LA RAZON
domingo, 8 de agosto de 2004
La periodista habla sin tapujos de su enfermedad en un nuevo libro, una
larga autoentrevista de 126 páginas que vendió medio millón de copias en
un día en Italia Arremete contra el antiamericanismo y dice que el
fascismo de hoy es el Islam
¿El título? «Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci». O lo que es lo
mismo, una de las grandes entrevistadoras de todos los tiempos interroga
a la anciana intelectual que brama contra la maldad del Islam y la
debilidad de Europa («Eurabia», según Fallaci). Es el tercer libro que
publica la escritora florentina desde que, el 11 de septiembre, saliese
de su prolongado letargo. En esta nueva obra, distribuida el viernes
junto a un periódico italiano, Fallaci arroja nuevos dardos políticos y
personales. Habla extensamente de su cáncer, que a estas alturas
considera ya irreversible («tengo la muerte encima», confiesa) y que le
obliga a darse prisa para decir todo lo que tiene que contar antes del
fatídico momento.
Ángel Villarino
Roma- Huele a testamento. El nuevo libro de Oriana Fallaci agotó medio
millón de copias el mismo día en que salió a la calle. En él, la autora
de «Un hombre solo» da gracias a su cerebro, que vive una «revolución
neuronal» que la mantiene más viva que nunca. Compara su enfermedad con
la de Occidente, aunque piensa que el cáncer cultural y político que
vivimos «es mucho más grave» que el suyo. Se presenta como una mártir de
la causa, que a estas alturas no teme ser víctima de la «quema de
brujas». Y concluye que su tumor se ha reproducido porque abandonó su
tratamiento debido a las secuelas que le dejó el 11-S. «¿Tiene miedo a
la muerte? No. Y soy muy orgullosa para decir mentiras. No, en lugar de
miedo yo siento una especie de melancolía. Me desagrada morir, sí,
porque la vida es bella, incluso cuando es fea», escribe Fallaci. La
autora de «Inshalla» vuelve a asirse a la bandera del pro-americanismo
para aventar su discurso. Dice que las imágenes de la prisión de Abu
Graib le dolieron más que cualquier otra cosa en el mundo y que a la
soldado que aparece como principal protagonista del siniestro dossier la
habría «masacrado a golpes», sin preguntarle siquiera por sus razones.
Dice que las polémicas fotos supusieron un regalo «que no podían ni
soñar los profesionales del antiamericanismo» y que sintió la tentación
de «dejar su casa de Nueva York y devolverle a Rumsfeld el permiso de
residencia permanente». Pero no lo hizo y, hecha la salvedad, la
escritora vuelve a la carga. Dedica fortísimas palabras a quienes
«utilizan un doble rasero» para juzgar los crímenes de Occidente y los
de sus antagonistas. «Nuestros medios de comunicación encuentran siempre
alguna justificación para los enemigos de Occidente», resume. El
pacifismo se lleva la reprimenda más severa. Fallaci dice que las
banderas del arco iris (símbolo del pacifismo italiano) son las mismas
banderas del colaboracionismo fascista. Carga contra una izquierda que
se viste con las galas del progresismo, pero que en sus fiestas y
conmemoraciones sustituye la Coca-Cola por la Meca-Cola, pagando así al
terrorismo palestino lo que no quiere retribuirle al Imperialismo
americano. Fallaci asegura que el Islam es la única derecha represora
que existe hoy en día en el mundo. Y cuenta que en Europa ya no pueden
hacerse diferencias entre derecha o izquierda, porque todos han acabado
en lo mismo, engañados en su propio discurso antiamericano y
autodestructivo. Como ya hiciera en sus dos anteriores libros («La rabia
y el orgullo» y «La fuerza de la razón») Fallaci lanza un «yo acuso»
contra los principales políticos del panorama internacional. Empezando
por el local, Berlusconi, de quien dice que, aún siendo un «hombre muy
inteligente», es demasiado presuntuoso. «Más presuntuoso que los
comunistas, que son los presuntuosos más presuntuosos de la Tierra». De
su premier dice además que «ha estudiado poco» y que le viene grande el
cargo de primer ministro. Arremete también contra John Kerry, al que
sólo ve un solo mérito: el de tener «un nombre con las mismas iniciales
de John Fitzgerald Kennedy». En la ventana de su apartamento de Nueva
York, «la Fallaci» ha colgado una gran bandera italiana. Cuenta que lo
hizo cuando conoció los detalles de la muerte de Quattrocchi, el rehén
italiano asesinado en Iraq, que murió gritando a sus asesinos: «Ahora
les demuestro cómo muere un italiano». Junto a la bandera patria,
confiesa, ha colocado dos pequeñas banderas de Estados Unidos, en señal
de agradecimiento por el rescate de los tres compañeros de Quattrochi.
