GIGANTES CON PIES DE BARRO

Bart

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24 Enero 2001
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http://www.icp-e.org/hemeroteca/e020628wc.htm

GIGANTES CON PIES DE BARRO


No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos. Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios.' (Salmo 146:3-5).

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El año 2001 no sólo vio la caída de dos gigantes de acero y hormigón conocidos como Torres Gemelas sino que también fue testigo del derrumbe de otros dos colosos, gemelos igualmente por su parejo tamaño económico y su afinidad empresarial, y también gigantes por el desmedido tamaño de sus cuentas de resultados. Me refiero al descalabro de Enron y Arthur Andersen, compañías cuya envergadura se demuestra por ocupar Enron el séptimo lugar en la economía estadounidense, siendo su actividad principal el mundo de la energía: gas natural, electricidad y otras materias primas, y por ser catalogada A. Andersen como una de las cinco grandes firmas de consultoría y auditoría de los Estados Unidos, teniendo sucursales por todo el mundo.

La carrera de ambas corporaciones llegó a un triste final hace unos días, cuando el gran jurado del Tribunal de Texas, reunido para deliberar sobre los cargos presentados contra ambas compañías, las halló culpables de obstrucción a la justicia. Pero el escándalo que se ha cerrado ahora en los tribunales, en realidad hizo explosión en el verano-otoño de 2001. Durante los pasados 16 años Enron había sido cliente de Andersen; de hecho era su principal cliente, haciendo que esta compañía ganara miles de millones de dólares al realizarle auditorías anuales y otros trabajos similares; hasta tal punto llegó el hermanamiento entre ambas que Andersen tenía establecida oficina dentro de las oficinas de Enron. El detonante se produce el 16 de octubre de 2001 cuando el valor de las acciones de Enron se desploma ante el anuncio de pérdidas millonarias en el ejercicio de los nueves primeros meses del año y Andersen, conocedora de la puesta en marcha de una investigación por parte de las autoridades para indagar posibles violaciones a las leyes federales de seguridad, va a tratar de tapar las irregularidades cometidas por Enron, con la manipulación, ocultación y destrucción de datos informáticos y en papel con el propósito de eludir la acción investigadora.

Lo escabroso de todo este caso no han sido las chapuzas y tejemanejes de Enron, sino las de Andersen, que era la compañía auditora, es decir, la encargada de velar por la transparencia, verdad y garantía de la contabilidad de la otra empresa. De manera que Arthur Andersen, la otrora prestigiosa empresa de auditoría y consultoría, perdió, de la noche a la mañana, toda su credibilidad y, de un golpe, ha caído en la bancarrota total. Hoy, miles de empleados suyos están en las oficinas del paro, sus delegaciones se cierran y su nombre está por los suelos. ¿Quién volverá a poner su confianza en esa firma para entregarle algo tan serio como la fiabilidad de las cuentas de una institución o empresa? Todavía recuerdo, cuando yo trabajaba en el departamento de informática de una empresa española hace 20 años, el halo de prestigio que rodeaba a los empleados de Arthur Andersen que estaban entre nosotros, porque nuestra empresa había solicitado sus servicios para que auditaran la contabilidad. Aquellos yuppies de corbata y raya impecable se movían como pez en el agua en cualquier despacho o departamento: lo mismo hablaban con el Director Comercial que se codeaban con el Director General; igual tenían acceso a los documentos más generales que a los más restringidos; poseían automóviles de categoría y tiraban de VISA para hacer sus pagos. Parecían gente de otra galaxia y, desde luego, a su lado, los demás empleados y trabajadores éramos enanos. ¡Cuántas vueltas da la vida!

Hay varias lecciones que el caso Andersen nos enseña:

· Las cosas descomunales funcionan bajo los mismos principios que las insignificantes. Los viejos valores de la verdad, la transparencia y la rectitud de intención, siguen siendo tan vigentes y necesarios hoy, siglo XXI, como cuando fueron promulgados, 3.500 años atrás, en las tablas de la ley. Sirven para algo tan elemental como es una contabilidad familiar o para algo tan complejo cual son las cuentas de un Estado o de una gran multinacional.

· La naturaleza humana, no importa lo sofisticados que ahora seamos con nuestros teléfonos móviles y computadoras portátiles, sigue aquejada de los mismos graves problemas de siempre: codicia, engaño, maldad, tinieblas, etc. Por eso el evangelio, que habla de la necesidad de una regeneración espiritual y moral que sólo Dios por medio de Cristo puede darnos, sigue siendo imprescindible hoy, lo mismo que siempre. Y por eso el "evangelio" del humanismo secular con su ética relativista y su fe en las capacidades del ser humano es un fracaso total.

· El temor de Dios, en trance de desaparición en el mundo occidental, sigue siendo fuente firme de garantía en cuanto a la fidelidad y credibilidad de las personas.

· Como alguien dijo, el honor, al igual que la inocencia, es algo que se pierde una sola vez en la vida.

· En democracia todo termina saliendo a la luz, por eso es "el sistema de gobierno menos imperfecto" (Winston Churchill).

· Incluso las cuestiones más técnicas y sujetas al diagnóstico de los expertos y de los especialistas, donde los demás mortales nos sentimos perdidos, se reducen al final a conceptos como confianza, fiabilidad, fe y cosas por el estilo (¿No es eso a fin de cuentas lo que subyace en el caso Andersen?), conceptos que hasta un niño puede entender. No hace falta hacer ningún master en empresariales ni en macroeconomía para entenderlos, aunque sí hace falta carácter e integridad para ejercitarlos, pero ése es otro master que no lo puede dar ninguna institución o universidad. Es por ello que se puede ser un perfecto experto en economía (o en derecho o en sociología...) y ser, al mismo tiempo, un perfecto sinvergüenza.

· Al final, tras hacer recuento y balance, sólo hay uno que es merecedor de que pongamos nuestra plena confianza en él y es Aquel a quien se hace referencia en el texto que encabeza este artículo. Él es la Roca de los siglos y cuando las demás "rocas" se muestran tan poco sólidas ésa es una razón más para depositar nuestra confianza en él.


Wenceslao Calvo es conferenciante y pastor en Madrid

© Wenceslao Calvo
© I+CP, Madrid, 2002, Madrid (España, www.ICP-e.org)

 
¡Hola Bart!
Dime, ¿Conoces algun "gigante" que los tenga de una materia distinta?
Buena tu aportación.
Bendiciones
 
¡Hola Tobi !

Todos los gigantes tienen pies de barro, parecen indestructibles, pero acaban cayendo.

Mira los grandes imperios solo quedan sus ruinas, el imperio romano que fue el más poderoso, quiso acabarnos, y desapareció, y aquí seguimos proclamando a Cristo hasta que Él nos recoja.

Un fuerte abrazo

Bart