Estaba experimentando el abrazo de Jesús ...
por Marcos Zavaleta (pastor evangélico)
ex- Sacerdote Católico Romano
Nací en el Estado de Guanajuato - México en 1956, en medio de una familia muy religiosa y llena de dinero. Desde muy pequeño me gustó siempre acudir a la Iglesia, ya sea a Misa, Rosario o al Catecismo. Conforme fui creciendo fui acólito (monaguillo), vanguardista y también formé parte de la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana).
En mi casa había una pequeña capilla donde los viernes a las 5:00 p.m. se decía Misa para la familia y después se rezaba un Rosario, al cual acudían varias familias, para que posteriormente se charlara entre todas las visitas. Eran para mi días muy especiales.
Cuando terminé mi educación secundaria le pedí a mi madre que me permitiera estudiar en el Seminario, ya que quería ser Sacerdote. Ella me apoyó en todo, ya que su ilusión más grande era que uno de sus hijos fuera Sacerdote. Fue así como ingresé al Seminario Jesuita menor de Querétaro y posteriormente pasé al Seminario Mayor de esta misma organización religiosa.
En 1978 fue cuando me ordené Sacerdote, lo cual trajo una gran alegría en mi familia, especialmente en mi madre. Debo señalar que mis padres se separaron cuando yo era aún muy pequeño de edad. En el Seminario siempre fui el alumno más sobresaliente en mis calificaciones y en toda actividad religiosa; realmente estaba seguro de mi vocación y de mi creencia doctrinal.
Al ser ordenado recuerdo cuando mi madre besó mis pies aún descalzos y llorando pidió a mis hermanos que se arrodillaran para que yo les diera la bendición sacerdotal. Y fue ahí donde mi madre le comunicó a mis hermanos que desde ese tiempo en adelante y para siempre, ahora era yo el jefe de la familia. Para mi fue algo inesperado, pero a la vez fue algo sensacional, que siendo yo el menor de la familia ahora tenía el privilegio de ser el mayor. Todo iba muy bien en mi vida. Se me asignó una Iglesia muy cerca del Obispo de Querétaro y también se me pidió que terminara mis estudios de Administración en la Universidad Metropolitana de la Ciudad de México. Fueron para mí unos años de mucho trabajo, pero a la vez sentía que Dios, y María Su madre, me había escogido para algo muy especial. Mi meta era ser Obispo y sabía que se me estaban dando todos los medios para lograrlo.
Al terminar mis estudios fui asignado como Ecónomo auxiliar de la Diócesis de Tacámbaro Michoacán. De ahí salí a los Estados Unidos a obtener una Maestría en Economía en la ciudad de Los Ángeles donde se me asignó a la Parroquia de la Resurrección. Al finalizar mis estudios se me asignó el Economato de la Diócesis de Morelia, (una de las más importantes) y dos años después fui nombrado Ecónomo General de la Arquidiócesis. Mi sueño de ser Obispo se estaba acercando a pasos acelerados. Pero en uno de mis viajes a Los Ángeles conocí el Movimiento Carismático y me gustó bastante y empecé a reflexionar acerca de mi posición, no para con la Iglesia sino para con Cristo, dándome cuenta de que aún siendo sacerdote estaba muy alejado de Dios.
Fue un tiempo en el que muchas veces pensaba que me estaba volviendo loco, pues al mismo tiempo de que me gustaba ser sacerdote, había algo que me disgustaba. Y fue así cuando un sábado, estando en la ciudad de México preparando una reunión de ecónomos de México y estando paseando por uno de los parques más hermosos de esta ciudad como es el Parque de la Alameda Central, cuando una pequeñita se me acercó y me preguntó que si ya conocía a Cristo. Para mi sorpresa, me dió un pequeño papelito -o sea un folleto- con el plan de salvación. Le pedí a esta niña que me dejara solo y lo hizo, pero minutos después regresó con su mamá y ella me testificó de lo que Cristo había hecho en su vida. Fue para mi tan impactante lo que esta mujer me hablaba, que decidí acompañarla a un culto de su Iglesia. Claro que momento después estaba arrepentido de mi decisión, pero seguí adelante por educación.
Al llegar a la pequeña Iglesia me sentí muy avergonzado pro haber tomado esta decisión, pero a la vez la curiosidad me ganó, y seguí en el culto. Esa noche el pastor hizo una invitación a aceptar a Jesucristo como Salvador y no hice caso, pero también habló de que al día siguiente habría un evento de algo que ellos llaman "Escuela Dominical", y al tener curiosidad (no cabe duda que tiene razón el dicho que dice que la curiosidad mató al gato) acudí a esta reunión y me agradó a tal grado que me dije a mi mismo que si la Iglesia Católica enseñara de esta manera, no habría sectas. Que risa me da ahora recordar este momento... -"bueno si ya había ido dos veces... que más daba ir una tercera vez, al culto del domingo por la tarde...". Me encontraba hospedado en uno de los mejores hoteles de la ciudad de México, y mientras comía y tomaba una copa de buen tequila, decidí ir a este culto que comenzaba a las 3:00 p.m. y así lo hice.
