En una era donde el divorcio se celebra como liberación, la Palabra de Dios continúa siendo un estandarte de verdad inmutable. Muchos justifican su ruptura diciendo: “mi matrimonio fracasó”. Pero ante Dios, no existen matrimonios fracasados, sino pactos quebrantados.El Señor no ve el matrimonio como un acuerdo humano, sino como una unión espiritual sellada con Su presencia. Jesús fue claro:
> “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así.”
— Mateo 19:8
El matrimonio fue, es y seguirá siendo una institución divina destinada a reflejar la fidelidad eterna de Dios hacia Su pueblo.
EL PRINCIPIO ETERNO DEL MATRIMONIODesde el Edén, el diseño de Dios fue unidad y permanencia:
> “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
— Génesis 2:24
Jesús reafirmó este principio con autoridad:
> “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”
— Mateo 19:6
El matrimonio no es un contrato civil, sino un pacto espiritual. No se rompe con papeles, sino solo con la muerte (Romanos 7:2). Su fin no es la felicidad temporal, sino la santidad eterna.
LA DUREZA DEL CORAZÓN Y LA CONCESIÓN DE MOISÉSMoisés no autorizó el divorcio, lo toleró por la rebeldía humana:
> “Moisés, por la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres...”
— Mateo 19:8
Ezequiel 20:25 explica que Dios permitió leyes inferiores no porque fueran santas, sino para mostrar la consecuencia del pecado.
El divorcio no fue una solución divina, sino un reflejo de un corazón no transformado.
EL ADULTERIO DISFRAZADO DE NUEVO COMIENZOJesús desenmascaró la mentira del “nuevo amor” como adulterio espiritual:
> “Cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera.”
— Mateo 19:9
Pablo reforzó esta verdad sin espacio para interpretaciones humanas:
“A los casados mando, no yo, sino el Señor: que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido.”
— 1ª Corintios 7:10-11
No se trata de moral humana, sino de obediencia espiritual. Dios no reconoce “nuevos matrimonios” si el primero sigue vigente ante Él. La fidelidad no se cancela con un decreto humano, porque el pacto fue sellado delante del cielo.
DIOS JUZGA LA INFIDELIDAD DE AMBOS LADOSEl pecado no tiene género. Tanto el que repudia como el repudiado que busca otra unión son culpables ante Dios:
“Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.”
— Hebreos 13:4
Un nuevo altar no borra el altar anterior. Un nuevo anillo no borra el voto pronunciado ante Dios. La fidelidad no es un sentimiento, es una decisión sagrada.
UN LLAMADO A LA PUREZA Y A LA RESTAURACIÓNDios no llama a la condenación, sino a la santidad redentora.
> “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
— 1ª Tesalonicenses 5:23
Él puede restaurar lo que el pecado destruyó. Puede sanar corazones quebrados y hogares desechos. Pero solo cuando hay rendición total y una decisión firme de obedecer Su verdad.
El matrimonio es el reflejo terrenal del amor eterno entre Cristo y Su Iglesia.Romperlo sin causa legítima es profanar la imagen del Evangelio mismo.
> “El que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.”
— Apocalipsis 22:11
1. ¿Has tomado el matrimonio como un pacto espiritual o como un simple contrato?
2. ¿Estás justificando lo que Dios no aprueba por dureza de corazón?
3. Si Cristo no repudia a Su Iglesia, ¿por qué nosotros repudiamos tan fácilmente a quien prometimos amar “hasta que la muerte nos separe”?
La fidelidad no es una carga, sino una corona de gloria.
El que se mantiene fiel al pacto, aun en soledad o desprecio, será contado entre los que verán el rostro de Dios sin mancha.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.”
— Mateo 5:8
El matrimonio es un pacto divino, no una opción humana. Quien honra ese pacto honra a Dios.