HACE TRES AÑOS QUE NOS DEJO JUAN PABLO II

11 Diciembre 2007
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Cuando nos vamos olvidando de los fríos del invierno y entra la primavera con sus días largos y hermosos, que nos mete entre la cuaresma y la mejoría del tiempo nos llega el mes de Abril, y con él, su día 2 de triste recuerdo para todo el orbe cristiano, por cumplirse tres años desde la desaparición de Karol Wojtyla.
Un año más se hace presente en mi memoria la figura de Juan Pablo II. Aquel hombre que llegó a ser el líder más prestigioso del mundo. El luchador incansable por conseguir la paz, la justicia social, la reconciliación de las culturas, el acercamiento de los hombres para entenderse sin tener en cuenta sus creencias ni ideologías.
El que siempre se mantuvo al lado de los débiles y de los que sufrían explotación, terror y violencia. El anciano débil y enfermo, que luchaba por conseguir que su garganta destrozada pudiera seguir transmitiendo el mensaje de amor y de paz que en su corazón sentía hacia el mundo y que dejada de existir a las 21,37 horas de aquel sábado gris del año 2.005 cuando contaba 84 años de edad.
El mundo entero de los cinco continentes lloró su muerte. Desde Europa a Australia, cientos de millones de católicos no lo habrán olvidado. Grandes líderes mundiales de todas las ideologías y religiones reconocieron la figura de Juan Pablo II, que siempre defendió la paz en el mundo.
Peregrino de Cristo por todo el mundo a través de los 102 viajes que realizó durante su papado, llevó su mensaje de paz, besando con humildad la tierra que le acogía al bajar del avión, como señal de amor.
Luchó contra el capitalismo de los países desarrollados y se mantuvo al lado de los más pobres. Fue la figura clave pidiendo la caída del muro de Berlín, porque él siempre condenó las tiranías y la explotación del hombre por el hombre, que él mismo padeció y que atentaba contra la libertad.
Acudió a la cárcel para perdonar personalmente a Alí Agca, que intentó matarle, conversando largamente con él.
Convocó un encuentro interreligioso por la paz mundial, con representantes cristianos, musulmanes y árabes y acudió a rezar frente al muro de las lamentaciones con palestinos e israelíes en su viaje a Tierra Santa. Defendió el respeto a la vida en contra de la guerra, el aborto y la eutanasia.
Y hoy al cumplirse tres años de su desaparición física, aunque su recuerdo vivirá para siempre en nuestros corazones, nos viene a la memoria el último viaje que realizó a España en el año 2.003, ya bastante fatigado, débil y necesitado de apoyo para mantenerse en pié, pero enviando con plena claridad de ideas su mensaje de amor a la juventud que masivamente se reunió con él en la base aérea de Cuatro Vientos en Madrid.
Y cantaron las miles de gargantas allí reunidas y con ellas Juan Pablo II. Cantar, les decía, por que cantar es rezar dos veces. Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de la sociedad. Trabajar por la paz y no olvidar que os he buscado; y ahora que habéis venido os doy las gracias. Los vivas y los aplausos enardecidos, interrumpían continuamente las palabras del líder de la juventud.
Al día siguiente en la madrileña Plaza de Colón volvieron aclamarle miles y miles de almas que asistieron a la canonización de cinco nuevos santos españoles, recibiendo su tal vez último mensaje directo del Pontífice: Deseo para cada uno de vosotros la paz, que solo Dios por medio de Jesucristo nos puede dar; la paz que es obra de la justicia, de la verdad, del amor y de la solidaridad. La paz que los pueblos solo gozan cuando siguen los dictados de la Ley de Dios. La paz que hace sentirse a los hombres y a los pueblos, hermanos unos con otros. Finalizando con ¡la paz esté con vosotros. Hasta siempre España, tierra de María!
Por todo ello, aquellos jóvenes que no entienden de lutos ni duelos hoy siguen cantando al amigo desaparecido con el que tan bien habían conectado, que un día partió para hacer su último largo viaje. Un viaje que todos haremos para reunirnos con él, en la casa de Padre que seguro nos esperará en los umbrales de la puerta.
Y en definitiva, después de tres años de su muerte, resulta difícil olvidar la profunda huella que nos dejó después de sus veintiséis años de pontificado, el primer Papa polaco de la historia, para millones de personas que le amaron y lo aceptaron como el Santo Padre que fue Karol Wojtyla.
En cualquier caso, posiblemente en los umbrales de su muerte, recordaría a San Francisco de Asís, que recibió a la hermana muerte con la sonrisa en los labios, porque sabía que lo llevaba a la casa del Padre. Y de este mismo modo Juan Pablo II viajero infatigable, también sonreiría sabiendo que cruzaba una puerta para emprender un nuevo viaje, como tantos otros, éste sin cámaras de radio y televisión pero caminando a través de bellas montañas y caudalosos ríos, hacía ese lugar que existe más allá de las estrellas, donde le espera El Padre, el Hijo y María a la que tanto amó y a la que siempre llevaba como compañera de viaje.
Así las cosas, uno no puede olvidar la conversación que hace tres años mantuvo con aquel viejo monje de un Monasterio enclavado en la sierra, cuando decía: Juan Pablo II, fue un hombre santo y extraordinario. Ojala que desde el cielo nos siga amando como nos amó en la tierra.