Artículo publicado el 16 de septiembre del 2004 en La Razón
Vida que no es
Aleix Vidal-Quadras
La eutanasia ha ocupado el primer plano del debate público en España durante las últimas semanas a raíz del estreno de la película de Alejandro Amenábar «Mar adentro» y de su éxito en el Festival de Venecia. Aunque el problema ético suscitado por la ayuda a quitarse la vida a quien no puede físicamente suicidarse y desea dejar este mundo suele asociarse al de la interrupción voluntaria del embarazo, se trata de dos cuestiones manifiestamente diferentes. En el aborto, el ser al que se elimina carece de capacidad de decisión, es más, no es consciente de su propia existencia porque su inteligencia autoperceptiva todavía no ha aparecido. En otras palabras, la madre que decide privar de la vida a su hijo aún no nacido sustituye la voluntad futura de éste y se la apropia, dado que el feto no posee aún voluntad alguna. Estamos, por tanto, ante un acto irreversiblemente agresivo cuyo destinatario es un ser humano absolutamente pasivo y, en este aspecto, completamente indefenso. Y es esta total vulnerabilidad de la víctima la que le presta al aborto una connotación especialmente repugnante y la que, de forma previa a consideraciones morales o biológicas más sofisticadas, provoca un rechazo instintivo en cualquier persona dotada de una mínima sensibilidad.
Otra situación muy diferente se presenta cuando un enfermo que experimenta insoportables sufrimientos hasta el punto de que su existencia se ha transformado en una carga insufrible, pero cuyo estado le impide poner fin a sus días, solicita, en pleno dominio de sus facultades mentales, que alguien muy allegado o merecedor de su confianza le administre una dosis letal que le libere por fin del infierno en el que transcurre su paso por la tierra. Aquí el enfoque cambia, porque un adulto no sometido a coacción y dotado de poder cognitivo y analítico tiene derecho, en principio, a adoptar medidas que considera conducentes a su bien individual si al hacerlo no causa daño a los demás. La reducción de aborto y eutanasia a dos aspectos de un mismo dilema ético susceptibles de ser tratados con una base conceptual y normativa común, equivale a ignorar la realidad profunda de estas tragedias. La última obra de Amenábar refleja perfectamente la lenta e inexorable disolución de las ganas de vivir del protagonista, al que el tiempo va aproximando de manera continua a la certeza de que su felicidad estriba en la aniquilación de su conciencia, dado que su inmovilidad forzosa y perpetua le ha cerrado cualquier horizonte posible.
Si la legislación ha de concordarse con la verdadera naturaleza de los supuestos que contempla, caben pocas dudas de que un abordaje simplista y unitario de ciertos temas dificulta su adecuada regulación. Así, la clara distinción entre la vida que será y la vida que no es tal se convierte en un elemento indispensable a la hora de bordear los límites de nuestra condición humana.
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Ciertamente no es lo mismo suicidarse que matar a un ser inocente. Hasta ahí llegamos, señor Vidal Quadras. Ahora bien, yo le pregunto: ¿usted cree que la legislación debe facilitar el suicidio? Porque la eutanasia no es ni más ni menos que el suicidio asistido. En los suicidios normales, la persona se tira al tren, al metro o del acueducto de Segovia, mientras que en la eutanasia el papel del tren y del acueducto lo hacen la/s persona/s que ayudan al suicida a conseguir su objetivo.
Usted llama "vida que no es tal" a lo que sí es vida. Diferente ciertamente de la vida del que no está enfermo, pero vida. Todo suicida quiere quitarse de en medio precisamente porque piensa que su vida no merece la pena. Lo mismo da que esté en una cama sin poder moverse o que esté desolado porque la novia le ha dejado por otro. Pero a nadie se le ocurre que el Estado facilite las cosas a los suicidas instalando "suicidaderos" para que al menos se maten sin hacer daño a los demás. La legislación en favor de la eutanasia es eso: un "suicidadero". En vez de poner todos los medios para ayudar a la persona a querer vivir, se la ayuda a matarse.
No, no es la ley del aborto, pero lo que subyace detrás es el mismo espíritu: el espíritu de la muerte.
