


En la soledad de una habitación oscura, Saulo de Tarso permanecía con los ojos cerrados, derribado por una luz que no destruye, sino revela. Tres días estuvo a solas con su ceguera, en un altar donde Dios desmantelaba su orgullo, conocimiento y celo religioso, preparándolo para una nueva gloria .
Cuando Ananías llegó, obedeciendo a la voz divina, le dijo:
“Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hechos 9:17).
No era solo una curación física; Saulo pasaba de ver con los ojos naturales a ver con los ojos del Espíritu.

Dios frecuentemente nos ciega antes de iluminarnos. Antes de mostrar su gloria, apaga toda la luz humana.
Así fue con Moisés en la hendidura de la peña (Éxodo 33:22), Isaías ante el trono (Isaías 6:5), y los discípulos hasta que se quitó el velo (Lucas 24:31).
La gloria de Dios no es para los autosuficientes; es para quienes, como Saulo, han sido derribados en el camino, sin argumentos ni reputación propia.
“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones para iluminación de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” — 2 Corintios 4:6
La gloria superior no son milagros visibles, sino ver a Cristo como el todo suficiente . Lo que antes brillaba se apaga ante Su presencia.
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor…” — Filipenses 3:8

Imagina una escalera en la oscuridad: cada peldaño es una verdad que solo ves cuando la fe te hace dar el paso. Muchos nunca ascienden porque temen lo invisible.
La revelación de Cristo exige caminar por fe, no por vista.
“Porque andamos por fe, no por vista”. — 2 Corintios 5:7

Cuando la luz de Cristo toca tu vida, más que abrir tus ojos, te transforma:
Saulo se levantó viendo, pero ya no miraba igual. De perseguidor a predicador, de orgulloso a siervo, de ciego a mensajero.
“Y al instante le cayeron de los ojos como escamas, y recibió la vista; y levantándose, fue bautizado.” — Hechos 9:18
Aún hoy Dios envía “Ananías” —personas, palabras, procesos— a decirnos: “Recibe la vista”.
Hay una gloria superior esperándote: ver más allá de lo visible, caminar por fe, vivir para Su presencia.

Si has estado en tinieblas, sin salida, con tus ojos espirituales nublados por el dolor o la rutina, hoy el Espíritu Santo susurra:
“Levántate, porque el Señor Jesús te ha enviado para que recibas la vista”.
Ora así conmigo:


Y cuando veas, jamás volverás a vivir igual.



- ¿Estoy viendo a Cristo o solo las sombras de mi religión y razón?
- ¿He permitido que Dios apague mis luces humanas para ver Su verdadera gloria?
- ¿Qué áreas de mi vida necesitan “caer del caballo” para abrir mis ojos espirituales?