluso el momento exacto después de la llegada de María (el período de espera debe haber sido corto), el relato del Evangelio no nos dice nada. Esto sólo se nos dice: que entonces, y allí, la Virgen-Madre «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre».
(“La vida y los tiempos de Jesús el Mesías”- Tomo I- Alfred Erdsheim. Pgs. 219-223)