Luis Fernando Pérez
Vida que no es
Aleix Vidal-Quadras
La eutanasia ha ocupado el primer plano del debate público en España durante las últimas semanas a raíz del estreno de la película de Alejandro Amenábar «Mar adentro» y de su éxito en el Festival de Venecia. Aunque el problema ético suscitado por la ayuda a quitarse la vida a quien no puede físicamente suicidarse y desea dejar este mundo suele asociarse al de la interrupción voluntaria del embarazo, se trata de dos cuestiones manifiestamente diferentes. En el aborto, el ser al que se elimina carece de capacidad de decisión, es más, no es consciente de su propia existencia porque su inteligencia autoperceptiva todavía no ha aparecido. En otras palabras, la madre que decide privar de la vida a su hijo aún no nacido sustituye la voluntad futura de éste y se la apropia, dado que el feto no posee aún voluntad alguna. Estamos, por tanto, ante un acto irreversiblemente agresivo cuyo destinatario es un ser humano absolutamente pasivo y, en este aspecto, completamente indefenso. Y es esta total vulnerabilidad de la víctima la que le presta al aborto una connotación especialmente repugnante y la que, de forma previa a consideraciones morales o biológicas más sofisticadas, provoca un rechazo instintivo en cualquier persona dotada de una mínima sensibilidad.
Otra situación muy diferente se presenta cuando un enfermo que experimenta insoportables sufrimientos hasta el punto de que su existencia se ha transformado en una carga insufrible, pero cuyo estado le impide poner fin a sus días, solicita, en pleno dominio de sus facultades mentales, que alguien muy allegado o merecedor de su confianza le administre una dosis letal que le libere por fin del infierno en el que transcurre su paso por la tierra. Aquí el enfoque cambia, porque un adulto no sometido a coacción y dotado de poder cognitivo y analítico tiene derecho, en principio, a adoptar medidas que considera conducentes a su bien individual si al hacerlo no causa daño a los demás. La reducción de aborto y eutanasia a dos aspectos de un mismo dilema ético susceptibles de ser tratados con una base conceptual y normativa común, equivale a ignorar la realidad profunda de estas tragedias. La última obra de Amenábar refleja perfectamente la lenta e inexorable disolución de las ganas de vivir del protagonista, al que el tiempo va aproximando de manera continua a la certeza de que su felicidad estriba en la aniquilación de su conciencia, dado que su inmovilidad forzosa y perpetua le ha cerrado cualquier horizonte posible.
Si la legislación ha de concordarse con la verdadera naturaleza de los supuestos que contempla, caben pocas dudas de que un abordaje simplista y unitario de ciertos temas dificulta su adecuada regulación. Así, la clara distinción entre la vida que será y la vida que no es tal se convierte en un elemento indispensable a la hora de bordear los límites de nuestra condición humana.
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Ciertamente no es lo mismo suicidarse que matar a un ser inocente. Hasta ahí llegamos, señor Vidal Quadras. Ahora bien, yo le pregunto: ¿usted cree que la legislación debe facilitar el suicidio? Porque la eutanasia no es ni más ni menos que el suicidio asistido. En los suicidios normales, la persona se tira al tren, al metro o del acueducto de Segovia, mientras que en la eutanasia el papel del tren y del acueducto lo hacen la/s persona/s que ayudan al suicida a conseguir su objetivo.
Usted llama "vida que no es tal" a lo que sí es vida. Diferente ciertamente de la vida del que no está enfermo, pero vida. Todo suicida quiere quitarse de en medio precisamente porque piensa que su vida no merece la pena. Lo mismo da que esté en una cama sin poder moverse o que esté desolado porque la novia le ha dejado por otro. Pero a nadie se le ocurre que el Estado facilite las cosas a los suicidas instalando "suicidaderos" para que al menos se maten sin hacer daño a los demás. La legislación en favor de la eutanasia es eso: un "suicidadero". En vez de poner todos los medios para ayudar a la persona a querer vivir, se la ayuda a matarse.
No, no es la ley del aborto, pero lo que subyace detrás es el mismo espíritu: el espíritu de la muerte.
Luis Fernando Pérez