El suicidio cultural de la Hispanidad.
Mañana viernes, Día de la Hispanidad, el Gobierno Aznar celebrará la Fiesta Nacional española trabajando, con el Consejo de Ministros habitual de cada viernes. No está mal, eso de que los políticos trabajen duro, aunque sospechamos que la razón última estriba en que muy pocos españoles saben que el día 12 de octubre es nuestro 4 de julio. Los españoles somos europeos por obligación geográfica e hispanos por vocación. Nos hemos apuntado a Europa por necesidad, pero deberíamos estar apuntados a Hispanoamérica por nacimiento. La hispanidad forma parte de Occidente, sólo que figuramos en segunda división. La cultura dominante en Occidente, y por tanto en todo el planeta, es la anglosajona. Pero no tendría por qué ser así.
La prensa argentina afirma que la madre patria ha dejado de ser España, que comienza a ser Estados Unidos. De ello tenemos buena culpa los españoles. Por ejemplo, al no sentirnos hispanos, España sigue sin movilizarse para ayudar a Centroamérica, asolada por la hambruna, mientras las empresas españolas se encogen sobre sí mismas y paralizan sus inversiones en Iberoamérica. Por ejemplo, la legislación española sobre extranjería apenas distingue entre iberoamericanos y otro tipo de inmigrantes, Craso error, porque lo más solidario hoy en día es discriminar positivamente a los hispanos, que se integran sin problema alguno en la sociedad española, dado que tiene nuestra misma fe (es decir, nuestra misma cultura) y nuestra misma lengua. Sería una buena manera de festejar la hispanidad 2001 que nuestro gobierno decidiera "ponerlo fácil" a los inmigrantes procedentes de Iberoamérica.
Y todo ello coincide con una agrupación general de países alrededor de las unidades supranacionales de todo tipo. Sólo los nacionalistas fían ya su identidad a los Estados-nación, que aún constituyen la clave de todo el entramado de poder, pero cuya influencia en la vida de las personas decrece de forma paulatina... y en ocasiones de forma no paulatina. El mundo árabe, e incluso el inmenso continente asiático, empiezan a superar el sentimiento nacionalista para sentirse, o bien islámicos (identidad confesional) o bien orientales (identidad filosófica). Por contra, la Hispanidad parece diluirse en diversas tendencias, como si no poseyera su propia personalidad, sin necesidad de importar identidades ajenas. El mundo islámico se siente orgulloso de su pasado, Oriente intenta imponer su sentido de la vida, renace el mundo eslavo, noqueado tras décadas de tiranía comunista, el mundo anglosajón simplemente impone su capitalismo por la fuerza del dinero o por la fuerza militar. Sin embargo, a los hispanos nos avergüenza el mero nombre de hispano y utilizamos subterfugios como esa majadería de "Latinoamérica".
Pero seria una necedad no preguntarse el porqué de la identidad nacionalista, la rabiosa querencia a sentirse parte de una comunidad. Si los nacionalismos triunfan en muchos lugares del mundo, a pesar de ir a contracorriente del progreso técnico, es simplemente porque ofrecen una identidad, caduca, pero identidad. Todos necesitamos sentirnos algo, y ese algo puede ser una cosmovisión, un patriotismo, un internacionalismo o un solidarismo. Y mientras no ofrezcamos esa identidad, muchos se acogerán al nacionalismo más agresivo (excluyente, que le dicen).
Ahora bien, ¿qué es lo que distingue a la hispanidad, aún dentro de Occidente, de la cultura imperante anglosajona? Pues, para decirlo con palabras de Ramiro de Maeztu, autor de ese vademécum de sabiduría que es La Defensa de la Hispanidad: para el español (amplíenlo a toda la hispanidad), "lo bueno es bueno y lo verdadero, verdadero, con independencia del parecer individual. El español cree en valores absolutos o deja de creer totalmente. Para nosotros se ha hecho el dilema de Dostoyevski: o el valor absoluto o la nada absoluta". Llevamos demasiado tiempo, aproximadamente 150 años, contradiciendo nuestras propias raíces en este punto crucial, de tal forma que ya no sabemos ni quiénes somos ni lo que somos. Y así nos va.
Y el fallo no está en que consideremos, como hacen los anglosajones, que los valores propios sean superiores a los ajenos. De ahí puede surgir un fanático, un hereje o un adocenado, pero no nos dibuja al hispano actual. No, el problema de la Hispanidad presente, a los dos lados de Atlántico, consiste en el empeño en renunciar a nuestra propia identidad a costa de negar la existencia misma de valores absolutos y de verdades absolutas, paso previo a decidir cuáles son esos valores y esas verdades. El problema hispano no es que vayamos rezagados en la competitiva carrera mundial de las distintas culturas, es que hemos renunciado a participar en ella. Porque los individuos, y las comunidades, no crean su propia historia, sino que desarrollan su naturaleza y sus principios, o se niegan a hacerlo. Y negarse, constituye una especie de suicidio cultural.
