Todos los años cuando nos vamos aproximando a la Navidad y sin apenas darnos cuenta, nos viene a la memoria el recorrido que tuvo que hacer un hombre llamado José, para aceptar que el niño que pronto nacería fuera un don que Dios le otorgaba.
Y todo ello, a través de un sueño en el que aparecía un ángel informándole que la criatura que su esposa María albergaba en su seno le pusiera el nombre de Jesús y que era obra del Espíritu Santo, porque Dios había depositado toda su confianza en él para que cuidara al niño y a María.
José tendría que ser un hombre sencillo, porque Dios ama a los sencillos, tener mucha fe y mucha profundidad pero de pocas preguntas, solo las necesarias para saber lo que Dios esperaba de él y por supuesto con una suprema confianza en Dios y en María su esposa, a quien amaba profundamente, para no dudar de ella por más desconcertante y extraña que resultase su misión.
Por todo esto, al final Dios decidió que ese hombre fuera San José, la santidad vestida con túnica de carpintero y descendiente de David lo que le permitiría entroncar a Jesús con la herencia davídica y con su trabajo de carpintero que permitiría a su familia una vida digna.
No obstante para José no fué el suyo un camino fácil. Por ser un mandato de Dios aceptaba ser padre del Niño aún sabiendo que no lo era fisiológicamente, dándole nombre e identidad social a la criatura a pesar de su temor de acoger una paternidad que no dependía de él.
Sin embargo, no existe duda de que José es uno de esos hombres que le tocó vivir pruebas importantes a través de las cuales Dios nos enseña los caminos que hemos de seguir para su proyecto de salvación de toda la humanidad.
De igual manera pudo entender que los hijos son de Dios y concebidos por la voluntad de sus padres y que los cristianos hemos de ver en cada hombre un hijo de Dios al que hemos de amar y hacerle partícipe de una esperanza que tiene su fuente en un Dios hecho niño para la salvación de toda la humanidad.
Pienso que José en esta Navidad, debería hablarnos al corazón de cada uno de nosotros para recordarnos, aunque sea a través de un sueño, que tenemos la necesidad de dar testimonio de nuestra fe en un mundo en el que por desgracia nos falta mucho para alcanzarla.
Así las cosas me pregunto si resultaría hermoso colocar el testimonio de fe de José en un icono junto a nuestro particular belén casero o colgarlo en el árbol de Navidad.
Sería… tan bonito.