HOMBRES DE INTEGRIDAD
Ahora pues temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad (Josué 24:14)
¿Qué es la integridad? Según el diccionario, es sinónimo de desinterés, de rectitud, de probidad, es decir: es una honradez a toda prueba. Una honradez en la cual no hay ni una sola grieta. Es una sola pieza entera, completa, uniforme. Es una línea recta de perfecta verticalidad. La integridad no se vende ni se compra. Por eso la pluma inspirada dice:
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombre que se mantengan de parte de la justicia, aunque se desplomen los cielos” (La Educación, pág 54)
Sí, lector mío, la integridad es una inquebrantable probidad, es una nobleza que no se deslice en ningún momento ni bajo ninguna circunstancia. Se dice que cuando Carlos V, Rey de España y emperador de Alemania, sitiaba la fortaleza llamada la Goleta, que estaba en África, cerca del puerto de Túnez, la cuál era defendida por el corsario Barba Roja, se presentó ante él –ante Carlos V –el panadero que servía a Barba Roja y le propuso envenenar al jefe sitiado. ¿Aceptaría la propuesta el monarca? ¿Acaso no es bien sabido que “en tiempo de guerra todas las armas son aceptables”? Pero Carlos V era noble y estaba por encima de una recurso de tal naturaleza. Cuando se lo propuso, se indignó de tal manera que hizo arrojar de allí al panadero traidor después de reprenderle severamente por su proceder. Pero eso no fue todo, hizo avisar a su adversario Barba Roja, del el peligro que había corrido aconsejándole que se cuidara más de sus servidores. ¿No es esto nobleza?¿No es esto integridad?
Amigo, amigo mío, seamos íntegros. Nuestro metro debe tener 100 centímetros y no 90. La libra debe tener 16 onzas y no14, y el kilo ha de tener 1000 gramos y no 900. Y esto no se aplica solamente a las cosas materiales. Se aplica también a la vida moral. Se aplica al carácter que ha de ser completado en todo sentido.
Claro está, cabría la pregunta: ¿Podemos ser íntegros por nosotros mismos, por la fuerza de nuestra voluntad, por propia decisión? La respuesta sería un “NO” categórico. Pro podemos contar con Dios y con su fortaleza en todo momento y en toda circunstancia. El apóstol San Pablo al referirse a sí mismo, cuando le escribía a los filipenses, les dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Cristo puede ayudarnos a hacer de la integridad algo real en nosotros. Digamos con el salmista: “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos; para que no sea yo avergonzado”(Salmo 119:80)
Bendiciones.
Ahora pues temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad (Josué 24:14)
¿Qué es la integridad? Según el diccionario, es sinónimo de desinterés, de rectitud, de probidad, es decir: es una honradez a toda prueba. Una honradez en la cual no hay ni una sola grieta. Es una sola pieza entera, completa, uniforme. Es una línea recta de perfecta verticalidad. La integridad no se vende ni se compra. Por eso la pluma inspirada dice:
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombre que se mantengan de parte de la justicia, aunque se desplomen los cielos” (La Educación, pág 54)
Sí, lector mío, la integridad es una inquebrantable probidad, es una nobleza que no se deslice en ningún momento ni bajo ninguna circunstancia. Se dice que cuando Carlos V, Rey de España y emperador de Alemania, sitiaba la fortaleza llamada la Goleta, que estaba en África, cerca del puerto de Túnez, la cuál era defendida por el corsario Barba Roja, se presentó ante él –ante Carlos V –el panadero que servía a Barba Roja y le propuso envenenar al jefe sitiado. ¿Aceptaría la propuesta el monarca? ¿Acaso no es bien sabido que “en tiempo de guerra todas las armas son aceptables”? Pero Carlos V era noble y estaba por encima de una recurso de tal naturaleza. Cuando se lo propuso, se indignó de tal manera que hizo arrojar de allí al panadero traidor después de reprenderle severamente por su proceder. Pero eso no fue todo, hizo avisar a su adversario Barba Roja, del el peligro que había corrido aconsejándole que se cuidara más de sus servidores. ¿No es esto nobleza?¿No es esto integridad?
Amigo, amigo mío, seamos íntegros. Nuestro metro debe tener 100 centímetros y no 90. La libra debe tener 16 onzas y no14, y el kilo ha de tener 1000 gramos y no 900. Y esto no se aplica solamente a las cosas materiales. Se aplica también a la vida moral. Se aplica al carácter que ha de ser completado en todo sentido.
Claro está, cabría la pregunta: ¿Podemos ser íntegros por nosotros mismos, por la fuerza de nuestra voluntad, por propia decisión? La respuesta sería un “NO” categórico. Pro podemos contar con Dios y con su fortaleza en todo momento y en toda circunstancia. El apóstol San Pablo al referirse a sí mismo, cuando le escribía a los filipenses, les dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
Cristo puede ayudarnos a hacer de la integridad algo real en nosotros. Digamos con el salmista: “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos; para que no sea yo avergonzado”(Salmo 119:80)
Bendiciones.