Flor en medio del fango
Lo tenía prometido. Quería abrir una carta de una joven religiosa violada en el conflicto de los Balcanes. Es de tal envergadura el testimonio, que no caben los comentarios. Le escribe a su superiora y en esa carta se da un testimonio de amor a Dios y a sus misteriosos designios. Pido al Señor que nos conceda la audacia creyente, el amor por la vida, la fidelidad apasionada.
“Soy Lucía, una de las novicias violadas. Le escribo sobre lo que me ha acaecido a mí y a las hermanas Tatiana y Sendria. Permítame que no le dé detalles. Ha sido una experiencia atroz que no se puede comunicar más que a Dios, a cuya voluntad me entregué cuando me consagré a Él. Le escribo, Madre, no para recibir su consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías, ofendidas, y a aceptar la maternidad no deseada. Mi humillación se suma a la de las demás, y sólo puedo ya ofrecerla por la expiación de los pecados cometidos por los anónimos violadores y por la paz entre las dos etnias opuestas, aceptando la deshonra sufrida y entregándola a la piedad de Dios.
La semana pasada una joven de 18 años me dijo: “afortunada usted, que ha escogido un sitio donde la milicia no puede entrar”... Y añadió: “Usted no sabe qué es la deshonra”. Lo pensé despacio y vi que se trataba del dolor de mi gente, y casi sentí vergüenza de estar excluida de su sufrimiento. Ahora soy una de ellas, una de tantas mujeres anónimas de mi pueblo con el cuerpo destrozado y el alma saqueada. El Señor me ha admitido al misterio de la vergüenza; es más, se me ha con*cedido el privilegio de comprender hasta el fondo la fuerza diabólica del mal.
Todo ha pasado, Madre, pero ahora comienza todo. En su llamada telefónica, después de decirme palabras de consuelo, que le agradeceré toda la vida, me hizo usted una pregunta: “¿qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?” Sentí que su voz temblaba al hacerme esa pregunta que no podía ser respondida inmediatamente, no porque no haya reflexionado sobre la elección que tenía que hacer, sino porque usted no quería turbar con eventuales proyectos mis decisiones. Lo he decidido ya: Si soy madre, el niño será mío y de ningún otro. Lo podría con*fiar a otras personas pero él tiene derecho a mi amor de madre.
No se puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene necesidad de crecer allí. Realizaré mi vida religiosa, pero de otro modo. No pido nada a mi Congregación que me lo ha dado ya todo. Estoy agradecida a mis hermanas y a sus atenciones, sobre todo por no haberme molestado con peticiones indiscretas. Me iré con mi hijo. No sé a dónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino que tendré que seguir para cumplir su voluntad. Seré pobre, retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en los días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques. Haré todo lo imposible por romper la cadena de odio, que destruye nuestros países. Al hijo que espero le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo, a mi lado, de que la única grandeza que honra a la persona humana es la del perdón. Suya en Cristo, Hna. Lucía Vetruse”.
Y dice el Evangelio: si el grano de trigo cae en la tierra y muere, produce mu*cho fruto ( Jn 12,24). No sólo hay muerte, sino también vida, como la de la Hermana Lucía, tan llena de paz, de grandeza, de amor... tan llena de la misericordia y del perdón de Aquel que pagó por todos para que fuésemos felices.
Con mi afecto y bendición,
† Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
13.06.2004
Lo tenía prometido. Quería abrir una carta de una joven religiosa violada en el conflicto de los Balcanes. Es de tal envergadura el testimonio, que no caben los comentarios. Le escribe a su superiora y en esa carta se da un testimonio de amor a Dios y a sus misteriosos designios. Pido al Señor que nos conceda la audacia creyente, el amor por la vida, la fidelidad apasionada.
“Soy Lucía, una de las novicias violadas. Le escribo sobre lo que me ha acaecido a mí y a las hermanas Tatiana y Sendria. Permítame que no le dé detalles. Ha sido una experiencia atroz que no se puede comunicar más que a Dios, a cuya voluntad me entregué cuando me consagré a Él. Le escribo, Madre, no para recibir su consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías, ofendidas, y a aceptar la maternidad no deseada. Mi humillación se suma a la de las demás, y sólo puedo ya ofrecerla por la expiación de los pecados cometidos por los anónimos violadores y por la paz entre las dos etnias opuestas, aceptando la deshonra sufrida y entregándola a la piedad de Dios.
La semana pasada una joven de 18 años me dijo: “afortunada usted, que ha escogido un sitio donde la milicia no puede entrar”... Y añadió: “Usted no sabe qué es la deshonra”. Lo pensé despacio y vi que se trataba del dolor de mi gente, y casi sentí vergüenza de estar excluida de su sufrimiento. Ahora soy una de ellas, una de tantas mujeres anónimas de mi pueblo con el cuerpo destrozado y el alma saqueada. El Señor me ha admitido al misterio de la vergüenza; es más, se me ha con*cedido el privilegio de comprender hasta el fondo la fuerza diabólica del mal.
Todo ha pasado, Madre, pero ahora comienza todo. En su llamada telefónica, después de decirme palabras de consuelo, que le agradeceré toda la vida, me hizo usted una pregunta: “¿qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?” Sentí que su voz temblaba al hacerme esa pregunta que no podía ser respondida inmediatamente, no porque no haya reflexionado sobre la elección que tenía que hacer, sino porque usted no quería turbar con eventuales proyectos mis decisiones. Lo he decidido ya: Si soy madre, el niño será mío y de ningún otro. Lo podría con*fiar a otras personas pero él tiene derecho a mi amor de madre.
No se puede arrancar una planta de sus raíces. El grano que ha caído en una tierra tiene necesidad de crecer allí. Realizaré mi vida religiosa, pero de otro modo. No pido nada a mi Congregación que me lo ha dado ya todo. Estoy agradecida a mis hermanas y a sus atenciones, sobre todo por no haberme molestado con peticiones indiscretas. Me iré con mi hijo. No sé a dónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino que tendré que seguir para cumplir su voluntad. Seré pobre, retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en los días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques. Haré todo lo imposible por romper la cadena de odio, que destruye nuestros países. Al hijo que espero le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo, a mi lado, de que la única grandeza que honra a la persona humana es la del perdón. Suya en Cristo, Hna. Lucía Vetruse”.
Y dice el Evangelio: si el grano de trigo cae en la tierra y muere, produce mu*cho fruto ( Jn 12,24). No sólo hay muerte, sino también vida, como la de la Hermana Lucía, tan llena de paz, de grandeza, de amor... tan llena de la misericordia y del perdón de Aquel que pagó por todos para que fuésemos felices.
Con mi afecto y bendición,
† Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
13.06.2004