Al término de aquel año se creó un compromiso entre un joven y su entrañable amigo con un testigo de excepción: el Niño del Belén en el marco de un modesto nacimiento casero.
Fueron acuerdos meditados, sencillos, sin ambiciones desmedidas. Lograron propósitos firmes y concretos. Propósitos que se deberán cumplir dia a dia en el transcurso del año huyendo del “mañana será otro dia” y olvidando el “ayer que ya pasó.
Serás bueno, sentenciaba el amigo, con Dios, contigo mismo y con todos los que te rodean. Si te faltan fuerzas, que te faltarán, pide humildemente ayuda a Jesús tu amigo, con la confianza de que las obtendrás.
El año es largo pero procura no dejar nada para el final, porque éste llegará y te encontrarás como las esposas necias del evangelio al regreso del esposo.
Pero el año llegó a su final y al joven le quedaban muchas promesas sin cumplir. El joven pensaba y reflexionaba: ¿sabrá perdonar mi fiel amigo mi falta de amor a Dios y mi empobrecida y raquítica fe, cuando él ya partió hacia el reino prometido?
Ante el Niño del nacimiento casero, volvió el joven a renovar su compromiso para un nuevo año.
Volvió con renovadas intenciones para ofrecerle de nuevo al Niño del belén casero, un poco de lo mucho que le había prometido.
Según el recuerdo imborrable de su amigo desaparecido… sería suficiente.