Esos senderos que se ven, que se pueden pisar, que la hierva no ha ocultado, que aparecen secos y muy frecuentados, no van a ninguna parte.
A su costado han nacido hoteles, bares, restaurantes, clínicas y hospitales para hacer el camino más llevadero. Negocios levantados por gente que ha renunciado a su destino y como sanguijuelas chupan la sangre del caminante.
Todos te dirán que no hay otro camino, que dar paseos es lo mejor que se puede hacer, que mires lo bonito del paisaje, que te amoldes como ellos, que se sienten seres privilegiados por haber encontrado un lugar bajo el sol donde poder sobrevivir y así ayudar a los pobres desgraciados a los que ya le sangran los pies al caminar.
Todos se pelean como fieras defendiendo su pequeña parcela y su tela de araña se despliega y crece al superponerse unas a otras en busca de la competitividad.
A ese caminante al que le sangran los pies y no quiere tomar pensión, que no quiere aceptar su suerte, que todas las mañanas se introduce en el sendero aunque le pisen los dedos, aunque le atropellen los viajeros, al que no se cansa de sortear las mil y una trampas que los comerciantes han tramado para que caiga el incauto viajero. A esos recalcitrantes que aún después de haber salido escaldado una y mil veces siguen tratando a la gente con consideración y respeto, y les dirigen su mejor sonrisa y su amable saludo cuando se cruzan.
A ese caminante que no se rinde aunque desde su propio interior le surja la voz de que es un imbécil porque él tiene las manos vacías mientras los demás se enriquecen, que está perdiendo su oportunidad, que no tiene donde caerse muerto mientras los demás tienen casas y hoteles, que se desespera porque intenta poner en orden sus ideas mientras el desorden reina en el universo.
A ese ser especial he de decirle que no busque más, que ya ha encontrado lo que buscaba. Que el sendero verdadero existe, sólo que no es un sendero trazado, que él es el sendero, que el sendero lo lleva dentro, que fuera de él no hay nada.
No me interesa mejorar el firme. No me interesa decorar el paisaje. No me interesa asfaltar un camino que sólo sirve para que el caminar se convierta en el objeto último del viaje.
Por eso adoro los baches, disfruto con carreteras en mal estado, y me alegro cuando la hierva rompe el empedrado buscando un camino más elevado.
Por eso que nadie vea en esto un intento de hacer algo bello. Que nadie vea tampoco un paroxismo musical elevado. Esto sólo es un lamento de pena. Esto es un grito desesperado.
[]Cedesin>
A su costado han nacido hoteles, bares, restaurantes, clínicas y hospitales para hacer el camino más llevadero. Negocios levantados por gente que ha renunciado a su destino y como sanguijuelas chupan la sangre del caminante.
Todos te dirán que no hay otro camino, que dar paseos es lo mejor que se puede hacer, que mires lo bonito del paisaje, que te amoldes como ellos, que se sienten seres privilegiados por haber encontrado un lugar bajo el sol donde poder sobrevivir y así ayudar a los pobres desgraciados a los que ya le sangran los pies al caminar.
Todos se pelean como fieras defendiendo su pequeña parcela y su tela de araña se despliega y crece al superponerse unas a otras en busca de la competitividad.
A ese caminante al que le sangran los pies y no quiere tomar pensión, que no quiere aceptar su suerte, que todas las mañanas se introduce en el sendero aunque le pisen los dedos, aunque le atropellen los viajeros, al que no se cansa de sortear las mil y una trampas que los comerciantes han tramado para que caiga el incauto viajero. A esos recalcitrantes que aún después de haber salido escaldado una y mil veces siguen tratando a la gente con consideración y respeto, y les dirigen su mejor sonrisa y su amable saludo cuando se cruzan.
A ese caminante que no se rinde aunque desde su propio interior le surja la voz de que es un imbécil porque él tiene las manos vacías mientras los demás se enriquecen, que está perdiendo su oportunidad, que no tiene donde caerse muerto mientras los demás tienen casas y hoteles, que se desespera porque intenta poner en orden sus ideas mientras el desorden reina en el universo.
A ese ser especial he de decirle que no busque más, que ya ha encontrado lo que buscaba. Que el sendero verdadero existe, sólo que no es un sendero trazado, que él es el sendero, que el sendero lo lleva dentro, que fuera de él no hay nada.
No me interesa mejorar el firme. No me interesa decorar el paisaje. No me interesa asfaltar un camino que sólo sirve para que el caminar se convierta en el objeto último del viaje.
Por eso adoro los baches, disfruto con carreteras en mal estado, y me alegro cuando la hierva rompe el empedrado buscando un camino más elevado.
Por eso que nadie vea en esto un intento de hacer algo bello. Que nadie vea tampoco un paroxismo musical elevado. Esto sólo es un lamento de pena. Esto es un grito desesperado.
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