En Semana Santa la iglesia de Dios, repartida alrededor del mundo, rememora el inigualable acto de amor de Cristo al dar su vida por la humanidad caída a fin de garantizar nuestra salvación. Sin embargo, a menos que dispongamos nuestros corazones y busquemos a Dios con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, este evento puede perder su significado.
La Semana Santa tiene el propósito elemental de que meditemos en el amor de Dios, representado por su magno sacrificio, con el fin de que podamos acercarnos confiadamente a El, y disponer nuestras vidas conforme a su voluntad. En otras palabras, Dios desea que comprendamos su amor manifestado en la cruz, que comprendamos el perdón ofrecido en forma individual a cada ser humano por sus pecados.
"A veces uno cae, se levanta, pide perdón, vuelve a caer y nuevamente pide perdón. Tú dices, avergonzado: 'Señor, aquí estoy otra vez'. Y Jesús te mira con amor y te pregunta: '¿Otra vez? ¿Por qué dices otra vez si es la primera vez que te veo aquí?' Sabes, cuando Jesús perdona, olvida. El arroja tu pasado en lo profundo del mar y te muestra el azul límpido de un cielo sin límites, lleno de posibilidades futuras" (Alejandro Bullón).
El amor de Dios y su perdón son inseparables. Cristo murió para que tuviéramos la posibilidad de arrepentirnos y obtener el perdón que garantizó en la cruz. Si nuestros caminos hasta aquí no han sido correctos, si no hemos lavado diariamente nuestras ropas en la sangre del Cordero, si no hemos apartado el tiempo necesario para estar a solas con Jesús, acudamos inmediatamente a sus brazos de amor. El nos ama, y éste es el significado más profundo de nuestra existencia en el que podríamos meditar. Como decía cierto autor: "Dios no nos ama porque somos importantes, sino que somos importantes porque Dios nos ama".
La Semana Santa tiene el propósito elemental de que meditemos en el amor de Dios, representado por su magno sacrificio, con el fin de que podamos acercarnos confiadamente a El, y disponer nuestras vidas conforme a su voluntad. En otras palabras, Dios desea que comprendamos su amor manifestado en la cruz, que comprendamos el perdón ofrecido en forma individual a cada ser humano por sus pecados.
"A veces uno cae, se levanta, pide perdón, vuelve a caer y nuevamente pide perdón. Tú dices, avergonzado: 'Señor, aquí estoy otra vez'. Y Jesús te mira con amor y te pregunta: '¿Otra vez? ¿Por qué dices otra vez si es la primera vez que te veo aquí?' Sabes, cuando Jesús perdona, olvida. El arroja tu pasado en lo profundo del mar y te muestra el azul límpido de un cielo sin límites, lleno de posibilidades futuras" (Alejandro Bullón).
El amor de Dios y su perdón son inseparables. Cristo murió para que tuviéramos la posibilidad de arrepentirnos y obtener el perdón que garantizó en la cruz. Si nuestros caminos hasta aquí no han sido correctos, si no hemos lavado diariamente nuestras ropas en la sangre del Cordero, si no hemos apartado el tiempo necesario para estar a solas con Jesús, acudamos inmediatamente a sus brazos de amor. El nos ama, y éste es el significado más profundo de nuestra existencia en el que podríamos meditar. Como decía cierto autor: "Dios no nos ama porque somos importantes, sino que somos importantes porque Dios nos ama".