Entre acusación y desquite, la autoentrevista acaba como empezó, con la
muerte en los talones. Fallaci asegura que una de las cosas que más odia
de los «hijos de Alá» es su apego por la muerte. Porque ella «aunque la
conoce bien, no la entiende».
domingo, 8 de agosto de 2004
La periodista habla sin tapujos de su enfermedad en un nuevo libro, una
larga autoentrevista de 126 páginas que vendió medio millón de copias en
un día en Italia Arremete contra el antiamericanismo y dice que el
fascismo de hoy es el Islam
¿El título? «Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci». O lo que es lo
mismo, una de las grandes entrevistadoras de todos los tiempos interroga
a la anciana intelectual que brama contra la maldad del Islam y la
debilidad de Europa («Eurabia», según Fallaci). Es el tercer libro que
publica la escritora florentina desde que, el 11 de septiembre, saliese
de su prolongado letargo. En esta nueva obra, distribuida el viernes
junto a un periódico italiano, Fallaci arroja nuevos dardos políticos y
personales. Habla extensamente de su cáncer, que a estas alturas
considera ya irreversible («tengo la muerte encima», confiesa) y que le
obliga a darse prisa para decir todo lo que tiene que contar antes del
fatídico momento.
Ángel Villarino
Roma- Huele a testamento. El nuevo libro de Oriana Fallaci agotó medio
millón de copias el mismo día en que salió a la calle. En él, la autora
de «Un hombre solo» da gracias a su cerebro, que vive una «revolución
neuronal» que la mantiene más viva que nunca. Compara su enfermedad con
la de Occidente, aunque piensa que el cáncer cultural y político que
vivimos «es mucho más grave» que el suyo. Se presenta como una mártir de
la causa, que a estas alturas no teme ser víctima de la «quema de
brujas». Y concluye que su tumor se ha reproducido porque abandonó su
tratamiento debido a las secuelas que le dejó el 11-S. «¿Tiene miedo a
la muerte? No. Y soy muy orgullosa para decir mentiras. No, en lugar de
miedo yo siento una especie de melancolía. Me desagrada morir, sí,
porque la vida es bella, incluso cuando es fea», escribe Fallaci. La
autora de «Inshalla» vuelve a asirse a la bandera del pro-americanismo
para aventar su discurso. Dice que las imágenes de la prisión de Abu
Graib le dolieron más que cualquier otra cosa en el mundo y que a la
soldado que aparece como principal protagonista del siniestro dossier la
habría «masacrado a golpes», sin preguntarle siquiera por sus razones.
Dice que las polémicas fotos supusieron un regalo «que no podían ni
soñar los profesionales del antiamericanismo» y que sintió la tentación
de «dejar su casa de Nueva York y devolverle a Rumsfeld el permiso de
residencia permanente». Pero no lo hizo y, hecha la salvedad, la
escritora vuelve a la carga. Dedica fortísimas palabras a quienes
«utilizan un doble rasero» para juzgar los crímenes de Occidente y los
de sus antagonistas. «Nuestros medios de comunicación encuentran siempre
alguna justificación para los enemigos de Occidente», resume. El
pacifismo se lleva la reprimenda más severa. Fallaci dice que las
banderas del arco iris (símbolo del pacifismo italiano) son las mismas
banderas del colaboracionismo fascista. Carga contra una izquierda que
se viste con las galas del progresismo, pero que en sus fiestas y
conmemoraciones sustituye la Coca-Cola por la Meca-Cola, pagando así al
terrorismo palestino lo que no quiere retribuirle al Imperialismo
americano. Fallaci asegura que el Islam es la única derecha represora
que existe hoy en día en el mundo. Y cuenta que en Europa ya no pueden
hacerse diferencias entre derecha o izquierda, porque todos han acabado
en lo mismo, engañados en su propio discurso antiamericano y
autodestructivo. Como ya hiciera en sus dos anteriores libros («La rabia
y el orgullo» y «La fuerza de la razón») Fallaci lanza un «yo acuso»
contra los principales políticos del panorama internacional. Empezando
por el local, Berlusconi, de quien dice que, aún siendo un «hombre muy
inteligente», es demasiado presuntuoso. «Más presuntuoso que los
comunistas, que son los presuntuosos más presuntuosos de la Tierra». De
su premier dice además que «ha estudiado poco» y que le viene grande el
cargo de primer ministro. Arremete también contra John Kerry, al que
sólo ve un solo mérito: el de tener «un nombre con las mismas iniciales
de John Fitzgerald Kennedy». En la ventana de su apartamento de Nueva
York, «la Fallaci» ha colgado una gran bandera italiana. Cuenta que lo
hizo cuando conoció los detalles de la muerte de Quattrocchi, el rehén
italiano asesinado en Iraq, que murió gritando a sus asesinos: «Ahora
les demuestro cómo muere un italiano». Junto a la bandera patria,
confiesa, ha colocado dos pequeñas banderas de Estados Unidos, en señal
de agradecimiento por el rescate de los tres compañeros de Quattrochi.
Entre acusación y desquite, la autoentrevista acaba como empezó, con la
muerte en los talones. Fallaci asegura que una de las cosas que más odia
de los «hijos de Alá» es su apego por la muerte. Porque ella «aunque la
conoce bien, no la entiende».