El Sistema Católico Romano/Los frutos de Ignacio de Loyola/Gloria Mundana
A raíz de la exaltación que se pretende hacer en este foro de la persona de Ignacio de Loyola, fundador de la orden romana conocida como la compañía de Jesús, la cual ha glorificado a Roma desde el comienzo de la fracasada contra - reforma, iniciada hace aproximadamente 500 años, me he permitido traer la opinión del hermano en Cristo Herman J. Hegger, quien a causa de su conversión al Evangelio de Jesucristo abandonó el romano catolicismo dode ejercía como sacerdote.
Este pequeño resumen corresponde a su libro testimonio, Madre, Yo te acuso, escrito luego de ser llamado Al Evangelio y abandonar Roma. Libro que es recomendable sea leído y contrastado su contenido con La Palabra de Dios, para verificar la honradez e intención del autor.
En lo que se presenta aquí se habla del lema de la orden jesuita y su abierto contraste con la gloria terrenal de la cual se rodea la que habita sobre las siete colinas.
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Del libro Madre, Yo te acuso:
El sistema católico-romano
Conclusiones:
1- Hemos sido llamados a anunciar el Evangelio de la pura misericordia de Dios y de Jesucristo como el único, perfecto y personal Salvador, no sólo a aquellos que se han enajenado en la iglesia católico romana, sino también a los que deben vivir bajo la predicación de esta doctrina antibíblica.
2- Levantamos una protesta contra la afirmación de ciertos protestantes de que nosotros deberíamos tener una sola fe con la iglesia católica romana. Esta afirmación, entre otras osas, fue expresada el 31 de octubre de 1963 en una iglesia de Arnhem (Holanda), donde un pastor remonstrante y otro reformado, vestidos con sus togas, junto con un sacerdote católico conmemoraban la reforma. Pero la fe que espera la salvación eterna exclusivamente de la bondad de Dios en Jesucristo es totalmente diferente que la fe que espera la salvación eterna en base a las buenas obras que son realizadas por el hombre en virtud de su naturaleza fortalecida por la gracia.
Instamos a nuestros lectores católicos - romanos a considerar seriamente lo anteriormente expuesto, y contrastarlo con la Palabra de Dios, la Biblia. Esperamos y oramos que muchos de ellos vendrán a una confianza personal y exclusiva en la misericordia de Dios, la cual nos ha sido mostrada por ÉL en Jesucristo.
Roma ¿Iglesia de Jesucristo?
En base a lo anterior, opinamos que debemos concluir diciendo, que Roma únicamente puede ser iglesia en este sentido: que hijos de Dios pueden encontrarse mutuamente dentro de esa iglesia, y pueden vivir una cierta medida de unidad.
Sin embargo, nosotros no podemos llamar iglesia a Roma en el sentido pleno de la palabra, como una iglesia, como un lugar donde Cristo quiere congregar a los suyos. Pues no nos podemos imaginar que Cristo quiera convocar a los Suyos bajo semejante predicación antibíblica, de la cual el apóstol Pablo dice que no es el Evangelio.
He ahí la razón de por qué también puedo comprender mejor las palabras de J. Calvino, cuando llama a la iglesia católica romana "una ruina", donde aún se pueden ver restos de la iglesia (vestigia ecclesiae). Pues, una ruina es algo inhabitable. En una ruina, al menos que lo derruido no sea demasiado grande, se puede ver que clase de edificio fue en otros tiempos: una casa normal, un castillo o una iglesia. Calvino, pues. Quiere decir, que en Roma aún se puede ver que ha sido una iglesia. Y también lo expresa sin lenguaje imaginativo: "Mas, ya que han destruido las marcas, cosa primordial de esta disputa, afirmo que ni sus asambleas, ni su cuerpo tienen la forma legítima de Iglesia"(Inst. de la Religión Cristiana, Libro IV. Cap. III, nº11 y 12).
3- El sistema católico romano
Por el sistema católico romano entiendo la tendencia anticristiana en aquella iglesia que, por medio de dogmas, tesis y movimientos de masas se ha convertido en una potencia independiente e indestructible, y que ha crecido hasta llegar a ser un poder de tal magnitud que ha llegado a imponerse al Evangelio.
También en las iglesias protestantes, igual que en el alma del creyente particularmente considerado, podemos señalar tendencias anticristianas. Esto son reminiscencias del viejo hombre tanto en la iglesia como en el hombre que ha renacido. Pero estas tendencias no han obtenido una vida totalmente independiente mediante dogmas infalibles.
