ESOS VENERABLES ANCIANOS

11 Diciembre 2007
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Uno de esos agradables días soleados que a veces nos proporciona el invierno, en compañía de mi esposa Ana y de mi nieto Víctor, nos acercamos al parque cercano a casa para que el niño disfrutara con sus juegos y nosotros de su grata compañía.

Sentados en un banco, observé que frente al nuestro se encontraba una pareja de ancianos. Apenas llamaban la atención de las personas que por allí pasaban, quizás pensando que serían uno de esos tantos viejos matrimonios que acuden al parque para abandonar en cierto modo la soledad en la que conviven.

Unos jóvenes deportistas que pasan delante de ellos, les miran, les saludan y riéndose se escucha un comentario nada respetuoso mientras corren velozmente… están en las últimas esos pobres viejos.

Ante la deplorable actitud de esos jóvenes, uno piensa que sentados en ese banco sin que apenas nadie note su presencia, existen dos seres que con miradas ausentes y en silencio, son portadores de hermosos mensajes cuajados de recuerdos convividos en días memorables, sin importarles que ahora el mundo pase cerca de ellos sin entender su soledad.
Y cuando va cayendo la tarde y ambos se levantan con esfuerzo del banco, cada uno intenta sostener al otro en su andar vacilante, formando una unidad indisoluble fruto de los largos años que llevan unidos en amada y feliz compañía.

Para mí, la imagen de estos venerables ancianos me trae a la memoria aquellos tiempos pasados de mi juventud, cuando en mi pequeña ciudad observaba a los viejecitos que se reunían en el domicilio de alguno de ellos o en cualquier cafetería para jugar esas largas partidas de baraja con las que tanto disfrutaban, a veces amenizadas por las pesadas toses que sufrían, posiblemente motivadas por el excesivo consumo de tabaco que tanto esfuerzo les suponía abandonar.

En cualquier caso, siempre recordaré a todos aquellos ancianos que nos ofrecían verdaderos semblantes de bondad impregnados en unos rostros que reflejaban una enorme alegría, a pesar de que en su mundo se habían encontraba esclavizados por un trabajo agotador que les premiaba con una vejez tranquila y con la satisfacción de contemplar crecer a sus hijos y nietos.

Ahora, los tiempos han cambiado y la jubilación llega en edades más tempranas. Muchos de ellos ofrecen aspectos más saludables que les permite vistiendo ropa deportiva, realizar ejercicios físicos en gimnasios o andar largas caminatas, lógicamente cada uno por supuesto según su condición física, para sacarle a su futura vida todo el jugo posible.

En definitiva, este modesto artículo desea rendir un homenaje de amor hacia esos jubilados de “cuarta o quinta edad” que sentados en el banco de cualquier parque, reciben los ingratos comentarios de algunos jóvenes que pasan frente a ellos.

Y por supuesto lamentar que existan personas que miren a los ancianos sin tener en cuenta que podrán sufrir decadencia física e intelectual pero ofrecen una gran riqueza humana que les permite una vez jubilados, ser especialmente útiles a la sociedad.
Buena prueba de ello sería solicitar la opinión de sus propios hijos y nietos, principales benefactores, de que el envejecimiento de sus abuelos es saludable activo y generoso.

Así las cosas y atendiendo a una humanidad razonable, lo ideal sería pedir a Dios para que todos aquellos que generosamente nos dieron la vida sin regatear esfuerzos, no se encuentren solos en ningún momento, aunque sea sentados en un banco del parque o jugando una partida de cartas acompañada de sus molestas toses.