Cuando estamos metidos de lleno en el tiempo frio, nos llega como todos los años, las fiestas en las que celebramos el nacimiento del Niño Jesús.
Las calles y los escaparates de los comercios así como los hogares, se muestran atractivamente engalanados con luces y objetos que nos señalan la cercanía de la Navidad.
No cabe duda de que son días llenos de vida, ternura y bondad, que en cierto modo nos transforman al contactar con los acontecimientos que celebramos, aunque a veces tampoco llegues a entender que existan familias reunidas para celebrar la Navidad alrededor de una mesa repleta de grandes y copiosas comidas y por otra parte haya familias que para ellas estas fiestas lleguen repletas de pobreza y soledad.
Así las cosas, sería bonito que la vida estuviera presidida totalmente por el amor entre todos los seres humanos de cualquier raza y condición, para poder vivir la Navidad uniendo nuestras manos y nuestras voces para cantar himnos de gloria, de amor y de esperanza al Niño nacido en Belén.
Y de este modo, acompañar a mi viejo amigo Santiago que junto con otras personas acuden desde hace varios años a una de las casas de acogida que las misioneras de la caridad (fundada por la madre Teresa de Calcuta) tiene en Madrid, para ayudar a servir la cena a los indigentes que a este lugar acuden, obsequiándoles con un pequeño regalo para que también ellos sientan la alegría de la Navidad, aún cuando quizás ¡que importan los motivos! permanezcan lejos de sus familias.
Los testimonios de cariño que reciben de estos indigentes sin techo, pobres entre los más pobres, toxicómanos, personas sin trabajo y abandonados que caminan hacia ninguna parte, significa tanto para Santiago y sus amigos que su magnífica experiencia no pueden compararla con ninguna otra, que no sea el sentimiento profundo de que el mismo Recién nacido está compartiendo con ellos la Navidad.
Por todo ello, afirma Santiago, no hay excusa posible para no ayudar a los que nos necesitan en unos días tan especiales, aunque huelan mal, estén sucios o medio bebidos, porque igualmente si estuviéramos en ese caso, nos gustaría sentir que al menos una vez al año, alguien piensa en nosotros con independencia de su credo.
Y de esta misma forma Daniel, compañero de Santiago, nos ofrece otra hermosa alternativa para llenar de felicidad a quienes carecen de ella, acudiendo a los centros penitenciarios, para visitar a los internos y desearles Feliz Navidad, llevándoles algún pequeño obsequio o simplemente una tarjeta alusiva a la festividad, con mensajes de esperanza y consuelo que tanto bien le pueden hacer a quienes carecen de libertad.
Al final, lo importante será llenarnos del profundo sentido que tiene el recuerdo del nacimiento de la persona más maravillosa que ha pasado por nuestro mundo.
Nada más y nada menos que el mismo… Hijo de Dios.