Cada iglesia protestante se somete, por principio, bajo la crítica de la Palabra de Dios, y por este motivo, aun el sistema protestante más refinado siempre puede ser destruido por la espada de doble filo de la Palabra de Dios. De ahí que hasta cierto punto no se pueda hablar de un sistema protestante. Un sistema tiene en sí mismo una seguridad propia; y esto nunca lo puede tener un sistema protestante, ya que siempre puede ser rechazado por la Biblia.
Roma, sin embargo, se ha colocado fuera del control de la Biblia al tomar como norma última la tradición, la cual nunca puede ser controlable.
El papa mismo puede determinar lo que es el contenido de esa tradición oral; y nadie puede jamás demostrar con certeza que una declaración del papa está en oposición con la tradición oral.
Una tradición escrita aún podría ser controlada, aunque muy difícilmente. Pues entonces habría que revisar mil y un escritos de los cristianos. Además también habrían de ser formulados nuevos principios con los que se pudiese establecer si algo pertenece o no a la tradición escrita. Y la pregunta que habría que hacerse sería acerca de cuando comienza por primera vez la tradición escrita. Tenemos, por ejemplo, la doctrina de la asunción corporal de María al cielo. Acerca de esto, incluso según Roma, no se nos ha transmitido ninguna publicación escrita de los primeros cinco siglos de la era cristiana. Esto no obstante, Roma dice que la doctrina de la asunción de María pertenece a la tradición. Lo cual, consecuentemente, encierra, que esta doctrina, o sólo pasó de boca en boca a través de aquellos cinco siglos, o que realmente se escribió acerca de ello, pero que estos escritos se extraviaron.
4- Un alma colectiva
Este sistema católico romano ha dado forma a algo distinto, que yo querría llamar el alma colectiva católica romana.
Puesto que Roma ya no se deja corregir por la Palabra de Dios escrita, y únicamente acepta como norma última y absoluta la tradición oral, cuyo contenido es determinado por Roma misma, habrá que concluir que Roma se ha dado a sí misma esa tradición. De ahí que Roma se haya convertido en una organización humana que, en última instancia sólo se deja conducir por ella misma, es decir, por unas personas con naturaleza corrompida, tal cual todos nosotros poseemos.
El alma colectiva de la iglesia romana es esta misma organización masiva y como tal consiente. Esta alma da o forma la unidad de la iglesia católica romana. Si Roma no se la ve como un alma colectiva jamás se podrán entender las manifestaciones de Roma frecuentemente muy dispares.
Empero este alma no sólo da la unidad, sino también el poder. El alma colectiva de Roma empuja a los individuos hacia un fin que les sobrepasa y lo hace con un poder que puede burlar los siglos.
La apetencia fundamental del alma del hombre como individuo es la lucha por el poder, el ansia de hacer valer su derecho. Alfred Adler ha analizado esto muy exactamente. El deseo de valía propia es mucho más fuerte que la pasión sexual, aunque no podemos bagatelizar esta pasión. El hombre, por soberbia, procurará rechazar esta pasión por la transmisión o procreación de la vida. Con todas sus fuerzas querrá mantenerse firme frente a esta inclinación. Si es preciso prefiere padecer y soportar una neurosis durante años, antes que manifestar abiertamente que la necesidad de comunión con el otro sexo le es demasiado fuerte.
Así ocurre también con el alma colectiva de Roma. Su apetencia fundamental y su lucha van encaminadas a la consecución del poder en todos los aspectos de la vida. Roma quiere dominar, imperar lo más absolutamente posible. Una pasión escalofriante por el poder se halla en el fondo del sistema. La historia ha demostrado, que esta pasión de poder, si es preciso, no se arredra ante nada ni ante nadie.
Y al igual que cada hombre individualmente intenta camuflar su avidez por hacer valer sus derechos, así ocurre también con Roma.
Muy en general, Roma afirmará que debe ejercer este poder, a fin de llevar mejor los hombres hasta Dios. De ahí que el papa se califique de "servus srvorum Dei": siervo de los siervos de Dios; y que la divisa de la orden de los jesuitas sea: " ad maiorem Dei gloriam": a mayor gloria de Dios. Y esto, en parte, también está rectamente pensado.
