ESOS VENERABLES ANCIANOS

11 Diciembre 2007
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Uno de esos agradables días soleados de otoño, estación sedante y suave que nos ofrece un dorado sol y te invita a pasear sin sentir los rigores del tórrido verano ni los terribles fríos del invierno, en compañía de mi esposa Ana y de mi nieto Alejandro, nos acercamos al parque cercano a casa para que el niño disfrutara con sus juegos y nosotros de su grata compañía.
Sentados en un banco, observé que frente al nuestro se encontraba una pareja de ancianos. Apenas llamaban la atención de las personas que por allí pasaban, quizás pensando que serían uno de esos tantos viejos matrimonios, que ya nada esperan, conviviendo en una rutina forzosa y aburriéndose resignados.
Unos jóvenes deportistas que pasan delante de ellos, les miran, les saludan y riendo, se escucha el comentario nada respetuoso, mientras corren velozmente ¡están en las últimas estos pobres viejos¡
Sin embargo, yo pienso, que sentados en ese banco sin que apenas nadie note su presencia, con sus miradas ausentes y en silencio, están llenos de bonitos mensajes y cuajados de recuerdos convividos en días memorables, sin importarles que ahora el mundo pase sin comprender su acariciada soledad.
Y cuando va cayendo la tarde y ambos se levantan con esfuerzo, cada uno sostiene al otro en su andar vacilante, formando una unidad indisoluble fruto de los largos años que llevan unidos en amada y feliz compañía.
Por todo esto, la imagen de esos venerables ancianos, me trae a mi memoria aquellos tiempos pasados de mi juventud, cuando en mi pequeña Ciudad, observaba a los viejecitos que se reunían en la casa de alguno de ellos o en cualquier bar, para jugar esas largas partidas de cartas, con las que tanto disfrutaban aunque a veces fueran amenizadas por las pesadas toses que sufrían, quizás motivadas por el excesivo consumo de tabaco, que tanto trabajo les costaba abandonar.
Y por ello, siempre recordaré a todos aquellos que ofrecían semblantes de bondad impregnados en unos rostros que reflejaban una enorme alegría. Su mundo esclavo por un trabajo agotador, les había premiado con una vejez tranquila, aunque su economía fuera escasa, pero llenos de felicidad contemplando crecer a su hijos y nietos y viviendo hasta el final de sus días en sus modestas casas y durmiendo en la misma cama que siempre había compartido con su esposa y en la que posiblemente habrían nacido sus hijos.
Ahora y como contraste con este otro mundo actual, en las grandes ciudades, algunos ancianos se encuentran como perdidos, buscando ese bar o sea casa familiar, donde puedan reunirse para jugar su partida de cartas, ya que por ser ellos de la cuarta, de la quinta o de la sexta edad, no pueden como los llamados de la “tercera” que han sido jubilados más jóvenes, participar de esos viajes económicos y financiados por el Imserso.
Y claro, es totalmente normal que éstos, debido a su menor edad, sean personas sanotas que visten deportivamente, que pasan por gimnasios o realizan el sano y a la vez económico deporte de andar grandes caminatas, cada uno por supuesto según su condición física, para sacarle a su futura vida todo el jugo posible.
En cualquier caso, este modesto escrito quiere mencionar especialmente a los de la “cuarta o quinta edad”, que por sus más años, reciben los ingratos comentarios de los jóvenes del parque, hacía los dos
viejecitos sentados en el banco. Y por lo triste que resulta que haya personas que miren a los ancianos como echándoles en cara el no haber tenido la delicadeza de morirse antes, en un siglo en el que prolifera mucho más la ancianidad, gracias al venturoso alargamiento de la vida, favorecida entre otras cosas, por la medicina.
Afortunadamente y gracias a Dios, no todos piensan de este modo y aún aceptando las inevitables manías y algunas carencias propias de la edad, ofrecen a sus ancianos todo el cariño que merecen y que tanto necesitan, ya que no hay que olvidar que ellos podrán estar en decadencia física, pero gozan de mucha más experiencia física e inteligencia que cuando tenían veinte años, simplemente por que dentro de ellos existe una gran riqueza humana que les permite pensar que después de jubilarse, pueden perfectamente ser útiles y participar en la vida de comunidad con sus propias familiar. Y si alguien tiene la menor duda, yo los remitiría a buscar la opinión de sus propios nietos, principales artífices de que el envejecimiento de sus abuelos, sea saludable y activo.
Por lo tanto, así las cosas y atendiendo a nuestra humanidad razonable, pediremos a Dios para que aquellos que generosamente nos dieron la vida sin regatear esfuerzos, no se encuentren solos en ningún momento, aunque sea sentados en un banco de parque o jugando una partida de cartas acompañada de sus moletas toses