Hay un Salmo que me gusta mucho, es el Salmo 131. Es en este Salmo encuentro gran fortaleza. Permíteme compartirlo contigo:
Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; Ni anduve en grandezas, Ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad que me he comportado y he acallado mi alma. Como un niño destetado de su madre; Como un niño destetado está mi alma.
Este Salmo me fascina porque siento la necesidad de acallar mi alma y encontrar la paz de Dios. Quizás te suceda lo mismo. A menudo, tendemos a creer que el propósito divino en nuestra vida está relacionado con grandes cosas, pero esas cosas nunca suceden. Nos convencemos de que nuestra misión es descifrar los grandes misterios de la vida y, con ese conocimiento, iluminar a los demás. Olvidamos que el gran misterio del evangelio radica en su sencillez. No se requieren doctrinas complicadas para comprenderlo. En esencia, el evangelio es una demostración del amor de Dios hacia los seres humanos.
Todo esto me recuerda una cita del libro de Eclesiastés:
No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.
Por esta razón, el Salmo 131 es muy significativo para mí. Me invita a regresar a lo simple, a cerrar mi biblia y observar la sencillez de los niños. Me encantaría ser como uno de ellos, con una mente pura y libre de preocupaciones.
Espero que este escrito resuene contigo y te inspire a buscar la tranquilidad y la sencillez en tu propia vida. A veces, acallar nuestra alma y volver a lo básico nos permite encontrar la paz interior que tanto anhelamos.
Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; Ni anduve en grandezas, Ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad que me he comportado y he acallado mi alma. Como un niño destetado de su madre; Como un niño destetado está mi alma.
Este Salmo me fascina porque siento la necesidad de acallar mi alma y encontrar la paz de Dios. Quizás te suceda lo mismo. A menudo, tendemos a creer que el propósito divino en nuestra vida está relacionado con grandes cosas, pero esas cosas nunca suceden. Nos convencemos de que nuestra misión es descifrar los grandes misterios de la vida y, con ese conocimiento, iluminar a los demás. Olvidamos que el gran misterio del evangelio radica en su sencillez. No se requieren doctrinas complicadas para comprenderlo. En esencia, el evangelio es una demostración del amor de Dios hacia los seres humanos.
Todo esto me recuerda una cita del libro de Eclesiastés:
No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.
Por esta razón, el Salmo 131 es muy significativo para mí. Me invita a regresar a lo simple, a cerrar mi biblia y observar la sencillez de los niños. Me encantaría ser como uno de ellos, con una mente pura y libre de preocupaciones.
Espero que este escrito resuene contigo y te inspire a buscar la tranquilidad y la sencillez en tu propia vida. A veces, acallar nuestra alma y volver a lo básico nos permite encontrar la paz interior que tanto anhelamos.