Pero hay más. Una forma estupenda, tras la cual Roma puede ocultar su tendencia más profunda y pronunciada (la lucha por el poder), es el cargo, la jerarquía. Pero un extraño, es decir, quien no sucumbe inmediatamente bajo el místico narcótico del incienso, no podrá menos que sonreír cuando asiste a una misa solemne; y allí ve como el sacerdote oficiante es incensado, como se le besan las manos, como se inclinan y arrodillan ante él. Y le costará muchísimo creer que todo ello ha sido así establecido por el honor de Dios, y que allí no se oculta algo de eso que todos llevamos tan adentro: el íntimo deseo del hombre de imponerse a los demás.
Cuanto más alto se sube en la escala de la jerarquía, tanto mas se puede uno embriagar por los aromas de la glorificación y exaltación. ¡Que triunfo, cuando alguien es nombrado obispo¡ Entonces pertenece ya a los altos dioses que pueblan el cielo de la jerarquía. Siga usted en alguna ocasión una misa pontifical. Todo lo que es entregado al obispo, debes ser previamente besado, y después aún su mano. Esto extraña, sobre todo, cuando un obispo distribuye la comunión. Entonces, primeramente se debe besar el anillo, luego abrir enseguida la boca, sacar la lengua y dejar que deposite en ella la hostia. Antes de que se reciba a Jesucristo en su humanidad y divinidad, en alma y cuerpo- ésta es la doctrina católico romana acerca de este sacramento -, ¡primero se debe besar por segunda vez el anillo del obispo¡ Ad maiorem Dei gloriam¡ (A la mayor gloria de Dios). ¡Que sarcasmo¡, comentaría yo. (Ref.2)
¡ Y no digamos ya del honor con que son rodeados los cardenales¡ El papa exige que sean tratados por los gobiernos de los diversos países como príncipes de sangre regia. Y esto, ¡también ad maioren Dei gloriam¡
Pero toda esta gloria terrenal y divinización del hombre encuentra su punto cumbre en aquel que se asienta en Roma, el papa. Este puede oler en la flor de la pompa mundana y el poder espiritual, todo cuanto quiera. Y como los anteriores, También ¡ad maiorem Dei gloriam¡
Así que, quien escucha y pone toda su atención en el ejemplo y en la predicación tan sencilla del Señor Jesús, sólo podrá decir una cosa: ¡Aquello es una caricatura del cristianismo¡ Eso es soberbia escondida tras la apariencia de piedad. Eso está infinitamente lejos de la humildad de Cristo.
La lucha por el poder en todos los terrenos caracteriza, pues, el alma colectiva católica romana. Pero en absoluto quiere decir, que sea consciente de ello.
Hay protestantes que difícilmente pueden admitir, que los sacerdotes, y ciertamente los más altos líderes, los obispos, los cardenales y el papa sean fieles y consecuentes. ¿Acaso no tienen la Biblia ante ellos?, - me dicen. Y, sin embargo, también esos hombres son víctimas del sistema y están empujados por lo que yo he calificado de alma colectiva en la iglesia católico romana.
Se habla de sensus catholicus (sentido católico). Con esto se da a entender un irrazonado y espontaneo sentido de lo que es romanocatolico. Protestantes que se hicieron romano-católicos lo pasaron muy mal durante años con ese sensus catholicus: no porque después de un par de años no hubiesen dominado la doctrina. Esas personas a veces la conocen casi mucho mejor que los mismos católicos romanos, quienes así nacieron y solo como niños debieron aprender por fuera el catecismo. Sin embargo, este sensus catholicus es, según mi opinión, el estar entroncado en el alma colectiva de que hablamos, de forma que inmediatamente se prueba o experimente lo que a la lucha por el poder de la iglesia católico romana le viene bien, y lo que no interesa. Los protestantes están acostumbrados a preguntar e inquirir primeramente por la verdad. Sólo poco a poco les llega a subyugar la sugestión de la gran organización romana, de manera que también estos protestantes inconscientemente comienzan a pensar y sentir desde esa lucha y ansia de poder de Roma.
Herman J. Hegger
Ex - sacerdote romano católico
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Ref:
(1)"Moeder, Ik kaag u aan" (Madre, yo te acuso) Pag. 41
Edita: Fundación en la calle recta
Boulevard 11, 6881 HN, Velp , Paisees Bajos
(2) Ver exaltación mundana a la intención y a la obra de Ignacio de Loyola.
