Soy un cristiano cualificado, dada mi formación; no soy clérigo. Admiro el
esfuerzo de muchos sacerdotes por ponerse acordes con los grandes problemas
del mundo, pero lamento el que se hayan casi olvidado en la predicación los temas del más allá. Ya daba un aviso en este sentido en 1949 Pío XII, más o menos con estas palabras:
- La predicación de las primeras verdades de la fe y de los fines últimos no sólo no ha perdido su oportunidad, sino que ha venido a ser más necesaria y urgente que nunca. Incluso la predicación sobre el infierno. Sin duda hay que tratar este asunto con dignidad y sabiduría. Pero en cuanto a la
sustancia de esa verdad, la Iglesia tiene ante Dios y ante los hombres el
sagrado deber de anunciarla y enseñarla sin ninguna atenuación, como Cristo
la ha revelado. Esto obliga en conciencia a todo sacerdote. Es verdad que el
deseo del cielo es un motivo en sí mismo más perfecto que el temor a la pena
eterna; pero de esto no se sigue que sea también para todos los hombres el
motivo más eficaz para tenerlos lejos del pecado y convertirlos a Dios.
¡Ahí queda eso! JM. Lorenzo
Si deseas alguna aclaración o consulta sobre esta cuña puedes escribir a
[email protected] Gracias. No entro en debates. Sí, en diálogo.
esfuerzo de muchos sacerdotes por ponerse acordes con los grandes problemas
del mundo, pero lamento el que se hayan casi olvidado en la predicación los temas del más allá. Ya daba un aviso en este sentido en 1949 Pío XII, más o menos con estas palabras:
- La predicación de las primeras verdades de la fe y de los fines últimos no sólo no ha perdido su oportunidad, sino que ha venido a ser más necesaria y urgente que nunca. Incluso la predicación sobre el infierno. Sin duda hay que tratar este asunto con dignidad y sabiduría. Pero en cuanto a la
sustancia de esa verdad, la Iglesia tiene ante Dios y ante los hombres el
sagrado deber de anunciarla y enseñarla sin ninguna atenuación, como Cristo
la ha revelado. Esto obliga en conciencia a todo sacerdote. Es verdad que el
deseo del cielo es un motivo en sí mismo más perfecto que el temor a la pena
eterna; pero de esto no se sigue que sea también para todos los hombres el
motivo más eficaz para tenerlos lejos del pecado y convertirlos a Dios.
¡Ahí queda eso! JM. Lorenzo
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