Una vez más quisiera establecer lo que soy como miembro de la raza humana.
Debido a la rebelión contra Dios en la que el hombre se mantiene desde el principio, soy, de acuerdo con la Palabra de Dios, un trapo de inmundicia, un deshecho.
Dios, en su soberana Gracia, y en su Infinita misericordiosa bondad, me ha adoptado como su hijo por los méritos del trabajo del Eterno Hijo de Dios.
Mi naturaleza pecadora, como en la de todos los hombres (las mujeres incluidas), no es digna sino de la condenación eterna. La vida eterna que ya he comenzado a vivir se la debo al trabajo de JESUCRISTO quien pagó mi deuda, quien me lavó con su preciosa sangre derramada hace 2000 años en el Monte Calvario, en las afueras de Jerusalén, Palestina.
Mi esencia humana es excrementicia, estiércol repugnante. No importa las obras que yo haya hecho, las obras que estoy haciendo o las que haré, mi naturaleza no se modifica ni un ápice; sigue estiércol.
Guardo gratitud por lo que Dios ha hecho en mí, por el amor del Padre, por el trabajo redentor del Hijo, y por el trabajo diario y constante del Espíritu Santo que vela para que Cristo se manifieste en mí, a través de la Palabra Inspirada de Dios, la Biblia.
Guardo gratitud y no ceso de alabarle, adorarlo, y predicar su Santo Evangelio.
Como soldado vasallo de JESUCRISTO, tengo el honor de servirlo y de ser su mensajero. En la lucha de las trincheras contra el Enemigo de Dios, muchas veces me enlodo por la misma naturaleza de la lucha. Pero El me limpia y me mantiene en su presencia.
Alabo y Adoro a Dios con todo mi ser.
***********
Esta declaración antropológica nace de la necesidad que tengo de hacer conocer qué es lo que pienso de Dios y de mí. Conociendo a Dios, me puedo conocer a mí mismo. Los que no se conocen a sí mismos es que no conocen a Dios.
Debido a la rebelión contra Dios en la que el hombre se mantiene desde el principio, soy, de acuerdo con la Palabra de Dios, un trapo de inmundicia, un deshecho.
Dios, en su soberana Gracia, y en su Infinita misericordiosa bondad, me ha adoptado como su hijo por los méritos del trabajo del Eterno Hijo de Dios.
Mi naturaleza pecadora, como en la de todos los hombres (las mujeres incluidas), no es digna sino de la condenación eterna. La vida eterna que ya he comenzado a vivir se la debo al trabajo de JESUCRISTO quien pagó mi deuda, quien me lavó con su preciosa sangre derramada hace 2000 años en el Monte Calvario, en las afueras de Jerusalén, Palestina.
Mi esencia humana es excrementicia, estiércol repugnante. No importa las obras que yo haya hecho, las obras que estoy haciendo o las que haré, mi naturaleza no se modifica ni un ápice; sigue estiércol.
Guardo gratitud por lo que Dios ha hecho en mí, por el amor del Padre, por el trabajo redentor del Hijo, y por el trabajo diario y constante del Espíritu Santo que vela para que Cristo se manifieste en mí, a través de la Palabra Inspirada de Dios, la Biblia.
Guardo gratitud y no ceso de alabarle, adorarlo, y predicar su Santo Evangelio.
Como soldado vasallo de JESUCRISTO, tengo el honor de servirlo y de ser su mensajero. En la lucha de las trincheras contra el Enemigo de Dios, muchas veces me enlodo por la misma naturaleza de la lucha. Pero El me limpia y me mantiene en su presencia.
Alabo y Adoro a Dios con todo mi ser.
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Esta declaración antropológica nace de la necesidad que tengo de hacer conocer qué es lo que pienso de Dios y de mí. Conociendo a Dios, me puedo conocer a mí mismo. Los que no se conocen a sí mismos es que no conocen a Dios.