A raíz de la exaltación que se pretende hacer en este foro de la persona de Ignacio de Loyola, fundador de la orden romana conocida como la compañía de Jesús, la cual ha glorificado a Roma desde el comienzo de la fracasada contra - reforma, iniciada hace aproximadamente 500 años, me he permitido traer la opinión del hermano en Cristo Herman J. Hegger, quien a causa de su conversión al Evangelio de Jesucristo abandonó el romano catolicismo dode ejercía como sacerdote.
Este pequeño resumen corresponde a su libro testimonio, Madre, Yo te acuso, escrito luego de ser llamado Al Evangelio y abandonar Roma. Libro que es recomendable sea leído y contrastado su contenido con La Palabra de Dios, para verificar la honradez e intención del autor.
En lo que se presenta aquí se habla del lema de la orden jesuita y su abierto contraste con la gloria terrenal de la cual se rodea la que habita sobre las siete colinas.
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Del libro Madre, Yo te acuso:
El sistema católico-romano
Conclusiones:
1- Hemos sido llamados a anunciar el Evangelio de la pura misericordia de Dios y de Jesucristo como el único, perfecto y personal Salvador, no sólo a aquellos que se han enajenado en la iglesia católico romana, sino también a los que deben vivir bajo la predicación de esta doctrina antibíblica.
2- Levantamos una protesta contra la afirmación de ciertos protestantes de que nosotros deberíamos tener una sola fe con la iglesia católica romana. Esta afirmación, entre otras osas, fue expresada el 31 de octubre de 1963 en una iglesia de Arnhem (Holanda), donde un pastor remonstrante y otro reformado, vestidos con sus togas, junto con un sacerdote católico conmemoraban la reforma. Pero la fe que espera la salvación eterna exclusivamente de la bondad de Dios en Jesucristo es totalmente diferente que la fe que espera la salvación eterna en base a las buenas obras que son realizadas por el hombre en virtud de su naturaleza fortalecida por la gracia.
Instamos a nuestros lectores católicos - romanos a considerar seriamente lo anteriormente expuesto, y contrastarlo con la Palabra de Dios, la Biblia. Esperamos y oramos que muchos de ellos vendrán a una confianza personal y exclusiva en la misericordia de Dios, la cual nos ha sido mostrada por ÉL en Jesucristo.
Roma ¿Iglesia de Jesucristo?
En base a lo anterior, opinamos que debemos concluir diciendo, que Roma únicamente puede ser iglesia en este sentido: que hijos de Dios pueden encontrarse mutuamente dentro de esa iglesia, y pueden vivir una cierta medida de unidad.
Sin embargo, nosotros no podemos llamar iglesia a Roma en el sentido pleno de la palabra, como una iglesia, como un lugar donde Cristo quiere congregar a los suyos. Pues no nos podemos imaginar que Cristo quiera convocar a los Suyos bajo semejante predicación antibíblica, de la cual el apóstol Pablo dice que no es el Evangelio.
He ahí la razón de por qué también puedo comprender mejor las palabras de J. Calvino, cuando llama a la iglesia católica romana "una ruina", donde aún se pueden ver restos de la iglesia (vestigia ecclesiae). Pues, una ruina es algo inhabitable. En una ruina, al menos que lo derruido no sea demasiado grande, se puede ver que clase de edificio fue en otros tiempos: una casa normal, un castillo o una iglesia. Calvino, pues. Quiere decir, que en Roma aún se puede ver que ha sido una iglesia. Y también lo expresa sin lenguaje imaginativo: "Mas, ya que han destruido las marcas, cosa primordial de esta disputa, afirmo que ni sus asambleas, ni su cuerpo tienen la forma legítima de Iglesia"(Inst. de la Religión Cristiana, Libro IV. Cap. III, nº11 y 12).
3- El sistema católico romano
Por el sistema católico romano entiendo la tendencia anticristiana en aquella iglesia que, por medio de dogmas, tesis y movimientos de masas se ha convertido en una potencia independiente e indestructible, y que ha crecido hasta llegar a ser un poder de tal magnitud que ha llegado a imponerse al Evangelio.
También en las iglesias protestantes, igual que en el alma del creyente particularmente considerado, podemos señalar tendencias anticristianas. Esto son reminiscencias del viejo hombre tanto en la iglesia como en el hombre que ha renacido. Pero estas tendencias no han obtenido una vida totalmente independiente mediante dogmas infalibles.