En este culto escuché la mejor predicación sobre salvación que he escuchado (se trataba de mi salvación) y cuando el pastor hizo el llamado al altar para aceptar a Cristo fui el primero en pasar -y el único-. Al hacer la oración algo pasó dentro de mí. Empecé a sentir un gran amor, y a la vez me sentía como si no estuviera en la tierra. Recuerdo que el pastor oró por mí e impuso sus manos sobre mi cabeza, y en ese momento caí al suelo como desmayado y empecé a llorar como nunca antes había llorado. Pasaron tres horas para que yo pudiera levantarme de ese pequeño gran altar, y cuando lo hice no había nadie en la Iglesia, solo mi pastor Moisés, que se encontraba leyendo la Biblia. Al levantarse me abrazó y comencé a llorar una vez más, pero ahora era de júbilo ya que no estaba experimentando el abrazo de un hombre sino el abrazo de Jesús.
Meses después de esta experiencia tuve que renunciar a la Iglesia Romana, no sin antes haber pasado por un proceso espiritual con el Señor muy fuerte. La Iglesia, al saber mis motivos de separación, me llevó a un juicio doctrinal, de donde se me mandó a hacer penitencia corporal en el convento de los Carmelitas Descalzos, en donde duré dos días latigando mi cuerpo. Fue donde escuché la voz de Cristo que me decía que la única sangre que lava todo pecado es la sangre que Él derramó por nosotros en la Cruz del Calvario. Así que tomé la decisión de salir de aquél lugar, cosa que logré usando la fuerza y salí huyendo de ahí para nunca regresar.,
Fue triste para mí el no ser recibido por mi madre y por mis familiares. Todos me cerraron las puertas. Como pude fui a buscar a mi pastor Moisés y él me recibió con los brazos abiertos, curó mis heridas, me alimentó y me dió hospedaje. Tiempo después regresé a mi casa, donde fui recibido por mi madre. Ella pensó que regresaba a la Iglesia Romana, más yo le hablaba de mi decisión de seguir a un Cristo Vivo, a mi Salvador, a Mi Rey y Señor. Mi intención era de que mi madre aceptara a Cristo, mas cuando ella comprendió que le hablaba de la Iglesia que ella llama protestante y hereje, se sintió muy ofendida y por primera vez sentí en mi cara su mano, no para acariciarme sino para abofetearme, cosa que siguió haciendo por varios minutos. Se había apoderado de ella un espíritu de muerte, de pecado, ya que mientras me golpeaba ella profería maldiciones en contra mía y me decía que se arrepentía de haberme dado la vida, y me maldecía continuamente. Sangre empezó a brotar de mis labios y de mi nariz, así que decidí salir de la casa con paso apresurado, creyendo que de esta manera, el castigo terminaría. No me importaba tanto el físico, pero el castigo moral que estaba recibiendo era ya insoportable para mí.
Pero el castigo no terminó sino que mi madre salió también a la calle y frente a varios vecinos y curiosos ella seguía golpeándome. En esos momentos quise tirar mi Biblia que llevaba apretada a mi pecho con mis dos manos, y arrodillarme delante de mi madre y pedirle perdón por el dolor que estaba causándole, más una vez más volví a escuchar la voz de Dios que me decía que si amaba más a mi madre o mis hermanos que a Él no era digno de Él. Así que no me quedó más remedio que huir de aquél lugar y nunca más volví a ver a mi madre. Ocho meses después ella falleció y me causó muy grande dolor, ya que mi familia se opuso a que fuera a ver su cuerpo. Para ese entonces ya me encontraba radicando en la ciudad de Tijuana (Baja California), frontera con U.S.A., ya que empecé a ser muy hostigado y perseguido por los medios y personas que usa la Iglesia de Roma para personas como yo.
Más grande fue mi consuelo que algunas personas allegadas a mi familia me confiaron que en los postreros días de mi madre y durante su convalecencia ella se negó a recibir la visita de Sacerdotes y Obispos, diciendo que comprendía el gran error que había cometido y que no necesitaba ningún rezo de hombre, ni ninguna confesión hecha de hombre, que se sentía tranquila porque ahora amaba al Cristo que su hijo servía. Dios había cumplido su promesa que dice CREE EN EL SEÑOR JESUCRISTO Y SERÁS SALVO TÚ Y TU CASA.
Si bien aún hay ocasiones en que sufro ataques que atentan contra mi integridad física y moral, estos han disminuido bastante. Me encuentro sirviendo a Dios en este país que tanto amo y ahora me encuentro en el Estado que me vio nacer es decir Guanajuato, a donde el Señor me ha traído con el compromiso de predicar su Santa Palabra a los cuatro vientos.
El Señor me ha dado visión del Gran Derramamiento del Espíritu Santo que viene sobre este Estado y sobre este país, es tiempo de la Libertad para México!!!
Ruego a Dios que este testimonio sirva para que almas se acerquen a Cristo, pues EL ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, Y NADIE LLEGA AL PADRE SI NO ES POR EL. Ruego también a Dios que este testimonio sirva para que mis hermanos que se sientan débiles se afiancen en la Fe.
Dios les bendiga a todos y este es mi correo
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pastor Marcos Zabaleta
Fuente: http://www.conocereislaverdad.org/testi_Marcos.htm