Sobrevivir a la muerte del cuerpo físico no es ninguna proeza, sino lo más natural, pues ahora mismo somos espíritus, aunque todavía vestidos de carne, y cuando dejamos atrás el cuerpo de carne seguimos siendo exactamente los mismos espíritus que ahora somos, con las mismas cuitas, deseos, carencias, virtudes, amores, repulsas, recuerdos, consciencia y visión.
Sobrevivir a la muerte del cuerpo físico no es ninguna "resurrección". Es sólo surgir del envase que nos alojaba. Y en el mundo de los espíritus existen las mismas categorías y tipos de personas que existen en la tierra, la misma ignorancia, la misma visión, idénticos horizontes y perspectivas.
En definitiva, nada de lo esencial del ser humano cambia en lo más mínimo por el hecho de que termine su existencia en la carne. ¿Qué entonces podemos esperar hallar "al otro lado"? Los mismos seres humanos, ahora espíritus, pero iguales que quienes fueron aquí en la tierra (y no diré "en vida" porque malamente podemos hablar de "vida" en quienes ni siquiera han tenido a lo largo de su existencia en la tierra una docena de pensamientos dedicados a lo que pueda haber "más allá").
No son pocos los espíritus que recién entran al más allá se quedan 'atascados' en lo que usualmente se conoce como el plano astral, que no es sino una réplica de la vida terrenal, aunque, por supuesto, con sustanciales diferencias. Siguen teniendo deseos mundanos, deseos que les anclan a las múltiples y variopintas obsesiones o preocupaciones que llenaban sus mentes cuando aún tenían un cuerpo de carne. Y allí donde estén puestos sus deseos, allí va su corazón, y allí moran ellos.
La vida en espíritu es muchísimo más compleja de lo que solemos creer. Y una Ley opera por sobre todas: la Ley de Afinidad. Lo pesado va a lo pesado; lo liviano va a lo liviano. No es como aquí, que un quasi-animal puede ser vecino de una persona que ora a Dios a diario. Allá los afines se congregan y habitan los lugares que corresponden a su naturaleza, perfecta y totalmente separados de otros lugares. El efecto de la Ley de Afinidad es semejante al que se da en la decantación, cuando disolvemos en agua un puñado de lodo: la arenilla va al fondo, la arcilla va más arriba, por capas de densidad, y en la capa superior sólo queda lo más fino y delicado...