Cada iglesia protestante se somete, por principio, bajo la crítica de la Palabra de Dios, y por este motivo, aun el sistema protestante más refinado siempre puede ser destruido por la espada de doble filo de la Palabra de Dios. De ahí que hasta cierto punto no se pueda hablar de un sistema protestante. Un sistema tiene en sí mismo una seguridad propia; y esto nunca lo puede tener un sistema protestante, ya que siempre puede ser rechazado por la Biblia.
Roma, sin embargo, se ha colocado fuera del control de la Biblia al tomar como norma última la tradición, la cual nunca puede ser controlable.
El papa mismo puede determinar lo que es el contenido de esa tradición oral; y nadie puede jamás demostrar con certeza que una declaración del papa está en oposición con la tradición oral.
Una tradición escrita aún podría ser controlada, aunque muy difícilmente. Pues entonces habría que revisar mil y un escritos de los cristianos. Además también habrían de ser formulados nuevos principios con los que se pudiese establecer si algo pertenece o no a la tradición escrita. Y la pregunta que habría que hacerse sería acerca de cuando comienza por primera vez la tradición escrita. Tenemos, por ejemplo, la doctrina de la asunción corporal de María al cielo. Acerca de esto, incluso según Roma, no se nos ha transmitido ninguna publicación escrita de los primeros cinco siglos de la era cristiana. Esto no obstante, Roma dice que la doctrina de la asunción de María pertenece a la tradición. Lo cual, consecuentemente, encierra, que esta doctrina, o sólo pasó de boca en boca a través de aquellos cinco siglos, o que realmente se escribió acerca de ello, pero que estos escritos se extraviaron.
4- Un alma colectiva
Este sistema católico romano ha dado forma a algo distinto, que yo querría llamar el alma colectiva católica romana.
Puesto que Roma ya no se deja corregir por la Palabra de Dios escrita, y únicamente acepta como norma última y absoluta la tradición oral, cuyo contenido es determinado por Roma misma, habrá que concluir que Roma se ha dado a sí misma esa tradición. De ahí que Roma se haya convertido en una organización humana que, en última instancia sólo se deja conducir por ella misma, es decir, por unas personas con naturaleza corrompida, tal cual todos nosotros poseemos.
El alma colectiva de la iglesia romana es esta misma organización masiva y como tal consiente. Esta alma da o forma la unidad de la iglesia católica romana. Si Roma no se la ve como un alma colectiva jamás se podrán entender las manifestaciones de Roma frecuentemente muy dispares.
Empero este alma no sólo da la unidad, sino también el poder. El alma colectiva de Roma empuja a los individuos hacia un fin que les sobrepasa y lo hace con un poder que puede burlar los siglos.
La apetencia fundamental del alma del hombre como individuo es la lucha por el poder, el ansia de hacer valer su derecho. Alfred Adler ha analizado esto muy exactamente. El deseo de valía propia es mucho más fuerte que la pasión sexual, aunque no podemos bagatelizar esta pasión. El hombre, por soberbia, procurará rechazar esta pasión por la transmisión o procreación de la vida. Con todas sus fuerzas querrá mantenerse firme frente a esta inclinación. Si es preciso prefiere padecer y soportar una neurosis durante años, antes que manifestar abiertamente que la necesidad de comunión con el otro sexo le es demasiado fuerte.
Así ocurre también con el alma colectiva de Roma. Su apetencia fundamental y su lucha van encaminadas a la consecución del poder en todos los aspectos de la vida. Roma quiere dominar, imperar lo más absolutamente posible. Una pasión escalofriante por el poder se halla en el fondo del sistema. La historia ha demostrado, que esta pasión de poder, si es preciso, no se arredra ante nada ni ante nadie.
Y al igual que cada hombre individualmente intenta camuflar su avidez por hacer valer sus derechos, así ocurre también con Roma.
Muy en general, Roma afirmará que debe ejercer este poder, a fin de llevar mejor los hombres hasta Dios. De ahí que el papa se califique de "servus srvorum Dei": siervo de los siervos de Dios; y que la divisa de la orden de los jesuitas sea: " ad maiorem Dei gloriam": a mayor gloria de Dios. Y esto, en parte, también está rectamente pensado.