Mañana viernes, Día de la Hispanidad, el Gobierno Aznar celebrará la Fiesta Nacional española trabajando, con el Consejo de Ministros habitual de cada viernes. No está mal, eso de que los políticos trabajen duro, aunque sospechamos que la razón última estriba en que muy pocos españoles saben que el día 12 de octubre es nuestro 4 de julio. Los españoles somos europeos por obligación geográfica e hispanos por vocación. Nos hemos apuntado a Europa por necesidad, pero deberíamos estar apuntados a Hispanoamérica por nacimiento. La hispanidad forma parte de Occidente, sólo que figuramos en segunda división. La cultura dominante en Occidente, y por tanto en todo el planeta, es la anglosajona. Pero no tendría por qué ser así.
La prensa argentina afirma que la madre patria ha dejado de ser España, que comienza a ser Estados Unidos. De ello tenemos buena culpa los españoles. Por ejemplo, al no sentirnos hispanos, España sigue sin movilizarse para ayudar a Centroamérica, asolada por la hambruna, mientras las empresas españolas se encogen sobre sí mismas y paralizan sus inversiones en Iberoamérica. Por ejemplo, la legislación española sobre extranjería apenas distingue entre iberoamericanos y otro tipo de inmigrantes, Craso error, porque lo más solidario hoy en día es discriminar positivamente a los hispanos, que se integran sin problema alguno en la sociedad española, dado que tiene nuestra misma fe (es decir, nuestra misma cultura) y nuestra misma lengua. Sería una buena manera de festejar la hispanidad 2001 que nuestro gobierno decidiera "ponerlo fácil" a los inmigrantes procedentes de Iberoamérica.
Y todo ello coincide con una agrupación general de países alrededor de las unidades supranacionales de todo tipo. Sólo los nacionalistas fían ya su identidad a los Estados-nación, que aún constituyen la clave de todo el entramado de poder, pero cuya influencia en la vida de las personas decrece de forma paulatina... y en ocasiones de forma no paulatina. El mundo árabe, e incluso el inmenso continente asiático, empiezan a superar el sentimiento nacionalista para sentirse, o bien islámicos (identidad confesional) o bien orientales (identidad filosófica). Por contra, la Hispanidad parece diluirse en diversas tendencias, como si no poseyera su propia personalidad, sin necesidad de importar identidades ajenas. El mundo islámico se siente orgulloso de su pasado, Oriente intenta imponer su sentido de la vida, renace el mundo eslavo, noqueado tras décadas de tiranía comunista, el mundo anglosajón simplemente impone su capitalismo por la fuerza del dinero o por la fuerza militar. Sin embargo, a los hispanos nos avergüenza el mero nombre de hispano y utilizamos subterfugios como esa majadería de "Latinoamérica".
Pero seria una necedad no preguntarse el porqué de la identidad nacionalista, la rabiosa querencia a sentirse parte de una comunidad. Si los nacionalismos triunfan en muchos lugares del mundo, a pesar de ir a contracorriente del progreso técnico, es simplemente porque ofrecen una identidad, caduca, pero identidad. Todos necesitamos sentirnos algo, y ese algo puede ser una cosmovisión, un patriotismo, un internacionalismo o un solidarismo. Y mientras no ofrezcamos esa identidad, muchos se acogerán al nacionalismo más agresivo (excluyente, que le dicen).
Ahora bien, ¿qué es lo que distingue a la hispanidad, aún dentro de Occidente, de la cultura imperante anglosajona? Pues, para decirlo con palabras de Ramiro de Maeztu, autor de ese vademécum de sabiduría que es La Defensa de la Hispanidad: para el español (amplíenlo a toda la hispanidad), "lo bueno es bueno y lo verdadero, verdadero, con independencia del parecer individual. El español cree en valores absolutos o deja de creer totalmente. Para nosotros se ha hecho el dilema de Dostoyevski: o el valor absoluto o la nada absoluta". Llevamos demasiado tiempo, aproximadamente 150 años, contradiciendo nuestras propias raíces en este punto crucial, de tal forma que ya no sabemos ni quiénes somos ni lo que somos. Y así nos va.
Y el fallo no está en que consideremos, como hacen los anglosajones, que los valores propios sean superiores a los ajenos. De ahí puede surgir un fanático, un hereje o un adocenado, pero no nos dibuja al hispano actual. No, el problema de la Hispanidad presente, a los dos lados de Atlántico, consiste en el empeño en renunciar a nuestra propia identidad a costa de negar la existencia misma de valores absolutos y de verdades absolutas, paso previo a decidir cuáles son esos valores y esas verdades. El problema hispano no es que vayamos rezagados en la competitiva carrera mundial de las distintas culturas, es que hemos renunciado a participar en ella. Porque los individuos, y las comunidades, no crean su propia historia, sino que desarrollan su naturaleza y sus principios, o se niegan a hacerlo. Y negarse, constituye una especie de suicidio cultural.