¿Hay voces musulmanas contra el terror?

18 Noviembre 1998
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¿Hay voces musulmanas contra el terror?
SALMAN RUSHDIE

ientras los líderes de Al Qaeda evaden la captura, se reagrupan y vuelven a las ondas de Al Yazira para proferir amenazas y palabras de escarnio, Estados Unidos se parece cada vez más a un gigante ciego que anduviera debatiéndose inútilmente: como Polifemo, el Cíclope ciego del mito homérico, quien tenía un solo ojo, que Ulises y sus compañeros le arrancaron, y que se vio obligado a rugir de rabia impotente arrojando peñascos en la dirección en que la que sonaba la burlona voz de Ulises.
Lo que es más, Osama bin Laden, que según se dice sigue con vida, encontraría útil tal vez el relato de Ulises y Polifemo como alegoría de su propia batalla contra el Gran Satán de América.(Polifemo, al fin y al cabo, es una especie de superpoder del mal, un ser estúpido de fuerza enorme y brutal, que no respeta las leyes ni a los dioses y devora carne humana, mientras Ulises es ingenioso, taimado, escurridizo, inaprehensible y peligroso).

Pero puede que no, pues, al herir a Polifemo, Ulises despertó la cólera del padre del Cíclope, Poseidón, dios del mar, que gobernaba el sino de todos los vagabundos y fugitivos, por lo que Ulises fue condenado a no regresar a su hogar hasta que todos sus hombres se hubiesen perdido y el hogar se hubiese vuelto cualquier cosa menos hogareño.

La alegoría no nos lleva más allá, sin embargo. Dudo mucho que Bin Laden pase mucho tiempo absorto en el libro noveno de La Odisea, pero uno de los aspectos más preocupantes de nuestra más que preocupante época es en qué medida está dispuesta la ciudadanía de a pie del mundo musulmán a compartir la descripción que hace la banda de Bin Laden de Norteamérica, en particular, y de Occidente y «los judíos», en general, como algo monstruoso.

Y esto a pesar del concertado esfuerzo occidental por contrarrestar este género de demonización. En Estados Unidos desde el 11 de Septiembre, y también en una Europa alarmada por el resurgimiento de la extrema derecha, ha habido y sigue habiendo laudables esfuerzos por impedir que todos los musulmanes se vean contaminados por roce con el terrorismo.

Se está concediendo tiempo y espacio en los medios de comunicación a las voces musulmanas, voces de personas de las calles árabes, afganas, paquistaníes o cachemiras, así como de intelectuales y políticos, y están siendo escuchadas. (La decisión del periódico británico The Guardian de dedicar una semana a poner de relieve la islamofobia existente es un ejemplo reciente).

La mayoría de las voces que hemos oído tenía cosas muy duras que decir acerca de Estados Unidos, de su arrogancia, su brutalidad, su ignorancia y demás miserias.

Es difícil no percibir que incluso en las más civilizadas de estas voces hay menos pasión por la lucha contra el terrorismo que por la polémica sobre el trato injusto por parte de los cíclopes norteamericanos.

Es difícil no oír, en la general condena del individualismo occidental, sibarita, hedonista y obsesionado por el sexo, ecos más atenuados del puritanismo fanático de los extremistas islámicos. Es difícil no captar, detrás de las condenas rituales de los sufrimientos de Norteamérica a manos de los asesinos del 11 de Septiembre, una jubilosa nota de alegría en el sufrimiento ajeno. Es difícil hacer caso omiso de la admiración por el éxito de los terroristas en su empeño por romperle las narices a Estados Unidos.

Cuesta mucho también olvidar la encuesta Gallup realizada hace pocos meses en el mundo musulmán; en ella, por amplia mayoría, los encuestados negaban la responsabilidad musulmana en los atentados del 11 de Septiembre.

Algunos hemos prestado atención esperando oír algo más: la aparición de una auténtica polémica musulmana en torno a los daños que los terroristas están causando a su propio pueblo. Porque la guerra contra el terrorismo islámico sólo se ganará cuando los musulmanes de todo el mundo empiecen a darse cuenta de que el fanatismo es un mal mayor que el que creen encarnado por Estados Unidos; un mal, además, más dañino para los musulmanes de todo el mundo, más destructivo social, económica y políticamente y poseído por una visión apocalíptica de la talibanización del planeta.

Tras nueve meses en los cuales se ha insistido repetidas veces en que la mayoría de los musulmanes no son terroristas sino seres humanos normales y buenas personas, sería bueno que pudiéramos señalar el nacimiento de un movimiento internacional musulmán contra el terrorismo. Por desgracia, tal movimiento no ha surgido ni hay el menor indicio de que vaya a surgir.

Es cierto que el Gobierno de Estado Unidos ha parecido en ocasiones estar haciendo todo lo posible para justificar la comparación con el Cíclope cegado, aunque en este caso se trate de un Polifemo cuya ceguera se la ha causado él mismo en buena medida. Se ha repetido hasta la saciedad la letanía de los errores de los servicios de Inteligencia antes del 11 de Septiembre: los informes archivados, los avisos no traducidos, la pura imbecilidad del funcionariado norteamericano.

Sabemos ahora que muchos destacados bushitos se afanaron en oponerse a la asignación de recursos a las labores de Inteligencia hasta el momento mismo de los atentados. Y sabemos que, a pesar del amplio despliegue de todos los recursos del país, nadie ha sido capaz de localizar el escondrijo de su mayor enemigo.

No podemos evitar el pensar que las palabras «información» o «inteligencia» son poco apropiadas aquí; serían más exactas «desinformación» o «ininteligencia», o incluso «estupidez».

Las autoridades de Estados Unidos afirman que esta época de ceguera toca a su fin, que se han frustrado muchas conspiraciones, se han identificado muchas amenazas y se han practicado algunas detenciones (aun cuando, como en el caso del deplorable José Padilla, se haya hecho con las pruebas más endebles). El tiempo dirá quién tiene razón, si el escalofriante Suleimán Abu Ghaith de Al Qaeda o el Gobierno de Estados Unidos. Nadie confía en los resultados.

Norteamérica puede parecerse mucho en realidad a un gigante feo y atolondrado. La política estadounidense en Oriente Próximo, por ejemplo, es en la actualidad la mayor arma propagandística de los terroristas; la nueva línea dura de Bush no es precisamente la que va a cambiar eso.

Pero si es verdad que la mayoría de los más de 1.000 millones de musulmanes del mundo no quiere tener nada que ver con el terrorismo, como se nos dice constantemente, ya es hora de que sus dirigentes, sus educadores, sus medios de información y sus intelectuales dejen de crear las condiciones previas para ese terrorismo perpetuando la imagen de una Norteamérica satánica, semejante a Polifemo, a la que bien vale la pena destruir.

Salman Rushdie es escritor. Acaba de publicar en España Furia (Plaza & Janés, 2002).


Fuente: El Mundo
http://www.elmundo.es/diario/opinion/1173215.html