Pero ¿y si no eran enemigos? ¿Y si la propia Biblia derribara nuestras trincheras ideológicas y nos obligará a replantearlo todo?
La tensión es real:
- Algunos predicadores denuncian la pobreza, el racismo, la corrupción y las injusticias estructurales.
- Otros insisten en que la misión principal de la Iglesia es el alma, no la sociedad.
¿Es la justicia social una desviación cultural o una expresión inevitable del Evangelio?
“El Evangelio es espiritual, no político”.
Quienes sostienen esta visión citan palabras de Jesús ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Temen que la Iglesia se diluya en activismo y pierda su centro: la salvación del alma. Aseguran que Jesús transformó individuos, no sistemas, y que su interés era el corazón, no la estructura social.
Pero ¿es realmente tan sencillo?
“La justicia social es parte del ADN bíblico”.
Estos cristianos afirman que ignorar la injusticia contradice el carácter de Dios.
Isaías 1:17 ordena: aprender a hacer el bien, buscar la justicia, defensor al agraviado, al huérfano ya la viuda; no es metáfora, es mandato de adoración genuina.
Miqueas 6:8 resume el corazón de Dios: hacer justicia, amar misericordia y caminar humildemente con Él. Esto fue escrito siglos antes de cualquier “agenda moderna”.
Santiago 2:14–17 destruye cualquier fe cómoda: una fe que no suple necesidades reales, concretas y materiales es declarada muerta.
“Cuando la Iglesia calla ante la injusticia, deja de ser luz.”
- La iglesia primitiva rescataba huérfanos abandonados en los basureros del mundo romano.
- Cristianos comprometidos impulsaron la abolición de la esclavitud en distintos continentes.
- Movimientos como el de Martin Luther King Jr. nacieron desde el púlpito, no desde el activismo secular.
“Compasión sí, pero sin soltar la fidelidad bíblica”.
Aquí está el desafío: no todo lo que hoy se vende como “justicia social” es bíblico. Hay ideologías que sustituyen a Dios por el Estado, la identidad o la lucha de poder.
El Evangelio exige justicia, pero no cualquier justicia, sino la que nace de un corazón transformado por Cristo.
Jesús no fue un revolucionario político, pero sí un revolucionario moral: sin tomar armas derribó muros con el amor y la dignidad que otorgó a marginados, mujeres, enfermos, extranjeros, pobres y pecadores.
En 1853, un joven cristiano entró en una plantación de esclavos en Virginia. Al ver a hombres y mujeres encadenados, exclamó:
“Si el Evangelio no me hace levantar la voz por esto, no sé qué Evangelio estoy creyendo”.
Ese joven era William Wilberforce, cuya obediencia a Cristo inspiró la lucha que desembocó en la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico.
Eso no fue activismo de moda. Fue obediencia antigua a un Dios justo.
¿con quién crees que se sentaría primero: con los poderosos instalados en su comodidad, o con los olvidados que nadie ve?