Pero hay más. Una forma estupenda, tras la cual Roma puede ocultar su tendencia más profunda y pronunciada (la lucha por el poder), es el cargo, la jerarquía. Pero un extraño, es decir, quien no sucumbe inmediatamente bajo el místico narcótico del incienso, no podrá menos que sonreír cuando asiste a una misa solemne; y allí ve como el sacerdote oficiante es incensado, como se le besan las manos, como se inclinan y arrodillan ante él. Y le costará muchísimo creer que todo ello ha sido así establecido por el honor de Dios, y que allí no se oculta algo de eso que todos llevamos tan adentro: el íntimo deseo del hombre de imponerse a los demás.
Cuanto más alto se sube en la escala de la jerarquía, tanto mas se puede uno embriagar por los aromas de la glorificación y exaltación. ¡Que triunfo, cuando alguien es nombrado obispo¡ Entonces pertenece ya a los altos dioses que pueblan el cielo de la jerarquía. Siga usted en alguna ocasión una misa pontifical. Todo lo que es entregado al obispo, debes ser previamente besado, y después aún su mano. Esto extraña, sobre todo, cuando un obispo distribuye la comunión. Entonces, primeramente se debe besar el anillo, luego abrir enseguida la boca, sacar la lengua y dejar que deposite en ella la hostia. Antes de que se reciba a Jesucristo en su humanidad y divinidad, en alma y cuerpo- ésta es la doctrina católico romana acerca de este sacramento -, ¡primero se debe besar por segunda vez el anillo del obispo¡ Ad maiorem Dei gloriam¡ (A la mayor gloria de Dios). ¡Que sarcasmo¡, comentaría yo. (Ref.2)
¡ Y no digamos ya del honor con que son rodeados los cardenales¡ El papa exige que sean tratados por los gobiernos de los diversos países como príncipes de sangre regia. Y esto, ¡también ad maioren Dei gloriam¡
Pero toda esta gloria terrenal y divinización del hombre encuentra su punto cumbre en aquel que se asienta en Roma, el papa. Este puede oler en la flor de la pompa mundana y el poder espiritual, todo cuanto quiera. Y como los anteriores, También ¡ad maiorem Dei gloriam¡
Así que, quien escucha y pone toda su atención en el ejemplo y en la predicación tan sencilla del Señor Jesús, sólo podrá decir una cosa: ¡Aquello es una caricatura del cristianismo¡ Eso es soberbia escondida tras la apariencia de piedad. Eso está infinitamente lejos de la humildad de Cristo.
La lucha por el poder en todos los terrenos caracteriza, pues, el alma colectiva católica romana. Pero en absoluto quiere decir, que sea consciente de ello.
Hay protestantes que difícilmente pueden admitir, que los sacerdotes, y ciertamente los más altos líderes, los obispos, los cardenales y el papa sean fieles y consecuentes. ¿Acaso no tienen la Biblia ante ellos?, - me dicen. Y, sin embargo, también esos hombres son víctimas del sistema y están empujados por lo que yo he calificado de alma colectiva en la iglesia católico romana.
Se habla de sensus catholicus (sentido católico). Con esto se da a entender un irrazonado y espontaneo sentido de lo que es romanocatolico. Protestantes que se hicieron romano-católicos lo pasaron muy mal durante años con ese sensus catholicus: no porque después de un par de años no hubiesen dominado la doctrina. Esas personas a veces la conocen casi mucho mejor que los mismos católicos romanos, quienes así nacieron y solo como niños debieron aprender por fuera el catecismo. Sin embargo, este sensus catholicus es, según mi opinión, el estar entroncado en el alma colectiva de que hablamos, de forma que inmediatamente se prueba o experimente lo que a la lucha por el poder de la iglesia católico romana le viene bien, y lo que no interesa. Los protestantes están acostumbrados a preguntar e inquirir primeramente por la verdad. Sólo poco a poco les llega a subyugar la sugestión de la gran organización romana, de manera que también estos protestantes inconscientemente comienzan a pensar y sentir desde esa lucha y ansia de poder de Roma.
Herman J. Hegger
Ex - sacerdote romano católico
----------------------------
Ref:
(1)"Moeder, Ik kaag u aan" (Madre, yo te acuso) Pag. 41
Edita: Fundación en la calle recta
Boulevard 11, 6881 HN, Velp , Paisees Bajos
(2) Ver exaltación mundana a la intención y a la obra de Ignacio de Loyola.