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“Vanidad son los hijos de los hombres.
pesándolos a todos igualmente en la balanza,
serán menos que nada” (Salmo 62:9).
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En el cielo, nadie podrá levantar el dedo y decir:
Estoy aquí porque lo merecí.
La mejor de las obras hecha por el mejor de los cristianos
todavía sería imperfecta, más o menos viciada en sus motivos
o incompleta en su ejecución.
Quizá los hombres no vean defecto alguno en ella,
pero pesada en la balanza de Dios, se la hallará demasiado liviana.
Vista a la luz del cielo, se revelará salpicada de manchas.
“No hay quien haga lo bueno” (Salmo 14:3).
“Todos ofendemos muchas veces” (Santiago 3:2).
Al estar ante Dios, es imposible
que conservemos una buena opinión de nosotros mismos.
Como Abraham, debemos confesar: “Soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27),
o como Job: “He aquí que yo soy vil” (Job 40:4).
Sin embargo, ambos patriarcas eran moralmente hombres excepcionales.
Isaías declaró que “todas nuestras justicias
(son) como trapo de inmundicia” (cap. 64:6).
Aun el glorioso conjunto de los apóstoles, de los profetas
y de los mártires se compone sólo de pecadores perdonados.
Esto nos conduce a una única conclusión:
todos somos grandes pecadores
y necesitamos un gran perdón otorgado por un gran Salvador.
¿Y quién es, sino el Señor Jesucristo,
único “mediador entre Dios y los hombres”,
el cual se dio en rescate por todos los que creen en él?
“A él sea gloria ahora y hasta el día de la Eternidad” (2 Pedro 3:18).
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
Fraternalmente en Cristo
Mario Contreras T.
www.aguasvivas.cl
CHILE
.
“Vanidad son los hijos de los hombres.
pesándolos a todos igualmente en la balanza,
serán menos que nada” (Salmo 62:9).
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En el cielo, nadie podrá levantar el dedo y decir:
Estoy aquí porque lo merecí.
La mejor de las obras hecha por el mejor de los cristianos
todavía sería imperfecta, más o menos viciada en sus motivos
o incompleta en su ejecución.
Quizá los hombres no vean defecto alguno en ella,
pero pesada en la balanza de Dios, se la hallará demasiado liviana.
Vista a la luz del cielo, se revelará salpicada de manchas.
“No hay quien haga lo bueno” (Salmo 14:3).
“Todos ofendemos muchas veces” (Santiago 3:2).
Al estar ante Dios, es imposible
que conservemos una buena opinión de nosotros mismos.
Como Abraham, debemos confesar: “Soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27),
o como Job: “He aquí que yo soy vil” (Job 40:4).
Sin embargo, ambos patriarcas eran moralmente hombres excepcionales.
Isaías declaró que “todas nuestras justicias
(son) como trapo de inmundicia” (cap. 64:6).
Aun el glorioso conjunto de los apóstoles, de los profetas
y de los mártires se compone sólo de pecadores perdonados.
Esto nos conduce a una única conclusión:
todos somos grandes pecadores
y necesitamos un gran perdón otorgado por un gran Salvador.
¿Y quién es, sino el Señor Jesucristo,
único “mediador entre Dios y los hombres”,
el cual se dio en rescate por todos los que creen en él?
“A él sea gloria ahora y hasta el día de la Eternidad” (2 Pedro 3:18).
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
Fraternalmente en Cristo
Mario Contreras T.
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