Desde 1605, el año en que se CODIFICO el proceso canónico de beatificación, el Catolicismo ha reconocido como “beatas” a 1.786 personas.
Cada uno de los “papas” habidos, no ha pasado de “beatificar” a unas cuantas decenas de muertos durante su ejercicio.
Un caso muy distinto es el del actual “sumo pontífice”, Juan Pablo II, quien en sus veinte años de “papado” ha proclamado (decretado) ya alrededor de mil beatos.
(“Beato” es una categoría o título otorgado por el papa a los candidatos en lista de espera para ser subidos en estatua a los altares).
Durante su último viaje a Polonia, el papa proclamó beatos a 108 “monjas”, religiosos y laicos de su tierra.
Mucho más de la mitad de los beatos nominados por el catolicismo en su historia, han sido beatificados por Karol Wojtiyla (Juan Pablo II).
En cuanto a los “Santos” por decreto, tampoco se queda atrás el pontífice actual en su afán, pues ha “canonizado” más de 300.
Mientras el anterior, solo entronizó en los altares a 61.
Asistimos, pues, a una EXPLOSION DEMOGRÁFICA DE BEATOS Y SANTOS.
Pero, dentro de la misma institución católico-romana, también hay críticos de tanta prisa santificadora, y estos piensan que semejante fiebre conduce a una “banalización de la santidad”.
Entre los “santos” o “beatos” exaltados por Wojtyla hay algunos particularmente polémicos.
Los cristianos evangélicos no han podido tragarse la canonización de Jan SarKander, un sacerdote que contribuyó a la recatolización a la fuerza (incluso con torturas) de muchos evangélicos checos (no es nada extraño a la habitual historia de siglos en el catolicismo).
Los judíos no recibieron bien la santificación de Edith Stein, porque su martirio en Auschwitz no se debió a su creencia católica, sino a su origen hebreo.
Que Juan XXIII no haya sido declarado beato todavía, y en cambio el fundador del OPUS DEI (José María Escribá de Balaguer y Albás) ya lo sea, ha suscitado la sospecha de que para subir a los altares ayuden y sirvan como acelerador el poder, las influencias y la capacidad económica de las congregaciones que auspician el proceso.
La religión católica ha regresado a las raíces mágicas e irracionales de la manifestación o invocación de muertos.
Parece que los prodigios post-mortem tienen más peso que las acciones concretas realizadas en vida, para el proceso de beatificación o santificación.
El caso de la “madre” Teresa de Calcuta, merece un capítulo aparte, próximo.
(Apartes del artículo titulado “Noticia sobre los santos” de Hector Abad Faccio-Lince)
Andrés Felipe.
Cada uno de los “papas” habidos, no ha pasado de “beatificar” a unas cuantas decenas de muertos durante su ejercicio.
Un caso muy distinto es el del actual “sumo pontífice”, Juan Pablo II, quien en sus veinte años de “papado” ha proclamado (decretado) ya alrededor de mil beatos.
(“Beato” es una categoría o título otorgado por el papa a los candidatos en lista de espera para ser subidos en estatua a los altares).
Durante su último viaje a Polonia, el papa proclamó beatos a 108 “monjas”, religiosos y laicos de su tierra.
Mucho más de la mitad de los beatos nominados por el catolicismo en su historia, han sido beatificados por Karol Wojtiyla (Juan Pablo II).
En cuanto a los “Santos” por decreto, tampoco se queda atrás el pontífice actual en su afán, pues ha “canonizado” más de 300.
Mientras el anterior, solo entronizó en los altares a 61.
Asistimos, pues, a una EXPLOSION DEMOGRÁFICA DE BEATOS Y SANTOS.
Pero, dentro de la misma institución católico-romana, también hay críticos de tanta prisa santificadora, y estos piensan que semejante fiebre conduce a una “banalización de la santidad”.
Entre los “santos” o “beatos” exaltados por Wojtyla hay algunos particularmente polémicos.
Los cristianos evangélicos no han podido tragarse la canonización de Jan SarKander, un sacerdote que contribuyó a la recatolización a la fuerza (incluso con torturas) de muchos evangélicos checos (no es nada extraño a la habitual historia de siglos en el catolicismo).
Los judíos no recibieron bien la santificación de Edith Stein, porque su martirio en Auschwitz no se debió a su creencia católica, sino a su origen hebreo.
Que Juan XXIII no haya sido declarado beato todavía, y en cambio el fundador del OPUS DEI (José María Escribá de Balaguer y Albás) ya lo sea, ha suscitado la sospecha de que para subir a los altares ayuden y sirvan como acelerador el poder, las influencias y la capacidad económica de las congregaciones que auspician el proceso.
La religión católica ha regresado a las raíces mágicas e irracionales de la manifestación o invocación de muertos.
Parece que los prodigios post-mortem tienen más peso que las acciones concretas realizadas en vida, para el proceso de beatificación o santificación.
El caso de la “madre” Teresa de Calcuta, merece un capítulo aparte, próximo.
(Apartes del artículo titulado “Noticia sobre los santos” de Hector Abad Faccio-Lince)
Andrés Felipe.